Ni tierra sin mujeres, ni mujeres sin tierra

Vilma Laínez | 19/04/2022

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Elba González, una lideresa campesina de San Marcos Lempa, en Usulután, lidera una de las asociaciones más grandes de mujeres productoras en la tierra en El Salvador. Este es un oficio que ha sido más duro para las mujeres, debido a dificultades legales, operativas y de exclusión que suelen enfrentar. En esta entrevista, Elba explica cómo han encontrado en la organización una forma de ser reconocidas y sortear los problemas.

El Salvador cuenta con alrededor de un millón 400 mil mujeres en las zonas rurales, según datos de la Dirección General de Estadística y Censos (DIGESTYC) publicados en 2019. Cerca del 27.3 % de los hogares rurales está a cargo de mujeres, y un tercio de estos son pobres. Las mujeres rurales enfrentan grandes desafíos para alcanzar su desarrollo, han señalado investigaciones de entidades como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), y la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), entre otros. 

Elba González es una mujer campesina de San Marcos Lempa del departamento de Usulután, que al igual que otras mujeres de esta zona, no la ha tenido fácil. Desde que asesinaron a su primer esposo y a su familia durante el conflicto civil en El Salvador, todo se le complicó. Recuerda que pasó décadas que no podía llorar, afectada por esa tragedia. «Yo no quería saber nada de nadie. Yo era como un desperdicio de persona… a través de la formación me fueron quitando la venda de los ojos», dice Elba, al referirse a una de las razones por las que decidió organizarse. 

Aprendió a leer y a escribir cuando tenía más de 30 años de edad gracias a su participación en los procesos de la organización en cooperativas. Esta formación le ha permitido luchar por la defensa de sus derechos y por el de las mujeres rurales. A sus 64 años de edad, lidera la Asociación Agropecuaria Mujeres Produciendo en la Tierra (AMSATI), la cual está integrada por 575 mujeres.


Este es un resumen de la vida de Elba desde que empezó a organizarse. Lo ha escrito con su puño y letra para no olvidar como este proceso cambió su vida. Foto: Kellys Portillo

¿Cómo es qué decide usted organizarse como mujer rural? 


Me organicé en el 94. Llegó una promotora a la Cooperativa Nancuchiname. Recuerdo que la Federación de Cooperativas de la Reforma Agraria de San Miguel (FECORAO) llevó un proyecto de corte y confección. Entraron mujeres socias e hijas de socios. Yo era socia directa y nos dieron una capacitación de tres meses. Entonces ya quedamos como identificadas a ese grupo que participamos en los talleres y a ese grupo buscaron para que la promotora hablara con nosotras sobre la organización. Recuerdo que nos ofrecieron un crédito para trabajar la microempresa, de manera que entramos. Comencé a participar en los talleres de formación. Hoy no me apena decirlo, pero en aquel momento me dio muchísima pena, porque cuando me tocó presentarme ante todo el grupo, se me olvidó mi nombre (se ríe). Yo no sabía nada de organización, pero a través de los procesos fui cambiando de pensamiento. 


¿Qué pensaba antes? 


Que yo no quería saber nada de nadie. Yo era como un desperdicio de persona (esto a raíz del asesinato de sus familiares en la guerra, entre ellxs, su primer esposo, padre de sus dos hijos mayores). A través de la formación me fueron quitando la venda de los ojos, que yo valgo y que una mujer tan joven no se puede dejar morir por lo que le pasó. Gracias a Dios, hoy yo se la puedo contar y ya no lloro, y si lloro, es para sentirme liberada. 


Entonces, ¿usted decidió darle otro rumbo a ese pasado tan fuerte? 


Yo le doy gracias a Dios por haberme devuelto a la vida y poder servir a otras mujeres que estaban en esas condiciones, porque el trabajo nuestro no ha sido fácil, ha sido de pleito, de lucha cuesta arriba para ver que las mujeres salgan de la cocina, salgan al patio por lo menos, o sea, recibir aire fresco. Entonces en mi vida, la organización me ayudó muchísimo para llegar a ser lo que ahora soy y a donde estoy. 


Hábleme del trabajo que realiza en su comunidad. 


En mi comunidad tenemos un comité local. Somos 40 mujeres en ese comité, integrado por seis caseríos. Planificamos acciones, por ejemplo, visitar la alcaldía (para exigir que cumpla con los proyectos prometidos). Otras de las acciones que hacemos: participación que convoca AMSATI (Asociación Agropecuaria «Mujeres Produciendo en la Tierra»), pedir informe de los proyectos que se tienen como comité a cada una de las mujeres y recoger la cuota de aportación. Y bueno, ahí nos reunimos y nos sentimos como familia. Nos reunimos de 8 a 10 de la mañana los domingos, cada quince días.  

Trabajamos en la parte de la incidencia y la salud comunitaria. La salud comunitaria lleva a otras acciones, por ejemplo, si hay dificultades con la basura, si han están contaminando los ríos y si hacen campañas, a veces, de hacerse la citología. Se hace alianza con organismos. 

Como somos del mismo lugar, ellas me conocen. Saben los procesos, las dificultades que hemos tenido y para llegar a ser directiva de mi cooperativa durante 27 años. En el 2005 me nombraron tesorera y por eso me iban a matar, porque me mandaron un balín de escopeta del que le entra y no le hace nada, pero a la salida le explota todo.  


¿Qué le motiva hacer ese trabajo, a pesar de las amenazas?


Una de las luchas era trabajar con las mujeres para que ellas tuvieran la capacidad, tuvieran la fuerza de aceptar cargos de dirección en las cooperativas, pero en cargos donde se toman las decisiones. No queríamos mujeres de suplente ni de secretaria, aunque la secretaria tiene su trabajo, pero siempre las ponen de secretarias. Gracias a Dios, en mi estadía de dos años cambiaron muchas cosas para bien de la cooperativa (Cooperativa Nancuchiname) y hoy me alegro porque no lo hicieron solo cuando yo estuve, sino que han mejorado todo eso.  


¿Qué fue exactamente fue lo que hizo? 


Yo les motivé a que, primeramente, invitáramos a todos los asociados, porque había 150 mujeres asociadas, 175 hombres: cuando se fuera a quemar el cañal, que se invitara a ellas, cuando se fueran hacer cosas de la cooperativa, también, porque estaban engañados, creyendo que la máxima autoridad era el Consejo. Entonces convocamos a una asamblea, ahí iba el montón de hombres, ahí iba yo. Después les digo, miren, y ustedes no creen que fuera digno de que a la gente que termina la última quincena de zafra se le dieran un refrigerio. Algo novedoso, porque eso nunca se había dado y dijeron que sí, y se dio. Yo le digo que casi lloraban de la emoción… 


¿Y usted fue la primera mujer en ser parte de la directiva de esa cooperativa?


Sí, después de mí hubo cuatro más. Tenemos a María Paz, ella fue vicepresidenta. María para mí ya tiene una gran experiencia en el cultivo de semilla, porque ella fue caporal, ella conoce bien el término de secado del maíz. 


Elba González. Foto: Kellys Portillo.

Usted es la representante legal y una de las fundadoras de la Asociación Agropecuaria «Mujeres Produciendo en la Tierra» (AMSATI). ¿Cuál es el trabajo que realizan en esta asociación?


Nos desplazamos a nivel nacional, tenemos 575 mujeres organizadas a nivel de nueve departamentos y en 19 municipios y nuestra meta fue allá por el 94 organizarnos y formarnos, porque realmente nos hicieron creer desde hace muchos años que las mujeres solo servimos para tener hijos y cuidar el esposo y la casa, pero a través de los procesos de formación nos damos cuenta que no es así. Tenemos nuestras propias habilidades y lo que necesitamos son oportunidades, recursos, herramientas adecuadas al uso de nosotras las mujeres…  


¿Cuáles son las principales apuestas de AMSATI? 


Nuestra asociación tiene siete ejes de trabajo y el primordial para nosotras es la organización. Tenemos la formación, incidencia, producción, salud comunitaria, trabajo con niñez, juventud y el ambiente.  

Entrarle a la defensa de los derechos de las mujeres, no solo de la comunidad, ni del cantón, sino a nivel nacional e internacional, porque los problemas de nosotras las mujeres son iguales por ser mujeres, tenemos casi todo en común. Nuestra organización surge en el 94, en el seno de la Confederación de Federaciones de la Reforma Agraria (CONFRAS). En el 2006– 2007 tomamos una decisión de cómo podíamos hacer para legalizar y tener nuestra propia autonomía como mujeres organizadas. Fue de esa manera que nos legalizamos como asociación. Antes se reconocía esta asociación como Comité Nacional de Mujeres Cooperativista. Ahora ya somos asociación, todo está administrado por mujeres… Está reconocida como la única [asociación] que existe de mujeres que producen en la tierra. 


Esta asociación está integrada por 57 comités de mujeres y usted nos ha dicho que cada uno se organiza en torno a una iniciativa económica que quiera echar andar. ¿Puede detallarme algunas de esas iniciativas? ¿Qué es lo que producen? 


Depende de la zona, depende del clima y depende también del área que tenga disponible para sembrar. Hemos aprendido cómo diversificar en dos tareas, sembrar maíz, frijol, otro de tomate, chile.  De esa manera podemos nosotros las mujeres salir adelante, liderando una iniciativa económica que nos permita contar con un par de pesos (dólares) en la bolsa y no depender. Cada comité tiene su propio objetivo de organización, de producción, incidencia y desarrollo. Hay grupos de mujeres que en 2009 se les dio una novilla (vaca) en colectivo, con el tiempo fue creciendo ese rubro que se fueron dando una [vaca] cada una, dependiendo el número del comité. Ahora tenemos una compañera que tiene siete cabezas de ganado de ese esfuerzo de 2009 y mantiene una colectiva. Hay un comité que tiene una tienda comunitaria, tiene de todo. Otras tienen granjas de gallina y otras producen pan para vender. 


¿Y cómo ha cambiado la vida de ustedes como mujeres que integran esta asociación? 


Uno de los grandes logros de nuestra asociación, por ejemplo, es adquirir capacidades y el conocimiento. ¿Hasta dónde podemos llegar? ¿De qué tenemos capacidad? Y bueno, antes se creía que las mujeres no cultivábamos porque no somos dueñas de la tierra, pero sí cultivamos, porque hay muchísimas mujeres jefas de hogar a las que les toca trabajar a diario para sacar adelante sus hijos, su familia; entonces, dueñas, propietarias de la tierra o no, siempre cultivamos nuestros propios alimentos. Nosotras también somos productoras generadoras del alimento de la familia.  


Actualmente, ¿cuáles son las exigencias que le hacen al Estado? 


Soberanía alimentaria, salud comunitaria, tierra. Un modelo de agricultura familiar. La cosa es que seamos parte de la construcción de la política o de las reformas que tengan que hacer. Por ejemplo, la Mesa Suelo y Tierra busca tierra para las mujeres sin tierra, porque el lema es: «Ni tierra sin mujeres, ni mujeres sin tierra». 


Elba González. Foto: Kellys Portillo.

Hablando de otro tema, ¿cómo le impactó a usted como productora de la tierra, la pandemia por COVID-19? 


Nos obligó a sembrar cultivos: que pepino, que tomate, rábano, lo que se pudiera dar en la madre tierra. En un cuadradito yo sembré tomate, pepino, rábano. Así que yo no iba a la tienda, solo iba al jardín de mi patio. 


¿Y eso no lo hacía antes de la pandemia? 


Se hacía, pero en la tierra más lejos, en la tierra de cultivo, más que todo el maíz, pero las hortalizas no. Y ahí obligatoriamente tuvimos que ingeniárnosla para tener un huerto casero. Ahora digo yo, no se puede decir que no se da, mientras no ponemos la semilla en la tierra, se nace y se cuida, porque si no cuida tampoco se le da. 


Todo un ejemplo de desarrollo rural, usted.


Fíjese que, en 2002, la cooperación de Noruega nos dio un premio. CONFRAS (Confederación de Federaciones de la Reforma Agraria Salvadoreña) tenía que premiar a la mujer modelo cooperativista, y yo estaba con la vicepresidenta como propuesta para ganar ese premio, pero como las dos teníamos las mismas cualidades o conocimiento, CONFRAS lo que hizo fue repartir el premio y nos dieron 500 dólares, por primera vez en tantos años nos premiaron. 


¿Qué es lo que más le gusta de este trabajo con mujeres rurales? 


Yo creo que ya es tiempo que nosotras estemos en la palestra de la visibilización de lo que hacemos, porque nosotras las mujeres rurales le apostamos a la economía del país y a nuestra propia economía, le inyectamos a esa economía el 33 por ciento del trabajo que no es reconocido ni remunerado. Hacemos tantas cosas dentro de nuestra casa como afuera. Sólo le pagan las horas que trabaja, medio paga. Eso debería de cambiar y ojalá un día lo logremos, aunque yo ya no esté, pero quedan otras, otras mujeres que llevan haciendo la integración de la de la juventud para que ellas sigan el proceso. 

Se necesita empuje para que las mujeres primero, como le digo, creer en nosotras mismas y luego creer en un proceso, no en las personas, sino en los procesos, en los cuales yo me voy a insertar y voy a poder liderar. 

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