La Coqui y María de Jur. Memoria y archivo de mujeres trans en El Salvador en 1940

Elena Salamanca | 29/04/2021

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En las pasadas elecciones, dos mujeres transgénero participaron en procesos partidarios para ser candidatas a una diputación, lo que nos podría hacer pensar en avances en derechos civiles en el larguísimo y antiguo camino de las identidades diversas en El Salvador. Pero en el pasado las mujeres trans han sido sistemáticamente violentadas y con dos historias que se intersectan en mi biografía, primero como niña y luego como historiadora, quiero poner acento y compartir las experiencias de La Coqui y María de Jur de Miramar.


I 


La primera vez que supe de La Coqui fue una noche calurosa de semana santa en Sonsonate. Yo tenía unos 7 años y esa fue la única vez que mi abuela contó la historia de esta mujer que hacía alfombras hermosas y decoraba altares de santos. Una mujer que tuvo un final trágico. La historia me resonó toda la vida, aún me resuena, y décadas después, frente a un periódico microfilmado, llegué, como historiadora, a otra mujer como La Coqui: María de Jur de Miramar. 

Ambas vivieron en El Salvador en 1940. Y lo que yo sentí fue conmoción: el archivo me demostraba lo que mi abuela me había contado, como una historia más, cuando era niña: era posible que hubiera registro de más mujeres como La Coqui. Y es así como la historia, la biografía y la metodología se intersectan y demuestran que es importante situarnos, ser en nuestro contexto, entender por qué hemos tomado ciertos caminos para pensamiento y praxis.

Como historiadora de las disidencias políticas y de las mujeres, estoy abierta al espectro de lo histórico y lo interpretativo que las disidencias y las mujeres y lo femenino pueden ser. Y estoy comprometida a encontrar los mejores caminos para analizar y divulgar ese conocimiento, pero mi compromiso de historizar tiene un sentido metodológico que a veces atraviesa la biografía. 


II


Ilustración por Wilber Salguero.

La Coqui fue una mujer trans que mi abuela conoció cuando era niña, en Sonsonate. Ahí, en su pueblo, La Coqui fue asesinada en la década de 1940.  

Mi abuela me contó esa historia una semana santa, quizá un jueves santo por la noche, cuando regresamos de la procesión. Mis papás me mandaban a temporar a Sonsonate y crecí entre santos, milagros y mitos. Cuando las procesiones terminaban, los niños y las niñas del pueblo recogían el aserrín o la sal de colores y la diamantina de las alfombras. Luego jugaban a hacer sus propias alfombras. Mi abuelita me daba permiso de recoger aserrín y jugar. Durante ese ritual, supe la historia de La Coqui. 

La Coqui era una mujer tradicional católica de pueblo, participaba en todas las ceremonias religiosas. Hacía alfombras para las procesiones y altares y arreglos florales para santos. Durante décadas, supongo que siglos, muchas mujeres trans y hombres gays han dedicado mucho de su talento y devoción a la conservación de rituales religiosos, muy a pesar del desprecio, la crítica feroz y la condena popular de autoridades de la Iglesia y  feligresías.  

La Coqui era una de esas mujeres transgénero que se dedicaba a los rituales y las tradiciones, y cuando mi abuela era una adolescente, la conoció, era popular por su trabajo. Aunque se dedicaba a la decoración,, es probable también que La Coqui ejerciera la prostitución. Mi abuela me dijo que a veces la recogían hombres en carros, supongo ahora que eran hombres de posibilidades económicas, pues tener un carro en 1940 no era común. Muchas personas no querían a La Coqui “por cómo era”. Mi abuela nunca dijo que La Coqui fuera gay. Ella claramente me dijo que La Coqui “era mujer”.  

Admiro esa claridad de mi abuela, pues muy joven supo que ese personaje era mujer, aunque había “nacido hombre”. Es importante su nombre, porque en El Salvador los hombres que se llaman Jorge son apodados “Coqui”. El artículo LA detentaba su definitiva identidad femenina. LA Coqui. 

Una semana santa, después de la procesión, La Coqui fue recogida por un carro. Desapareció por muchos días. Apareció después, muerta. Asesinada. «La mataron por ser cómo era ella», confesó mi abuelita con mucho pesar. Ahora pienso que mi abuelita me contó la historia de La Coqui en un momento importante. Yo era una niña, yo no juzgaba a nadie, en mi casa no me enseñaron a juzgar, y estaba aprendiendo lo que era el mundo. Estábamos rodeadas de aserrín de colores y brillos, de diamantina y rituales, los rituales de La Coqui. 

La Coqui era pobre. No supe nunca su nombre completo, mi abuela tampoco, o no lo recordaba. Y pienso que, así como mi abuela, otras personas seguramente la reconocieron como mujer.  

Años después, en 2017, frente a una computadora en la que revisaba microfilmes sobre la huelga general de brazos caídos de 1944, apareció otra mujer. Era María de Jur de Miramar. Vivía como mujer, se expresaba como mujer, era, pues, mujer. Una mujer transgénero que en su tiempo no supo ser nombrada por la prensa que la reseñó como “andrógino”, “afeminado” o “invertido”.  


III 


Después de la renuncia del general Maximiliano Hernández Martínez el 9 de mayo de 1944, luego de una insurrección militar y una huelga general ocurridas entre abril y mayo, muchos periódicos que habían cerrado por la censura del gobierno, volvieron a operar, y en las páginas de El Diario de Hoy, el 17 de mayo, un periodista reseñó: “Extraño caso han descubierto las autoridades”. 

Aunque las investigaciones de los últimos 20 años, y entre ellas mi tesis doctoral, han demostrado la participación política de las mujeres en 1944, la representación mediática e historiográfica de la revolución de abril y mayo ha sido eminentemente masculina, y con ello, viril, epíteto de su tiempo. La prensa del segundo semestre de 1944 reseñó la valentía de los hombres, la virilidad de la nación. La Segunda Guerra Mundial, en uno de sus años más brutales, revelaba también la representación ideal de la masculinidad mediante la caracterización de los soldados aliados. La virilidad era en resumen el deber ser del hombre: potencia sexual, fuerza física, energía del cuerpo, “la capacidad del varón”… 

Pero viril, en su etimología y acepción medieval, también tiene una relación con la transparencia. El viril es un “vidrio muy claro y transparente que se pone delante de algunas cosas para preservarlas o defenderlas, dejándolas patentes a la vista”. 

Lo que ocurrió en mayo de 1944 fue, definitivamente, viril: Tras la renuncia del general Hernández Martínez, varios grupos de ciudadanos y políticos pidieron la renuncia de los magistrados, los diputados y el director de la policía, se trataba de desarticular cualquier nodo martinista en la nueva etapa del país, que se asumía democrática. La segunda semana de mayo, la prensa anunció una reestructuración de la Policía Nacional. Y en el cuartel general de la Policía, en una reunión de ex funcionarios, políticos, y periodistas, un médico anunció el “extraño caso”: una mujer remitida por una pelea en el espacio público, un “desorden público”, era hombre. Al examinarla, el médico comprobó de que la mujer tenía genitales masculinos.


TENÍA 14 AÑOS DE AMBULAR POR TODA LA REPÚBLICA CON ROPA FEMENINA 

En la mañana del pasado 12 hubo un gran revuelo en el interior del cuartel de la Policía Nacional, pues habiendo permanecido en reconcentración  cual todo el cuerpo policíaco, se presentaba un caso curioso que logró sacar de su abstracción o de su fastidio a casi todo el personal de aquella institución.  

Ocurrió que en la ambulancia fue llevada una “mujer” bajo la acusación de haber golpeado al señor Margarito Martínez, de nacionalidad guatemalteca, pero también que se suponía porque sus ropas disfrazaban su sexo, como en realidad se pudo comprobar más tarde al hacerle el exámen médico correspondiente. 

En cuanto el dictamen médico se dio a conocer, cundió una ola de buen humor por todo el edificio. En realidad, el caso se prestaba a comentarios picarescos y burlones y hasta uno de nuestros reporteros intervino en el juego de palabras de doble sentido que brotaban por todos lados, más que todo para obtener una información que este aparante andrógino negaba a la Policía, a la que únicamente había dado el nombre María de Jurt de Miramar.  

Después de muchos trabajos nuestro reportero logró establecer que María de Jort [sic] de Miramar es de nacionalidad cubana, tiene 30 años de edad poco más o menos e ingresó al país por los años de 1928 a 1930. Afirma este invertido que siendo huérfano, decidió recorrer el mundo y agarrándose a los faranduleros del famoso circo Thimber and Swerer, llegó a Guatemala y luego ingresó a El Salvador.  

Sus vestimentas femeninas, además del color de su piel, mismo como el de los  mulatos cubanos le sirvieron para burlarse de las autoridades (…) y solo un acento ligeramente agringado de su voz podía despistar respecto de su extranjerismo. 

En El Salvador, este afeminado se dedicó al comercio de granos en el Oriente de la República, pero fue sorprendido por la policía…

El Diario de Hoy, 17 de mayo de 1944, p. 5. 


Hasta aquí los informes del fascinante periplo biográfico de María de Jur de Miramar. Como se reconocía a sí misma, aunque no tenía cédula de vecindad (las mujeres no eran ciudadanas) ni otro documento de origen. Pero antes de poder nombrar o articular una identidad transgénero para María, hay que preguntarse: ¿Cuáles eran las categorías disponibles en la época? ¿Cómo fue representada y relatada María de Jur de Miramar? 

María de Jur de Miramar fue para las autoridades de su época un hombre vestido de mujer. Pero su expresión de género de mujer no fue interpretada como “disfraz”, como solía plantearse la acción de las mujeres que vestían de hombres para entrar a la universidad, el ejército u otros espacios masculinos en América Latina a inicios del siglo XX.  

María de Jur, en cambio, fue caracterizada como “andrógino”, “invertido” y “afeminado”. Tres epítetos que demuestran condena en la relación con lo femenino que crea una ruptura del orden, del orden masculino, patriarcal.  Pienso que María de Jur rompe, pues, como si se tratara de un vidrio, lo viril. 

Que un hombre se vistiera de mujer era una expresión interpretada como travestismo y es aquí donde quiero anotar que en la historiografía esta acción está más situada dentro de los estudios de la homosociabilidad y el homoerotismo. Algunos autores señalan incluso un “travestismo lúdico”, que colinda con los límites del disfraz. Y este no era el caso de María de Jur. El suyo era un travestismo necesario y cotidiano. Hasta que, con el cristal claro del viril, la praxis de María fue dejada “patente a la vista”, expuesta públicamente y llegó a ser criminalizada. De ahí los entramados conceptuales e históricos para pensar a María de Jur en las claves de su tiempo. 

Como ha anotado José Ricardo Chavez, en De andróginos y ginandros, andrógino es una especie de traslape entre los géneros. Se trata precisamente de esa intersección donde se juntan los géneros aceptados en la década de 1940, el femenino y el masculino. El concepto de andrógino en la prensa salvadoreña era un préstamo del lenguaje del siglo XIX, en el que la figura del andrógino fue popular, “pues lo masculino y lo femenino, sus dos componentes, aunque conflictivos, eran claros y esenciales, por lo que bastaba con juntarlos para obtener un agregado o una fusión, como en alquímico operativo”, como ha explicado Chávez

Aquí me detengo para señalar también la operatividad del concepto y los usos que quiero dar en este texto. Así como la prensa hizo un préstamo del lenguaje literario decimonónico para describir a su personaje, también la ley (los primeros días de mayo fue derogada la Constitución de 1939, y volvió a vigencia la Constitución de 1886) volvió a normar a las mujeres con el lenguaje del siglo XIX.  

Dentro de la modernidad política que los revolucionarios salvadoreños perseguían, María de Jur y otras mujeres, mujeres que ahora llamaríamos binarias, volvieron al siglo XIX, descritas desde su lenguaje y su ley. Lo femenino como subalterno a pesar de las modernidades. 

A esta altura del camino hay que hacer un alto en la “tentación conceptual del presente”, como prefiero llamar a los préstamos conceptuales e imposiciones epistémicas que desde el presente algunos colegas quieren hacer de los conceptos, en este caso de los relacionados al género. Ahora podemos decir que María de Jur era una mujer transgénero, otra noticia ayuda a concluirlo, pero en ese entonces, el vocabulario no registraba ese uso y por tanto fue imaginada como andrógino, como la interesección que ocurre entre los géneros. Lo valioso de lo andrógino, me parece, reside en que se convierte en la posibilidad de una bisagra. Es decir, que une.  

Los otros conceptos con los que fue señalada María de Jur fueron “invertido” y “afeminado”. 

Una noticia de seguimiento al caso de María de Jur, semanas después, apuntó: “Son varios los hombres que disimulan su sexo con vestiduras femeninas…”*. El periodista apunta indistintamente a María de Jur como “andrógino descarado”, “afeminado”, introduce el término “homosexual”, pero también se refiere a ella como “muchacho” y “sujeto”.   

La confusión conceptual del periodista podría leerse también como la confusión conceptual de una época, en la que no es posible nombrar claramente estas otras identidades sexuales que permanecen generalmente ocultas hasta que transgreden el orden patriarcal establecido. Y se vuelven escándalo o delito

María de Jur rompía el orden en muchos sentidos: con la fuerza de su pelea transgredió lo femenino, definido como débil; con la exhibición de su identidad y la confesión de su biografía sacó a la mujer del espacio privado, al que estaba confinada y remitida, y con descripción étnica que de ella hizo el periodista a modo de un antropólogo de su época la diferenció de las demás mujeres vendedoras de mercado, pues era mayor en talla y distinta en piel, en un orden que ahora llamaríamos pigmentocrático.  

Era, además, una mujer que había tenido muchas experiencias, desde el circo hasta el espacio doméstico: “Ha recorrido el país, de punta a punta, dedicándose al comercio de cereales, o bien, desempeñando menesteres de sirvienta en algunas casas, y más de algún patrón atrevido -según cuenta este homosexual- sufrió un desencanto que lo dejó plantado en enorme ridícula ante este ultramoderno Pedro Urdemales…” 

En la historia social y judicial de El Salvador aún no tenemos a la mano investigaciones comprometidas con el trabajo de fuentes primarias que nos expliquen cómo funcionaba la sexualidad y el género dentro de la vigilancia y control social del Estado. Se han publicado trabajos sobre control social, pero están ceñidos más bien a los “flagelos” que preocupaban más al Estado liberal: delincuencia, socialismo y prostitución de mujeres.  

El hallazgo sobre esta práctica de expresiones de género es importante. Muchos trabajos en América Latina se han avocado al estudio de lo extraordinario del travestismo, como en el caso del baile de los 41, ocurrido en 1901 en México, la extraordinariedad del acontecimiento radica en su formación de la narrativa periodística como “espectáculo”, según Miguel Ángel Barrón Gavito; un “baile de fantasía”, como analiza la prensa estudiada por Mílada Bazant, en el que el vestir y actuar como mujer era, como la representación teatral, efímera.  

Muy vinculado al estudio atravesado por la clase, las fuentes sobre los 41 separan a los protagonistas de otras identidades sexuales diversas que ahora vamos desentrañando en las fuentes disponibles.  En el caso de María de Jur estamos frente a identidades sexuales expresas, no disfrazadas, expuestas públicamente sin mayor performance que el del día a día: son vendedoras del mercado y empleadas domésticas en el país, que se conocen y se identifican como mujeres**. En Maria de Jur, no se rompe un orden, pues el travestismo es el orden, las personas que recurren a él no lo performan, es su experiencia diaria, su vida cotidiana. 


IV


María de Jur y La Coqui vivieron en la misma década en El Salvador. Una de ellas, La Coqui, pertenece a la memoria, transmitida oralmente de una generación a otra, y la otra María de Jur pertenece al archivo, a la hemerografía. María de Jur se encuentra en la prensa, por su criminalización, La Coqui permaneció en la memoria, por el recuerdo sobre su asesinato.  

Lo que subyace en ambos casos es que La Coqui y María de Jur se hicieron llamar y reconocer como mujeres en El Salvador en la década de 1940 y eso es importante para pensar los caminos metodológicos que puedan trazar y atravesar quienes investigan la historia de las identidades sexuales.  

También es importante para que las mujeres transgénero de hoy sepan que antes de ellas muchas otras, con el lenguaje y las herramientas de su tiempo, fueron capaces de enunciarse y defender su identidad sexual, para que como comunidad puedan construir sus genealogías.  

Sin embargo, quiero apuntar una clave: No podemos nombrar con las categorías del presente los acontecimientos pasados. Probablemente sea más fácil nombrar con las palabras de hoy los acontecimientos, las prácticas y los espacios aún por construir sobre el pasado, pero hacerlo entorpece, más bien, el estudio de los casos y la posibilidad de poder pensar categorías pertinentes. La memoria es una de las principales fuentes, pero la memoria no es la única fuente, porque no es estática ni monolítica.  

Como historiadora, creo que debemos arriesgarnos a construir espacios, categorías y llamar prácticas o acontecimientos con conceptos pertinentes. 


V


Este llamado al pasado y a mi pasado solo demuestra que las fuentes y las historias llegan en diversos estados de nuestra vida. Y que esa historia que me contó mi abuela cuando era niña llegó a registrarse en un documento y el documento tomó cuerpo en el análisis histórico y ahora, con fuentes de archivo y el análisis de las mediaciones, puedo articular que es posible afirmar que muchas mujeres transgénero vivieron, formaron redes y protegieron su identidad en El Salvador en década de 1940. Y seguramente muchas décadas antes. Y si seguimos investigando, y si buscamos en los archivos judiciales, policiales y hemerográficos, en base a los relatos de las memorias de muchas ancianas y ancianos, encontraremos en el fondo del relato el sedimento de la resistencia de las identidades sexuales en El Salvador. 


*El Diario de Hoy, 29 de mayo de 1944, p.5. 
**El Diario de Hoy, 29 de mayo de 1944, p.5. 




Este texto de divulgación es un resumen editado de un artículo académico que será publicado en una revista especializada.

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