Opinión

Nadie es mejor que nadie

La canción de Shakira y Bizarrap, dedicada al ex de Shakira y a su nueva pareja, ha dado mucho de qué hablar. Pero ¿qué podemos aprender desde el feminismo de ella y del debate en torno a la ruptura de la cantante colombiana? ¿Qué nos dice sobre la "fidelidad", sobre la monogamia? La periodista Metzi Rosales reflexiona sobre amor romántico partiendo de Shakira.

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Es triste escuchar una canción en la que una mujer ataca a otra, se compara y se cree superior a esta. Cuando esto sucede, el patriarcado gana porque se alimenta, una vez más, de los egos y rivalidades entre nosotras.

El último hit de Shakira nos permite centrar nuevamente la discusión en las falacias del amor romántico y la monogamia, pero además en las relaciones desiguales y de poder entre mujeres y en la sororidad.

El éxito de esta letra se basa en la empatía y en la necesidad de romper el silencio ante las violencias relacionadas con la infidelidad, en este caso de un hombre. ¿Quién no ha experimentado el dolor, la rabia, la tristeza, el desasosiego y vacío cuando se reconoce como una persona que fue engañada por otra que incumplió su parte del pacto en una relación monógama? El daño hacia el autoestima y el ego es instantáneo. Es una herida que tarda en cerrar y sanar. En ese proceso, surgen preguntas como: ¿qué hice mal? ¿por qué dejó de quererme? Pero sobre todo: ¿por qué me hizo esto a mí? ¿qué tiene ella que no tenga yo? Y la necesidad de hacer que todo arda alrededor de la persona que falló y, en algunas ocasiones, de «la otra» (término machista y despectivo).

Pocas veces existe una reflexión en torno a las reglas que se establecieron al inicio de una relación. Y si estas eran reales. ¿Podemos estar en monogamia? ¿Nos funciona mejor una relación abierta o de pareja abierta? ¿Qué reglas y límites se adaptan mejor a las necesidades de las personas que están en una relación? 

Los acuerdos en las relaciones también necesitan revisarse. Y redefinirse las veces que sea necesario. Es importante reconocer que cuando una relación falla hay responsabilidades compartidas. La falta de sinceridad, la comodidad y el miedo a la soledad hacen que continuemos con una persona a la que hemos dejado de querer o con quien ya no compartimos un proyecto de vida. Esto influye en que busquemos en otra o en otras la satisfacción de necesidades tanto afectivas como sexuales. O las que sean. Conste, la idea no es justificar una infidelidad, es encontrar respuestas. La respuesta, para mí, está en la comunicación sincera y constante para no forzar acuerdos/compromisos que vamos a incumplir.

La primera asociación que he encontrado con el término «fidelidad» está relacionada con la institución del matrimonio como una forma de legalizar una unión entre un hombre y una mujer. El castigo, para las mujeres, en caso de una infidelidad fue documentado por vez primera en la Mesopotamia del año 4000 a. C. 

Históricamente, las mujeres siempre hemos sido castigadas por no ser puras, castas y buenas. En mi artículo anterior: El silencio también es violencia hice referencia a cómo se nos ha educado para rivalizar, competir y desacreditarnos entre nosotras mismas. La canción de Shakira precisamente reproduce y alimenta esa narrativa que busca acosar y atormentar «a la otra». Quienes tenemos privilegios, podemos facturar en lugar de llorar. Podemos escribir para el desahogo. Y por qué no llorar. No tiene nada de malo. Podemos convertir la rabia y el dolor en luz para otras, para todas, pero no en oscuridad. No es restarle responsabilidad a una tercera persona en una relación, pero no podemos deshumanizarla ni descargarle o culpabilizarle por todo lo que falló en nuestra relación.

Quienes han interpretado ambos roles: la pareja y la otra saben que existen puntos intermedios y que las personas alrededor de una infidelidad son eso: seres que se equivocan, que violentan (intencionalmente o no), que sufren, que se culpabilizan (o no), que son egoístas, vanidosas, que mienten, que temen, que son imperfectas e incapaces de establecer compromisos reales más allá de los establecidos en las sociedades machistas.

Unos días antes del hitazo, alguien me preguntó si prefería ser amada o deseada por una pareja. Respondí que prefería ser deseada porque puedo darme el amor que necesito: amor propio. Pero eso lo estoy aprendiendo en el camino. No fue eso lo que me enseñaron. Las mujeres crecimos con cuentos heteronormados de príncipes azules que no existen; con el final feliz: «Y fueron felices para siempre». Para siempre es una eternidad. La madurez, inteligencia emocional y sinceridad sí son para siempre. Igual que expresarnos desde el amor y no desde el odio.

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