Eso de la sororidad…

Tatiana Marroquín | 17/01/2023

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¿Qué implica la sororidad? ¿Debemos realmente ser «sororas» con todas las mujeres, sin importar sus acciones? La economista y feminista Tatiana Marroquín parte del debate sobre la nueva canción de Shakira dedicada a su pareja, y de las reacciones a su propia crítica de la misma, para reflexionar sobre el concepto feminista de sororidad.

Recientemente critiqué una canción desde mi visión feminista. No es algo que hago tradicionalmente. Confieso que hasta tengo una playlist que se llama «He renunciado al feminismo», en la  que acompaño a Myriam Hernández a cantar «El hombre que yo amo», y a otras muchas que cantan cómo su vida se va a terminar porque ese hombre no las quiere. Pero en esta ocasión la canción en discusión se ha planteando cómo un canto de empoderamiento femenino y hasta feminista. La base de este argumento es que toda demostración de rabia es una reivindicación feminista y ahí, en ese punto, disentí.

Algunas mujeres, al escuchar la canción y encontrar en ella un ataque directo a otra mujer apelamos a la tal sororidad. Entonces la discusión se tornó aún más compleja y se comenzó a argumentar con mucha firmeza que no todas las mujeres merecen sororidad.

Lo cierto es que eso de la sororidad en el feminismo comenzó a ser parte de discursos más populares y se ha interpretado de muchas formas. Pero basándonos en el discurso de la mayoría de las mujeres en el reciente debate, al negarle sororidad a «la otra», le negaban una especie de simpatía; eso que uno siente por sus compañeras de clase, o por mujeres que admira, una especie de confidencia y en ese sentido es claro que esa «otra mujer» que decidió ser cómplice de que nos rompieran el corazón, pues, no se la merece.

En realidad no hay un consenso ni académico, ni político en qué es eso de la sororidad. Mi única guía en esa definición es un principio: no participar del sexismo al momento de evaluar a otra mujer. Es decir que aunque esa mujer haya sido cruel conmigo o me haya quitado algo que considero «mío», yo tengo la claridad de que ella y yo tenemos al menos una cosa en común y es que estamos ambas oprimidas por una estructura sexista, llena de prejuicios machistas. Y que, por tanto, mi rabia hacia ella tiene como límite el no reproducir esos sexismos en los cuales la sociedad nos plantea como competidoras de la aprobación patriarcal —como una carrera entre un Ferrari y un carro de menor calidad—.



Claro, toda esta reflexión a veces es imposible cuando uno tiene el corazón hecho pedazos por una traición romántica. La sororidad siempre ha sido planteada como un gran reto para nosotras mismas. El desaprender ese odio y esa permanente competencia que nos enseñaron a tener entre nosotras no es nada fácil. Es claro que entonces muchas hemos fallado y fallaremos en mostrar sororidad con otras que nos han dañado. Pero el debate que se dio recientemente no es si nosotras, después de media botella de vino y llorar 6 horas seguidas, se nos salió un «yo soy mil veces mejor que ella, él se lo pierde»; el debate es acerca de un producto de consumo masivo, que proviene de una mujer muy poderosa y su equipo de escritores, equipo de marketing, etc.

Muchas proyectaron su vivencia en la cantante de esa canción y por supuesto que, al imaginarla en la misma situación que a nosotras cuando nos partieron el corazón, se nos hizo comprensible la «tiradera». Pero ella y su canción tienen matices abismalmente diferentes que nuestras vivencias. En primer lugar, la canción no es una simple expresión de dolor o rabia a «la otra». Le puso nombre y, por tanto, con todo su poder económico y mediático, dirigió el odio y menosprecio hacia ella. 

En ese sentido creo que no podemos ser tan condescendientes con esa canción y con la idea que nos plantea, ni mucho menos considerarla un ejemplo de discurso de empoderamiento desde el feminismo. 

El debate es grande, he leído cientos de opiniones en medios internacionales de mujeres y feministas en desacuerdo entre ellas, con la imposibilidad de acordar si el dolor y la rabia lo permiten todo o hay límites. Probablemente nunca lleguemos a un consenso al respecto y está bien, lo cierto es que quienes han disentido sobre la canción han recibido mensajes más duros que la mismísima «otra» y eso dice algo con respecto a cómo debatimos entre mujeres/feministas y lo que consideramos ser sororas.

En mi experiencia, los desencuentros de opiniones que he tenido en redes sociales con otras mujeres también han sido atravesados por una emotividad muy particular que en diversas ocasiones me ha también expulsado de ese «pacto de sororidad». Como la vez que alguien dijo que quizá yo era feminista no punitiva porque nunca había sufrido violencia (algo imposible para cualquier mujer en este planeta), o la que se burló de mi torpe intento de debatir con textos poniéndome apodos. Yo también he cometido varios errores en el debate y he manifestado desde el dolor y el enojo mis argumentos, resultando en mensajes con tono condescendiente que poco o nada abonan al debate.

Yo aún no sé cómo procesar los desencuentros con otras mujeres; confieso que releo en silencio algunos los mensajes hacia mí, incluso los indirectos y me quiebro sin consuelo y me siento muy mala feminista. Porque siento en el afán con el que muchas critican una molestia, y es que muchas consideran que no merezco los espacios que ocupo, y esas ideas se unen a mis más profundos miedos e inseguridades. También pienso mucho en las veces en que probablemente yo he causado ese tipo de dolor.

Recuerdo hace unos años encontrarme con una disyuntiva muy profunda, cuando se comenzó a popularizar el escrache: si doler para el consumo de las/los demás o no; es decir, si contar mis heridas, mis violencias sufridas, para el resto y quizá, ahí, encontrar sororidad. 

Siempre he admirado cómo algunas mujeres vuelven productivo su dolor, cómo lo encauzan. Pero yo me encontré a mí misma no pudiendo doler para el resto, imposibilitada de sentirme cómoda en un discurso que, a veces, se reducía a buenas y malos. En mi desesperación me ahogué en libros y textos. Leí y escuché a varios montones de feministas hablando entre ellas, para encontrar una frase de consuelo para el dolor de sentirme sola. Quería sentirme acompañada inclusive cuando mi elección fuera callarme el nombre de ese hombre, o el caso aquel, o el otro caso…

Y las encontré. Encontré muchas frases, libros y disertaciones de feministas preguntándose cómo doler, cómo buscar justicia, cuestionarse a ellas mismas con mucho amor pero también con mucho filo crítico. 

Encontré a Roxane (Gay) diciéndose «Mala feminista» por navegar esta sociedad con gentileza hacia ella misma, encontré a Rita (Segato) cuestionando profundamente la justicia y sus mecanismos en esta sociedad capitalista y patriarcal, encontré a Angela (Davis) desentrañando tan a profundidad la búsqueda de justicia hasta cuestionar su visión punitiva, encontré a Margaret (Atwood) también preguntándose si estaba siendo una mala feminista por cuestionar el «yo te creo» en la ola del MeToo. A bell hooks, que desarrolló la hermandad como una forma de solidaridad política; y a mi amada Marta (Lamas) que luego que le quemaron libros de visión crítica hacía algunos discursos del MeToo escribió desde el dolor uno de mis ensayos favoritos “Dolor y política”. Y otras más. Muchas. 

Así he sanado mis heridas, leyendo a otras mujeres. Y a veces, de formas toscas, tengo muchas ansias de compartir eso que ellas me dijeron, para compartir también la paz y tranquilidad, la fortaleza que yo obtuve de ellas. A veces esto se entiende como un acto de altanería, como quién habla desde la petulancia de saber más; pero en realidad no es eso lo que busco, más bien es un acto como quién encuentra una flor bonita y se la quiere enseñar a todo el mundo. 

Espero estas palabras no se tomen de nuevo como altanería, tampoco como un silenciamiento a manifestar nuestros dolores y nuestras rabias. Es más bien un llamado a la gentileza al momento de debatir o entender a otras mujeres, a continuar cuestionandonos, a encauzar y hacer políticamente productiva la rabia, sobre todo la que sentimos hacia otras mujeres.

Etiquetas:sororidad

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