En el mes de julio de 2024, pudimos ser testigos de tres obras de las actrices de la compañía Teatro del Azoro en El Salvador: “Emocionalmente”, de Alicia Chong; “Como Dios manda”, con Egly Larreynaga, Paola Miranda y Alejandra Nolasco, y “Arrancamiento” de Pamela Palenciano.
El teatro social que encarnan estas actrices nos confrontó, a quienes pudimos verlas, con tres grandes problemas actuales: la discriminación a las infancias neurodiversas en el sistema educativo, el alcoholismo que se hereda y destruye familias y la sustracción de menores por parte de genitores que han sido acusados de abuso sexual.
En la época de Netflix and chill, donde las audiencias intentamos escaparnos de los problemas sociales y políticos con maratones de series, hasta coreanas o turcas si es posible, ¿por qué asistir a obras de teatro contemporáneas que nos aprietan el corazón y nos dejan sin aliento?
Si el teatro se inventó en el siglo VI a. C. y sigue teniendo la capacidad de cautivarnos, al convenir en el estatuto de realidad de que esas personas que están sobre las tablas nos representan, ¿por qué dejaríamos de entregarnos a esa experiencia transformadora que sólo los asiduos a las salas de teatro conocen?
Ya lo decía Palenciano en los intersticios de su obra escrita a cuatro manos con Iván Larreynaga: “Hay personas que no han querido venir porque este tema es muy fuerte; si alguien necesita salir de la sala, puede hacerlo, lo entenderemos”. Nadie salió. Pero muchos tuvimos que ver en “Arrancamiento”, porque quisimos, porque no elegimos cerrar los ojos, lo que pasa en muchas más familias de lo que hemos sido capaces de aceptar: el abuso sexual infantil.
Y no sólo eso, luego tuvimos que atestiguar la representación de la injusticia que sucede muchas veces si las víctimas y sus madres denuncian, y cómo el sistema es capaz de sustraer a los menores y entregarles la custodia a los abusadores. En España, en México, en El Salvador. Duele, aparecen las lágrimas, conmueve, pero sería peor, creo, ignorar estas realidades.
Así también, vivimos el viaje emotivo de Alicia Chong por un sistema educativo que casi la convence de que ella no era inteligente por tener TDAH (trastorno por déficit de atención con hiperactividad) y dislexia. La aplaudimos de pie en su gira por El Salvador, donde ha inspirado a estudiantes y docentes a entender que las infancias neurodiversas son igual de importantes y valiosas que las neurotípicas.
“Me dieron ganas de contar mi historia y supe más de otros como yo”, comentó A. de ocho años, estudiante del Centro Escolar Capitán General Gerardo Barrios de San Salvador, luego de una función patrocinada por Glasswing.
“Como Dios Manda”, escrita y dirigida por el boliviano Freddy Chipana, con las intensas y bien logradas interpretaciones de Egly Larreynaga, Paola Miranda y Alejandra Nolasco, nos arrastró al fondo de las botellas y el dolor de dos vidas, que luego se volvieron tres, totalmente atrapadas por el alcohol.
La existencia en la calle, la violencia, la familia totalmente destruida, y aún así, algunas risas, nerviosas, quizás por sentirn identificación con lo que sucede cuando las copas de más nos abren sus fauces.
Desde “Dinero maldito” de Alberto Masferrer, no me paraba a pensar lo que el alcoholismo le ha causado a tantas y tantas familias latinoamericanas.
Fue un julio cargado, pensativo, doliente, risueño, gracias a estas tres arquetípicas puestas en escena de las Azoro. Nos dejan la sapiencia, la creencia y la convicción de que el arte transforma vidas.
Aunque duela, hay que verse en el espejo de los grandes problemas sociales, a veces, sentados en la oscuridad del teatro mientras nos limpiamos las lágrimas o nos reímos a carcajadas. Cerrar los ojos a la tragedia y a la comedia humana no es opción. Menos en estos tiempos aciagos.
Nota de transparencia: Alharaca y la Asociación Cultural Azoro tienen una alianza institucional. Lauri García Dueñas, autora de esta reseña, es una colaboradora independiente.