Paul B. Preciado y «Yo soy el monstruo»

Miroslava Rosales | 07/07/2022

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El libro «Yo soy el monstruo», del reconocido escritor y filósofo Paul B. Preciado, es un discurso provocador y hasta incendiario con el que el autor confrontó a una institución normativa y tradicional. Preciado nos acerca a su experiencia como hombre trans y se asume como monstruo con voz y autoridad sobre su propio destino. La escritora salvadoreña y colaboradora de Alharaca Miroslava Rosales nos acerca con esta reseña a este texto transgresor.

En su breve libro Yo soy el monstruo que os habla. Informe para una academia de psicoanalistas (Anagrama, 2020), Paul B. Preciado (Burgos, 1970), cuestiona la epistemología sexual y de género dominante. Para ello, elabora tres ideas que permiten sostener su argumento central: 1) el régimen de la diferencia sexual es histórico y cambiante, 2) después de la Segunda Guerra Mundial comienza la crisis de dicho régimen al ponerse en duda el discurso médico y psiquiátrico y 3) dicha epistemología está mutando, lo que pone en cuestionamiento las nociones normativas de masculinidad y feminidad; esto podría derivar en una nueva, abriendo paso a la multiplicidad de cuerpos y deseos.  

Habrá que decir que este texto es un discurso que el autor brindó en París ante una audiencia de 3,500 psicoanalistas (la autoridad médica), en diciembre de 2019, en las jornadas de L’École de la Cause freudienne (institución fundada por Jacques Lacan en 1981). Este texto provocador y de marcado tono subjetivo, paródico y, a veces, incendiario, dado ante una institución normativa, está conectado intertextualmente con el famoso escrito de Franz Kafka titulado Ein Bericht für eine Akademie (Informe para una academia, 1917). Al comentar dicho escrito llega a la siguiente conclusión: «Lo más interesante del monólogo de Pedro el Rojo es que Kafka no presenta su historia de humanización como un relato de liberación, sino más bien como una crítica del humanismo europeo» (17-18). Esta publicación le sirve para evidenciar que la realidad a principios del siglo xx no ha cambiado drásticamente.

Desde un narrador en primera persona (Ich-Erzählung), al igual que el texto kafkiano, el discurso de Preciado, en vez de seguir una descripción objetiva que pudiera asumirse al enunciar la palabra «informe» en el subtítulo del libro, arroja luces sobre las experiencias del autor como hombre trans y sus luchas frente al régimen binario que lo llevó a ser patologizado. Es decir, con este texto logramos acercanos a su experiencia de la transición como mujer hasta incorporarse al mundo de los hombres, aunque no sin reticencias. Preciado, habiéndo una vez habitado la jaula mujer hasta los treinta y ocho años, se asume un tránsfuga; para ello, uno de sus aliados fue la testosterona. Él reconoce que quizás entró a otra jaula, pero esta vez es al menos a una elegida. De esta forma inicia su monólogo centrado en su devenir trans y en cómo huyó, por tanto, de las rejas de la identidad normativa. El autor reconoce las normas que giraban en torno al significante mujer en su ciudad natal de una España franquista, para ese entonces: «Se esperaba de mí el cumplimiento de un trabajo de género y sexual eficaz, silencioso y reproductivo. Debía convertirme en una buena novia heterosexual, en una buena esposa, en una buena madre, en una mujer discreta» (23), demandas sociales que no han cambiado mucho en ciertos contextos.

Dentro de su búsqueda existencial marcadas por ciertas lecturas, destaca el libro El cuerpo lesbiano, de Monique Wittig. Asimismo, menciona los aportes teóricos de Butler, Rubin, Halberstam, Stone y Barad. Por tanto, desafiar al régimen binario lo llevó a estudiar distintas disciplinas, como la historia, la biología, la sociología, el psicoanálisis, entre otras, para así entender la arquitectura cognitiva de dicho régimen. Además estas búsquedas en múltiples direcciones, le llevaron al feminismo negro, al lesbiano, a la crítica anticolonial y a los movimientos posmarxistas. 

Para la autoridad médica, el cuerpo trans también es una jaula, ya que a este se le suele tildar como «enfermo mental» o «disfórico de género» o «más allá de la neurosis», con lo cual se le coloca en una posición subalternizada. De esta forma, se le construye y se le trata como un monstruo, y por ende se le puede vulnerar en sus derechos más básicos. 

Preciado, en cambio, se asume como un monstruo con voz y autoridad sobre su destino pese a las condiciones impuestas y al alto precio que significa desafiar las leyes patriarco-coloniales: «Yo soy el monstruo que os habla. El monstruo que vosotros mismos habéis construido con vuestro discurso y vuestras prácticas clínicas. Yo soy el monstruo que se levanta del diván y toma la palabra, no como paciente, sino como ciudadano y como vuestro semejante monstruoso» (18-19). Pero, ¿quién es colocado en el lugar de monstruo? ¿Qué significa ser un monstruo hoy por hoy? Aquel que no cabe en la norma, que está, o, más bien, es arrojado a los márgenes sociales. El monstruo, por ende, es una figura perturbadora, un anormal, en términos foucaultianos. Por ejemplo, un monstruo contemporáneo son los pandilleros: seres a los que, en un discurso reduccionista y punitivo, se les elimina cualquier sentido de humanidad. Para Preciado, un monstruo es «aquel que vive en transición. Aquel cuyo rostro, cuyo cuerpo, cuyas prácticas y lenguajes no pueden todavía ser considerados como verdaderos en un régimen de saber y poder determinado» (45). El monstruo es ser escurridizo. 

Yo soy el monstruo resulta valioso también, porque brinda muchos elementos interpretativos sobre la masculinidad dominante: rituales, formas de relación homosocial, aprendizajes. Por ejemplo, el ser visto/leído por la sociedad como un hombre tiene sus particularidades y brinda privilegios que Preciado identifica en la vida cotidiana: «Pero en ese aprendizaje nada fue tan importante como entender que […] podía acceder por primera vez al privilegio de la universalidad. Un lugar anónimo y tranquilo donde te dejan sagradamente en paz. Nunca había sido universal» (38). Esta consciencia de ser universal se traduce en la capacidad de imponer tu identidad como si fuera por todos compartida. Esto se logra identificar en la forma de actuar de ciertas culturas que imponen su visión de mundo sobre los pueblos conquistados. 

Desde un yo potente, este libro muestra las consecuencias que el sistema patriarco-colonial ha tenido para los cuerpos que han sido racializados, exotizados, criminalizados, patologizados, etc. En especial lanza un llamado al psicoanálisis: «Desde aquí hago una llamada a la mutación del psicoanálisis, a la aparición de un psicoanálisis mutante, a la altura del desafío histórico y del cambio de paradigma que estamos experimentando» (105). 

Es relevante retomar estas críticas para pensar la realidad y las luchas de la comunidad trans en El Salvador frente a una sociedad que necesita revisar sus supuestos de género y ante un Estado poco empático con sus demandas.

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