El problema feminista con los hombres «buenos»

Valeria Guzmán | 14/12/2023

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Las mujeres feministas que nos relacionamos con hombres solemos hablar de la necesidad de masculinidades distintas. Unas masculinidades más sensibles, más respetuosas y no patriarcales. Pero cuando las encontramos, ¿estamos listas para abrazar esas masculinidades? ¿Será que hay ciertos comportamientos del hombre patriarca que tenemos tan aceptadas que las creemos imprescindibles dentro de nuestras relaciones sociales, sexuales y emocionales?



Mi amiga Ángela y yo estamos en un concierto, bailando frente al escenario. Nos reímos y platicamos a gritos. Mi pareja, un hombre cis, está a nuestro lado. De repente, un chico desconocido se nos acerca y empieza a coquetear con nosotras. Le dejamos saber que no estamos interesadas y él se va. Pero lo que se queda en mí es una especie de frustración: ¿Por qué mi compañero no lo alejó? ¿Por qué «dejó» que se acercara a nosotras? 

Pronto caigo en cuenta de la verdadera pregunta: ¿Por qué, después de años de identificarme como feminista, sigo esperando ser protegida por un hombre? 

Los roles tradicionales de las relaciones heterosexuales indican los personajes a interpretar: proveedor y ama de casa; dominante y sumisa; fuerza masculina protectora y delicadeza honorable femenina. Parte del trabajo de los feminismos ha sido hacernos ver lo peligroso y violento de estas prisiones de las relaciones tradicionales. Y racionalmente lo entiendo, pero hay algo que cuesta más dejar de aceptar como normal: el sexismo benevolente. Aquel que nos dice, con toda la dulzura del mundo, que las mujeres son flores delicadas. El sexismo benevolente sitúa en una posición superior al hombre y en un rol sumiso a la mujer, pero al ser más sútil, se tiende a aceptar como galantería.

El sexismo hostil es más fácil de reconocer porque sus consecuencias son más evidentes. Empieza desde que somos pequeñas y nosotras debemos limpiar mientras nuestros hermanos ven la televisión. Sigue en el trabajo: cuando una mujer gana menos que su compañero. Pero cuando el sexismo se disfraza en intentar cuidar la delicadeza, la honorabilidad o la imagen de una profesional, eso es más difícil de identificar. 

El término de sexismo benevolente fue acuñado en los noventas. Es parte de otro concepto más grande llamado sexismo ambivalente. Tanto el hostil como el benevolente son dos extremos dentro del mismo martillo que, a fuerza de repetición, perpetúa la desigualdad de género. El sexismo ambivalente se erige en varios pilares. Uno de ellos es el paternalismo. 

Un artículo publicado este año en la revista Nature explica que el paternalismo puede manifestarse con agresividad o demostrarse a través de gestos de supuesta protección. Un hombre que somete a su pareja a castigos físicos ejerce claramente el sexismo hostil. Por su parte, el benevolente se enmascara en la protección. Por ejemplo: el novio que acompaña a cada fiesta, a cada comida, a cada actividad social a su novia para que «no le pase nada». ¿Y si en realidad eso es control? 

En las conversaciones con mujeres heterosexuales se suele hablar de la necesidad de que los hombres cambien. Y muchas hacemos trabajo para también cambiar nosotras y colocarnos en lucha frente al patriarcado. Sabemos que no queremos ser maltratadas, pero a mí, aún me cuesta identificar el sexismo benevolente porque aunque no lo quiera, he aprendido a leer ciertas actitudes sexistas como galantería. Y esa es una parte central del problema. 

En 2015, dos investigadores estadounidenses estudiaron las expresiones verbales y no verbales dentro de las interacciones sociales de hombres y mujeres. Una de las reflexiones que hacen es que el sexismo sí puede estar acompañado de calidez y amabilidad: «A menos que se entienda que el sexismo tiene propiedades tanto hostiles como benevolentes (…) seguirá siendo una de las fuerzas impulsoras detrás de la desigualdad de género en nuestra sociedad».

Vemos señales de alerta a kilómetros de distancia cuando se trata de patriarcas tradicionales, pero muchas seguimos abriendo la puerta sin reservas a comportamientos sexistas benevolentes. Lo que me avergüenza reconocer es que a veces, como en aquella fiesta, espero inmediatamente que mi pareja se comporte como el patriarca bueno para alejar al patriarca desconocido cuando, en realidad, lo que quiero es a todo machista lejos. 

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