Gabriela Paz: «Sobre la sexualidad de las mujeres, lo único que se valida es que seamos madres»

Metzi Rosales Martel | 29/03/2023

Home ActualidadGabriela Paz: «Sobre la sexualidad de las mujeres, lo único que se valida es que seamos madres»

En esta entrevista*, Gabriela Paz, antropóloga social y activista feminista, analiza las implicaciones que ha tenido para la sociedad salvadoreña la discusión en torno al caso de Beatriz, quien además de cumplir con el arquetipo y rol de madre, cuidadora y esposa, en una relación heterosexual y monógama, desafió al sistema al expresar su deseo de interrumpir su segundo embarazo porque el feto era anencefálico y ponía en riesgo su salud y vida.


Desde que la decisión de Beatriz, de interrumpir voluntariamente su embarazo, se hizo pública, en el 2013, distintas personas y organizaciones han debatido sus posturas a favor y en contra del aborto terapéutico. Los argumentos van desde el abordaje de los derechos sexuales y reproductivos hasta las posturas religiosas y antiderechos. Dentro de esos debates, las narrativas han revictimizado tanto a Beatriz como a su familia por expresar un derecho considerado disruptivo por quienes son pronacimiento o tienen posturas conservadoras.

En esta entrevista*, Gabriela Paz, antropóloga social y activista feminista, analiza las implicaciones que ha tenido para la sociedad salvadoreña la discusión en torno al caso de Beatriz, quien además de cumplir con el arquetipo y rol de madre, cuidadora y esposa, en una relación heterosexual y monógama, desafió al sistema al expresar su deseo de interrumpir su segundo embarazo porque el feto era anencefálico y ponía en riesgo su salud y vida. Beatriz tenía una enfermedad mixta: artritis reumatoide y lupus eritematoso sistémico en su etapa de nefropatía lúpica. Continuar con ese embarazo inviable ponía en riesgo su salud y vida y amenazaba su deseo de seguir maternando a su entonces hijo de nueve meses. 

*Esta entrevista se realizó antes de la audiencia pública en la cual, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) escuchó a la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, a la mamá de Beatriz, a las colitigantes y al Estado salvadoreño. El 24 de abril vence el plazo para que las demandantes y El Salvador presenten sus alegatos finales escritos y sus observaciones finales escritas en relación con el fondo y eventuales reparaciones y costas en la demanda internacional del Caso Beatriz y otros versus El Salvador.


Desde el punto de vista de la antropología, ¿qué implicaciones ha tenido para la sociedad salvadoreña la discusión en torno a la solicitud de Beatriz de interrumpir voluntariamente su embarazo? 


Simbólicamente Beatriz, con su vida, y con esta petición que hizo acompañada del movimiento social de mujeres y feministas, implica una representación colectiva de esta trama social donde las mujeres no pueden decidir con autonomía sobre su cuerpo y sobre su sexualidad, en su amplia dimensión de comprensión, como este ejercicio humano que nos permite no solo reproducirnos, sino relacionarnos con otras personas y con nosotras mismas. 

¿Y por qué lo digo de esta forma? En el plano de lo legal, donde jurídicamente las mujeres, en este momento, somos reconocidas como sujetos de tutela del Estado y hay ciertas restricciones sobre la propia decisión que tenemos respecto a nuestros cuerpos y al ejercicio de nuestra sexualidad. En concreto, cuando se penaliza la interrupción del embarazo, legalmente se le puede colocar el mote de aborto, lo que se está penalizando es que nosotras podamos decidir sobre nuestro cuerpo. Es decir, nosotras no tenemos un control sobre nuestro propio cuerpo. Y hay otro grupo, en este caso,  las feministas, algunos movimientos de mujeres, mujeres que por sí mismas tienen la decisión de no solo de interrumpir, sino de decidir que no quieren tener hijos o que quieren tener un ejercicio de sexualidad distinto al que se establece en la norma, que más bien están abogando justamente por la autodeterminación sexual y por reconocernos como sujetas de derecho y no sujetas tutelares. Es importante señalar esta diferencia, porque hay por lo menos dos grupos de actores sociales que están debatiendo discursivamente, pero obviamente hay uno que tiene un poder y representa también ese poder: un constructo cultural hegemónico. 


¿Por qué algunas personas basan sus argumentos en razones religiosas y culturales?


Algunas personas discrepan por razones religiosas más que culturales. Desde la antropología entenderíamos que todas las nociones religiosas son expresiones de la cultura. En el caso concreto de El Salvador, es una sociedad postcolonial, con una frágil construcción de la democracia, además muy precaria y sumamente violentada, tenemos una representación específica en torno a la vida y en torno al cuerpo y al ejercicio de lo sexual y lo erótico. En esta representación, el papel que se le da a las mujeres, a estas personas que nacemos con órganos feminizados, responde a ciertas características estereotipadas de lo que se construye en este imaginario social como idealizado y ese producto idealizado. Las mujeres estamos muy encerradas en una caja binaria y antagónica, somos percibidas como cuerpos peligrosos, fuentes de pecado. En este caso, la mitología judeocristiana habla de Eva, que es castigada con el dolor en la gestación. En contraposición, está la Virgen María, una figura redentora que cumple en este mito, el papel de la redención a través de la maternidad, a través del ejercicio de la maternidad, a través del embarazo, y como una cuidadora presta al sacrificio. En estos modelos arquetípicos es que culturalmente se nos educa, practiquemos o no practiquemos la religión, porque ese es el valor hegemónico que se instaló socialmente en nuestra sociedad. A las mujeres se nos valora desde ahí. 


¿Qué pasa a nivel antropológico en el cerebro de las personas cuando una mujer, como Beatriz  sí cumple este valor arquetipíco, que quiere cumplir su rol de cuidadora con su hijo ya nacido, etcétera, pero algo amenaza con impedírselo y ese algo que se lo impide rompe la norma como pedir la interrupción de su segundo embarazo, de un feto anencefálico? 


Lo que sucede ante una persona que rompe la norma, es que es marginalizada, castigada o si es acompañada por otro conjunto de personas, se percibe como sujeta de disrupción. En El Salvador, cuando las mujeres han tenido una experiencia de pérdida del embarazo, porque no podemos hablar de que siempre esa pérdida del embarazo es provocada por las mujeres, lo que se observa es que se criminaliza a las mujeres por esta incapacidad de cumplir justamente con el rol de maternar, de gestar. Legalmente, se puede estar castigando la violación tutelar que el Estado tiene sobre el cuerpo de las mujeres con este signo de prohibición del aborto, pero a su vez se está castigando también socialmente por no continuar con el mandato de la maternidad, que desde la percepción cristiana en la cual está instalada esta norma, es el único camino para la redención del acto sexual que es percibido como un acto pecaminoso. 

Sobre la sexualidad de las mujeres, lo único que se valida legalmente es que seamos madres, no que disfrutemos las relaciones sexuales, no que podamos ejercer libremente nuestra vinculación erótico-afectiva con otras personas. De hecho, eso también socialmente está penalizado, muy estigmatizado, se usan categorías como puta, promiscua y si se habla de las mujeres que tienen un ejercicio libre de su sexualidad y comparten con múltiples parejas, hay una condenación social sobre eso. 

En el caso de la interrupción del embarazo, hay una condenación legitimada y legal que implica esta criminalización. En el caso de Beatriz, ella pudo haber sido ya una mujer con una experiencia de vida que le había permitido ejercer la maternidad, que estaba en una relación de pareja heterosexual y monógama, pero con solo el hecho de explicitar que quería interrumpir su embarazo para continuar con la vida, se vuelve un ejemplo de la contradicción de la norma. Y justamente por eso es que no se lo permiten, a pesar de que legalmente sí se sostiene que ese embarazo atentaba contra su propia vida. Y la vida de las personas también es un sujeto tutelar reconocido en la ley salvadoreña. 


La decisión de Beatriz ha generado un intercambio epistolar entre quienes apoyan el derecho a decidir y las personas antiderechos ¿qué opina usted del tono de esta discusión?


El nombre de Beatriz no es su nombre real, es un nombre simbólico que se le pone a una mujer  para que el movimiento social feminista pudiera abanderar y abogar por ella. Todo el tiempo se buscó proteger de este ataque mediático a esta persona. Recuerdo que, en el 2013, El Faro sacó una foto de Beatriz, algo muy cuestionable porque la ubicó en el ojo del huracán y que la gente dirigiera sus discursos de odio sobre ella. También hubo otro tipo de narración, de discurso. He leído mucho las columnas de esta señora, Regina de Cardenal, de la mamá, incluso el Opus Dei tiene su propio medio digital, que tienen claramente representación de esta visión religiosa de que las mujeres, pues básicamente la única función que tenemos es la de la maternidad y ese es un rol bendito, y plantean como una negación de una bendición de Dios, interrumpir la maternidad. 

Por otra parte, había gente que podía comprender que Beatriz tenía un peligro para su vida al continuar con este embarazo. Pero aparecen discursos sumamente penalizadores sobre su ejercicio sexual, en los comentarios de las notas de prensa. Es abundante leer: «¿Para qué abrió las piernas? ¿Para qué decidió seguir teniendo relaciones sexuales?» Es decir, condenando su vida sexual. O de plano, relatándola desde la ambigüedad de no reconocerla como una persona con una vida sexual, con deseos y con una historia, porque tiene una pareja, tiene un hijo, es una chica que a pesar de su enfermedad no va a vivir solo en función de su enfermedad. Todo eso se penaliza, se estigmatiza en estos discursos. 


¿Cree que el caso de Beatriz permitió sacar del imaginario colectivo que somos las feministas quienes promovemos el aborto? 


En el 2013, el caso de Beatriz colocó en la agenda pública y mediática el tema de lo que implicaba para las mujeres la penalización del aborto y que no era un tema de interés únicamente de las feministas, sino de las mujeres en general. Recuerdo que en ese momento, trabajaba en una asociación de mujeres y tenía acceso a hablar este tipo de cosas con mujeres en los territorios, en zonas rurales. Muchas comentaban que la experiencia de la pérdida del embarazo era algo muy común y natural, en el sentido de que era algo cotidiano que podría ocurrirle a cualquier mujer y no lo percibían desde el tema legal. Algunas ni siquiera tenían noción de que eso estaba criminalizado. Desde la religión, encontraban la resignación: ‘Dios no quiso’  ‘Dios sabrá por qué ocurrió esto de la interrupción’, porque muchas de estas mujeres a lo largo de su vida habían tenido pérdidas del embarazo por razones naturales o porque  eran mujeres con poco acceso a servicios de salud, con bajos niveles nutricionales, en zonas con poco acceso a servicios de prestación del Estado. 

Lo habían asimilado como un proceso de su cuerpo que sí les dolía porque siempre hay una expectativa sobre el tema del embarazo, pero ahí operaban otras narraciones. Incluso es bien interesante y podría ser algo importante de indagar, más adelante, en cómo viven las mujeres el duelo ante una pérdida del embarazo, porque no se suele hablar de eso. No hay un proceso de acompañamiento a este tipo de situaciones. Se ve como un proceso de enfermedad del cuerpo cuando hay un vínculo emocional con este nuevo proyecto. Muchas de ellas más bien reflexionaban sobre eso y cómo lo habían vivido desde la soledad o en acompañamiento con otras mujeres, pero no mencionaban el tema de la de la criminalización. Hasta que llegamos y les explicamos que está penado por la ley, entendían que esto era una situación que podía exponerlas a un castigo. 


En el caso de Beatriz y de Las 17 y más, mujeres criminalizadas por experimentar emergencias obstétricas, en entrevistas realizadas a integrantes de la Agrupación Ciudadana, comentan que han aprendido a cuidar y acompañar a cada mujer de una manera interdisciplinaria porque, por ejemplo, el proceso del luto no pueden vivirlo de forma privada, y no sé si podríamos llamarle normal, por la presión de la sociedad y la mediática. 


No sé si se podría hablar de un proceso normal. Muchas mujeres en este país deben de pasar por la experiencia de la pérdida de un embarazo por las circunstancias que sean: por salud o porque hayan decidido hacerlo y tienen un acompañamiento en condiciones bien clandestinas que claramente se deben cuestionar. Se debe cuestionar todo este tema de la maternidad y romper con eso. Puede que algunas simplemente lo pasen como una situación en la que ejercieron el derecho a decidir o que no se concretó. Eso dependerá de cada mujer, pero obviamente sí pesan todos estos discursos y todas estas narrativas. Claramente con estas mujeres como Beatriz o como la 17 que han sido tan expuestas mediáticamente, hay que sumarle la presión social muy fuerte de parte de un montón de actores que están generando discursos sobre lo que les ha ocurrido y discursos polarizados. 

En el reportaje que escribiste (La vida después de la criminalización del aborto en El Salvador), me daba mucho dolor leer estas experiencias de ataque de otras mujeres dentro de las mismas cárceles, cuando ellas están privadas de libertad. Siguen justamente castigando el hecho de no ser madres o el hecho de no ejercer la maternidad; y, luego, en la comunidad, cuando las reciben, las siguen estigmatizando, ellas ya cargan con el estigma, con la bandera de: somos sujetas fuera de la ley, aunque conscientemente no lo hayan decidido. Estas mujeres no decidieron pasar por esta situación, les ocurrió y ya.


¿Qué diferencias encuentra entre el discurso que hubo en el 2013 y el que está ocurriendo ahora mismo porque el caso fue admitido por la Corte IDH y ya fue la audiencia pública? 


No denoto diferencias discursivas, siempre están estos papeles antagónicos por parte de estas personas religiosas, fundamentalistas y antiderechos que buscan mantener este tutelaje sobre el cuerpo de las mujeres. Hay una condena social y una narrativa de condena sobre el ejercicio sexual de las mujeres en general. No sólo se abocan al tema de la interrupción del embarazo. He visto que construyen una historia en la cual le dan más importancia al feto o al futuro, hasta le ponen un nombre para que haya una identificación emocional con eso, como una víctima. Y, a la mujer que experimentó una pérdida o que interrumpió el embarazo como una asesina, como alguien que atentó contra la vida de ese niño, de esa bendición, porque le denominan así. 

En la narrativa feminista, sí hay algunos cambios. Recuerdo que cuando empezaban con las campañas de Las 17 había muy poca predisposición a hablar de estas mujeres en lo integral de su vida. Las colocaban mucho desde la victimización y visibilizando ciertas condiciones estructurales, sociales que podían catalogarlas como víctimas, como mujeres empobrecidas, analfabetas. Creo que esta narrativa lo que buscaba era identificar que esa interrupción no era una decisión de ellas. Exculparlas de eso. 

Aquí el tema es la decisión, si las mujeres tienen decisión o no, que a mí me parece complejo, porque justamente si lo que buscamos como movimiento feminista es que las personas entiendan que tenemos derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, no podemos seguir replicando esta narrativa en la que somos víctimas del destino y no podemos decidir sobre los procesos que nos pasan. Si la entiendo, políticamente entiendo que se tenga que instalar a las compañeras como víctimas, porque de hecho lo son, pero no podemos ubicarlas únicamente como víctimas, también son madres, son hermanas, son mujeres que aman, que tienen una vida y quieren seguir viviendo. Creo que es más potente hablar desde ahí, por eso me gustan mucho experiencias como la del caso de Manuela, que ahora también se están colocando otras narrativas, hay una película que la ve a ella como persona y no únicamente en función de la pérdida que tuvo y de la criminalización que enfrentó frente al Estado. 

Es importante seguir instalando narrativas disruptivas y críticas desde esta visión de que el Estado está tutelándonos y la necesidad de poner en tela de juicio frente al público que las mujeres somos personas sujetas de derecho y que deberíamos de tener el derecho a decidir sobre nuestro cuerpo, sobre nuestras vidas y sobre nuestra sexualidad. Eso es importante porque en otras zonas del continente, en que la marea verde ha alcanzado algunos cambios en materia de política pública, ya no se abanderó solo por la despenalización, sino que justamente lo que se busca es abogar por el derecho a decidir. Y hay una diferencia en esos discursos. 

Es importante destacar que, cada vez más, al interior del movimiento feminista, vamos analizando la necesidad de desbinarizar el género en el discurso sobre los procesos del embarazo, porque no únicamente las mujeres cis enfrentamos esta situación de pérdida.  Hay otros cuerpos con capacidad de gestación que tenemos que abrigar en esa búsqueda de tutelaje legal que reconozca que somos personas sujetas de derecho. Sí seguimos con esta narrativa de solo buscar la despenalización por casos, estamos conciliando con el Estado siempre este rol de tutela sobre nuestros cuerpos. 

Etiquetas:Caso Beatriz

Más historias

Descompases

Una región que reclama una sentencia justa para Beatriz

17/04/2024

Actualidad

Dr. Guillermo Ortiz: «(A Beatriz) la estábamos exponiendo a un riesgo innecesario, a una especie de tortura»

Metzi Rosales Martel | 17/04/2023

Actualidad

La lucha por el aborto terapéutico en El Salvador: la historia de Beatriz

Metzi Rosales Martel | 21/03/2023

Unite a nuestro esfuerzo.

Colaborá