Pandemia: excusa para el Estado, condena para mujeres y niñes sin escuelas

Carolina Bodewig | 11/03/2021

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El Salvador cumple un año sin reabrir escuelas. En su columna, Carolina Bodewig se pregunta por la respuesta del Estado para las mujeres, niñas y adolescentes que están cuidando, educando y tratando de mantener su propia educación, como pueden, desde casa. ¿Cómo se atenderá a los miles de niños y niñas dejando el sistema educativo?



UNICEF alerta que hay 14 países del mundo en los cuales, hasta febrero 2021, las escuelas permanecían completamente cerradas; alrededor del 67% de esas escuelas se encuentran en América Latina y el Caribe. Además, 98 millones de niños y niñas en edad escolar están siendo afectados y afectadas por este cierre. El Salvador se encuentra entre los 4 países a nivel mundial que más tiempo ha mantenido cerradas sus escuelas, le anteceden Panamá y es seguido por Bangladesh y Bolivia.  

El Salvador, desde mediados de marzo 2021, suspendió las clases presenciales y, como ya sabemos, el aula pasó a ser la sala, el comedor, la habitación o, en el mejor de los casos, el patio o el jardín de la casa. La mayoría de las actividades se concentraron, al menos en el sistema público, a resolver guías de autoaprendizaje, algunes con el privilegio de poder acceder a ellas desde internet y otres dependiendo de la capacidad de sus escuelas o de sus docentes para imprimirlas y entregarlas a domicilio. De un día para otro la educación pasó al espacio familiar y, de un día para otro, se les asignó sobre todo a las mujeres, la tarea de ser mediadoras o facilitadoras del aprendizaje de sus hijes en casa.

En noviembre de 2020 el Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología (MINEDUCYT) inició un proceso de certificación para todas las instituciones educativas –públicas y privadas– que las autorizaba a abrir sus actividades presenciales con ciertos protocolos de bioseguridad, pues la idea era iniciar el año escolar en una modalidad semipresencial. Sin embargo, dada el alza de casos en enero, esto se suspendió y se volvió a la misma estrategia: guías de autoaprendizaje, radio y televisión educativa.  

Aunque recientemente el MINEDUCYT anunció que las escuelas comenzarán a reabrirse bajo una modalidad semipresencial y de asistencia opcional para las familias a inicios de abril, hay que considerar que no todas las escuelas podrán para reabrir en las condiciones ideales y seguras, y no todas las familias podrán darse el lujo de adaptarse también a esta modalidad.  La factura que esta situación pasará al país y a la vida de miles de niños y niñas es todavía incuantificable. Dos casos que conozco son una prueba pequeña, pero contundente, de esto.  

Guadalupe M., una trabajadora del hogar, me preguntaba preocupada hace un par de días que cuándo creía yo que iban a abrir las escuelas otra vez. Ella, cada semana, debe ir a la escuela a recoger guías de trabajo que imprime la escuela para su hija de 8 años, estudiante de segundo grado de primaria, y para su hijo de diez años, estudiante de cuarto grado de primaria. Su preocupación es grande porque, al inicio, cuando todavía no la habían llamado a trabajar nuevamente, le era mucho más fácil ir a la escuela una vez por semana a recoger las guías e incluso sentarse con su hija y su hijo a trabajar las guías; o al menos, estar pendiente de que las resolvieran y luego llevarlas a la maestra. Sin embargo, desde que inició el año escolar 2021, siempre a distancia, las cosas se han complicado: Guadalupe ahora tiene que ir a trabajar todos los días. Sale de su casa a las 5:30 de la mañana y vuelve hasta las 5:30 de la tarde. Doce horas fuera de casa cinco días a la semana, doce horas en las que ya no puede ir a la escuela a recoger guías para su hijo y su hija, doce horas en las que no sabe si su cuñada, si su abuela o alguna vecina les pueden ayudar para que trabajen las guías. Me dijo que, aunque signifique menos ingreso semanal, está pensando en dejar uno de los trabajos para tener al menos dos días libres para asegurarse que sus hijos cumplan con la escuela.  

Sara tiene 15 años y vive en un cantón del municipio de Atiquizaya. En el 2021 debería haber iniciado el noveno grado. Sara es la cuarta de cinco hermanes y tía de una niña pequeña de 2 años. Desde mediados de agosto de 2020, Sara comenzó a hacerse cargo de esta pequeña, pues su mamá volvió a trabajar en una maquila. Sara se levantaba a las 4 de la mañana a preparar la comida que su papá llevaba al trabajo y no paraba hasta que, en algún momento de la mañana, su sobrina dormía. Ese era el momento que ocupaba para descargar las guías que su maestra le mandaba al celular, ver si podía entenderlas y trabajarlas. Pero cuando llegó el momento de matricularse para el año escolar 2021, Sara le dijo a su mamá que no quería estudiar más, que era muy cansado, así como estaban las cosas, y que quizás el otro año se metía. Su mamá aceptó. 

Estos casos nos confirman que la educación desde casa, por un lado, está representando serios riesgos de que los niños y niñas retrocedan o pierdan sus aprendizajes o, peor aún, que abandonen completamente la escuela, como lo han advertido diferentes investigadoras y entidades no gubernamentales. Y, por otro lado, ha contribuido a reforzar la idea de que son las mujeres quienes deben asumir el trabajo de cuidados, incluyendo el educativo, sin importar cómo las afecte y qué espacios les quite en lo privado y en lo público. Sin embargo, estas condiciones parecen no ser visibles o no hay intención de reconocerlas como un problema de interés público y colectivo.  

En un mundo ideal, justo y equitativo, la pandemia habría sido una oportunidad invaluable para concretar una mirada más integral de la educación más allá del espacio físico escolar tradicional. Sin embargo, las condiciones físicas de los hogares en El Salvador, la desigualdad en el acceso a recursos y conectividad, la organización desigual del trabajo de cuidados que sobrecarga a las niñas, adolescentes y mujeres, las condiciones económicas y laborales que enfrentan, especialmente, las mujeres, no lo hacen sostenible, por no decir, imposible. Se espera que sean ellas niñas, adolescentes y mujeres adultas- quienes sigan reorganizando sus actividades para cuidar y educar, sin ver aún respuestas claras, responsables y en el corto plazo de parte de las entidades responsables de hacerlo. 

Por supuesto que no estoy sugiriendo que las escuelas se abran de manera irresponsable, olvidando que existe un virus altamente contagioso. Considero que es urgente preguntarnos por y pensar en otras estrategias de respuesta educativa más integrales tanto para la niñez y adolescencia como para las familias y las mujeres, considerando este nuevo proceso de reapertura escolar y de asistencia voluntaria que iniciará el 6 de abril.  

Para eso es necesario partir de una mirada más compleja, que incorpore el enfoque de género, sobre lo que el cierre de las escuelas significa para las familias, para los niños y niñas y para las mujeres hoy, un año después, cuando las diferentes actividades económicas están funcionando normalmente, menos las escuelas. Tenemos que pensar también en lo aprendido, pues hace un año funcionó muy bien la respuesta educativa de cerrar escuelas, trabajar con guías de autoaprendizaje y algunas clases en línea para contextos de emergencia. Sin embargo, hoy tenemos nuevas situaciones, deberíamos tener acceso a más información y experiencias sobre dificultades y oportunidades que este contexto plantea, generar conocimiento que ayude a planificar un retorno seguro a las escuelas, adecuado a los contextos específicos de cada zona. 

En fin, las preguntas que me vengo haciendo –y quizás no me voy a dejar de hacer pronto, lastimosamente, son: ¿Cuál es la respuesta del Estado para las mujeres, las adolescentes y niñas que están cuidando y educando, como pueden, desde casa? ¿Cuál será la respuesta del Estado para los miles de niños y niñas que están dejando el sistema educativo?  

Es imperativo dejar de dar por sentado que las mujeres deben asumir, solo porque sí, el trabajo de cuidados, incluyendo el educativo. Para mí, este marzo es propicio para exigir respuestas integrales con un enfoque de género de parte del Estado tanto para responder al derecho de una educación de calidad de les niñes, como para todas aquellas mujeres que se han visto afectadas por las dinámicas y espacios que el cierre total de las escuelas les impone.  


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