Nely Rivera: «No podemos separar la defensa de los derechos de la naturaleza, con la defensa de los derechos de las mujeres»

Vilma Laínez | 20/03/2024

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Nely Rivera tiene 68 años, es la presidenta de la Junta Directiva de la Asociación de Mujeres Ambientalistas de El Salvador (AMAES) y es fundadora del Movimiento Ecofeminista. Es madre de cuatro hijos y abuela de tres nietos. Su aporte ha sido fundamental en la organización de colectivos de mujeres en las zonas rurales del occidente del país para la defensa del medio ambiente y la prevención de la violencia. Se graduó en Trabajo Social en 1999 en la Escuela Superior de Trabajo Social y se autodenomina ecofeminista.

Nely Rivera es una defensora de derechos humanos comprometida con la conservación y restauración del medio ambiente, especialmente en el departamento de Santa Ana. Junto a otros colectivos de mujeres de la zona rural, se moviliza para evitar la explotación de la Mina Cerro Blanco, ubicada en el municipio guatemalteco de Asunción Mita, Jutiapa, fronterizo con el departamento de Santa Ana por Metapán. Esta actividad minera podría afectar no solo a Guatemala, sino también a El Salvador, debido al uso compartido de recursos hídricos como el río Lempa y el Lago de Güija. 

Su activismo por la defensa del medio ambiente comenzó en 2008, cuando trabajaba para el Centro de Investigación sobre Inversión y Comercio (Ceicom), donde se encargaba de dar seguimiento a los impactos generados por la explotación minera en el río San Sebastián de Santa Rosa de Lima, en La Unión. Fue este trabajo el que la llevó a comprender los efectos que la explotación de los recursos naturales tiene en los cuerpos de las mujeres. 

Antes de involucrarse en el activismo por la defensa de la naturaleza, participaba en la iglesia desde los 15 años a través de las Comunidades Eclesiales de Base. Estas comunidades desempeñaron un papel crucial de compromiso cristiano en favor de las personas empobrecidas y la lucha por la justicia social, tanto antes como durante la guerra. Durante este tiempo, enseñó a leer y escribir a campesinas y campesinos que no tenían acceso a la educación. Su experiencia en la iglesia fue fundamental para organizar a las mujeres rurales en la prevención de la violencia intrafamiliar, una problemática que observaba con frecuencia durante sus visitas a las comunidades. 

A pesar de dedicar décadas a la defensa de la vida, Nely se identificó como defensora de derechos humanos y ecofeminista recién en 2015, luego de participar en varios procesos de formación con otras mujeres organizadas. “Creo firmemente que la naturaleza hay que defenderla porque es creación de Dios y la creación se defiende. Nadie que pueda llamarse cristiano puede estar violentando la naturaleza”.  

Usted menciona que desde muy joven estuvo involucrada en la defensa de los derechos de las personas a través de las Comunidades Eclesiales de Base, pero nunca se había autodenominado como defensora de los derechos humanos. ¿Qué fue lo que cambió para que ahora declare con firmeza que es una defensora de los derechos humanos y de la naturaleza? 

En este proceso de formación que he estado compartiendo con otras compañeras y compañeros, me he dado cuenta de que lo que estoy haciendo no es más que la defensa de derechos. Quizás, en un momento, hice la defensa de los derechos humanos, pero luego los complemento con la defensa de la naturaleza. 

¿Qué tipo de formación? 


En el tiempo de la guerra, trabajé con proyectos que tenían que ver con la desmovilización, más que todo en el área de educación. Estuve trabajando en la Iglesia Bautista Emmanuel con mujeres. Es cuando empiezo a ver que trabajar con mujeres era necesario. Empiezo a ver que la participación de la mujer es como la mayoritaria, pero la menos tomada en cuenta. Los hombres eran los que tomaban las decisiones, a los que tomaban en cuenta para los proyectos importantes, a las mujeres solo les daban pollitos, o les daban semillas para que hicieran sus huertos. 

Luego, comencé a preguntarme si eso es realmente lo que necesitan las mujeres. ¿Por qué no simplemente preguntarles a ellas qué es lo que realmente quieren? 

¿Cuándo empieza autonombrarse como feminista? 

Comencé a conectarme con Las Dignas y a iniciar un proceso de desconstrucción. Empecé a escuchar, a participar, y a cuestionarme a mí misma: ¿Cómo he sido? ¿Cómo me gustaría ser? ¿Qué cosas no quisiera hacer? Esto ocurrió entre 1992 y 1994. 

En otra organización, donde formaba parte de la estructura de la asamblea, tuve la oportunidad de visitar el río San Sebastián en La Unión. Eso fue como en el 2008. Me dio tanta lástima y tanta tristeza la situación del río. Había sido explotado por una mina desde el siglo pasado. Me preguntaba: ¿Y esta agua la utilizan las personas? Era la única fuente de agua en la zona. Al preguntarle a la gente, nos informaron que tenían que comprar el agua. 

Fue entonces cuando me propusieron trabajar con Ceicom (Centro de Investigación sobre Inversión y Comercio). Comencé a investigar para comprender cuáles eran las consecuencias de la minería en las mujeres. 

¿Cuál fue su aporte en este trabajo con las mujeres? 

Después de leer, de enterarme de todos los impactos de la minería, me fui a Metapán y empecé a organizar comunidades. Fue un trabajo muy interesante porque quienes en ese momento más se organizaban eran las mujeres y los jóvenes varones. 

Comenzamos a abordar el tema, nos dirigimos a la alcaldía para ver si estaban interesados e incluso fuimos a solicitar un espacio para hacer un mural en contra de la minería. Nos concedieron una pared en el estadio de fútbol de Metapán, donde permaneció bastante tiempo. 
 

Ahí me di cuenta de que las mujeres eran las que más se involucraban, y al hablar con ellas, observamos que algunas sufrían violencia intrafamiliar. Algunas tenían dificultades para asistir a las reuniones y salir a las calles para exigir la aprobación de la ley contra la minería. Entonces pensamos que debíamos abordar el tema de la violencia y que las mujeres pudieran ser capaces de denunciar, de no normalizar la violencia y deconstruir esos esquemas. La organización [Ceicom] no tenía el tema de las mujeres. 

¿Usted ayudó a crear esos espacios en Ceicom? 

Sí, nos dimos cuenta de que era necesario organizar a las mujeres y empoderarlas, ya que podían hacer un trabajo mucho mejor que el de los hombres. Así que empezamos a organizar a las mujeres, ofreciendo procesos de sensibilización, formación y movilización. Cuando se aprobó la Ley contra la minería, la mayoría de las personas que marcharon y se manifestaron en las calles eran mujeres, con poca presencia masculina. En ese momento, decidí que mientras estuviera en Ceicom, trabajaría por y con las mujeres. 

Su trabajo ha estado centrado en comunidades rurales, ya sea desde Ceicom o desde la iglesia. ¿Cuáles han sido los principales obstáculos de trabajar con las mujeres en lo rural? 

Uno: ellas siempre tienen que asumir la carga de los hijos, de las hijas. Asumen la carga de la escuela de sus hijos e hijas en lo comunal, en sus iglesias; entonces, el tiempo que tienen es bien corto. Cuando los maridos se dan cuenta que ya se van a reunir solo mujeres, les da temor perder sus privilegios. Siempre nos ha pasado que en las primeras reuniones llegan hombres, llega el marido de la señora, en algunos casos, hasta el hijo mayor. Ese es uno de los mayores inconvenientes, el freno que ponen los hombres. Algunos son más sensibles, por ejemplo, ahí tenemos el caso de Mirna (de Las Cuevitas), Chilano, ese señor le respeta su espacio, sus actividades. 
 
¿Qué le satisface de este trabajo? 

A las mujeres las voy viendo empoderadas y a veces hasta con una se ponen al brinco. Ellas pasan a otro nivel y lo que consideran que no debe ser, también lo dicen. También ver hombres que se van transformando junto a las compañeras. En alguna medida, este cambio que las mujeres van teniendo, les va haciendo a ellos reflexionar y tener otra posición, otra interpretación de lo que debe ser la relación entre parejas. Me alegro cuando veo mujeres que dicen: «voy a seguir estudiando». O mujeres que dicen: «Aunque ustedes no vengan, vamos a seguir», o se involucran en otros espacios, organizados también. 

¿Por eso vemos mujeres defendiendo el medio ambiente en los territorios? 

En las comunidades, en Las Cuevitas, por ejemplo, hay una zona de reserva que le han dado a la comunidad y la cuidan todas y todos, pero son las mujeres, especialmente, las que van a hacer sus rondas, que van a ver que esté arborizado, que no talen los árboles. Para el tema del Cerro Blanco, las mujeres han sido las que se han involucrado allá en Metapán. Ellas han andado para arriba y para abajo, estuvieron en las consultas allá en Mita. Ellas ahí están. 

Entiendo que, a raíz de este trabajo en Metapán, surge la Asociación de Mujeres Ambientalistas de El Salvador, ¿verdad? 

Como éramos varias mujeres en ese momento y ya no estábamos asociadas con Ceicom, decidimos que el trabajo de las mujeres no debía desaparecer y buscamos la forma de continuar adelante. Fue así como creamos esa organización que inicialmente llamamos «Mujeres Ambientalistas Luz y Esperanza». Bien evangélico el nombre (se ríe), pero así lo eligieron las mujeres, porque consideraban que representaba la luz y la esperanza que querían transmitir. 

¿Cuántas mujeres integran AMAES? 

Somos como unas 40 que estamos en el Occidente y en San Salvador. 

¿Cuáles son sus principales demandas? 

Una es el tema de la minería, tema extractivista en la frontera. Nosotras tenemos un lema que dice:  «Fuera minera de nuestra frontera» y «Las mujeres decimos no a la minería».  

Ahorita hemos asumido el tema de Coatepeque, un lago privatizado, donde lo que se ve nada más son los grandes muros que han hecho las diferentes casas de recreación que tienen familias con algún nivel económico. Le están quitando el acceso al agua al lago.  Hay comunidades en Coatepeque que no tienen agua. Nosotras tratamos de hacerles unos reservorios que captan agua lluvia, una vez que llueva se llenan en una media de dos meses y esa agua puede usarse para sus huertos. 

Usted también formó parte de las fundadoras del Movimiento Ecofeminista de El Salvador. ¿Qué las llevó a fundar este movimiento cuando ya tenían una Asociación de Mujeres Ambientalistas? 

Porque algunas nos decíamos feministas y otras nos identificábamos con el pensamiento feminista. Para nosotras, las feministas no estaban tocando el tema ambiental, su mayor tema era la salud sexual reproductiva y nosotras nos preguntábamos: «¿Cuántos abortos no habrá por causa de la contaminación de los ríos o la contaminación del aire, de los alimentos contaminados por glifosato u otros químicos?» 

¿En qué año se fundaron? 

En 2015, organizamos un encuentro con el apoyo de la Fundación Heinrich-Böll, donde inicialmente asistieron muchas mujeres, aunque luego quedamos un grupo más reducido. Este Movimiento Ecofeminista es ahora muy relevante para nosotras, ya que consideramos que el primer territorio a defender es nuestro propio cuerpo, seguido por el territorio de la tierra. Creemos firmemente que todo lo que afecta a las mujeres está intrínsecamente relacionado con el medio ambiente; al igual que explotan el cuerpo de las mujeres, también explotan la naturaleza. Las industrias extractivas, por ejemplo, abren el vientre de la tierra en busca de ganancias, del mismo modo en que se explota el cuerpo de las mujeres, ya sea en el ámbito familiar, en fábricas, en el campo, en la trata de mujeres o en la migración. Entonces, creemos que no podemos defender solo los derechos de las mujeres, sino que atraviesa por defender los derechos de la naturaleza. 


Antes de involucrarse en el activismo por la defensa de la naturaleza, Nely Rivera participaba en la iglesia desde los 15 años a través de las Comunidades Eclesiales de Base. En esos espacios, enseñó a leer y a escribir a campesinas y campesinos que no tenían acceso a educación. Foto: Kellys Portillo.

¿Y cómo están llevando esa defensa del medio ambiente en los territorios en este contexto de régimen, donde hemos visto capturas de personas que defienden derechos? 

No debería haber riesgos para defender la naturaleza, porque lo que estamos haciendo es defender la vida. Allá por el 2015 o quizás antes, tuvimos dos secuestros exprés en Guatemala. Ccreo que eran policías vestidos de civil que nos llevaron cerca de donde habían matado unos meses antes a los diputados salvadoreños (el 17 de febrero de 2007, tres diputados del partido ARENA, Eduardo d’Aubuisson, William Pichinte y José Ramón González, junto con su conductor, Gerardo Ramírez – fueron encontrados muertos cerca de Ciudad de Guatemala). Nos ataron, nos quitaron computadoras, teléfonos. Si nos dio miedo, pusimos la denuncia en Guatemala, pero de ahí no pasó nada. 

¿Y en estos momentos, con el régimen de excepción en El Salvador? 

Nos da miedo porque con este discurso del régimen de excepción se pueden llevar a cualquiera. Ninguna de nosotras quisiera irse en eso del régimen. No somos delincuentes, no tenemos agrupaciones ilícitas. Estamos legalmente constituidas como organización. Nosotras nos vamos a amparar en eso. La defensa que hacemos, la vamos a seguir haciendo y no es que nos creamos las mujeres maravillas.  Estamos tan vulnerables como cualquier otra. 

¿Usted parece que no dejará esa lucha a pesar del miedo que dice que siente? 

No me lo he pensado [se ríe]. Debemos garantizar que este Gobierno como Estado, respete los derechos de las defensoras y los defensores de los bienes naturales y de los derechos humanos. 

¿Qué le da esperanza a usted como defensora de la naturaleza de este país? 

Hay miles de mujeres que no se llaman ni ambientalistas ni ecofeministas, pero que están conscientes que defender la vida atraviesa por un medio ambiente sano, donde la biodiversidad se respete. Las y los jóvenes deben defender lo que sea necesario para tener alimentos y agua el día de mañana.  

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