LGBTIQA+

«Yo no tenía ninguna idea de qué era ser no binario, de alternativas a los extremos que se han dictaminado»

Arthur Britney Joestar se convirtió en 2020 en la primera persona refugiada no binaria del mundo. Tras haber enfrentado ataques debido a su expresión de género en El Salvador, y luego de un arduo y largo proceso de asilo, se le otorgó protección en Liverpool, Inglaterra. Desde allí, a través del performance y de la música pop, es activista por los derechos de las personas migrantes y busca apoyar a la población LGBTIQ+ salvadoreña.

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Retrato de Arthur Britney Joestar. Ilustración por Denisse Menjívar.

En 2017 Arthur Britney Joestar dejó El Salvador para escapar de la violencia constante contra las personas de la población LGBTIQ+. Una corte británica determinó en 2020 que, de obligarle a regresar a El Salvador, su vida correría peligro debido a su identidad de género, y decidió otorgarle protección en Inglaterra. Tras tres años de espera y lucha en los juzgados, Arthur Britney Joestar, de El Salvador, se convirtió oficialmente en la primera persona no binaria en ser reconocida como refugiada por su identidad.

El binarismo de género se refiere a la clasificación de las personas en dos géneros: hombre y mujer. «No binarie» es un término que abarca muchas identidades de género diferentes que no caben en este modelo. Algunas personas con identidades no binarias identifican su género entre el masculino y el femenino. El término «no binarie» también se usa como una identidad de género por sí sola y muchas personas, como Arthur Britney, se identifican como personas no binarias.  

Algunas personas no binarias prefieren usar pronombres neutros para referirse a sí mismas. Otras se nombran con pronombres binarios —»ella» o «él»—, o con una combinación de pronombres neutros y no binarios. Uno de los pronombres neutros más comunes en el idioma español es «elle». Cuando le preguntamos a Arthur Britney por los pronombres que usa, nos explica que en inglés usa los pronombres neutros «they/them«, pero que considera que «elle», que sería su traducción al español, no cumple con el mismo objetivo. Sin embargo, nos anima a que usemos ese pronombre porque lo considera disruptivo: «Me encanta, la gente echa espuma por la boca y eso me fascina», nos explica riendo.  

Al iniciar la entrevista, admite que ha preparado el fondo especialmente: ha expuesto tres vinilos de íconos estadounidenses del pop: Reputation, de Taylor Swift; Dedicated, de Carly Rae Jepsen; Glory, de Britney Spears. Cuando Joestar se refiere a esta última artista, habla con afecto, como si se tratara de una amiga íntima. Considera que su admiración por la cantante fue parte importante del proceso de autodescubrimiento que lo llevó a reconocer su identidad de género. Su segundo nombre, por supuesto, se debe a Britney Spears. 

Cuando vivía en El Salvador no conocía las identidades no binarias, pero Joestar siempre se sintió fuera de las normas de género. Sin embargo, nunca se sintió libre de lucir como quería debido al acoso constante que sufría al salir a la calle. Ahora, viviendo en Liverpool, lleva el cabello largo y rubio, como su ídola y tocaya, y obtiene cumplidos de chicas cuando pasea por la calle. Lo reconoce como símbolo de su libertad. «Desde que recuerdo yo quise tener el pelo rubio y largo, así como lo tengo ahorita», nos dice con satisfacción. Como Spears, Joestar se ha convertido en performer, en artista, y quiere usar ese espacio para apoyar a la población LGBTIQ+ salvadoreña.  


¿Cómo era tu vida en El Salvador? ¿Cómo era el ambiente en el que creciste? 


Mi descubrimiento personal como persona no binaria fue aquí en Reino Unido. Yo no sabía que era eso. Yo no tenía ninguna idea de qué era ser no binario, de distintas alternativas a los extremos que siempre se han dictaminado. Sabía que «queer» por ejemplo, era a veces una persona extravagante, digamos, y que le gustaba salirse de los parámetros, pero no tenía muy bien concreta esta idea de lo que era ser no binario, o andrógino, o género fluido. Lo que tú escuchas cuando tú creces es que solo existen los gais o maricones. No hay diferencia entre un gay y una persona transgénero o incluso un travesti. Yo crecí creyendo que todos los gais quieren ser mujeres, hacer todo lo que dicen: se quieren poner pelucas, se quieren poner tacones, etcétera. Y pues no existía y obviamente todavía no existe esa educación referente a las identidades de género que es muy diferente a la orientación sexual.  
 


¿Cómo te diste cuenta de que eras diferente? 


Yo, desde pequeño, me sentía diferente. Yo veía la tele y me creía Paola Bracho. Nunca me sentí cómodo con el nombre que se me asignó antes de haber nacido. Yo daba como señales, así digamos, de que tenía yo un proceso interno de cambio, pero yo no sabía que era eso. Amiga, date cuenta: esto es indicio de algo. Hacé de cuenta que a mí me decían Arturo Bracho porque yo decía que amaba a Paola Bracho.  

Empecé a explorar mi identidad ahí por el 2011, 2012. Estaba en el grupo de teatro de la universidad. De hecho, la razón por la cual yo soy libre es porque el grupo de teatro de la u me dio esas alas. Me abrió esta puerta, de ahí son mis mejores amigos. Entonces yo empecé a explorar mi identidad pintándome el cabello rubio. Eso fue lo primero que hice porque yo soy rubia. 


Suena complicado crecer sintiéndote diferente en nuestro contexto. ¿Qué conflictos te generaba esto en un lugar como El Salvador? 


Alrededor de una semana después de que me pinté el pelo, venía caminando de la u y pasé a la par de Catedral. Venía con mi morral de lado y vi un grupo de cinco policías tomando un café. Me acuerdo de que sólo dejaron el café donde lo tenían y se acercaron y me dijeron: «Ey bicho, parate ahí». Me comenzaron a cuestionar por tener el pelo así. «¿Sos maricón, te creés mujer o qué ondas?». Me comenzaron a decir que dónde vivía, qué hacía. Contesté de dónde venía y qué era lo que hacía para que vieran que venía de la universidad, con mi carnet y todo. Pero después comenzaron con otras preguntas demasiado incómodas, que si me gustaba mamar verga. Yo no respondí y sólo bajé la cabeza, les dije «nel». Me siguieron preguntando cosas así. Uno me agarró de de la barbilla y me levantó la cabeza y me dijo: «¿Por qué tenés el pelo así?» Yo les dije que porque me gusta. Eso fue lo único que le dije. El tipo sólo se rio y me pegó una pechada horrible, me dobló en ese momento. Me dijo: «Te voy a enseñar cómo ser un hombre». Y me comenzaron a pegar él y sus demás compañeros; eran cinco policías. Fueron cinco minutos donde me pegaron y me dijeron insultos. Al final solo me dejaron tirado.



¿Qué edad tenías cuándo te ocurrió eso? 


Tenía unos 20. Me dejó muy marcado. Era la primera vez que yo me sentía yo con el pelo rubio. Fue pasar de ese sentimiento de seguridad a entender: «Esto me va a traer más problemas». Me fui a la casa de mi mejor amiga. Ella fue al súper, compró un tinte y me lo pintó de negro; pasé con ella unos días. Eso me marcó porque entraba en conflicto: algo dentro de mí quería expresar la identidad que siempre había estado allí, pero otra parte decía, «mira lo que te pasó, lo que te puede pasar».  

Había momentos de mi vida en los que yo me daba la licencia de pintarme el pelo o de vestirme como quería. Pero en esos momentos, la gente me atacaba, me insultaba en las calles. Una vez, cuando iba caminando al trabajo, pasó un camión y un tipo me tiró una bolsa con orines. Me cayó en la cabeza. Me tocó regresarme a la casa, cambiarme, bañarme, llegué tarde al trabajo. Había momentos en que decía ya no puedo, y me pintaba el pelo de negro y actuaba normalmente. Pasaba algunos unos meses y volvía a sentir aquello de querer ser yo mismo. Vivía esa doble vida. Era mentira que yo iba a poder reprimir lo que estaba dentro de mí.  


Por un tiempo estuviste muy metide en la Iglesia, estudiaste Teología Pastoral. ¿Cómo viviste esa época? 


Cuando yo llegaba a la iglesia, yo siempre tenía una sonrisa. Mucha gente me decía que, cuando predicaba, transmitía buena energía. «Transmitís paz, me decían», porque así hablan, un poco místico. Pero a mí siempre los catequistas y los curas de la Iglesia me decían: «Tú tenés que madurar, tenés que dejar de sonreír». Y yo me preguntaba, ¿por qué? Si la Biblia dice que el cristiano tiene que tiene que transmitir el amor de Dios, que tiene que estar feliz. Desde ese momento en la Iglesia a mí me trataban de reprimir y suprimir. ¿Ustedes saben lo que es el Camino Neocatecumenal? 


Sí…    


No están a favor de tener una vida libre en ningún sentido. 


Tienen misas muy largas, que duran toda la noche, ¿no? 


Sí, bueno, eso sí me gusta muchísimo, me gustaba. Me gustaba la misa porque era muy solemne. Yo soy muy fan del Papa Benedicto por eso. 


¿Del Papa Benedicto? ¿En serio? 


¡Yo lo conocí! (Ríe) Me mandaron de la Iglesia a la JMJ 2011 en Madrid y ahí vi al Papa. 


¿En qué momento te diste cuenta de que tenías que irte de El Salvador? ¿Cómo te decidiste? 


En 2017. Ahí comencé a pensar acerca de eso. A mí cuando me preguntan por qué elegí el Reino Unido, digo que no fue así. No es que yo elegí. Literalmente me metí a Google y puse «asilo para personas LGBT», y el primer resultado que me salió fue una oenegé de Londres que ayuda a migrantes LGBT. Vi que eran muy accesibles y dije: «Vámonos, si voy a hacer esto, va a ser con ayuda, no lo voy a hacer solo». Mi nivel de inglés para ese tiempo no era bueno. Yo vine con mucho miedo por varias cosas. Fue una decisión muy difícil en ese sentido, dejarlo todo. 


¿Qué es lo que más te costó de dejar el país? 


Dejar a mis mejores amigos. Nuestra amistad se construyó durante muchos años en nuestros proyectos, en el grupo de teatro, donde pasábamos horas y horas ensayando. Yo venía a estar solo aquí. Ese miedo a la soledad es horrible. 


¿Y cómo fue llegar al Reino Unido? 


Fue mágico. Sinceramente, yo puse mi primer pie en el aeropuerto de Londres y fue como que alguien me quitó un gran peso de encima. Me sentí tan genial. Cuando yo salí de El Salvador, me vine medio disfrazado de heterosexual. Yo andaba un suéter, pero me quería poner un gran choker (gargantilla que se ajusta mucho alrededor del cuello). Salí de El Salvador con la excusa de que yo venía a ver a Lady Gaga. Me hicieron mil y una preguntas en aeropuerto de El Salvador, me registraron mucho. Me costó salir del país. Cuando vine a Reino Unido, pasé por Migración y ya me había puesto el mega choker y el oficial de migración me djio: «Oh, nice collar» (bonito collar).  

Me hicieron dos o tres preguntas en la aduana y pasé. Yo no pedí asilo directamente en el aeropuerto. Primero, porque no sabía todo el proceso. Quería conocer esta oenegé primero para ver si me apoyaban en algo, saber cuál era el proceso. 


¿No les habías contactado desde El Salvador? 


Sí, pero no me respondieron. (Ríe)


¿O sea, vos ibas a ir a tocarles el timbre?  


Sí. Iba a haber una reunión donde decían que los nuevos miembros eran bienvenidos. Había planeado el vuelo para llegar una semana antes de esa reunión. Viví un mes en Londres. Cuando solicitás trámite de asilo, tenés el derecho a soporte económico, que es como una pensión una vez a la semana. Recibís casi cuarenta libras [esterlinas] (aproximadamente 55 dólares). Con eso aquí sobrevivís, pero ahí raspando. También tenés derecho a una vivienda. Te pueden mandar cualquier lugar: a Manchester, que es una ciudad grande, industrializada; o te puede mandar al bosque más recóndito de Escocia donde solo hay cabras y ovejas. Ahí es tu suerte, no tienes derecho a decir nada pues porque lo que te interesa es tener casa.  


¿Cómo fue el proceso legal para que te reconocieran como persona refugiada? 


Es un proceso muy duro. Obviamente, uno que viene de un país tercermundista, de sufrir mucho, dice: «prefiero comer mierda acá que comer mierda en El Salvador». Es una situación muy dura. Yo llegué a un punto en que yo dije: «no me voy a volver a El Salvador, si me quieren deportar, me prefiero matar aquí a que me manden de regreso. Allá me van a torturar, me pueden hacer cualquier cosa, me van a desaparecer».  

Cuando vienes y solicitas asilo, tenés una entrevista inicial. Generalmente, la entrevista principal tarda alrededor de dos horas y media. Mi entrevista inicial duró 8 horas. Sin embargo, siento que fue una entrevista viciada porque la persona que me estaba haciendo la entrevista no hizo las preguntas que estaban orientadas a la verdadera razón por la cual yo pedí asilo. Se saltó la parte en la que yo dije que me había golpeado la Policía. Después te dicen que tenés que esperar de 4 a 8 semanas para recibir una respuesta. Yo recibí mi respuesta negativa dos días después. Cuando recibes el no del Home Office, tienes derecho a apelar en el tribunal de inmigración. En esta solicitud estaba todavía como un chico gay. La jueza fue un poco más analítica, pero malinterpretó la evidencia y me dio otro negativo.  



Yo llegué a un punto en que yo dije: «no me voy a volver a El Salvador, si me quieren deportar, me prefiero matar aquí a que me manden de regreso». 

Arthur Britney Joestar, primera persona refugiada no binaria

¿Y volviste a apelar?  


Sí. Yo pedí audiencia para apelar con el Tribunal Supremo, pero ellos me dijeron que no, que el caso estaba bien definido y lo cerraron. Ahí fue donde yo perdí mis derechos. Ahí fue donde me dejaron de dar el soporte y casi me echan de la casa. A mí me dejaron sin dinero por tres semanas, fue una etapa horrible. En ese momento no tenía nada que comer. Tampoco tenía permiso de trabajo, la única manera en la que yo pude obtener dinero fue haciendo trabajo sexual. Me tocó, a través de Grindr y otras aplicaciones, buscar personas que quisieran favores sexuales para poder comer. No estaba recibiendo soporte y yo no tenía derecho a trabajar. Afortunadamente no me echaron a la calle porque mi housing officer (persona encargada de asignar vivienda) se tocó el corazón.  


¿Después de esas tres semanas, te volvieron a dar el dinero por la apelación?  


Cuando querés reabrir tu caso, pedís cita para presentar tu nueva evidencia. Esa cita ya te sirve a ti para mandarlo al Home Office y decir «tenemos una cita agendada, reinstáureme el dinero en lo que se solventa». Hubo organizaciones que me daban cierta cantidad de comida, pero con eso no llegaba al fin de la semana, por muy buena gente que hay aquí. Esto es una política del gobierno actual: crear un ambiente hostil para que no exista migración y no exista la gente que venga a pedir casos de asilo. 

Entonces, cuando tú te vas a evidencia extra, hay tres caminos: el primero es que te digan «no aceptamos tu evidencia». La segunda es que te digan «bueno, considerando la evidencia, replanteamos nuestra posición y te otorgamos el asilo». Y la tercera es que digan «sí, hay nueva evidencia, que no se puede negar que es una evidencia substancial, pero creemos que un juez es quien tenga que decidir qué es lo que va a pasar contigo».  


¿Y esa nueva evidencia era el reconocimiento de tu identidad?  


Exacto, entre varias otras cosas. Cuando yo vine acá, yo hice mi aplicación inicialmente como un chico gay. Mediante fue pasando el proceso de asilo, se puso muy duro. Cuando me vieron que yo ya estaba al límite y que no podía, me ofrecieron ayuda psicológica. Su principal objetivo era ayudarme a procesar todo el proceso de asilo y toda la negatividad que esto estaba trayéndome.

Pero un día, mi terapeuta me dijo: «¿Te percibís a ti mismo como una mujer?» Le dije que no. Yo no me siento una mujer ni tampoco siento la necesidad de transicionar. «Sin embargo», dije, «yo tampoco me siento completamente un hombre. No sé si tiene sentido, sé que no soy una mujer pero también sé que no soy un hombre». Ella me dijo: «Ah, entonces tú podrías ser una persona no binaria, existe un espectro de personas en medio de los dos que se definen no binarias». Ya me comenzó a explicar toda la teoría, me dio unos folletos. Cuando yo comencé a leer como que algo hizo clic. Todo lo que había pasado en la vida tuvo sentido en ese momento.  


¿Cómo afectó eso tu proceso de asilo? 


Pusimos un montón de evidencia, mi nueva vida en Liverpool como activista, pero también mi identidad como persona no binaria. El Home Office (Ministerio del Interior) dijo que era un juez el que tenía que determinar, nos fuimos a corte nuevamente. Un panel de jueces leyó toda la información. En el documento explicaba acerca de mi nueva identidad, de nuevos pronombres, they/them (pronombres neutrales), pero ellos en su carta se referían a mí como «the gay man» (el hombre gay) y usando he/him (él). Los jueces no leyeron prácticamente la nueva evidencia. Ellos basaron su decisión en la decisión de la jueza pasada. Entonces, mi abogado dijo que teníamos suficiente evidencia para decir que hubo un error en la ley con este fallo porque no tomaron en cuenta mi nueva identidad.


¿Fue entonces cuando por fin te reconocieron?  


Fuimos al Tribunal Supremo nuevamente y pedimos apelación, pidieron que se presentaran ambas partes a explicar sus razones. Dijeron que les llamaba la atención especialmente el párrafo de la solicitud donde decía que el Home Office había publicado un reporte en el que afirmaba que El Salvador es uno de los países más inseguros para la comunidad LGBT. Entonces la jueza ya literalmente le estaba pidiendo explicaciones al Home Office sobre eso y fue una masacre para ellos. Y el Home Office se quedó calladito. 

En la audiencia final, la jueza comenzó a hablar en español. Quería decirme en mi propia lengua para que yo, antes que cualquier otra persona en la sala, supiera que ella me daba el derecho de ser llamado como yo quisiera y de ser libre en este país. Me puse a llorar porque ya después de todo lo que había pasado, ya podía decir que ya podría estar seguro.  


¿Y cómo continuó tu vida en Liverpool? 


Hay muchos programas sociales que compaginan con mi visión de cómo debe ser la sociedad. Liverpool es el corazón artístico de Inglaterra. Aquí se valora todas las expresiones de arte inicial. He aprendido tanto. Aquí se celebran todos los eventos LGBT. En una de esas celebraciones me invitaron, todos los del grupo mostraban su talento. Entonces cada quien tenía su oportunidad. A mí me ha gustado siempre cantar, era la reina del karaoke. Llegué y me vestí y canté Shake it off de Taylor Swift, saqué a toda la gente a bailar. Hice tanto show que al final había llevado como cañones de confeti. Hablaron por semanas de eso. 



Cuando me he sentido triste, la música es lo único que me ayuda a pasar el tiempo. Eso que la música representa para mí, yo lo quiero transmitir a la gente, no tanto con la voz, sino en el momento del performance

ARTHUR BRITNEY JOESTAR, PRIMERA PERSONA REFUGIADA NO BINARIA

¿Así empezaste a ser artista? Hemos visto que hacés presentaciones. 


A partir de ese show, un señor que se dio cuenta de todo me dijo: «¿No te interesa aprender otras cosas? Tenemos clases de piano o clases de guitarra, clases de composición musical». Aquí aprendí la visión del Liverpool sobre las artes: no hay arte ni buena ni mala. A mí por eso no me da pena. Yo canto fatal. Pero lo que yo ofrezco son mis performances (espectáculos). Lo que yo aprendí con la música, lo que la música representa para mí es como un escape de ese mundo. Cuando me he sentido triste, la música es lo único que me ayuda a pasar el tiempo. Eso que la música representa para mí, yo lo quiero transmitir a la gente, no tanto con la voz, sino en el momento del performance. Liverpool me dio la oportunidad de crecer artísticamente.  


¿Quiénes son tus inspiraciones para tus shows? 


Primero, Britney es mi mayor inspiración.  


Claro.


Britney fue un apoyo en mi vida a medida fui creciendo. Por ejemplo, yo desde que recuerdo yo quise tener el pelo rubio y largo, así como lo tengo ahorita. Mis tatuajes son los mismos tatuajes que tiene Britney. O sea, si tú ves a Britney, ella no es cantante, es una performer. Lo mismo con Madonna, es mi modelo. La canción Rebel Heart (corazón rebelde) es como el himno de mi vida (Joestar baja el cuello de camisa y revela las palabras «Rebel Heart» tatuadas en sus clavículas). Narra literalmente el viaje que uno tiene por su vida tomando malas decisiones, pero que está el corazón rebelde, que es como es el que te ayuda a salir adelante.  

La mayoría de performances que he hecho van un poco vinculadas a esto de ser refugiados. Yo te meto Britney, Taylor Swift, siempre la termino relacionando con los refugiados.  



A propósito de Britney, en tus redes sociales hablás mucho sobre la campaña #FreeBritney, que demanda la liberación de Britney Spears de la orden judicial que la priva de tener control sobre sus propias finanzas y decisiones sobre su vida. ¿Por qué te parece tan importante? 


Lo que le está pasando a Britney nos toca un nervio horrible. A muchos Britney nos dio libertad, aunque fuera sólo en el cuarto, con el cepillo de pelo ahí cantando, sintiéndonos la Britney; con la hamaca, fingiendo que es la culebra o qué sé yo. Pero ella fue quien en su momento nos dio esa libertad, sentirnos nosotros. Entonces al saber lo que le está pasando sentís impotencia. Esa situación que está viviendo es como que es una de las mayores injusticias que puede existir en este mundo. Una generación entera encontró libertad sexual en ella, encontró libertad de género, y ahora se le están privando a ella de sus derechos humanos más básicos.  



Tu segundo nombre es inspirado por Britney, claro. ¿Y el apellido, Joestar? 


Es por Jojo’s [Bizarre Adventures] (Las extrañas aventuras de Jojo, una historieta y serie animada japonesa sobre la familia Joestar, con personajes de apariencia andrógina). Para mí es muy simbólico por dos cosas. Por toda la estética de la serie: nada más no binario que Jojo’s. Y, además, por este íntimo vínculo que tenemos con mis hermanos. Mis hermanos y yo siempre hemos sido muy, pero muy unidos y nos gustan un montón de cosas. Crecimos viendo anime juntos. Ese sentido de pertenencia y de hermandad de familia. 


¿Qué pensás de El Salvador ahora que ya no estás acá? 


Es muy complicado. Yo amo a mi gente de allá: a mis amigos, a mis conocidos. Pero ¿qué sentimientos puedo tener hacia una sociedad que no quiere cambiar? Si el día de mañana se le vuelcan las tuercas a un diputado de Nuevas Ideas y dicen, «queremos aprobar el matrimonio igualitario», van a hacer marchas para querer parar eso. Esto habla mucho de la sociedad, cuando la sociedad misma se esfuerza por negar tus derechos. Ese es mi problema con El Salvador. 

Yo sé que desde afuera puedo ayudar a la comunidad LGTB de El Salvador. Como les digo, mi sueño es al final que todos estos proyectos que tengo sigan adelante por el hecho del efecto cascada. En algún momento, todo lo que yo estoy haciendo, espero que sea un respaldo para la lucha que están haciendo allá, porque para mí puede ser sólo poner mi cara frente a una cámara, pero para gente en El Salvador ha significado sangre, lágrimas, ataques. Bueno, para mí también en algún momento de mi vida.  


¿Si pudieras cambiar algo de El Salvador, qué cambiarías? Tres deseos. 


Lo principal sería acabar con la violencia. Es algo que yo he sufrido, no saben lo horrible que fue cuando tuve que escaparme de mi pueblo. Le puede pasar a cualquiera.  

El segundo deseo sería buena educación. Siento que la buena educación es la base para todo. Es la base para no permitir que los pragmatismos religiosos interfieran con los derechos humanos. La buena educación es la base para no generar más situaciones de desigualdad que generan luego violencia.  

El tercero… (Hace una pausa) Que dentro de unos años yo pueda ir y dar un gran concierto en el Pride, donde todos podamos juntarnos a gritar, a saltar y a celebrar que somos diferentes y decirle al mundo: «¿Saben qué? El Salvador también es bien maricón».  



Edición: Lya Cuéllar y Suchit Chávez
Ilustraciones: Denisse Menjívar

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