Un descubrimiento siniestro en El Mozote

11/12/2021

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Orlando Márquez sobrevivió la masacre en El Mozote porque estaba en San Salvador cuando toda su familia fue torturada y asesinada por soldados del Gobierno. Se juró no volver. Pero años después, rompió esa promesa y decidió construir una casa en el solar donde creció. Pensaba que no quedaba más rastro de su familia, pero se equivocaba. Este relato se basa en el testimonio de Orlando Márquez, contado a la periodista Sarah Esther Maslin.


Basado en el testimonio de Orlando Márquez contado a Sarah Esther Maslin 


Homenaje a las víctimas de la masacre de El Mozote, diciembre de 2017.

Muchos creyeron que había fallecido en la masacre de diciembre de 1981, cuando soldados del gobierno mataron a cientos de personas en El Mozote, mi pueblo en El Salvador. Acusaban a las víctimas de colaborar con la guerrilla, pero la mayoría eran niños, mujeres, y ancianos. Los soldados torturaron a mi familia, les regaron gasolina y prendieron fuego a la casa donde crecí. Sobreviví porque estaba en San Salvador, trabajando y estudiando contabilidad. Sólo años después pensé en volver.  

La guerra civil duró más de una década y volví por primera vez en 1994, un par de años después de que el gobierno y la guerrilla firmaran los acuerdos de paz. Pasé dos horas caminando, como en un sueño. Veía cráneos por una parte, cráneos por otra, trincheras de guerra, fusiles inservibles, motos quemadas. Había esqueletos de animales, de vacas, de bueyes, de caballos. Había casquillos de bala, de M16, de M60, de G3. No había ni una viviendo acá. No fue fácil volver al lugar donde había nacido y crecido y encontrar que no quedaba nadie de mi familia. Tenía recuerdos desde la infancia, de dónde jugaba con mis hermanos y hermanas, dónde íbamos a trabajar con mi papá, dónde iba yo a traerle agua a mi mamá para llevar a mi madre para sus oficios domésticos.  

Decidí no volver nunca. Pero varios años después me enteré de que gente estaba usurpando las tierras abandonadas, cercando parcelas y vendiéndolas, y que querían quedarse con mi terreno. Dijeron, «Los dueños no están, cuando se fueron de acá perdieron sus derechos de las tierras.” Pero hubo una persona que dijo: «No, Orlando no está muerto, está vivo, vive en La Libertad». En ese momento, las pandillas estaban empezando a llegar a San Salvador, y tenía una hija y un hijo adolescentes. Así que en el año 2000 decidí volver a vivir en El Mozote.  

Viví solito por cuatro años. Construí una pequeña champa para reconocer a mi terreno. Viajaba cada 15 días. Venía a trabajar acá, después me iba para allá a visitar a mi familia en la ciudad. Finalmente convencí a mi mujer, Míriam, para que nos trasladáramos con los niños. «Ya sembré cultivos de maíz, frijoles, yuca y plátanos», le dije. «¿Nos vamos o qué?» Ella aceptó. 

Míriam nació en la ciudad, así que siempre digo que vino por el amor. Le compré unas gallinas para que se entretuviera y le mostré el lugar donde había comenzado a levantar nuestra casa. «Aquí la voy a hacer», le dije.  

«No», me dijo. «No me gusta acá». Bueno, ya estuvo. Ella me mostró una zona abierta bajo un palo de bambú, el lugar exacto donde yo había crecido. 

Primero construimos una champa de madera, donde vivimos por seis años. En 2010 salí beneficiado de un proyecto de viviendas para comprar bloques de cemento. Entonces empezamos a construir una vivienda más digna.  

En cuanto excavamos la fundación para las columnas, empezamos a encontrar cosas: adobe, tejas, madera quemada. Luego encontramos pertenencias personales. Luego encontramos restos humanos. De pronto, mi hijo se asustó y dejó caer su pala; salió un cráneo en el medio de la tierra. Parecía que le estaba haciendo mueca. Era de mi madre. ¿Cómo sabía? Reconocí su dentadura postiza.  

Había tenido un presentimiento de que podríamos encontrar algo, pero creíamos que mi familia había muerto en el centro del pueblo. Si hubiéramos construido la casa a pocos metros, no los habríamos encontrado.  

No quería contar a nadie lo que habíamos encontrado, pero los trabajadores no pudieron guardar un secreto. Divulgaron a todo el pueblo: «¡Encontramos los restos de la familia de don Orlando!» 

Así que se lo confesé al coordinador del proyecto de vivienda. «Encontramos los restos de mi familia», le dije. «¿Los saco, o qué? ¿Paralizamos la construcción?» 

«No se puede», dijo. «Si se paraliza la construcción, se queda sin vivienda». El proyecto tenía un plazo. Así que decidimos sacar una parte de los huesos, los que estaban bloqueando el trabajo.  

Vinieron los antropólogos forenses, los de derechos humanos de la Iglesia católica, los jueces y los fiscales. A los tres años finalmente me entregaron los restos. No ha sido fácil. Los huesos estuvieron en una bolsa de plástico en nuestro salón durante el primer año y medio hasta que el gobierno se los llevó para analizarlos. Los devolvieron un año después.  

Creíamos que habíamos encontrado a cinco personas: mis padres y tres de mis hermanos, José, Edith y Yesenia, que sólo tenía 18 meses. Pero el análisis dijo que eran los cráneos de 15 personas. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que la familia Guevara Díaz —nuestros vecinos — también murieron allí. Cuando finalmente se hizo la investigación, pusimos todos los huesos en un cajón y los enterramos bajo el monumento en la plaza de El Mozote.  

Hoy todavía hallamos dientes en el terreno de nuestra casa. Nos hemos acostumbrado. Como les digo a mis hijos: tarde o temprano todos vamos para abajo.




Orlando Márquez, de 63 años, contó su historia a Sarah Esther Maslin, periodista que está trabajando en libro sobre las familias de El Mozote.

La versión original de este artículo fue publicada en inglés en el New York Times el 16 de diciembre de 2016 con el título: A Grim Discovery in El Mozote. Otra versión fue publicada impresa el 18 de diciembre de 2016, en la página 27 del New York Times Sunday Magazine con el título: Return to El Mozote. 

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