Andrea Molina: «Tres años en la bici, 14 mil kilómetros y terminamos bien»

Angélica Ramírez | 13/12/2023

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Andrea es la primera mujer salvadoreña en recorrer en bicicleta desde Ciudad de México, hasta Ushuaia, Argentina. Este viaje de más de 14 mil kilómetros fue un reto físico y emocional que culminaron con su regreso permanente a El Salvador. En esta entrevista nos cuenta los altos y bajos de su viaje. Recuenta cómo en el camino confrontó el ser mujer en un deporte masculino, pero también la realidad de la migración indocumentada de personas centroamericanas frente a su propio viaje voluntario por el mismo continente. Además, acompañamos la entrevista con un mapa interactivo en el que podés explorar los lugares donde estuvo.

Andrea Molina comenzó su viaje hacia el sur del continente americano en mayo de 2020 junto a su pareja, Jake Dacks. No era cualquier viaje. Era un recorrido en bicicleta desde México hasta el sur de Argentina que duraría tres años. Al final del camino, Andrea, ahora de 31 años, se convirtió en la primera mujer salvadoreña en llegar de esta manera a Ushuaia, Argentina. El viaje siguió la columna vertebral del continente: desde la Sierra Central de México, pasando por los imponentes Andes hasta llegar, por fin, a la Patagonia argentina. 

La familia de Andrea es originaria de Usulután. Su abuela y su madre se dedicaban a la corta de café, pero emigraron al Área Metropolitana de San Salvador en busca de mejores oportunidades laborales. Cuando Andrea tenía 15 años, obtuvo una beca de estudios para cursar su bachillerato en Costa Rica. Con otra beca, logró financiar sus estudios universitarios en Estados Unidos. De 2009 a 2013 estudió Ecología Humana en el College of the Atlantic en el estado de Maine, donde se acercó a los movimientos de mujeres migrantes.  

Durante casi ocho años, trabajó desarrollando currículos educativos con un enfoque sustentable para escuelas en Estados Unidos. En 2020 dejó ese país para andar el continente en bicicleta, un deporte que empezó a practicar en su país de estudios. Después de su travesía, luego de casi 12 años de vivir fuera de El Salvador, en mayo de 2023, regresó al país centroamericano para echar raíces. Ahora hace traducción y edición de textos con enfoque de justicia lingüística para movimientos sociales en el exterior. Ahora ya no está sola en realizar esta hazaña: en 2020, una segunda mujer salvadoreña, Paola Renderos, emprendió el mismo viaje.  

Durante esos años en bicicleta enfrentó retos físicos, como dolores musculares, caídas, subidas que parecían imposibles, caminos de 60 kilómetros —que son de los más peligrosos de recorrer en bicicleta—. También encaró el desafío de no encajar en la imagen que las personas tienen de una ciclista, por ser mujer y latina.

El viaje, además, fue un lugar de autorreflexión. Momentos como cruzar la frontera de México la hicieron reflexionar sobre las desigualdades entre el recorrido que ella hacía hacia el sur en bici y el que los migrantes hacen sin documentos para el norte. En esta entrevista hablamos de estos retos y de las reflexiones que Andrea atravesó en su recorrido por el continente.   


Andrea, en un recorrido en bicicleta en El Salvador, junto a sus amigas. Foto por Kellys Portillo.

¿Cómo te acercaste a la bicicleta? 


En la universidad, estaba casi en mi último año. Fui a una universidad que está en la costa atlántica de los Estados Unidos, cerca de Canadá, en el estado de Maine. Era hermoso, pero era en la mitad de la nada porque era una universidad bien enfocada en la ecología y la biología marina. Está allá, donde «Cristo perdió la chancla». Era un pueblo pequeño y el transporte público no era constante. Todo el mundo tenía su carro y todo el mundo montaba en bici. Yo era la bicha que todavía caminaba a todos lados, me tomaba un mundo llegar. Mis cheros lo agarraron como proyecto personal, el enseñarme a andar en bici. Había una bici chuca en el garaje de alguien y fue de «subite, pedaleá, y tratá de ir recto». Fue como aprender a patadas y con mucho amor de mis amigas, un aprendizaje que me cambió la vida por completo. Entonces, llegué a la bici porque quería llegar a lugares más rápido, porque no tenía siempre el acceso al bus y porque me parecía que era algo bien chivo. Llegué así, por necesidad, pero también quería aprender. Siempre sentí que no era ciclista, que no iba a poder. 10 años después aquí estoy, soy una gran promotora de la bici, me encanta enseñar a mis amigas si no pueden. 


¿Por qué decidiste hacer el viaje?  


Este viaje fue una acción que yo titulo «para mi preservación futura». Era como: «quiero hacer algo por mí misma, ahorita». Siento que desde niña he tomado mucho el rol de cuidadora, algo que ha tenido estragos, algunos drásticos, en mi vida y la manera en que me relaciono con la gente. El viaje fue un poco para darme espacio para hacer algo divertido, sin tener que ser la proveedora, sin tener que ser la cuidadora de alguien más. Sino que, para ser mi cuidadora, mi proveedora. Y eso fue chivo, creo que no había hecho algo así nunca. Tenía un montón de miedo, un montón de miedo.  


¿Fueron tres años de movimiento constante?  


Hubo pausas. Comenzamos en pandemia, que fue una decisión difícil. Yo estudié por muchos años afuera, en Estados Unidos. Viví casi 12 años allí. Mi visa se estaba venciendo, tenían que renovarla, pero en la pandemia estaba todo tapado. Así que dijimos: «bueno, nos vamos». Reconozco que desde el privilegio decidimos ir para México, estar allí. Este viaje se logró por privilegio de movilidad. Y, no sé, fueron años también de ahorrar para este viaje. Entonces creo que el viaje fue como un regalo para mí. Un regalo que me estaba regalando a mí, lo que nunca me he dado, un gusto enorme.  


Pero, previo a este, ¿ya habías hecho un recorrido tan largo? 


Nosotros fuimos bien intencionales, digo nosotros porque mi compañero y yo hicimos el recorrido juntos. Fue un año de preparación: comprar equipo, de salir a rodar los fines de semana, fuimos a acampar para ver cómo era cocinar, cómo dormir en la tienda de campaña, qué ropa usar. Eso fue como la preparación de un año, pero nunca había hecho un viaje de más de cuatro días en bici. Un viaje de cuatro días ya es duro, pero fue algo bien gradual. Entonces fue todo un año preparación y luego llegó la pandemia, pero igual, decidimos hacerlo. Cambiamos un montón la ruta, pero me sentí muy bien, aunque tenía mucho miedo. Creo que me preocupó un montón la parte técnica, como que «no sé arreglar esto, no quiero ser dependiente de mi compañero, quiero ser una mujer independiente en este viaje». Pero, obviamente, había un montón que tenía que aprender. En ese momento no era una experta en la bici, podía hacer lo básico.  



¿Cuáles fueron tus experiencias más retadoras? 


Creo que la parte más dura fue aprender el idioma de escuchar mi cuerpo. Me costó un montón. De alguna manera estaba tratando de probarme a mí misma que lo podía hacer. Al principio, los primeros meses, no tomaba agua porque era como «no necesito agua», pero era bien tonto. Y mi compa me decía que tomara agua. Entonces aprender a escuchar el cuerpo fue una cosa difícil y me bajoneó un montón. Me preguntaba si lo iba a lograr. Y era también una vida bien dura porque es acampar un montón, cocinar tu propia comida, estás moviéndote con el cuerpo todo el tiempo. Es estar bien cansado y estás lejos de tu familia, de tus amigos. Esa parte de estar un poco removido de tu espacio es bien dura.  

La parte yuca creo que fueron los primeros tres meses, después fueron de los años más felices que he tenido. Fue una onda así de «lo estoy haciendo, lo estoy logrando». Y ocupar el espacio como mujer centroamericana era también algo de lo que yo estaba muy orgullosa. Porque estos espacios son muy dominados por el hombre blanco, europeo, chele, gringo, que tienen las economías para hacerlo. Ahora está también Pao Renderos, otra mujer salvadoreña, camino al sur, pero no hay muchas. Entonces, veía importante alzar la voz, decir «¿por qué no hay más (mujeres)?» Los niveles de violencia son altos, los femicidios son altos, hay poco acceso, las economías son distintas. Pero era más como: «lo estoy haciendo por todas nosotras. Acá van conmig». Entonces sí fue bien especial, me sentí como una vocera de mi comunidad.  


¿Tuviste algún momento en el que sentiste que no ibas a poder lograrlo? 


Sí hubo momentos, que no era que pensaba «no voy a lograr todo el viaje»; era más como «este día es una mierda y no lo quiero terminar. Estoy harta». Días que te querés ir para la casa y estás a la mitad de la montaña. Fueron muy duros y pasó en climas duros. Cuando había mucho frío, cuando estaba lloviendo y no había nada donde resguardarnos. Ahí es donde la parte mental es súper importante. En ese momento del viaje estábamos como en Perú, cuando comenzó a pasar eso. En Ecuador pasó como dos veces. Estábamos en los Andes, que son de 4000 metros de altura. Es súper alto y frío. No era una cuestión de que «no lo puedo hacer físicamente, yo sé que lo puedo hacer», pero era más de que estaba tan cansada. Cualquier cosa me quebraba. En otros momentos sin problema, pero en esos en que «no dormí bien, no comí bien y estoy cansada. Estoy harta, no quiero hacer esto más que quiero ir a ver tele». 


¿Cómo lidiaste con eso? 


Es un momento yuca porque mucha gente romantiza estos viajes como «el viaje de la vida» (…). Me gustaba un montón el compartir el viaje en las redes, para mi comunidad. Pero para mí también era importante mostrar esa parte yuca, Para mí era importante esa transparencia porque no es fácil. Es bien duro, y no solo que llorás: físicamente es bien pesado. 



¿Y cómo llevaste eso con tu pareja? 


Jake, mi pareja, todo el tiempo fue súper bello. Pero también fue yuca y hubo un momento en que yo estaba como «me voy a divorciar, me quiero ir». Creo que es bien importante hablar de esos momentos en general. Yo a veces me sentía mal de sentirme mal, pensaba: «no, yo tengo que ser feliz porque es mi viaje y el viaje de todos». Pero no, «este día ha sido bien mierda y me quiero ir a dormir, pero tengo que subir esta loma, entonces no puedo».  


Como mujer, ¿de qué formas te atravesó el viaje?  


Creo que la parte más dura, que me dolió mucho, era que te invisibilicen. Ya me la olía desde mucho antes del viaje, lo hablamos con mi compa, hicimos un plan y todo. La gente está acostumbrada a ver a hombres blancos y secos en la bici. Ellos tienen derecho, a ellos los hemos visto siempre la tele, en las revistas. Pero ver una mujer salvadoreña, chiquita, cuando no saben dónde está El Salvador… Decían «bueno… preguntémosle a él…». Muchas veces yo era como invisible. Eso fue muy duro porque yo también me estoy rompiendo los ovarios, haciendo este viaje, subiendo estas lomas y no había nada de reconocimiento.  

Otro momento duro fue entender que Jake y yo tuvimos infancias distintas. Él es alguien confianzudo, habla con la gente, si hay un camino en el monte, es de «vámonos ahí». Yo pensé que mi relación con la naturaleza iba a ser muy fácil, pero crecí teniendo miedo a las quebradas, escuchando que habían dejado un cadáver en la quebrada, teniéndole miedo a algún monte solo, algún cafetal solo… Me acuerdo de que era como un pánico hasta en lágrimas, como «no quiero», y mi pareja: «está bien, no tenemos qué, no vamos a hacerlo». Eso cambió con el tiempo, pero me acuerdo de pensar mucho en eso, en cómo me jodió el chip con el que crecí, con tanta muerte alrededor mío.  


Luego del viaje ya regresaste a El Salvador. ¿Cómo fue eso para vos, más después de hacer los tres años moviéndote?  


Llegamos en mayo del 2023 del viaje, estamos todavía aterrizando. Haber vivido ese cambio, sea donde sea que fuéramos, cambiar de una vida súper unida, sencilla… teníamos toda nuestra vida en la bici. Era una vida bien simple. Ahora llegar a una vida como las cosas, tener que preocuparnos por qué se fue el agua o por qué no hay luz… nos estamos acostumbrando a eso. 

Han sido un montón de cambios. Dentro de todo ha sido emocionante. Creo que estoy emocionalmente fatigada, estoy exhausta de coordinar, planificar. La vida en bici es un día a día. Nos levantamos, hay que hacer comida, hay que poner la ruta, estás viajando con el cuerpo y eso es bien cansado. Pero ha sido súper chivo, el viaje fue una gran escuela y me acostumbré un montón a que todo es bien volátil, como que hoy estamos en ese pueblo, mañana quién sabe. Estoy emocionada por una vida un poco más tranquila. 


¿Cómo te involucraste o cómo te acercaste a los movimientos con los que ahora trabajás?  


Mi mamá y mi familia vienen de una historia sindical fuerte de trabajadores agrícolas y cuando se mudaron a San Salvador también chocaron con ser discriminadas. Creo que esas conversaciones, esos comentarios de mi mamá, de mi tía, de mi abuela fueron tejiendo esta conciencia social de qué era bueno, de por qué tenía que pelear. Cuando yo me mudé a Costa Rica para hacer bachillerato con esta beca, fue un choque bien grande. Cuando me fui a la universidad en Estados Unidos era una mujer migrante, obviamente con una visa de estudio, pero igual, migrante. No podía hablar inglés y tuve que aprender. Ese choque de no poder comunicarse, de no poder hablar y decir qué sentía… Hubo un montón de injusticias o situaciones de no igualdad. Eso fue aumentando mi entendimiento político de mí como una mujer centroamericana migrante que venía de una familia trabajadora campesina. Creo que esas grandes encrucijadas en mi vida forjaron un montón mi pasión por lo social, por el feminismo también. 


¿Cómo terminaron el viaje?


Chillé. Cuando terminó el viaje fue un luto también. El fin del viaje llegó con un montón de emociones. Lo logramos, tres años en la bici, 14 000 kilómetros y pico y terminamos bien. Terminamos en un punto bien alto emocionalmente, pero llegó también el «puya, terminó esta etapa del viaje». Esta se la dedico a mis tías, a mi hermana, a todas las mujeres que vinieron detrás de mí que no pueden andar en bici tampoco, a quienes tengo que enseñarles. Es mi tarea. Pero terminó y fue un poco de luto. Un montón de cambios, un montón de preguntas y de incertidumbres. ¿Y ahora qué hacemos? ¿De qué voy a trabajar? ¿Cómo retomo mi carrera? ¿Qué significa reconectar con amigos con los que no he hablado hace un montón que tenemos vidas bien distintas? 



El sábado 19 de agosto, Andrea en compañía de sus amigas Ana Yancy (camisa roja), Alejandra (camisa morada) y Claudia (camisa gris) realizaron una pedaleada de alrededor de 60 km desde San Salvador hasta Playa El Zonte. La iniciativa fue idea de todas y dio espacio para convivir y conversar, también para aprender. Esta fue la primera vez que Andrea realizaba una pedaleada sólo con mujeres en El Salvador. Fotos: Kellys Portillo

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