¿Demasiado emocional para ser escuchadx?

Johanna Fuchs | 03/06/2020

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Muchxs de quienes estamos intentando luchar por un mundo más justo lo hacemos en manifestaciones, pero también en pláticas cotidianas. Frecuentemente, a quienes denunciamos discriminación se nos acusa de ser demasiado emocionales. Johanna Fuchs propone tres tácticas para lidiar con estas situaciones sin salir llenxs de frustración y así, seguir luchando.

En la manifestación del 8 de marzo de este año en Berlín, Alemania, yo llevaba un cartel que rezaba: “Hay machitos en todos lados, ¡formen bandas y acábenlos!” En alemán, la frase tiene una connotación irónica por su asociación con Pippi Calzaslargas; esa niña de trenzas rojas protagonista de los cuentos de la autora sueca Astrid Lindgren, que vive sola con su caballo y un chimpancé, buscando aventuras y sin dejarse limitar por nadie.  

En el camino a la casa, una mujer un poco mayor se quedó mirando el cartel en desaprobación y me dijo que le parecía inapropiado porque el tono era muy violento. Me preguntó si era lesbiana. Quería explicarse semejante “violencia” con mi supuesta orientación sexual. 

Las emociones son parte esencial de nuestras interacciones. Sin embargo, cuando la emocionalidad de una persona que reclama alguna injusticia se hace evidente, con frecuencia es usada como razón para deslegitimizar lo que dice.

¿Cómo se responde en esa situación? Y, ¿cómo lidiar con nuestras propias emociones para no salir llenxs de frustración de cualquier debate político? 

Asociar categorías específicas de orientación sexual, género, raza o clase social con agresividad y/o emocionalidad exagerada es una estrategia frecuente para callar voces críticas¹. Al denunciar sexismo, racismo u otras formas de discriminación, se tiende a atribuir agresividad o emocionalidad a quien denuncia, a demandar que se calme, y que sea más tolerante con las opiniones de otrxs, insinuando que discriminar es una opinión valida. Así, una discusión sobre discriminación se convierte rápidamente en un debate sobre el tono correcto. De esta estrategia resulta la impresión general de que la persona que denuncia injusticias causa incomodidad, convirtiéndola en el problema y dejando de lado las mismas injusticias, que para las personas afectadas tienen consecuencias más graves que una incomodidad momentánea. 

Toda persona que lucha por ideales feministas, antirracistas o anticapitalistas conoce esas reacciones defensivas o de molestia que puede recibir apenas abre la boca, y sabe cuánta energía toma aguantarlas y seguir explicando. Es por eso que hay feministas que, en algún momento, empiezan a rodearse únicamente de otras feministas, o por las que personas racializadas cortan los contactos con gente blanca.

La obligación de mantener siempre la calma frente a injusticias y discriminación diarias para ser escuchadx puede agotar las energías de cualquier persona. Pero aislarse, por otro lado, tampoco es siempre una posibilidad real, aún más si unx se ha puesto como meta lograr un cambio. 

Sara Ahmed, autora e investigadora cultural inglesa, en su libro, “La promesa de la felicidad”, dice que limitar las demostraciones de molestia, rabia, incomodidad y otras emociones percibidas como negativas sirve al poder para mantener un orden social estable que privilegia a algunxs por sobre otrxs.  

En este orden social, por ejemplo, se señalan como problema a las personas que están afectadas por las desigualdades y se problematizan sus reclamos, y no la estructura injusta contra la que protestan. Lo observamos cuando en los discursos públicos no se señala a la pobreza como problema, sino a las personas empobrecidas que demandan mejores condiciones de vida.  El mismo mecanismo se repite cuando una feminista reclama por un comentario sexista: La consecuencia no es un proceso de reflexión y cambio, sino la exclusión de esa mujer por romper la valiosa armonía del grupo. 

Además, dentro de este orden social, la emocionalidad no es juzgada de la misma manera en todas las personas. Mujeres que muestran rabia son juzgadas como histéricas o exageradas con mayor frecuencia que hombres que muestran el mismo sentimiento. Los hombres racializados o empobrecidos tienen que mantener mucha más calma que hombres blancos para no ser estigmatizados como peligrosos.  

Los debates en los que no hay comunicación real o en los que toca suprimir tus emociones pueden ser agotadores. Aunque no es posible controlar las reacciones de nuestrxs interlocutores, podemos desarrollar estrategias para reinterpretar esos sentimientos que son tachados como negativos para lidiar con la dificultad de esas discusiones:

Reivindicá tu rabia y no asumás lo que no podés ver 

Aguantar el rechazo no es fácil para nadie, mucho menos para mujeres que son educadas generalmente para complacer y hacer feliz a otrxs – y, sobre todo, a hombres. Pero chocar con el mundo es inevitable cuando has entendido que algo no cuadra en esta sociedad. El dolor y la rabia son parte de los enfrentamientos diarios con injusticias normalizadas, así como lo son los conflictos que surgen en contacto con otrxs que no están en el mismo plano.  

Tener conflictos no es siempre malo. Pueden ser espacios valiosos de aprendizaje. Y, aunque la reacción inmediata al expresar rabia es casi siempre el rechazo, después, muchas veces, inicia un proceso de reflexión en la otra persona. Esa reflexión suele ocurrir fuera de nuestra vista. Por eso, el recuerdo emocional que suele quedarnos tras un conflicto es uno de frustración. Puede ser más constructivo tener en mente que la gente rara vez muestra un cambio de opinión en medio de una discusión.

La feminista y poeta estadounidense Audre Lorde ha escrito varios ensayos sobre como la rabia puede generar fuerza y crecimiento, tanto en la persona que la expresa, como en la persona que escucha. Revindicar el propio dolor y la rabia, y tomarlos como fuente de fuerza, puede ser un primer paso en el avance hacia una forma más saludable de lidiar con las emociones y en hacerle entender a otros miembros de la sociedad que son sentimientos valiosos y justificados en un mundo injusto.  

Elegí tus batallas 

Nadie puede lucharlas todas. Talvez no es necesario gastarse la energía en la décima discusión con tu tío que otra vez hizo un chiste misógino en una reunión familiar. Vale la pena más bien ahorrarse esa energía para el próximo seminario, artículo o simplemente cualquier otra discusión con una persona distinta en otro momento. Es válido no entrar en todos los debates. Si hoy me siento muy sensible, no tengo que ser yo la persona que empieza una discusión. Y no tengo por qué esforzarme para explicar las cosas con calma a una persona que ya está cerrada a mis argumentos. Puedo levantarme de la mesa o hacer un comentario sarcástico y retirarme de la discusión.  

Cuando entro, en cambio, en una discusión con alguien que no conoce mucho el tema, puede valer la pena controlarme un poco más, hablar desde la comprensión y tratar de mantener un tono más tranquilo para hacer más probable que la otra persona se abra a mis argumentos. Posibilitar la comunicación buscando bases comunes con la persona que tengo enfrente, a veces sí resulta más fructuoso y te deja menos agotadx después. Para poder definir nuestra manera de actuar en una discusión conscientemente, tenemos que aprender a leer nuestros sentimientos, estimar bien nuestra energía y evaluar en cada situación qué queremos y qué podemos lograr.  

Bajate la presión 

No vas a ganar todos los debates. Es necesario convencer y movilizar a mucha gente para hacer un cambio radical en la sociedad, pero no a todxs. Ponerse la presión de siempre reaccionar de la manera más estratégica, encima de las situaciones de opresión que ya vivimos – en diferentes niveles –, no ayuda. Uno de los hábitos más dañinos que nos ha enseñado esta sociedad es la necesidad de “auto optimizarnos” constantemente en lugar de mirarnos con amor. Imaginate cuánta más energía nos quedaría para enfocarnos en los problemas materiales del mundo si no nos ocuparan tanto los retos de nuestra propia mente. Claramente, las barreras que cada quien enfrenta a la hora de desarrollar ese tipo de actitudes varía mucho, dependiendo del nivel de opresión y rechazo social que vive. Vivir en este mundo de múltiples desigualdades nos hace internalizar opresiones y, aunque las deconstruyamos en la teoría, muchas veces las seguimos aplicando internamente contra nosotrxs mismxs. Dejar de reproducir esas violencias en nosotrxs y las personas que luchan a nuestro lado es un paso en la construcción de sociedades más sanas y justas.  

Finalmente, cada persona tiene que encontrar su forma de lidiar con esos dilemas. Aceptar que puede sentir dolor y rabia, aprender a elegir de qué modo y con quiénes sacarlos, y encontrar el balance entre eso y la búsqueda de maneras de llegar a otras personas con los propios argumentos es un proceso personal sin un resultado definitivo. A mí me han ayudado libros de Sara Ahmed, Audre Lorde y bell hooks para desarrollar una actitud más cercana al amor propio. Así, he conseguido apropiarme del rol de la persona incómoda que irrumpe en la armonía – cuando esa armonía implica la invisibilización del privilegio y la opresión o exclusión de otrxs; pero también a reconocer una situación en la que a la otra persona solo le falta una explicación tranquila para entender algo y esforzarme para darla no significa traicionar mis ideales.  

1. El nombre de este espacio, “Alharaca”, hace referencia a eso. Sobre el significado de la palabra dice en la descripción del colectivo: “Alharaca: Exageración. Palabra despectiva para decir que alguien —frecuentemente una mujer— está siendo exagerada y demasiado emocional sobre un tema considerado poco importante”. 

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