No estoy defectuosa, tengo vaginismo

Lya Cuéllar | 01/09/2022

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El vaginismo es muy común, pero se habla poco de esta patología vulvar. Como es un problema físico y psicológico, el tratamiento debe ser integral, pero nuestras sociedades todavía tienen muchas deudas con quienes lo padecen. Lya Cuéllar nos cuenta de su experiencia buscando tratamiento y lidiando con la frustración de sentirse inadecuada e incomprendida.


Ilustración por Andrea Burgos

—Creo que soy lisa ahí abajo, como una Barbie—, les decía a mis amigas, entre divertida y desconsolada. 

—Maje, pero es normal. Me pasó también la primera vez—. Todas, o casi todas, me contestaron que habían vivido algo similar al empezar a tener relaciones sexuales: dificultad en la penetración, tensión, dolores. Pero más que reconfortarme, sus confesiones me frustraban: si les pasó a ellas también y lo superaron, ¿por qué yo no lo supero? Y, si es tan común, ¿por qué carajo nunca había oído el término «vaginismo»? 

La primera vez que lo escuché, vino de una ginecóloga que consulté cuando tenía veinte años. Le conté angustiada que, por más que quería e intentaba, no lograba tener sexo penetrativo. Llegué a preguntarle si quizá, por ser pequeña, simplemente no estaba «diseñada» para que algo entrara allí, y le saqué un par de risas que a mí no me hicieron gracia.  

Intentó revisarme, más para calmar mis ansias que porque pensara que algo anduviera mal con mi cuerpo, y le fue casi imposible. Inmediatamente me diagnosticó vaginismo.  

El vaginismo es una patología vulvar tanto física como psicológica*. Quienes lo padecemos tenemos contracciones involuntarias de los músculos que rodean a la vagina en el momento de la penetración, ya sea a la hora de tener sexo o en una exploración ginecológica. No podemos controlarlas. Para algunas personas con vaginismo, la penetración sí es posible (en situaciones determinadas), pero dolorosa; para otras, como para mí en aquel entonces, es imposible sin tratamiento.  

Tuve la suerte de tener a una pareja paciente que jamás me hizo sentir bajo presión. Pero la presión venía de mí. Cada intento fallido me hundía y me desesperaba. Aunque nunca dijera nada por el estilo, yo creía que le estaba fallando y que era cuestión de tiempo antes de que me abandonara por ser «defectuosa». Y es que el vaginismo tiende a volverse un círculo vicioso:  

Intento tener sexo penetrativo y no funciona o me duele. 

Me siento frustrada, culpable, incapaz. 

Me angustio pensando en la próxima vez.  

Viene la próxima vez y estoy tensa. 

La tensión imposibilita la penetración otra vez… 

La doctora afirmó que, con toda probabilidad, el bloqueo no estaba entre mis piernas, sino en mi cabeza. Con mucho tacto, me preguntó si había sufrido violencia sexual. En las últimas décadas, múltiples estudios han comprobado una relación clara entre experiencias de abuso sexual y emocional y la prevalencia del vaginismo

Si esa era la causa de mi ansiedad, me proponía tratamiento psicológico para lidiar con el trauma. Lo descarté y a ella le cambió el semblante, se relajó. 

—Entonces— me dijo, maternal—, no es para tanto, es que estás nerviosa. Aflojate. ¿Sabés qué podés hacer? Tomate un par de copas de vino antes. El vino relaja—.  

En aquel momento acepté el consejo. Seis años más tarde, se me hace un despropósito. Me preocupa que otras mujeres jóvenes como yo busquen ayuda profesional médica y que la única solución que les planteen sea consumir alcohol para reducir sus inhibiciones. 

Porque sí, es importante reducir la ansiedad relacionada a la penetración para parar esos espasmos, pero como se trata de un problema físico y psicológico, el tratamiento debe ser integral para abordarlo por ambos lados. Al cuerpo le sirve mucho aprender a controlar esas contracciones con ejercicios de terapia manual para el perineo. A la mente, entender de dónde viene el miedo a la penetración y qué problemas puede haber en la relación propia con la sexualidad. 

Después de dos años de intentar sin éxito, hice eso mismo sin guía profesional ni atención individual, sino valiéndome de consejos que encontré en línea de otras mujeres cisgénero que pasaron por lo mismo, pero también de mujeres trans que recomendaban los dilatadores que usaron tras sus cirugías de afirmación de género. ¡Pero no es posible que debamos recurrir al autotratamiento para lidiar con algo tan común y tan tratable! 

Para superar o, al menos, hacer manejable el vaginismo, quienes lo padecemos necesitamos más que unos tragos: necesitamos tratamiento integral, paciencia y comprensión. Pero incluso antes de eso, nos urge información.  

El desconocimiento sobre el vaginismo es uno de tantos vacíos importantes en nuestra educación sexual, y otra deuda del deplorable manejo que damos como sociedad a la sexualidad y al placer de quienes no tenemos pene. La disfunción eréctil se habla constantemente: en las advertencias de las cajetillas de cigarros, en las tramas de casi todas las series de comedia, en los cientos o miles de medicamentos y pócimas para la “virilidad”. El vaginismo, en contraste, no es más que un secreto a voces.  

Toda la población —no solo la mitad con pene— puede sufrir patologías sexológicas, y merece respuestas y acceso a tratamientos adecuados. Deberíamos tener la información que necesitamos para iniciar nuestra vida sexual como deseamos y sin angustias, enfocándonos en nuestro bienestar y placer, y sin sentirnos como Barbies lisas. 


* «La pequeña guía ilustrada de las patologías vulvares», por Vulvae. 

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