Myrna López: «Algunos guerrilleros hablaban de las mujeres con burla, machismo, desprecio y exclusión»

Metzi Rosales Martel | 08/01/2024

Home ActualidadMyrna López: «Algunos guerrilleros hablaban de las mujeres con burla, machismo, desprecio y exclusión»

Myrna López Águila, veterana de la Resistencia Nacional (RN), ha escrito cinco libros. De estos ha publicado cuatro: «Cuentos de la guerra»; «La Casa de las Águilas»; «Renata, memorias de una guerrillera»; y «El más íntimo derecho». En esta entrevista, reflexiona sobre el papel de las combatientes y la deuda histórica pendiente con las veteranas.

Myrna López Águila tenía 24 años cuando comenzó a asistir a los círculos de estudio del Ejército Revolucionario Popular (ERP) en 1973. Se retiró del mismo luego de enterarse del asesinato de Roque Dalton en 1975. Meses después, integrantes de la Resistencia Nacional (RN) la contactaron y desempeñó un papel crucial en la formación política del campesinado, el reclutamiento de intelectuales y la organización de casas de seguridad para combatientes. Esto, junto con su labor como trabajadora social en la Fundación Salvadoreña de Desarrollo y Vivienda Mínima. Estaba casada y era madre de dos niñas. 

Además, fungió como enlace del FMLN en Nicaragua, donde también participó activamente en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Su compromiso llegó a su punto álgido en 1979, cuando el FSLN, una organización político-militar de izquierda, derrocó la dictadura de Anastasio Somoza Debayle y puso fin a la dinastía de esta familia. 

Posteriormente, fue acusada de «alta traición», junto con otros cuatro fundadores de la RN, por presentar en un documento señalamientos sobre la falta de efectividad de la ofensiva general de 1981 (originalmente denominada ofensiva final), así como la corrupción de los cuadros del frente exterior, y por solicitar que se investigara la muerte de Ernesto Jovel, secretario general y comandante de la RN, y de Augusto Cotto, secretario de relaciones internacionales. Optó por exiliarse en Suecia.  

Ha escrito cinco libros, de los cuales ha publicado cuatro: Cuentos de la guerra; La Casa de las Águilas; Renata, memorias de una guerrillera; y, El más íntimo derecho. En Renata, resalta la experiencia femenina en la guerra, exponiendo la violencia machista dentro de las estructuras del FMLN y el FSLN, desmitificando así la realidad de las combatientes. 

A 32 años de los Acuerdos de Paz, reflexiona sobre el papel crucial desempeñado por las combatientes y la deuda histórica pendiente con las veteranas. Este análisis se desarrolla en una reciente entrevista que arroja luz sobre la participación femenina en el conflicto armado. 


En su libro Renata, memorias de una guerrillera, usa nombres y seudónimos diferentes para referirse a usted, sus familiares, amistades y personas veteranas del FMLN, distintos de los de la guerra. ¿Cuál fue la razón detrás de su decisión de dar un enfoque ficticio a sus memorias, incluyendo los nombres y pseudónimos? 


Irene Cárdenas es el nombre que me puse para trabajar en el FAPU (Frente de Acción Popular Unificada de la RN). Cuando pasé a formar parte de una célula de partido, Fermán (Cienfuegos) me dio el nombre de Renata. A medio escribir el libro, tomé la decisión de cambiarle el nombre al hombre que me violó porque en esos días murió. Lo hice por consideración a sus hijos y nietos. Hasta el hombre con el que me casé, mi agresor, tiene otro nombre por la misma razón. Lo mismo he hecho con otros cuya moral es dudosa.  

A la gente del FSLN la llamo por su nombre o seudónimo que usaban en la guerra. El objetivo es denunciar las relaciones de género tóxicas que todavía hay en El Salvador. No a las personas, porque un libro no es la instancia adecuada para esa denuncia. En esos días murieron dos comandantes de la camarilla que nos condenó a muerte. No los menciono por consideración a sus nietos. Un niño orgulloso de sus antepasados es mejor persona. 


En sus memorias, usted describe cómo sobrevivió a la violencia por parte de su primer esposo. Probablemente en el imaginario colectivo, las combatientes estaban exentas de experimentar violencia por parte de sus pares hombres. ¿Qué la llevó a la decisión de relatar esta experiencia? 


Quería ser honesta sobre lo que me llevó a la decisión de incorporarme a la lucha. Desde los 10 años, cuando leí Los Miserables de Víctor Hugo, adquirí un pensamiento humanista de izquierda. Este pensamiento fue creciendo con otras lecturas que nada tenían que ver con mi vida cotidiana. Me casé a los 17 años con un hombre que encarnaba lo que me habían enseñado: alguien que me protegiera a mí y a mis hijas. Un proveedor. Además, era guapo y caballero. Como era empresario, su pensamiento, aunque él no lo sabía, era de derecha. Me casé inspirada por todos los ingredientes de la ideología femenina de la época. Pero yo ya tenía un pensamiento que no era típico. Esto provocó lo que en sicología se llama «disonancia cognitiva».

Un observador de la época diría que era una mala esposa: discutidora, opuesta, leyendo en vez de hacer las labores de mi casa… Ese matrimonio que duró 4 años tuvo un proceso clásico de libro: aislamiento, celos enfermizos, etcétera, con varios tipos de violencia. Culminó con violencia vicaria, cuando secuestra a mis hijas para hacerme el mayor daño posible.  

Mis propias hijas me dicen: «Mami, me parece increíble que a una mujer como vos alguien la haya maltratado y hayas bajado la cabeza». Pero es que, en ese entonces, yo era otra mujer y quizá eso solo se pueda entender con los años. 

Mi decisión de unirme a la lucha la tomo en este momento. ¿Fue mi ideología de izquierdas que por fin aterrizó o mi dolor frente a la injusticia vivida personalmente? No lo sé. Me gustaría creer que fue una decisión intelectual o más conectada con el cerebro. Pero no lo sé. Se lo planteo al lector de manera abierta para que lo decida; y, porque creo que todos tomamos decisiones así. Conocí muchas muchachitas en la guerrilla que se fueron huyendo de un padre maltratador o una madre o abuela maltratadora, por ejemplo. 


Usted también aborda la violencia sexual experimentada por las combatientes por parte de sus pares hombres tanto militares como guerrilleros. ¿Recuerda cómo se abordaban estos al interior de las estructuras guerrilleras?  


En la guerrilla, algunos hombres guerrilleros, inclusive de dirección, hablaban de las mujeres exactamente como lo hacían los otros hombres que no lo eran: con burla, machismo, desprecio, exclusión. Después, en el discurso político, eran muy evolucionados. O cuando querían conquistar a una nueva pareja. En Renata hay un par de ejemplos de cómo aplastan cualquier conato de discusión. Las mujeres con cargos de dirección teníamos el papel de aplastar esos conatos de discusión también. Era un dilema irresoluble. Si querías ser de conducción, tenías que ser fiel a la línea del partido y no andar perdiendo tiempo en discusiones que «le hacían el juego al enemigo». Creo relatar con honradez en Renata que fui inconsecuente con ambas posiciones. 


Cuándo usted estuvo en la RN, ¿identificaba esos patrones machistas de acoso y de discriminación a las mujeres?  


Sí, sí los identificaba. Pero quería tanto estar en la revolución que hubiera tragado carros y carretas por quedarme, porque para mí la cosa era patria libre o morir. Claro que veía que eran machistas. Fui totalmente consciente cuando vi que en las relaciones diplomáticas mandaban a compañeros hombres que apenas sabían hablar, que tenían poca capacidad. Había un buen grupo de mujeres profesionales: abogadas, sociólogas, psicólogas. A ellas las pusieron en labores logísticas y de comunicaciones. Al no considerarnos en las discusiones generales del partido, como la ofensiva final (1981), existía esa exclusión de género. La excepción era con las esposas o compañeras de los dirigentes, quienes incluso participaban en las discusiones sin cumplir con un requisito académico o de militancia. 

Una vez un compañero me dijo: «Si vos fueras la esposa de un comandante te podríamos encargar esas tareas. Lo que pasa es que como vos tenés ese compañero que no es del partido, no podemos estar seguros de que vos no le vas a contar a tu marido los secretos del partido». Ellos tenían a sus mujeres que ni siquiera eran militantes, pero eso no se discutía. 


En su opinión, ¿cuál es la diferencia entre las publicaciones escritas por veteranas y por mujeres sobre el conflicto armado con respecto a las de los hombres?  


No conozco todo lo escrito por mujeres veteranas sobre el conflicto armado. Me gustaría leerlo. En lo escrito por los hombres me falta lo humano… la descripción de las relaciones humanas es lo que revela los claroscuros de la guerra y nos hermana, como aquel guardia, en Renata, que conmovido porque me han robado el carro me quiere invitar a una Coca-Cola para que yo deje de llorar. 


A 32 años de la firma de los Acuerdos de Paz, ¿cuál cree que es la deuda pendiente tanto del FMLN como del Gobierno con las veteranas de guerra?  


No sé de cuál FMLN estamos hablando: ¿del histórico —del verdadero— o de ese remedo que formó el Partido Comunista con un par de alibíes de las FPL, en el que Schafik (Hándal) fue el gran estratega de la guerra, y llegaron al poder solo para ser cooptados por la derecha? El segundo no les debe nada, es ajeno a ellos. El primero les debe no solo a las veteranas y veteranos, sino al pueblo salvadoreño, un balance histórico en el que la historia no esté formada por solo epopeyas y héroes, sino la verdadera historia que sea útil para mirar hacia el futuro. 

En la presentación de Renata, como parte de las actividades del encuentro de las veteranas (realizado en septiembre de 2023, entre veteranas salvadoreñas y colombianas), Alberto Arene, quien militó en la RN, felicitó a las veteranas por este esfuerzo de balance histórico, y que dudaba que «los hombres, sus compañeros pudieran o quisieran hacer un esfuerzo semejante de balance». Demasiados egos. 

En otro plano, el Estado les debe a los veteranos y veteranas una pensión decente. Les debe lo que se ha avanzado en el país. Una generación entera que sacrificó su propio futuro por el de su país. Ya no hay gente así, y dudo que la haya en un futuro próximo.  

Esa gente que sacrificó su futuro vive, en muchos casos, en condiciones miserables, tragándose su amargura por haber dado tanto y no haber recibido lo mínimo. Y no es que lo hayan hecho por la pensión, pero es la retribución mínima de justicia. No se trata de que yo crea que el actual gobierno es responsable de ese desarrollo. No se trata de apoyar o no al actual gobierno, aunque ellos estén en el gobierno gracias al pequeño margen de democracia que dieron los Acuerdos de Paz. Se trata de que la lucha revolucionaria construyó ese espacio. Sin ese espacio, un candidato llamado (Nayib) Bukele no habría siquiera existido jamás. Y si uno duda, de la veracidad de esta afirmación, solo hay que comparar El Salvador con Honduras o Guatemala: Honduras es El Salvador sin revolución. Guatemala no tuvo una verdadera revolución con arraigo popular. Honduras es el país al que se iban los salvadoreños en busca de mayor bienestar en los 50. Y Guatemala era más desarrollado que El Salvador en la misma época. 


La presentación del libro Renata, memorias de una guerrillera, fue en septiembre de 2023 como parte de las actividades del primer encuentro de veteranas salvadoreñas y colombianas realizado en El Salvador y organizado por: Las Veteranas, Asociación Nacional de Mujeres Veteranas de Guerra de El Salvador y la Asociación de Mujeres Veteranas de la Guerra Civil de El Salvador. Foto: cortesía de la Colectiva Feminista para el Desarrollo Local.

¿Cuántos años tenía cuando ingresó a la Resistencia Nacional? 


Tenía 24. En 1973, tuve mis primeros encuentros con el ERP a través de un compañero estudiante de la Escuela de Trabajo Social. Posteriormente, él se convirtió en dirigente de la RN y fue asesinado en Fenastras de Santa Ana. Su nombre era Raúl Hernández. Asistía a un círculo de estudio y sabía que iban a proponernos algo, pero no llegué ese día porque ocurrió el asesinato de Roque Dalton y no quise saber nada, me salí de todo. Como seis meses después, llegaron los compañeros de la Resistencia Nacional, ahora una organización independiente, y me propusieron la línea que me encantó: la organización política de las masas, lo cual era necesario a 100 años de una insurrección. Me convertí en organizadora. Marisol Galindo y Alberto Arene dijeron (durante la presentación de Renata) que yo los había reclutado. En esa época había que captar a toda la gente valiosa con pensamiento de izquierda.  


¿En qué consistía la organización política de las masas? 


Después del trabajo, los viernes nos íbamos de cantón en cantón, como un evangelio, como una buena nueva, a explicarle a los campesinos que habían sido despojados de lo que les pertenecía. Desarrollamos métodos bastante importantes para explicar cosas como la acumulación de plusvalía del capital con palabras muy sencillas, inspirados en la pedagogía de Paulo Freire. Fui más organizadora que guerrillera, pero claro, esto desembocó en una guerra, porque ingenuamente creímos que íbamos a decirle a los ricos de este país «Miren, esta es la verdad» y que nos iban a responder: «Sí, tienen razón qué injusticia, ahorita lo vamos a arreglar». Pero no ocurrió así, sino que empezaron a matar a todos los líderes del movimiento y por eso la gente se armó.  


¿Su familia sabía que usted estaba organizada en la RN?  


Como era trabajadora social, a mi madre no le parecía tan raro que yo anduviera trabajando con los campesinos. Después del 75-76, que ya fui miembro del partido de la RN, me compartimenté completamente.  

En 1973, Erick, uno de mis hermanos, sufrió un incidente con la Guardia [Nacional]. Tenía tanta rabia que me preguntó: «¿Verdad que vos tenés contacto con la guerrilla? Deciles que quiero colaborar también». Le respondí que no porque él tenía 16 años. Él los buscó por su cuenta y se unió a la guerrilla urbana cuando tenía 18 o 19 años. Permaneció clandestino durante todo el conflicto, hasta el final de la guerra. Alex, otro de mis hermanos, se incorporó a la lucha desde los 14 años. Fue dirigente de ARDES (Acción Revolucionaria de Estudiantes de Secundaria). Fue herido a los 18 años, lo que nos obligó a sacarlo del país. A raíz de ese incidente, quedó con una discapacidad física permanente. Los tres, Erick, Alex y yo, estuvimos en la RN. 


Alberto Arene, exintegrante de la RN, comentó el libro de Myrna López, durante la segunda presentación de este, en septiembre de 2023. Él, además, escribió comentarios sobre su lectura de Renata, memorias de una guerrillera, en la versión impresa del libro. Foto: cortesía de la Colectiva Feminista para el Desarrollo Local.

¿Por qué se retiró de la RN?  


La organización, en su conjunto, no pudo llevar a término la lucha ideológica. Impugnamos la ofensiva del 81 porque se cometieron errores garrafales. Por ejemplo, yo era la jefe de logística de la Región Metropolitana, miembro del Estado Mayor Central de la Zona Metropolitana, y las órdenes que recibí fue que abriera la bodega estratégica. Teníamos una en Huizúcar, otra cerca de La Libertad y eran bodegas estratégicas. La orden fue abrirlas y decirle a la gente vengan, ahí están los fusiles, vamos a la insurrección. Nadie llegó. Nadie. La gente tenía miedo, cerraba las puertas. No estaban dadas las condiciones. La insurrección es una cosa muy seria y tienen que estar dadas las condiciones para llamar a la insurrección.  

Había otros problemas de corrupción de algunos compañeros. No digo que toda la RN era corrupta. El comandante (Ernesto) Jovel y Augusto Cotto murieron en condiciones rarísimas y nunca se investigó. Exigíamos que se investigara eso. En 1981, redactamos un documento y lo firmamos cinco compañeros. Como respuesta nos capturaron en una reunión de Comité Central en Managua. Nos pudimos salvar porque yo conocía al dirigente sandinista, porque había estado en el Frente Sandinista como una contribución de la RN, dos años antes. Alba Amaya, Víctor Amaya Cuadra y Alberto Ramos, que era secretario general del FAPU, fuimos capturados. Alba llamó a Guadalupe Martínez y la gente del ERP, los sandinistas y el embajador cubano llegaron a salvarnos.  

Ya estaban las pláticas para integrarse al FMLN. Del ERP les dijeron que no podían hacernos eso porque éramos dirigentes históricos, fundadores de la RN. Respondieron que no iban a matarnos, pero sí iban a hacerlo, ya nos habían leído la resolución y según los estatutos de la RN, si uno es dirigente y comete alta traición, como ellos decían que estábamos cometiendo, la pena era la muerte. La alta traición era denunciar esas cosas.  


Marisol Galindo, veterana del Frente de Acción Popular Unificada (FAPU) y del ERP, y fundadora de la Asociación de Mujeres Veteranas de la Guerra Civil de El Salvador, ha acompañado a Myrna López Águila, durante las dos presentaciones de su libro. López Águila también es integrante de esta asociación. Foto: cortesía de la Colectiva Feminista para el Desarrollo Local.

¿A raíz de esto se fue a Suecia?  


Sí. Mi compañero desgraciadamente cayó en la ofensiva de 1981, por eso la RN dijo que yo me había vuelto loca de dolor y por eso estaba impugnando a la organización. Claro que tenía un terrible dolor, pero no tenía nada que ver. Lo que estábamos planteando era un problema político. En 1981, me refugié en Cuba protegida por el FMLN y los cubanos. Regresé a Nicaragua en 1982 e intenté trabajar como socióloga en un equipo de investigación del Ineter (Instituto Nicaragüense de Estudios Territoriales), al tiempo que colaboraba con el ERP. Además de graduarme como trabajadora social de la Universidad Nacional, me había titulado como licenciada en Sociología en Costa Rica. 

Estábamos en Nicaragua, que era un país revolucionario, acusados por la RN de ser agentes de la CIA. Nos llegaban a catear la casa casi cada semana. Perseguida por esas falsas acusaciones, me fui a Suecia en 1985 como refugiada. Alba y Víctor se fueron a Inglaterra con una beca. En Suecia, surgieron rumores de que éramos una infiltración de la CIA en la RN. Al ser investigada, nunca revelé mi identidad como Renata; en Suecia, fui simplemente Myrna, madre de dos niñas. La historia de ese periodo la contaré en otro libro. 

En 1985, con las dos hijas que tuve durante mi compartimentación y mi pareja, también excombatiente, aplicamos a un programa de Naciones Unidas para refugiados. Uno podía irse a Australia, a Canadá o a Suecia. Quería irme a Canadá porque mis dos hijas secuestradas vivían en Estados Unidos, pero no había espacio. Nos mandaron a Suecia, no había donde elegir. 

Años después, me casé con un español. Cuando cumplí 65 años y me pensioné, regresé con mi marido a Centroamérica. Vivíamos en Costa Rica. Trabajamos ocho años en Hibueras, una oenegé, en Honduras, así que viajábamos cada cierto tiempo, según programa, de Costa Rica a Honduras. Nos fuimos a España a raíz de la pandemia.  


Durante la presentación de sus memorias, mencionó que enfrentó dificultades para publicar este libro. ¿Podría compartir las razones detrás de esos desafíos? 


Quería escribir sobre lo que pasó en la revolución salvadoreña, pero no quería hacerlo con amargura, quería elaborar, digerir, metabolizar lo que había pasado y tratar de ser lo más justa posible. Porque si uno escribe con el hígado, le sale un panfleto, y yo quería escribir un libro. Esperé muchos años, hice un montón de borradores: la mitad de las páginas la boté y volví a escribirlas hasta que salió lo que yo quería. 

tiene momentos divertidos, cómicos. Las veces que hice el ridículo porque no tengo los huesos de una guerrillera: tenía que cargar tres kilos de fusil, más la munición más la radio, me caía, era patosa. Lo cuento sin ningún sin ninguna vanidad, porque era la última siempre de la columna, me caía a cada rato. No tenía las condiciones físicas. Al final (en Nicaragua), me pusieron en la radio y en eso serví un poquito más.  

Cuando regresé a El Salvador, fui responsable de la logística de la zona metropolitana. Ahí sí pude usar mi fantasía. Por ejemplo, había problemas para las reuniones de todos los colectivos de San Salvador porque en dos o tres meses los vecinos notaban que había reuniones en una casa y los militares las quemaban. Comencé a preguntarle a los compañeros en qué trabajaban.

Por ejemplo, un compa era sastre, entonces le montábamos una sastrería para que los otros compas se hicieran pasar por clientes. Hice un complejo mapa del colectivo y de quiénes podían utilizar cada local. Teníamos una sastrería, un enderezado de carros, una oficina de importación y exportación, un montón de negocios, y eso resolvía dos problemas: la organización tenía que mantener a las familias cuyos maridos ya estaban en la clandestinidad. De montar esos negocios se podía sacar un dinerito para esa familia y al mismo tiempo para tener locales. Así pude desarrollar un poco más el talento organizativo. Luego tuve un camioncito con doble fondo: lo llenaba de arroz, maíz y frijoles, así como hacen esas mujeres que andan vendiendo grano y que llegan a los lugares más alejados. Abajo llevaba lo que iba a meter a los frentes. Era una red muy compleja de servicios.  


¿Por qué es importante que las veteranas cuenten sus memorias?  


La importancia radica en varios niveles. A nivel individual, verbalizar las experiencias traumáticas permite enfrentar y liberar los dolores acumulados, promoviendo el autoperdón y la sanación personal. Socialmente, al destacar las contribuciones valiosas de estas mujeres y evidenciar las persistentes luchas contra el patriarcado, se fomenta la conciencia colectiva y la continuidad de la lucha por la igualdad. Además, al rescatar y compartir estas experiencias, se contribuye a restituir la memoria histórica, evitando que se repitan los errores del pasado y reconociendo la verdadera cronología de eventos significativos en la historia. 

Unite a nuestro esfuerzo.

Colaborá