“Nosotros siempre queremos saber la verdad: ¿Qué pasó con nuestros familiares?”

Laura Flores | 24/08/2020

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Hace 10 años, la hija de Mirna Solórzano fue una de las 72 personas migrantes asesinadas en San Fernando, Tamaulipas. En esta entrevista, Mirna habla de la desaparición de su hija Glenda; de la falta de apoyo de autoridades y de su búsqueda de justicia.

Foto: Elena Beltrán /FJEDD

A diez años de la masacre de 72 migrantes en San Fernando, Tamaulipas, el crimen sigue en la impunidad. Mirna, madre de una de las migrantes salvadoreñas asesinadas continúa buscando la justicia y esclarecer qué le ocurrió a su hija.  

Este 24 de agosto habrá una audiencia virtual en que representantes de víctimas provenientes de Guatemala, Honduras, El Salvador y Brasil presentarán solicitudes ante las autoridades mexicanas. Entre las peticiones está formalizar una comisión especial de expertos y que otras familias tengan la certeza que Mirna obtuvo siete años después de la masacre: que los cuerpos que se han entregado a familias en Guatemala sean identificados con pruebas de ADN. 

Mirna Solórzano: Soy madre de Glenda Yaneira Medrano Solórzano, una de las 72 personas que fueron masacradas en Tamaulipas, México. Ella iba buscando un futuro mejor y después tuvimos malas noticias de todo lo sucedido.  

¿Cuándo se fue Glenda de El Salvador? 

El 10 de agosto fue la fecha en que ella salió de acá, de mi casa, a las tres de la tarde.  

¿Por qué se fue? 

Ella en su mente, quería ayudarme. Mi esposo estaba en Estados Unidos, pero tuvo dificultades bastante grandes. Entonces, como soy una persona a la que siempre le ha gustado el negocio, traté la manera de mantenerme vendiendo comida, y, pues, ella me ayudaba mucho. Entonces empezó a platicar conmigo. Me dijo: “Mami, yo quiero irme porque yo veo que, en realidad, aquí usted se mata trabajando y no se hace nada. Y yo, pues, pienso que mi papá me ayude y así poderles ayudar a ustedes”.  

¿Se fue sola o con otras personas de la comunidad?  

No, quien la acompañó era de otro lado; de los viajeros, de los que llevan gente. Ese día 10 de agosto, a las tres de la tarde, vino la persona aquí a la casa y se la llevó en un carro rojo. Me dijo que él le iría dando el teléfono para que pudiera irse comunicando conmigo. Pues, yo me quedé esperando. Yo decía “a ver cuándo me llama mi hija”. Un día, estaba en el lugar donde yo vendía comida, cuando me cayó una llamada a las nueve de la mañana y vi que no era número de aquí. “Glenda me llama”, dije.  “Hola, mami, ¿qué tal?, ya llegué a México, ¿cómo están?, cuídense y saludos a todos”, me dijo. Fueron las palabras y yo nunca la volví a escuchar.  

Cuando Glenda estaba en el país, ¿qué metas tenía?  

Ella quería terminar su carrera. Iba a la Universidad Pedagógica. Estaba estudiando para maestra. Salió en julio del ciclo y en agosto decidió viajar. Embargamos un terreno porque el papá no le quiso ayudar. Dijo que el camino hacia Estados Unidos era muy peligroso, peor en México. Pero, como le digo, a nosotros como padres lo único que nos toca es apoyarlos a ellos para que ellos el día de mañana no digan que por uno están mal. Así fue como la apoyamos. Ella dijo que, si no pasaba, regresaba y seguía estudiando el otro ciclo. Así fue como ella agarró camino. 

 ¿Cuándo empezó a pensar que algo no estaba bien? 

Yo tengo entendido que esa masacre fue como el 22 de agosto. En el lugar donde iba a vender yo veía que hojeaban unos diarios y decían los muchachos a los que se les vende comida, “Mirá, vos, una masacre en México. Dicen que son 72 y que hay salvadoreños”. Y yo sólo me ponía a pensar y decía, no. Ya el 26 de agosto, como a la hora del almuerzo, mi esposo me llamó y me dijo “mire ¿y usted no ha visto las noticias?”. Le dije “yo no he visto nada. Esperemos en Dios que él proteja a la niña”.  

Cuando ya pasó el tiempo, un día, como a las dos de la tarde, llegó un carro aquí, un microbús, y decía “Relaciones Exteriores”. Y dijeron: 

 —Buenas tardes, ¿aquí vive Mirna del Carmen Solórzano? 

—Sí —le dije yo.  

—¿Y Glenda? —me dijo. 

—Sí, también — le dije.  

— ¿Anda trabajando? 

— No —le dije—, ella no está. 

—¿Ella anda paseando? 

—Ah, es que ella ha salido para Estados Unidos —le dije.  

—Ah, de veras, señora —me dijo —, ¿y ha visto las noticias? 

—No. 

Entonces me dijo: 

—Mire, señora, nosotros no le queremos decir que ella es, pero aquí tenemos un documento que fue encontrado a la par de un cadáver.  

¿Qué vino después para ustedes? 

Yo entregué partida de nacimiento, foto, todo. Nos hicieron las pruebas de ADN. Nos llevaron a San Salvador. Después la señora de Cancillería me llamó y me dijo: “Lo siento mucho, señora, pero sí, era su hija”.  Y yo dije: no.  

Para nosotros fue un momento ya muy difícil, duro. El 5 de septiembre del 2010 nos entregaron en el aeropuerto de El Salvador un cadáver. Entregaron catorce salvadoreños acá. Entonces, el 6 de septiembre, ese día fue el entierro. Pero como uno siempre cargando las dudas, pedimos a las autoridades de la fundación y a Cofamide que nos ayudaran para poder salir de esa incertidumbre que nosotros manteníamos.

Las organizaciones a las que Mirna se refiere son la Fundación para la Justicia y el Estado Democrático de Derecho y el Comité de Familiares de Migrantes Fallecidos y Desaparecidos de El Salvador. Claudia Interiano, abogada de la fundación, explicó que por mucho tiempo Mirna y su familia tuvieron dudas de que el cadáver que les entregaron fuera el de su hija. “Las autoridades salvadoreñas no le permitieron ver los cuerpos. Les decían que por cuestiones de salud no podían abrir los ataúdes. Pero no les dieron ningún informe que acreditara o fundamentara la identificación. A doña Mirna, le dieron una hojita, una hojita donde no dice nada sobre cómo fue identificado el cuerpo de su hija.”  

Según la abogada, las autoridades mexicanas no siguieron protocolos rigurosos para el levantamiento e identificación de los cuerpos, ni entregaron informes que detallaran el proceso que con el que científicamente determinaron que los cadáveres encontrados se correspondían con la identidad de las personas.   

Para la familia siempre sigue siendo el día uno. Pero también gracias a Dios, por la Comisión forense de los argentinos… no recuerdo cuándo hicieron la exhumación, pero allá al tiempo me dieron la notificación y me dijeron que sí era ella. Pero gracias a los argentinos, ellos fueron los que en realidad dieron el resultado. 

Debido a las dudas que tenían, Mirna y su familia solicitaron a los estados de México y El Salvador la conformación de una comisión forense. Esta comisión estuvo integrada por el Equipo de Antropología Forense Argentino, autoridades mexicanas y la Fundación para la Justicia. Después de muchas diligencias, la exhumación se hizo en 2017. El resultado corroboró que el cuerpo que Mirna enterró era el de su hija Glenda.  

¿Han recibido apoyo de alguna institución pública además de la fundación? 

Siempre han estado apoyándonos, por lo menos, la Fundación para la Justicia y Cofamide, que es el Comité de Familiares de Migrantes Fallecidos y Desaparecidos de El Salvador. Yo llegué allí por lo que nos pasó con mi hija. Y lo que ellos hacen es ayudarnos más que todo en la búsqueda. Cada uno tenemos un familiar desaparecido. Y así, pues, muchas personas que sí nos han apoyado.  

¿Y del gobierno de El Salvador han recibido algún apoyo?  

Como familia hemos tenido muchas dificultades por el dinero. Nosotros hemos estado pagando las deudas y hasta ahora nadie nos ha venido a preguntar, nadie nunca se ha acercado a preguntarnos cómo han hecho. Solo la Fundación y Cofamide nos han apoyado para que nosotros podamos ir a México a luchar, a empujar lo que ellos no hacen. De ahí, nosotros no hemos recibido ni, aunque sea, un cinco o un centavo partido por la mitad de nadie de aquí de El Salvador.  

En términos legales, el Estado mexicano tiene la responsabilidad de perseguir cualquier delito que se comenta en su territorio. En los casos de violaciones a derechos humanos, como la masacre de San Fernando, está obligado a investigar, sancionar y hacer acciones de restitución de derechos a las familias de las víctimas. Cuando estos crímenes son cometidos contra migrantes, los estados de origen también tienen responsabilidad. De acuerdo a la abogada Claudia Interiano, después de una década, El Salvador “debería estar haciendo acuerdos de cooperación y de coordinación transnacional junto a México para velar por los derechos de familias salvadoreñas. Pero a la fecha, lo único que se ha hecho son acuerdos migratorios de defensa de las fronteras, pero no de protección de los derechos de sus ciudadanos.” 

A diez años de la desaparición y asesinato de Glenda, ¿por qué sigue luchando?  

Nosotros siempre queremos saber la verdad. ¿Qué pasó con nuestros familiares? Verdad, justicia y reparación. Pero hasta aquí ya pasaron 10 años y nosotros, lo que es reparación, no hemos visto nada. Nuestros familiares son personas que iban buscando un futuro mejor para darnos algo bueno. Lastimosamente violaron los derechos de mi hija y violaron los derechos de nosotros.

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