La justicia no ha llegado a todos

Lauri García Dueñas | 13/05/2022

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Tatiana se convirtió en activista debido a la privación de libertad sin el debido proceso que sufrió su hermano hace algunos años. Karla Patricia Ayala Zaldaña es una abogada y economista que impulsa, por primera vez en el país, el litigio estratégico en coordinación con Abogadas sin Fronteras Canadá. Ambas nos hablan, cada una desde su experiencia, de lo que significa buscar justicia y equidad en El Salvador.

Tatiana llega agitada a la cita. Vive fuera de la capital desde que su familia sufre acoso policial debido al largo proceso que ha tenido para buscar justicia para su hermano, Daniel. Esa mañana tuvo que hacer algunos mandados y me avisa de su próximo arribo. Llega al café y su rostro es inconfundible, es mediático porque eligió exponerse desde hace un tiempo para exigir el debido proceso. Sus gafas cubren un rostro de mujer niña y sus ojos son avispados. Lleva un tapabocas de tela colorida.  

Frente a mí, desdobla una historia de vida que golpea el plexo solar de cualquiera que la escuche. Es su historia, pero podría ser la de muchas mujeres jóvenes de la capital. Su madre cuidadora monoparental, un padrastro, unos hijos, el deseo de estabilidad económica a través de una pequeña panadería, una colonia popular atravesada por el fenómeno de la violencia, la lucha por el sustento y la educación. La discriminación por clase en una sociedad clasista. Lee. Escribe. Estudia. Y consigue una beca por ser Joven Talento en Letras.  



Piezas presentadas en la exposición «Y mucho más» montada por el colectivo Los siempre sospechosos de todo. Fotografía: cortesía.


Sin embargo, un hito atravesó su vida, la de su madre y la de sus hermanos. Todo comenzó en 2009, cuando su hermano Daniel, de 14 años, estaba con unos amigos quienes entre juegos, cuenta, echaron basura a unos buses desde una lomita. Los amigos se corrieron, pero él no porque adujo que no había hecho nada. Fue capturado por policías y llevado donde su madre, a quien le pidieron que lo «penquiara» frente a los agentes, según el relato.

Ahí habría empezado la «tirria» contra él, lo que al final llevó a una captura injustificada en una cancha de fútbol de la colonia a plena luz del día en 2017, una acusación de venta de drogas, un proceso policial viciado que ya fue sancionado en un juzgado salvadoreño y unos encapuchados que, cuando ya se encontraba detenido, habrían hecho firmar al joven una confesión irregular por extorsión.  

Su hermano quedó libre, aunque el proceso aún no ha terminado, pero Tatiana decidió convertirse en activista por los derechos humanos de las personas privadas de libertad. Junto con el colectivo Los siempre sospechosos de todo gestionan ayuda jurídica gratuita para los familiares de las personas detenidas, denuncian capturas irregulares, violaciones a los derechos humanos y transforma algunas de esas vivencias en piezas de arte y performances. 

Como periodista, su búsqueda de justicia la llevó hace algunos años a conocer que había grupos de exterminio en el país y sufrió amenazas y acoso digital por dichas investigaciones.   

Tatiana sigue creyendo en «el amor entre tanta mierda», se considera una abolicionista de las cárceles, cree que la rehabilitación no es directamente proporcional al castigo y pide que «se abran las cárceles» a las visitas de los familiares y abogados, que fueron suspendidas desde inicios de la pandemia de COVID-19. Denomina «esclavitud» al programa Cero Ocio de la Dirección de Centros Penales, y opina que todo trabajo, aunque sea realizado por sujetos privados de libertad, debe remunerarse. A pesar de tanto dolor y desazón, esta experiencia, dice, le ha dejado aprendizaje, fortaleza y el deseo «de seguir defendiendo a las personas». 


«El mensaje que transmiten estas esculturas nos recuerda la imperiosa necesidad de conservar y respetar la condición humana y la dignidad de todas las personas, independientemente de su condición. Detrás de cada persona privada de libertad incomunicada, a la que se le niegan derechos humanos fundamentales, hay una familia también violentada», colectivo Los siempre sospechosos de todo. Fotografía: cortesía.

En busca de la equidad


Karla Patricia Ayala Zaldaña, abogada y economista, nos recibe en su despacho. Ha pasado la noche preparándose para esta entrevista. Ella tiene experiencia en derecho penal como colaboradora judicial en diferentes juzgados, fue secretaria judicial de primera instancia y fiscal auxiliar durante 18 años en la Fiscalía General de la República (FGR) y, actualmente, ha iniciado labores en litigio estratégico, en conjunto con Abogadas sin Fronteras Canadá. 

En su mesa, hay notas, libros y códigos subrayados. Pensativa y aguda en sus palabras, viste de manera impecable. Una parte muy importante de su exposición fue la de cuestionar por qué aún a las privadas de libertad se les endilga la crianza. «¿Es que acaso existe un lazo indisoluble madre-hijo y no se puede relegar la crianza a otros miembros de la familia?», se pregunta.  

Muy segura, nos explica: «Mirá, la justicia no ha llegado a todos. ¿A qué me refiero con esto? Que para mí la justicia está ligada a la equidad. Yo prefiero utilizar el término equidad y no igualdad. No todos hemos tenido, histórica y sociológicamente, no sólo en El Salvador, acceso a derechos o a que se nos vuelvan efectivos los derechos. Entonces hay personas que, para poder acceder a la justicia de la ley y a las herramientas legales, los mecanismos, las acciones, el ordenamiento jurídico deben proceder a dejar de negarles o elevar el piso de protección que puedan tener las personas a quienes sí se les han vuelto efectivo sus derechos. Me refiero, pues, a grupos vulnerables como mujeres, pueblos originarios y comunidades LGBTIQ+». 

Le digo: «A mí me interesa mucho tu experiencia biográfica, ¿cómo la muchacha de 17 años que decidió estudiar Derecho persiste en la mujer en la que te convertiste? ¿Cuál es el estado actual de la equidad en El Salvador?» 

«En El Salvador, es bastante triste, pues, porque sí hemos avanzado en cuanto al sistema de protección de derechos humanos, con esto me refiero a no sólo derechos que protegen los derechos de las mujeres, sino derechos de grupos vulnerables en general. Sin embargo, hay que decir que las leyes son más fáciles de cambiar que la mentalidad y los antivalores que tenemos impregnados como sociedad», reflexiona.  

«Bueno, mi experiencia de esa muchacha de 17 años, como decís vos, es una muchacha soñadora, idealista. De hecho, cuando entré a la fiscalía yo era bastante idealista, bastante soñadora, ilusa, digo yo. Y después de ver las las argollas del sistema, la inequidad, la soberbia en los operadores del sistema, pues creo que, como te digo, es bastante deplorable. No obstante, existe un ordenamiento, creo que hay mucho o demasiado por hacer, deberíamos estar ya a otra altura, deberíamos ya entender otro tipo de valores, otro tipo de esquemas», plantea.  



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