Ni en sueños

03/03/2023

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Muchas mujeres aprenden a aguantar comentarios desagradables, comportamientos inapropiados —acoso— para no incomodar a los hombres que las rodean. Pero esos mismos hombres no tienen problema incomodando y agrediendo a sus colegas mujeres. La periodista Glenda Girón recuenta una de estas situaciones y llama a otras mujeres a reconocer el acoso, poner límites, compartir experiencias y a no dudar de la propia incomodidad.

Por Glenda Girón, periodista



Al finalizar la reunión, se le ocurrió que era buena idea decirme: «Soñé con usted». Se sintió con derecho a manifestarme eso cuando ya todos los demás convocados se habían ido. No tuvo ningún reparo en pretender sacarme de mi esfera profesional, en donde me siento muy a gusto, con una frase que no tenía nada que ver con el momento y el lugar.

Buscaba ablandarme, rebajarme a un nivel de conversación en donde yo fuera más «sensible» y por ende, manejable. No son pocos los hombres que no acaban de entender que nosotras no tenemos ninguna obligación de tomar este tipo de frase como halago o bandera de paz. No lo es. Lo que sí tenemos que saber todas las personas es que es incorrecto. Es acoso.

A lo que escuché decir tuve que responder con una risita tonta y un comentario que intentaba ser algo entre lo gentil y la incredulidad, pero no sé decir por qué actué así. Creo que se trata solo de la reacción inicial que nos inculcan. Es el mecanismo implantado.

Porque nos enseñan que una mujer puede ser todo, menos grosera. Puede sacrificarse y aguantar lo que sea con tal de no ser tachada como la histérica que pierde los papeles; esa «feminazi» intragable que no aguanta nada. No aguanta que le digan «lo bien que se ve en vestido y que debería agradar más seguido la vista; con todo respeto de su marido, claro», como también me ha tocado escuchar. 

Pero resulta que, a mí, la frasecita tras la reunión me hizo sentir invadida, incómoda, vulnerable, sola, ridiculizada, pero, sobre todo, me hizo sentir pequeña. Y esta es la razón por la que escribo esto. No se vale. No lo merezco. Nadie lo merece. Y no voy a consentir este comportamiento inadecuado con mi risita condescendiente y mucho menos con mi silencio. No más. 

Yo no tengo por qué sentirme pequeña. Yo no tengo por qué aguantar con gentileza algo que me causa repulsión. Yo no tengo por qué ser amable ante una acción calculada que pretendió siempre sacarme de un estado de evidente superioridad profesional, para llevarme a uno en donde me sentí descolocada.

Y que me haya sentido así no es muestra de debilidad. Todo lo contrario. Hacer consciente la molestia es el principio del fin de estas conductas. No porque esta columna vaya a servir para educar al energúmeno, eso ya está perdido. Sino porque va a servir para que más mujeres hablen y coloquen límites para ellas mismas. Si se sienten invadidas e incómodas, lo que esa persona hizo o dijo está mal. No lo duden. Los sentimientos de nosotras, mujeres, son argumento suficiente. 

Esta clase de machista pasivo-agresivo, por lo general, se cuela en círculos de poder y, desde ahí, gestiona con impunidad y complicidad el boicot a las mujeres que pretendan trabajar e incentivarse entre ellas. Socava esfuerzos en equipo porque les dice que, al trabajar con otras, serán tachadas de huevonas o débiles. Pero, al trabajar con él, serán especiales.

Es un manipulador. Alguien que solo buscar ser grande en la debilidad y dispersión de otras. Y esto es lo que tenemos que saber distinguir y detener. Por esto escribo esta columna. Tengan cuidado, aléjense, corran lejos de toda aquella persona que se acerque en momentos de debilidad para buscar aislarlas de sus pares, ya sea en lo emocional o en lo profesional.

Esa persona que las aísla y se erige como su único interlocutor válido e inteligente es, en realidad, un abusador. Uno que va recetando halagos huecos para hacerlos pasar como buenas señales. El miedo a caer mal, a quedar de amargadas, a ser las que siempre protestan, a ser las feas no nos puede impedir cortar esa clase de lazos donde sea que los encontremos. No estamos solas.

Y si a ustedes, hombres, machos, heterosexuales todavía no les queda claro cuál es el problema, piensen en si ustedes serían capaces de esperar a que todos salgan de la reunión para decirle a su compañero hombre, macho, heterosexual: «Soñé con usted». 

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