Sean vándalas por las que no podemos marchar

Lorena Guzmán | 09/03/2021

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«Yo sé que no soy la única que resiste desde su casa porque todavía no ha podido liberarse de la dependencia económica, de las familias machistas o del temor. También sé que ver a nuestras compañeras marchando, libres de miedo, nos da esperanza de ver el día en el que nosotras también seamos libres».



Para mí, desde hace años, el 8 de marzo es un día agridulce. Veo las fotos y los vídeos de las manifestaciones, veo a mis amigas y a mis compañeras juntas, marchando, y es inevitable que no me de un poco de tristeza, porque no estoy con ellas. Porque no puedo ir.

Tengo ganas de romper y quemarlo todo, sin poder hacerlo. Mi situación familiar, al igual que la de muchas mujeres, no me lo permite. No tengo permitido decir lo que me duelen las mujeres a las que les robaron su salario en medio de una pandemia, las que han sido violadas, las obligadas a parir, las desaparecidas, las asesinadas. No puedo hablar de cuánto duele lo que me ha pasado a mí y lo que les ha pasado a mis amigas, todas esas historias que guardamos porque no creemos que se nos vaya a hacer justicia.

Estoy rodeada de gente que piensa que solo las “vándalas” se manifiestan en las calles y que denominarse feminista es lo mismo que pronunciarse loca. Las mujeres no nacemos libres, ni todas las familias están deconstruidas. Es un proceso que avanza muy despacio y de momento, para mi familia y para mí, ir a una marcha es exponerme. Ni ellos ni yo estamos listos para que lo haga, así que nunca he participado. Este año tampoco.

Me lamentaba de no haber ido a la marcha del domingo en conmemoración del 8 de marzo, cuando una de mis amigas me dijo que había sido vándala por mí.

Con mi amiga “vándala” nos acompañamos. Ella y yo compartimos la misma historia. Siendo adolescentes no sabíamos que no estaba bien vivir en medio de tanta violencia. Nadie nos había enseñado que quienes nos querían también nos podían agredir. 

Me dijo que fue vándala por mí y eso me dio fuerza. Sentí como si hubiera estado con todas mis compañeras en la marcha. Vi con alegría a todas esas mujeres que resisten y marchan juntas, a las que son mis amigas, cuyas historias conozco, y a las que no. Ellas me dan esperanza de que algún día podré decir que soy feminista sin que parezca una mala palabra. No dudo que el feminismo es el espacio en el que estoy, pero reconozco el temor que me da decirlo explícitamente, porque me desenvuelvo en ambientes en los que las personas ven el feminismo como algo malo. El miedo a ser señalada por decir que soy feminista también lo tengo interiorizado.

Yo sé que no soy la única que resiste desde su casa porque todavía no ha podido liberarse de la dependencia económica, de las familias machistas o del temor. También sé que ver a nuestras compañeras marchando, libres de miedo, nos da esperanza de ver el día en el que nosotras también seamos libres.

Aunque no podamos tomarnos las calles, resistimos con ellas y nos esforzamos por hacerlo también en la práctica. Hasta nuestras casas llega la fuerza de la sororidad de nuestras compañeras. Y nos transforma. Veo cambios sutiles en mí, en mi familia y aunque sé que todavía no somos libres, creo que las cosas van a seguir cambiando. Espero que algún día, si queremos, todas podamos ser vándalas y, mejor aún, que no tengamos que serlo. 

Mientras tanto, ver cada vez más mujeres en las marchas nos da fuerza y nos recuerda que no estamos solas. Nuestra lucha también es válida y nuestras compañeras nos apoyan. 

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