Por Jorge Molina Aguilar
Debido a la ruptura en el equilibrio de todos los sistemas de los cuales dependemos a raíz de la crisis de salud por la COVID-19, nos vemos obligados a vivir un dolor comunal de forma individual y colectiva. La vivencia de la muerte en tercera persona, como diría Vladimir Jankélévitch, es cuando sabemos que la muerte existe porque se presenta en individuos que no son tan cercanos: escuchamos hablar de la muerte que le sucedió a “alguien” en un lugar, y aunque es distante pensar en “aquellos que fallecieron” o que fallecen a cada instante, la muerte siempre se acerca a nosotros. La pandemia nos hace reflexionar diariamente sobre ese punto final de la vida que ha llegado para otros. Inicialmente se mantienen en una esfera lejana los conceptos e ideas en torno a la muerte, aunque sabemos que sucede en alguna parte y en algún lugar.
La presencia innegable y notoria del coronavirus nos va acercando más a la posibilidad de la muerte de quienes nos rodean, apareciendo para nosotros la idea de la muerte en segunda persona, cuando esta toca la puerta de las personas cercanas y nuestros seres queridos. A partir de esto, pensamos en tomar con mayor seriedad esta posibilidad y reflexionamos más en las esencias y las presencias, pero sobre todo, en las ausencias. Cuando la muerte se presenta en segunda persona, comienza una nueva fase en la vida, una que estará marcada por el antes y después de “esa” pérdida y los cambios que trae consigo. Esto es esencialmente lo que llamamos duelo: atravesar una experiencia que nos compele a pensar en nuestra vida antes, durante y después de “esa muerte”.
El impacto de la muerte en las personas, en las comunidades y en las sociedades, a pesar de tratarse de una situación cotidiana, nunca deja de sorprender. Una de las secuelas de la pandemia han sido las alteraciones en las rutinas, en la vida cotidiana, y en los rituales habituales, entre ellos, los rituales en torno a la muerte.
Como consecuencia de la pandemia de covid-19, en El Salvador, una de las medidas adoptadas de inmediato implicó cambios en los lineamientos y medidas de bioseguridad que dictan los procedimientos sobre el manejo de los cadáveres, con el objetivo de prevenir la infección en el personal encargado de cadáveres, tanto público como privado.
Estas medidas se tradujeron también en cambios en los rituales fúnebres, alterando lo conocido, el ritual, la tradición. Por lo menos temporalmente, la manera en que algún día nos ocupamos de nuestros muertos, al igual que el fallecido, formarán parte del mundo de los recuerdos. Las conversaciones en torno a los preparativos se darán durante pocos minutos, ahora en el escenario generado afuera de la morgue, el cual es ahora más temido, debido al miedo que produce el contagio. “El cuerpo” pasará directamente al féretro y así irán perdiendo relevancia los detalles, o el traje oscuro con zapatos lustrados, de nuevo, todos esos elementos que considerábamos característicos y necesarios en los rituales fúnebres, se ven alterados.
Los guantes de hule o látex, un traje de buzo (amarillo o blanco), una mascarilla (N95 de preferencia), una careta, y unas botas altas de hule (sin lustrar), sustituirán el traje oscuro, las flores y la vestimenta de los enlutados; la procesión fúnebre, que alguna vez se proyectó al lado de seres queridos e invitados que siempre asisten (por respeto) se abreviará en cuatro personas (mayores de edad), quienes serán los únicos que puedan escoltar al “cuerpo” o más bien al fallecido a su “última morada” en el mundo de los vivos. Serán únicamente esas cuatro personas quienes tendrán la posibilidad de vivir de forma directa el nuevo ritual, en el cual las tarjetas, los recuerdos y la comida de los funerales se integrarán entre las amplias categorías del recuerdo y del olvido.
Estamos viviendo otro duelo: el de los rituales que asociamos con la muerte. Atravesamos la alteración e incluso prohibición impuesta, en forma de ley y normativa, de estos ritos y símbolos individuales y comunitarios, de este conjunto de saberes previos y expectativas que navegan en el mundo del “deber ser”, donde para muchas personas, los rituales tienen otra peculiaridad: son la antesala de la muerte. Entre el mundo de los vivos y la muerte hay una multiplicidad de ensamblajes, pues esta conexión no solo emerge de aspectos físicos, biológicos, sociales, psíquicos, históricos y abstractos, sino también genera procesos donde emergen otros fenómenos de diferente índole, es aquí donde los rituales fúnebres también posibilitan una serie de ensamblajes en su forma de cohesión social, por ejemplo.
Este cambio, además de ser un reto, presenta la posibilidad de que se consoliden nuevos rituales, en algunos casos con mayor suerte y posibilidad el ritual será consolidado a través de la tecnología, en otros, las personas harán uso de su creatividad con tal de dar su último adiós. Las tradiciones se niegan a perecer y las personas buscan despedirse de sus seres queridos. Intuyen que de no hacerlo, aparte de perder una tradición, se vuelve aún más complejo pensar en todas las fases que la persona sigue en su paso al estatus de difunto y luego a ocupa su lugar en el reino de los muertos.
Testimonios:
«Mi papá falleció de covid en abril, cuando no se podía ni salir a la calle por la cuarentena obligatoria. Ya sabíamos que no nos iban a entregar el cuerpo y que casi nadie podía ir al entierro, así que hicimos una vela solo con fotos de él y flores en una funeraria pequeña en el pueblo. Sí llegó la policía, pero no se llevaron a nadie detenido. Nos mandaron para nuestras casas, igual así nos pudimos despedir de él y recordamos el cariño que le tenemos toda su familia».
«Hicimos varias cosas: pusimos un altar en casa donde dejar cosas de mi abuela, su foto, flores favoritas, hilos y otras cosas, pusimos velas y estuvimos haciendo videollamadas en familia esas noches para compartir y acompañarnos en el duelo».
«Cuando falleció mi tío nos dejaron ir cerca del pick up que lo llevaba al cementerio, pero nos quedamos en la entrada, no nos dejaron pasar. Lo que hizo mi prima, porque ella sí pasó cuando lo enterraron, fue que hizo una videollamada. No se veía bien por la señal, pero así pudimos ver su entierro».
«En mi familia es tradición mantener fotografías de los familiares que ya no están con nosotros, así que colocamos una foto grande en la sala de la casa. Aparte de eso, meses después, nos reunimos todos y escribimos cartas, las pusimos en globos con helio, los dejamos ir en el cementerio y esa fue como la despedida».
«Una amiga murió de covid, estaba en el hospital, intubada. Lo que hice fue hablar con las enfermeras, y pedirles que me ayudaran y por medio de videollamada yo pude comunicarme con ella, le hablaba así al oído, todos los días, en la mañana y en la noche. Hablaba con ella de todo lo que yo creía que la podía estar angustiando, sus tristezas. También conseguí que sus hijos pudieran hablar así con ella, después de eso ella se fue en paz. Ojalá que en los hospitales pudieran haber formas en que los parientes pudiera comunicarse con la gente que está ahí, porque ese aislamiento mata más que el virus. Deshumaniza totalmente».
Jorge Molina Aguilar es miembro del comité de ética del “European Institute for Multidisciplinary Studies on Human Rights and Science” Knowmad Institute, en Berlín, Alemania. Trabaja en un esfuerzo conjunto con otros profesionales alrededor del mundo sobre la propuesta de epistemologías Yulu-corazón, centro-. Recientemente presentó su trabajo «The Social Deconstruction of Grieving and the Horizon of Continuities» para la Sociedad de Antropología Psicológica del Reino Unido en el congreso «SPA Biennal 2021: Interrogating Inequalities» y previamente en la Asociación Americana de Antropología, auspiciado por la Asociación de Antropología Médica en el congreso anual titulado Changing Climate en el año 2019 en Vancouver, Canadá.
Escribe desde las ciencias sociales y de la salud acerca de temáticas como la construcción socio cultural de la salud y la enfermedad, sobre la muerte y los comportamientos mortuorios, así como también acerca de las enfermedades crónicas, degenerativas, estigmatizantes y de lento progreso. Es investigador y docente universitario, y en la actualidad candidato a Doctorado en Ciencias Sociales por el programa cotitulado UCA-UDB.