Recorrido 3: Episodio 4 — Confundidos para siempre

Jimena Aguilar | 01/07/2022

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Ana Ruth Aragón, Francisco Altschul, Joaquin Aguilar y Xenia Pereira sobrevivieron las bombas y los disparos que cayeron sobre el funeral de monseñor Romero. En este episodio, 42 años después de estos hechos, reflexionan por qué es importante preservar la memoria histórica, especialmente para las nuevas generaciones.


Escuchá el episodio 4



Este episodio es parte del proyecto «Ciudad Perdida: el funeral de monseño Romero«, que fue diseñado originalmente como un recorrido en audio geolocalizado. Es decir, son audios que están pensados para que los escuchés en lugares específicos que están conectados a los eventos que narran.

Para hacerlo lo más accesible posible también lo estamos publicando como mapa virtual, como un podcast, y sus respectivas transcripciones.

Por ello, a veces los audios te darán indicaciones hacia dónde debes dirigir tu mirada. En esos momentos, si no estás en el centro histórico de San Salvador, observa las fotografías en el mapa, recuerda visitas pasadas o imagínate el lugar. Te recomendamos utilizar audífonos y buscar un lugar con pocos ruidos.


Leé la transcripción del episodio



Narradora: Ana Ruth, su esposo y su hijo de dos años y medio estaban aquí frente al Palacio Nacional cuando la primera bomba explotó en este lado de la plaza.


Ana Ruth Aragón: Escuchamos algo que explotó a nuestra izquierda que era cerca del almacén Schwartz.


Francisco y mi papá estaban al otro lado, en la esquina de la exbiblioteca sobre de la cuarta calle oriente y la segunda avenida sur. Y la mamá de Julia, Xenia, estaba en la plaza.


Julia Aguilar: Explosiones, por un lado, por otro, un carro que empezaba a incendiarse.


En el caos, unos corrieron a catedral, otros hacia la esquina de la biblioteca y otras personas hacia la segunda calle oriente, esa que va a dar al Castillo de la Policía.


Francisco Altschul: Alguno de los de los muchachos del FMLN que andaban ahí y vieron que la gente estaba agarrando hacia la policía y que eso podía ser una trampa, entonces rápidamente aparecieron allí unas llantas y con fuego para tapar la entrada, que la gente no agarrara a ese lado porque van directo a caer a una ratonera. 


Pero mi papá se sentó.


Joaquin Aguilar: No tenía ni un año de haber regresado de Europa, un año de Europa, y todavía me sentía un poco con ese barniz, digamos, europeo. Y les pedí a los que estaban al lado mío que nos sentáramos, que si nosotros nos sentamos, si no representamos un grupo violento, sino que un grupo de paz. 


Algunas personas le hicieron caso.


Joaquin Aguilar: 10 o 15 personas, nos sentamos en esa esquina donde se cruzan las dos, las dos calles y este, pero siguió, se dieron más balazos. Entonces un amigo mío, Roberto Samario, llegó y me agarró del brazo y me dijo: «aquí no estás en Europa, aquí te van a matar». Y entonces nos levantamos y salimos corriendo.


Mientras mi papá corrió y se refugió en la casa de una conocida con otras personas que huían del centro, Francisco corrió en dirección a la plaza el Trovador y Xenia, la mamá de Julia, en dirección a la Plaza Morazán. Ana Ruth y su familia estaban cerca del palacio.


Ana Ruth Aragón: Mi esposo agarró a mi hijo y se lo puso en los hombros y corrimos y vimos mucha gente caerse. Otros que le pasaban encima.


Estar en la calle era ser un blanco fácil.


Ana Ruth Aragón: En el edificio Rubén Darío, en la parte de Río, habían. Había gente, no había gente apostada tirando. Después se supo que eran francotiradores. Entonces a nosotros prácticamente nos agarraban cabal de frente. 


Lograron llegar a la plaza 14 de julio, pero tenían que encontrar un refugio.


Ana Ruth Aragón: Alcanzamos a ver que una puerta todavía no se cerraba y era la de un salón de belleza. Entonces le pusimos el pie verde y le rogamos a la señora que nos dejara entrar, que quedamos con el niño y que por favor nos ayudara.


Aunque estaba ya lleno de gente, les dejó pasar. Adentro había un hombre sangrando que había sido baleado. Entre el silencio de quienes estaban adentro, su hijo lloraba.


Ana Ruth Aragón: Comenzó a llorar y le decimos: «no papito, mire esto, mire que el muchacho ya se va a componer, que él esté enfermito, y mire que no sé qué no es que mi galleta se me ha caído detrás, es que se me cayó la galleta cuando veníamos corriendo, así que bueno, eso fue un detonante de risa. 


El hijo de Ana Ruth no tiene memoria de ese día. Ella recuerda como una herencia para un futuro con más claridad.


Ana Ruth Aragón: Una obra de teatro que se llama Tierra de Cenizas y Esperanza y habla de El Salvador. Hay un momento en que dice «y quedamos confundidos para siempre». Es decir, seguiremos confundidos si nosotros no retomamos nuestra memoria histórica.


Julia y yo ni siquiera habíamos nacido. Pero buscamos reconstruir ese pasado que no vivimos.


Julia Aguilar: Buena parte de mi generación nos hemos ido enterando de cómo, cómo fue que llegamos al mundo, a eso, a pedacitos. Mi papá, por ejemplo, perdió cuatro hermanos en la guerra y una vez le pregunté porque él estuvo organizado y yo le pregunté que si le contame, que yo necesito saber cómo fue eso, en qué estabas, qué hacías, de qué te encargaba. Él me respondió Yo te puedo contar un día sobre cómo funcionábamos. De lo que yo no puedo hablar es de mis hermanos. Me dijo de eso hace más de 10 años y todavía no hemos hablado.


Escucho sus historias y retumban en mi mente. Los lugares, los relatos ajenos y mis propios recuerdos se doblan y desdoblan como fantasmas que no descansan hasta encontrar un lugar en el presente.


“Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército, y en concreto a las bases de la guardia nacional, de la policía, de los cuarteles. Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la Ley de Dios que dice: NO MATAR”. —Monseñor Óscar Arnulfo Romero, 23 de marzo de 1980.


Has llegado al fin de este recorrido.



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