Opinión

Entre dos autócratas: la diáspora salvadoreña ante Bukele y Trump

Para algunas personas, el apoyo del llamado "voto latino" al presidente electo Donald Trump puede parecer sorprendente. Sin embargo, el voto latino no es un monolito, y las tendencias autoritarias y de respaldo al populismo de derecha no son exclusivas de la elección en EE.UU. En esta columna, el periodista salvadoreño-estadounidense Daniel Alvarenga explica el comportamiento electoral de la diáspora salvadoreña.

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Traducción por Lya Cuéllar. Leé la versión en inglés aquí.

El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, recibió el 46 % del voto latino: un récord para el Partido Republicano que sobrepasó el número de latinos que eligieron a Ronald Reagan y a George W. Bush. Los latinos en Estados Unidos no son un monolito; no hay un solo «voto latino»; quien haga esa afirmación estará simplificando demasiado demasiado un tema complejo. Como un salvadoreño de la diáspora, no puedo evitar reflexionar sobre cómo este momento coincide con la población inmigrante salvadoreña convirtiéndose en el tercer mayor grupo latino en los Estados Unidos. Si bien se trata de un grupo mayormente de clase trabajadora y con bajos niveles de educación formal, los salvadoreños ya estamos establecidos en este país y nuestra influencia ha crecido sostenidamente con el tiempo.

Podría argumentarse que muchos salvadoreños y salvadoreñas que votaron por Trump han olvidado de dónde vinieron. Hasta cierto punto, esto es verdad. Pero también es importante reconocer que la población salvadoreña ha sido condicionada históricamente para albergar una afinidad por el fascismo y favorecer a líderes machistas y fuertes. Esta realidad se vuelve aún más aparente cuando vemos cuántos salvadoreños apoyan al dictador Nayib Bukele —una postura que muchos latinos de diversas nacionalidades parecen compartir—. 

He perdido la cuenta de cuántos inmigrantes latinos —dominicanos, mexicanos, guatemaltecos— me han felicitado por ser salvadoreño, como si el respaldo de un país a un autócrata constitucional como Bukele fuese algo para celebrar. Es nauseabundo porque revela la amplia difusión de la propaganda y desinformación sobre El Salvador. Esta es una consecuencia directa de la histórica injerencia estadounidense en la región, que ha condicionado a una población entera a aceptar la mano dura y la austeridad como normas, como el orden natural de las cosas. Lo que muchos estadounidenses no entienden al lidiar con los resultados de la elección, es que las dictaduras militares son la puesta en escena de la nostalgia de muchos inmigrantes y de muchas personas de la diáspora.

El fascismo siempre ha sido un movimiento global en el que los líderes salvadoreños han participado con gusto. El dictador salvadoreño Maximiliano Hernández Martínez era un simpatizante de Alemania nazi y adoptó draconianas políticas migratorias similares a las de los Estados Unidos en la época. Un ejemplo es la estadounidense Ley de Exclusión China de 1882, reflejada en la Ley de Migración de 1933 en El Salvador. Esta prohibía la entrada al país de personas negras, chinas, árabes y romaní. Hernández Martínez también perpetró la masacre a la población indígena en 1932. Nayib Bukele, el actual presidente inconstitucional, es el líder moderno que más evoca a Hernández Martínez, incluso desde sus tácticas. Como Hernández Martínez, Bukele está prolongando su presidencia de manera ilegítima. En 2023, el Gobierno de Bukele decidió imponer una tarifa de más de $1,000 a personas provenientes de países de África y Asia por simplemente pasar por el país, aunque no permanecieran en el mismo. Como Hernández Martínez, que coqueteó con la ideología nacionalsocialista en la década de 1930, Bukele congenia con la alt-right (del inglés: «derecha alternativa», término que describe a grupos de extrema derecha estadounidense), participando en sus conferencias, apareciendo en sus programas de televisión y adoptando sus posturas como la guerra antiderechos contra la llamada «ideología de género». Por generaciones, los salvadoreños han sido condicionados para aceptar el fascismo, y este legado continúa con Bukele.

En mi familia se decía siempre: “Cuando los EE.UU. estornudan, El Salvador se resfría”. La última vez que los Estados Unidos estornudaron un gran moco naranja llamado Donald Trump, El Salvador desarrolló una condición llamada Nayib Bukele, que no ha podido quitarse de encima. Trump, frecuentemente asediado por Elon Musk, y Nayib Bukele, que ha abierto el país a colonizadores de las criptomonedas reciben ambos el apoyo de tecnofascistas que buscan expandir su poder y riqueza. ¿Qué alternativas nos quedan? 

El Partido Demócrata, bajo Kamala Harris, ofrecía poco a las familias inmigrantes y a los latinos en los Estados Unidos. Su campaña dejó claro que no pretendía desviarse de la política migratoria del actual presidente, Joe Biden, que eran esencialmente una continuación de medidas de la era Trump. Los demócratas no han conseguido dar ninguna esperanza a los inmigrantes desde Obama, quien terminó recibiendo el apodo de «Deporter-in-Chief» (en español: «deportador en jefe») por activistas inmigrantes tras efectivamente eliminar toda posibilidad de reforma migratoria significativa. Como resultado, el Partido Demócrata se ha movido a la derecha en este tema. Este cambio ha afectado profundamente el voto de muchos ciudadanos estadounidenses de la diáspora salvadoreña, quienes no necesariamente están en peligro personalmente, pero viven con frecuencia en familias con estatus mixto que incluyen a personas indocumentadas.

La mayoría de las personas salvadoreñas en los Estados Unidos viven al día con sus sueldos y han sufrido el alto costo de la vida bajo la administración de Biden y Harris que, pese a esta realidad, presumieron el éxito de su plan económico, llamado «Bidenomics» (español: «Bidenomía»). Mientras la gente común está luchando por costear la comida, los demócratas se han convertido en el rostro de crímenes de guerra al proveer apoyo militar ilimitado al régimen israelí, que está cometiendo un genocidio contra el pueblo palestino en Gaza. La campaña de Harris prometió «las fuerzas armadas más letales del mundo». Celebró el aval de Dick Cheney, el arquitecto de la guerra en Irak, que cobró la vida de más de un millón de personas, con la intención de cortejar al electorado conservador. Para cualquiera que todavía lleva consigo el peso de la memoria de la guerra civil en El Salvador —cuando Estados Unidos financió la masacre de nuestra gente— no debería ser sorpresa alguna que haya salvadoreños y salvadoreñas que decidieron saltarse esta elección. 

Mi única esperanza para la población salvadoreña viviendo bajo el fascismo de Bukele y  para los y las salvadoreñas en Estados Unidos, que están por enfrentar otra era Trump, es que fortalezcamos los lazos que nos unen y nos apoyemos mutuamente. Hace 40 años, El Salvador vivía bajo un brutal gobierno que hacía la guerra contra su gente, mientras quienes vivían en Estados Unidos resistían ante Reagan. El expresidente Reagan, además de financiar la matanza de centroamericanas y centroamericanos con los impuestos estadounidenses, profundizó la brecha de la riqueza en Estados Unidos, desmanteló programas sociales y permitió que el VIH proliferara. Durante esos tiempos, la solidaridad internacional nos ayudó a resistir. El reinado de Reagan eventualmente terminó, y la guerra en El Salvador también llegó a su fin. En el proceso, nuestros pueblos crearon un movimiento internacional de solidaridad antibélico entre El Salvador y Estados Unidos, que dio paso al actual movimiento santuario para la protección de las personas refugiadas, y millones de salvadoreños forjaron formas de supervivencia en importantes ciudades estadounidenses. 

Pese a que se avecinan tiempos difíciles, debemos acuerparnos para crear una visión donde salvadoreños y salvadoreñas —y todas las personas despojadas en el mundo— no estén a la merced de sus líderes, ni en El Salvador ni en los Estados Unidos, que buscan socavar nuestro bienestar colectivo y nuestra autodeterminación. 


Daniel Alvarenga es un periodista independiente salvadoreño-estadounidense queer. Ha trabajado como reportero y productor de video en Al Jazeera y Telemundo. Sus textos han sido publicados en Rolling Stone y The Washington Post. El periodismo de Daniel se centra en El Salvador, su diáspora y la preservación de la memoria histórica colectiva. En 2020, recibió el Premio Poynter de la Universidad de Yale por su trabajo. Nacido en Los Ángeles, California, es hijo y hermano de personas refugiadas que huyeron de la Guerra Civil Salvadoreña en la década de 1980. Actualmente vive en Washington D.C., la capital estadounidense, donde los salvadoreños constituyen el mayor grupo migrante.

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