“No tengo la menor duda de que las mujeres han estado expuestas a mayor violencia durante el confinamiento”

Laura Aguirre | 01/08/2020

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Ondina Castillo es la oficial de juventud y género del Fondo de Población de las Naciones Unidas en El Salvador. Desde la iniciativa Spotlight, trabaja para prevenir y atender la violencia a niñas y mujeres salvadoreñas. En esta entrevista, habla sobre las dificultades para la atención de la violencia de género durante la pandemia.

Ondina Castillo es la oficial de Juventud y Género del Fondo de Población de las Naciones Unidas en El Salvador y punto focal para la iniciativa Spotlight, una iniciativa para prevenir y atender la violencia contra las mujeres y niñas en el mundo. En el continente americano, Spotlight está concentrado en evitar la violencia feminicida en Guatemala, Honduras, El Salvador, Argentina y México.  

En esta entrevista conversamos sobre las cifras de violencia con base en género antes y después del inicio de la pandemia, los efectos del confinamiento en la vida de las mujeres y niñas, y la lucha contra la normalización de la violencia de género como uno de sus grandes y persistentes retos.

¿Cuál es la situación de las mujeres en El Salvador, antes de la pandemia, en relación a la violencia por razones de género?  

El Salvador es un país que tiene indicadores muy altos y que reflejan la violencia que sufrimos en términos de género. Se ha tenido una de las tasas más altas de feminicidios, 13.5. Ahora estamos en 10, pero siempre sigue siendo una tasa muy alta con relación al resto de países del mundo. El indicador de violencia contra las mujeres a nivel global es que tres de cada diez mujeres puede haber sufrido algún tipo de violencia a lo largo de su vida. En El Salvador, en la última encuesta que hizo la Digestyc, el dato que nos da es de 7 de cada 10. Es una cosa que realmente asusta mucho, porque estamos doblando el indicador de violencia a nivel mundial.  

Además hay otros indicadores. Cuando ya nos vamos a ver los indicadores de denuncias global, te das cuenta que más del 50 por ciento de los feminicidios han sido cometidos por parejas, exparejas, ex novios u hombres con los cuales las mujeres mantenían una relación de intimidad. Y luego ves los indicadores de violencia sexual, por ejemplo, las niñas, el 80 por ciento son agredidas en su integridad física y sexual por familiares o por personas del círculo más cercano de la familia o su padre o su abuelo.   

Hasta hace muy pocos años, El Salvador ni siquiera reconocía que el embarazo en niñas era una expresión material o física de una agresión sexual contra esa niña. Se veía sólo desde la perspectiva de la salud pública. Pero no se veía desde la perspectiva de la violencia de género. Si buscas todos los informes antes del 2015, ni siquiera hablaban de los datos de las niñas embarazadas como una forma de expresión de violencia sexual.  

Uno dice: “bueno, debe ser un tema de educación”. Pues, no necesariamente. Es cierto que, entre mayor nivel de educación tengan las niñas, menos expuestas están a la violencia sexual, pero tampoco las protege del todo. Independientemente del estrato social del que vengan y del nivel educativo que tenga, podemos tener mujeres profesionales que son víctimas de violencia y discriminación a lo largo de toda su vida. No es solo un problema de la educación formal.  

Hay algo que está en la base de la discriminación tan fuerte y de una sociedad tan patriarcal que justifica que algunos hombres se crean con la posibilidad de mandar sobre los cuerpos de esas mujeres a las que tienen acceso. ¿Cuáles son realmente las razones por las que nos comportamos así con nuestras mujeres y nuestras niñas? ¿Qué son esas raíces de la sociedad que permite eso y que además lo normaliza, lo permite, lo calla, lo oculta? 

Desde Spotlight estamos tratando de avanzar en transformaciones, como por ejemplo, educación integral en el nivel formal y en el nivel no formal; en seguir formando a los operadores públicos para atender a las mujeres y ponerlas al centro como víctimas, de la atención, que sean ellas el centro de la atención y no el caso judicial. Pero todavía hay jueces y juezas, fiscales, policías, enfermeras o médicos que siguen revictimizando a las mujeres y siguen juzgándolas y siguen creyendo que son las que provocaron que hayan sufrido la violación o la agresión, o que las hayan golpeado o que las hayan maltratado. Justifican al victimario y protegen poco a la víctima. 

Mencionaste la normalización de la violencia. ¿A qué te referís con eso? ¿Cómo se expresa?  

Bueno, la sociedad conoce los casos de violencia que pueden suceder, tanto en el ámbito privado como en el ámbito público, y tienden a verlo como algo que es parte de la cotidianidad. La sociedad se hace del ojo pacho cuando ve una discriminación hacia una mujer o hacia una niña, no se pone al frente a defender y proteger. Es denegarle el auxilio a una persona que lo necesita, porque creemos que probablemente el victimario tuvo razón o que el victimario fue provocado, porque el victimario  estaba cansado, hastiado y tenía derecho a desahogarse con la mujer.  

Por eso decimos que hay una normalización de la discriminación y de la violencia contra la mujer, porque la gente lo ve como que eso pasa todos los días. Por ejemplo, nosotras, cuando trabajamos en el estudio de uniones tempranas, hicimos una presentación a un gobierno municipal, y lo primero que nos dijo el síndico ‘¿y usted de qué se asustan? Si yo estoy casado con una niña de 15 años’.  Había, inclusive parlamentarias mujeres, quienes pensaban que era mejor que las niñas estuvieran casadas si habían sido embarazadas por un agresor a que se quedaran sin padre esos niños.  

Uno se da cuenta de que realmente no hay una completa comprensión de qué implica la violencia y un embarazo forzado, o una violencia sexual o una violación, qué implica eso para la mujer a lo largo de toda su vida. Alguna gente dice, ‘bueno si a mí me pasó y estoy aquí viva. Eso es lo importante,  aquí estoy, aquí sigo’. Alguna gente realmente trata de no darle más importancia a este dolor  porque hay que seguir viviendo. Y una forma de seguir viviendo cuando tú estás muy adolorida es no ser consciente del dolor, porque si no, quizás no podrías dar un paso más. Entonces,  ahí hay que  comprender, desde lo psico-emocional, este comportamiento colectivo. Hay muy poco análisis específico sobre esto, pero creo que hacia eso vamos, porque necesitamos comprender para poder transformar eso.  

Durante esta crisis por COVID19, una de las cosas que se ha señalado es el aumento de la violencia hacia las mujeres.  Desde tu punto de vista, ¿cómo ha afectado la crisis y la emergencia el incremento o en el agravamiento de la violencia hacia las mujeres?  

Lo que dicen las estadísticas en países donde sí se logra llevar un registro periódico durante la pandemia es que sí ha incrementado. Pero en El Salvador no te puedo decir aún si en la pandemia ha habido más casos en total o no. Los datos y fuentes disponibles no te están ayudando a hacer esa lectura.  

El problema que tenemos aquí es que durante el confinamiento no todas las instituciones estaban recibiendo las denuncias y atenciones por violencia. Por ejemplo, el 126 tuvo mucha recepción de un tipo de denuncias que en lo ordinario no solía tener. El Isdemu hoy recibió más denuncias porque es el sistema que estuvo activado y la  Corte Suprema de Justicia puso un número de servicio para recibir denuncias que antes no tenía. Entonces, no tenemos conocimiento del número de hechos reales que se han dado durante el confinamiento por las dificultades de registro.  

Claro, esta emergencia sanitaria nos agarra a todo mundo desprevenido, y poco a poco los sistemas se fueron adecuando para poder recibir denuncias a control remoto. Lo que nosotros hemos podido ver en los datos a los que hemos tenido acceso, por ejemplo del Isdemu, es que con la entrada en confinamiento se baja el número de denuncias completamente.  Pero de repente en abril hay un repunte porque ya los sistemas estaban funcionando. Entonces, ¿cuánto no se ha logrado  registrar de esa violencia que sucedió durante mi confinamiento?. Alguien podría hacer  una lectura rápida y decir que se bajó el nivel de denuncias, que hubo menos casos de violencia contra las mujeres en el confinamiento. Pero no, lo que hubo fue menos denuncias, hubo menos registro.  

Mi preocupación es en la capacidad que tenemos de registrar. ¿Cuántas mujeres pueden estar preparadas para poner una denuncia? ¿Cuántas mujeres tienen acceso a un dispositivo para poder mandar un mensaje y poner una denuncia vía chat? ¿Cuántas mujeres tienen esa información de que pueden hacerlo por esa vía? Creo que toda esa información, esa tecnificación que se ha puesto, no llega a toda la sociedad. Es un buen mecanismo, pero hay una brecha tecnológica que también afecta la posibilidad de haber captado todas las denuncias y todos los avisos posibles. Si ya en la normalidad es difícil dar un aviso o poner una denuncia, en el confinamiento aún más.  

Pero entonces, ¿cómo podemos analizar la situación de la violencia contra mujeres y niñas si aún no podemos comparar?  

Todavía no podemos comparar. Lo que sí puedo decir es que el número de casos de gente que está pidiendo asistencia psicológica, que está pidiendo información para saber qué hacer en caso de que hayan sido violentadas, es demasiado alto. El Isdemu entre los meses enero,  marzo, abril, mayo, que fueron la medición que hicieron, más de mil personas pidieron auxilio por violencia psicológica vía el número de teléfono 126. Eso en una sola entidad y las llamas que lograron captar. Esto es la puntita del iceberg. Y te vas a oír las que ha recibido la PGR y las que han recibido la Corte Suprema de Justicia y las organizaciones de mujeres y los organismos de derechos humanos.  

Si lográramos aglutinar toda esa información, realmente nos daríamos cuenta de que esto es inaudito. ¿Qué más no estará pasando si ya tenemos una cantidad significativa de estos casos que  no se registran como denuncias, sino como atenciones?  

¿Qué condiciones de vulnerabilidad son las que se agravan durante una crisis como la que estamos viviendo?  

En una crisis de confinamiento, lo que están viviendo muchas mujeres es gravísimo, porque muchas de ellas han tenido que estar conviviendo con sus agresores, y teniendo, voy a decir crudamente, más oportunidades para ser agredidas y poder buscar apoyo. He conocido algunos casos de colegas que trabajan con la organización de mujeres, en los que las mujeres se han visto imposibilitada de buscar ayuda porque han tenido miedo de librarse del agresor, pero ser  llevadas a un centro de confinamiento. Entonces eso puede haber hecho que en cierto momento las cosas fueran muy difíciles para muchas mujeres. Y yo creo que son casos que no se han reportado, que no se han informado. Por eso, no tengo la menor duda de que las mujeres han estado expuestas a mayor violencia durante el confinamiento. Pero aquí todavía hace falta que den más de datos.  

¿Crees que hay una relación de esta violencia hacia las mujeres, durante el confinamiento, con los roles de género? 

Si yo pienso que sí. Imaginate una mujer que está trabajando ocho horas para poder conservar su trabajo productivo, pero además, tiene que responder a la expectativa de que debe hacer toda la parte reproductiva de la familia, el cuidado de la ropa, de la comida, de los enfermos, de los niños y de las personas mayores. Ella tiene que  trabajar desde tu casa y además ser eficiente y producir lo mismo que antes. Hay un factor ahí muy fuerte y que sin duda nos condena a sufrir violencia, porque esa demanda hacia las mujeres es infinita.   

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