Opinión

Un crimen más allá de cualquier límite humano

En México, un grupo de vecinos quemó viva a la madre de un niño autista por discriminación capacitista. La escritora y periodista Lauri García Dueñas ve en este crimen la epítome del odio contra las madres y las infancias. Nos llama a reflexionar sobre las violencias que se ejercen sobre las cuidadoras y sobre las infancias neurodivergentes.

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Cuatro hombres y una mujer rociaron un líquido inflamable sobre el cuerpo de  Luz Raquel Padilla, le prendieron fuego y escaparon. A sus vecinos no les gustaban los ruidos que hacía su hijo con autismo. Luz murió un martes 19 de julio de 2022. El crimen fue perpetrado en Jalisco, México. Nosotras, las madres que cuidamos niñas, niños y niñes quedamos en estado de estupefacción y luto. ¿Hasta qué punto pueden llegar los odiadores de madres e infancias?

En las fotografía del vecindario, la amenaza de muerte era clara. «Te vamos a q**m*r viva», advirtieron los vecinos en grafiti y lo llevaron a cabo.

Cuando nos enteramos de estos terribles crímenes, nos gustaría pensar que son casos aislados, pero, lastimosamente, no lo son. En 2018, la periodista salvadoreña Karla Turcios fue asesinada por su pareja Mario Huezo en presencia del hijo autista de ambos. 

En mi caso, una vecina me amenazó con llamar al 911 por el ruido que hacíamos a la hora de dormir con mi hijo de seis años, que también forma parte del espectro. En pleno régimen de excepción, una mujer joven no madre elige amenazar a una mujer madre por el ruido que hace con su hijo. 

Cuando una mujer se convierte en madre, asume sobre sus hombros una responsabilidad que debería ser conjunta: genitor, Estado, gobierno, instituciones, empresas, sociedad, familia extendida. En la mayoría de los casos, los antes nombrados se hacen cómodamente a un lado y la madre queda sola, a cargo de las criaturas, con una red pequeña de personas alrededor que le prestan ayuda en la medida de sus posibilidades.

En la cultura Occidental del último siglo y con el adiestramiento ideológico del sistema económico; se nos ha enseñado que todas y todos deberíamos ser «autosuficientes» como excusa para que la precariedad se reciba sin red de seguridad, sin red de cuidados. 

Dichos cuidados son feminizados. Es decir, si hay bebés, niñas, niños, niñes o adultos mayores que cuidar, se busca a la mujer más cercana por consanguinidad o vínculo y se le atribuye la obligación de dotar a esas personas vulnerables de cuidados de forma gratuita y, como en el caso de Luz, muchas veces, también recae sobre dicha mujer la responsabilidad de proveer económicamente. No sabemos dónde está el genitor del hijo de Luz. A Luz, su madre la ayudaba y por eso podía quedarse a cuidar a su hijo casi todo el día cuando este convulsionaba y hacía los ruidos «molestos» por los que sus vecinos eligieron asesinarla. 

¿Cómo reaccionamos cuando una niña o niño estalla, llora, patalea, en el espacio público o privado? ¿Por qué culpamos a la madre? ¿Qué tanto participamos en la red de cuidado de las infancias más allá de la filiación sanguínea? ¿Hemos llegado a violentar física, verbal, económica o psicológicamente a una cuidadora porque no es «capaz» de que las y los niños se comporten como lo exige el adultocentrismo imperante? ¿Qué tan responsables somos de la inyección simbólica y real de odio hacia las madres que supuestamente sacralizamos y endiosamos en la cultura popular? ¿Qué tanto repartimos de manera equitativa los trabajos del hogar y de cuidados para no asesinar en vida a las que se dedican a cuidar de los más vulnerables? ¿Ponemos en el centro la vida de las mujeres y las infancias o nos quedamos en nuestra burbuja necrocapitalista creyendo que porque ellas osaron parir deben poder hacerse cargo de todo? ¿Has leído sobre autismo? 

Durante la pandemia, en España, algunos vecinos denunciaban a las madres y padres que rompían la cuarentena saliendo a dar paseos para que sus hijas e hijos autistas no explotaran en gritos y convulsiones. Una mujer mayor tacleó a un bebé durante un vuelo comercial porque gateaba en el pasillo para estirarse. La madre del bebé perdió el juicio contra la señora y la aerolínea. «Hay gente mala», dice el refrán. 

El lenguaje se me agosta. Hemos llegado como especie humana al límite de la barbarie. Hemos fracasado como humanidad. Los vecinos de Luz la quemaron viva. Y a lo largo y ancho del planeta hay, este día y esta noche, millones de madres sobrepasadas y con síndrome de la trabajadora quemada, por todo lo que no hacemos como humanidad por ellas, por nosotras. El sufrimiento de las madres es normalizado, minimizado y, paradójicamente, idealizado, exigido, autoinfligido. 

Te invito a pensar en este caso y a participar en la red de cuidados de tus infancias más cercanas. Te pido no violentar a las cuidadoras. Y cuando una niña o niño autista o neurotípico haga un berrinche, no culpes a la madre, no abras tu boca para herirla, no la q**m*s viva, no la amenaces, mejor, ofrece tu ayuda. Si eres genitor, sé corresponsable, no te deslindes. Mi utopía sigue siendo las crianzas menos solitarias, más respetadas y sostenidas. Y a ti, colega, mujer, madre, que crías en estos tiempos violentos, te mando mi respeto y mi cariño. 

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