La violencia de dejarte sola criando a tus hijos

Lauri García Dueñas | 21/09/2021

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El trabajo de criar hijos es de dos. Pero muchos genitores sortean esa responsabilidad, ya sea al no hacerse cargo o al ejercer violencia y forzar a la madre a huir y criar sola. A partir de su propia historia, la escritora Lauri García Dueñas nos recuerda que el abandono de las responsabilidades de crianza también es violencia y propone cambiar el paradigma de las maternidades solitarias.

A los 32, frente al mar Caribe, sentí el deseo de ser madre. A los 35, me enamoré de una persona que me dijo que quería construir una familia conmigo. Le creí. Seis años después, soy la guardia y custodia de dos niños de 5 y 1 años y su genitor no participa en las labores de cuidados y otorga solo un 20% o menos de los gastos necesarios para mantener el hogar. Muchos días me siento sobrepasada por la obligación de ser proveedora y cuidadora. Ese no era el acuerdo inicial.  

Millones de hombres decidieron no participar en la manutención y la crianza de sus hijos y esa es una de las violencias de género más normalizadas e invisibles. Ni siquiera los organismos internacionales o nacionales de defensa de los derechos de las mujeres poseen estadísticas de cuáles son y a cuánto ascienden las consecuencias económicas, físicas y psicológicas de que muchas madres nos tengamos que hacer responsables de un trabajo que, originalmente y éticamente, debería ser de los dos progenitores.  

Muchas de nosotras decidimos dejar atrás al genitor de nuestros hijos porque era imposible la convivencia debido a la violencia y el maltrato, perdimos el lugar de vivienda, bienes materiales, oportunidades laborales y convivencia con amistades.  

En mi caso, regresé a mi país luego de 15 años de vivir en el extranjero, con mis hijos, tres maletas y sin un trabajo fijo. No es ni ha sido fácil. Como he contado anteriormente, mis hijos y yo estamos a salvo gracias a personas que no son de nuestra sangre. Pero, cada fin de mes, las cuentas llegan y las 24 horas se me hacen pocas para poder cumplir con todas mis responsabilidades económicas, laborales y de cuidados. Lucho. Soy resiliente y fuerte, me dicen y felicitan, pero me gustaría no tener que haberlo sido tanto, ni antes ni ahora. Quisiera no tener que pagar diariamente las consecuencias de una más de tantas paternidades ausentes. Con mi vida. Durante toda mi vida, tendré que hacerme cargo de algo que era de dos.  

Me he quejado en voz alta desde que me convertí en madre, no de mis hijos, sino de la forma en que, en Latinoamérica, se ha normalizado que debemos ser las madres: sufrientes silenciosas, mamás luchonas, animales imposibles que hacemos todo “para sacar adelante a nuestros hijos”, solas.  

Pero muchas veces a costa de nuestra integridad física y psicológica, nuestros propios deseos y sueños personales. A las madres, en general, se nos proscribe tener proyectos personales. O la publicidad nos exige “tener tiempo para nosotras”, para seguir de pie en el esclavizante día a día, pues nuestras labores del hogar no remuneradas subsidian exparejas, empresas, instituciones y países enteros. Existe en mí y en muchas la fantasía de qué significaría un día de paro de nosotras, las cuidadoras.  

Me dedico al trabajo remunerado unas cuatro horas al día, máximo, y el resto de la jornada paso atendiendo los “bomberazos” de mi hogar: pago de recibos, trámites, compras de todo tipo, supervisar y participar en el baño, vestido, comidas, sueño, estudios, salud física y mental y recreación de dos menores de edad. Sin contar las labores de limpieza. Mientras que, el genitor, gracias a sus actos de violencia y maltrato, se quitó de encima todas esas responsabilidades. Otros simplemente nunca se hicieron responsables. Eso sí, si quiero realizar un trámite para mis hijos, necesito su firma.  

Mi caso se reproduce por millones, a lo largo y ancho del planeta. Millones de madres estamos haciéndonos cargo de algo que es responsabilidad de dos. Y la familia, y la sociedad, y el gobierno, y los Estados, y las organizaciones. Varios de estos también son padres simbólicos ausentes.  

La propuesta: que todas y todos sigamos tomando conciencia de que para el bienestar de las infancias, para poder impulsar crianzas respetuosas, apegos seguros y el desarrollo de las mujeres, debemos cambiar el paradigma de las maternidades solitarias. Ojalá, un día. Pero, como dice una amiga, “no podemos vivir soñando con el país de las pitufinas”. Para mientras, las mujeres seguimos tejiendo redes de apoyo mutuo versus lo invisible y normalizado de las violencias contra nosotras.  

Etiquetas:Maternidad

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