En cuanto supe que estaba embarazada, también supe que me iba a hacer un aborto. Nunca consideré quedármelo. No me tomó días procesarlo, ni decidir, ni entender qué era lo que me estaba pasando.
Sabía que si no hacía algo, en 8 meses iba a ser mamá y sabía también que eso no era en ningún escenario lo que yo quería en ese momento. Acababa de empezar mi carrera, estaba buscando la forma de terminar mi relación de pareja. El deseo de ser mamá estaba guardado, por lo menos, para dentro de 10 años.
Tiré la prueba de embarazo positiva en el basurero del baño de la universidad en el que estaba y me fui. No podía ni hacerme la prueba en mi casa, porque si mi familia se enteraba, me podía ir muy mal. Sabía muy bien que mi casa no era un lugar en el que yo encontraría apoyo. Nunca me dejarían hacerme un aborto.
Solo tres personas supieron que estuve embarazada: mis dos mejores amigos y la persona que me vendió las pastillas.
Nunca se lo dije ni se lo voy a decir al tipo que me embarazó. No quería pasar por la incómoda situación de que intentara convencerme de quedármelo, ni quería estar escuchándolo, ni que intentara hacerme creer que entendía lo que estaba pasando. Le dije que la relación ya no funcionaba (y eso era verdad) y no lo vi más. No me siento mal por eso. Era mi cuerpo y mi vida la que podía haber cambiado y, en ese momento, ese no era el cambio que yo quería.
No soy muy buena pidiendo apoyo, ni recibiendo ayuda. Únicamente les conté a mis amigos para poder desahogarme un poquito y más allá de eso, solo les hablé del embarazo para quejarme de los síntomas y contarles cuando ya lo había interrumpido.
Tenía poco más de 8 semanas cuando me dieron las pastillas, es decir que pasé casi 5 semanas entre mi casa y yendo a la universidad sin decirle nada a nadie. No es que yo sea una persona muy chismosa que le cuenta todo a muchas personas, pero tener un secreto tan secreto era raro. Un secreto que me podía terminar metiendo a la cárcel. A veces no poder hablar de eso me hacía cuestionar si esto realmente me estaba pasando. La acidez insoportable, el hambre que no se me quitaba con nada, el cansancio, el mal humor y el vientre tenso, como lo sentía todo el tiempo, me confirmaban que sí. Como si fuera un episodio de la Rosa de Guadalupe, apenas confirmé con una ecografía que sí estaba embarazada, todos estos síntomas se intensificaron.
Dormía muy poco. A veces por las noches me acariciaba el vientre, como queriendo sentir algo, pero no sentía nada. No sentí ese instinto materno y apego que salían en esos vídeos pro-vida que nos ponían en el colegio. Intentaba imaginarme cómo sería mi vida si me lo quedaba y no podía. No podía formular una idea, una imagen, nada al respecto. Ni siquiera podía imaginar a un bebé. Mi mente se quedaba en blanco. Sentía el dolor de la acidez con tanta fuerza que pensaba que me estaba dando un ataque al corazón y una desesperación angustiante por recuperar mi cuerpo, que se sentía como secuestrado y me incomodaba. No podía esperar para que todo esto terminaba. Sentía que me consumía.
Por mi misma incapacidad para pedir ayuda, agradecí mucho los consejos de la persona que me dio las pastillas. Fue la primera persona en preguntarme si sabía cómo iba a hacerme el aborto, me explicó que, si vomitaba en las primeras horas, iba a tener que hacerlo en un recipiente para asegurarme de que no estuviera devolviendo las pastillas y me dio un instructivo detallado, para que supiera qué esperar y cómo podía asegurarme de que había funcionado.
Al día siguiente, me desperté, esperé un par de horas y cuando no había nadie, me tomé las pastillas. Cuando mi mamá llegó a la casa y me encontró doblada en el sillón, retorciéndome del dolor, solo pensó que me había venido la regla y que la estaba pasando mal. Me hizo un té, me dio una compresa y me acarició. Unas horas después cuando empecé a vomitar del dolor, fue a comprarme sueros y analgésicos y no pude evitar sentirme triste sabiendo que nunca habría hecho eso de saber que era un aborto y no una menstruación fuerte de la que me estaba cuidando. En otra vida quizás no le parecería tan descabellada a mi mamá la idea de las maternidades deseadas. En otra vida quizás el apoyo no sería condicional. En esta, son así las cosas.
En medio de ese dolor físico como el que no había sentido antes, sentí alivio. Según leí, le toma un tiempo a tu cuerpo entender que ya no estás embarazada, pero yo me sentí libre esa misma tarde. Aunque me tardé meses en volver a sentirme yo misma, nunca me arrepentí. Hacerme un aborto no fue una experiencia traumática para mí. Lo único doloroso fue tener que hacerlo con muy poco apoyo, porque la clandestinidad aísla. No hablé de ello en ningún mensaje de texto. No pude pedirle consuelo a mi mamá. Estuve sola.
Sí recuerdo el embarazo y a mi cuerpo secuestrado con molestia, con temor. Quiero, si se dan las condiciones apropiadas en mi vida, ser mamá algún día. Seguro mucha gente que lea esto va a pensar que no me lo merezco. No me importa. Tengo siempre claro que no quiero tener hijos por tenerlos. Tienen que ser deseados, quiero que tengan una mamá que pueda ofrecerles algo, que los quiera.
Ahora, un par de años después, me gusta que esta sea mi vida. Tengo un trabajo que me llena mucho, sigo avanzando con mi carrera y eso me hace sentir que voy en el camino correcto. Ahora sé con seguridad que tomé la decisión correcta. Me salvó la vida.
CRÉDITOS:
Este testimonio es anónimo.