Democracia

El Estado debe garantizar la protección psicológica de las personas en situación de desplazamiento forzado 

El desplazamiento forzado interno deja heridas profundas que no siempre son visibles. Para muchas mujeres, implica no solo huir de la violencia de género, sino también enfrentar nuevas formas de agresión durante el proceso, incluyendo violencia ejercida por agentes del Estado. 

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Fotografía e intervención: Kellys Portillo.

Varias de ellas, según relata una psicóloga de la Organización de Mujeres Salvadoreñas por la Paz (ORMUSA) que pidió mantener el anonimato, han sido agredidas por policías y temen denunciar por el riesgo de ser ubicadas por sus agresores.

Las secuelas emocionales son múltiples: estrés postraumático, ansiedad, depresión y pensamientos suicidas. A esto se suma la pérdida del hogar, la falta de respuesta institucional y la estigmatización. En ese contexto, la atención psicosocial se vuelve esencial para acompañar a las mujeres sobrevivientes, reconstruir sus redes de apoyo y recuperar una mínima sensación de seguridad.

Sin protocolos adecuados de atención por parte del Estado, muchas se ven obligadas a transitar solas procesos complejos y dolorosos. El acompañamiento psicológico, sostiene la especialista, puede marcar la diferencia entre la desesperanza y la posibilidad de volver a comenzar.

¿Puede contarnos brevemente sobre la experiencia de ORMUSA en casos de desplazamiento forzado interno?

En ORMUSA atendemos a mujeres sobrevivientes de violencia de género y a personas de la diversidad sexual que han sufrido algún tipo de violencia. Dentro de las historias de vida de muchas de estas mujeres, el desplazamiento forzado interno es una experiencia recurrente.

Las principales razones que las obligan a huir incluyen la violencia de pareja, que las expone a un riesgo inminente; el acoso y las amenazas de pandillas, especialmente en épocas en las que su presencia era más fuerte; y, más recientemente, el impacto del régimen de excepción. Muchas mujeres han tenido que abandonar sus hogares debido a detenciones arbitrarias de sus familiares o por temor a ser vinculadas con estructuras delictivas. En nuestra organización, hemos acompañado a mujeres en estas tres circunstancias, brindando apoyo y protección.

Desde los casos que atienden, ¿cuáles son los principales factores que detonan el desplazamiento forzado? 

La violencia que ejercen sus agresores es una de las principales causas. Muchas mujeres han tenido que salir de sus hogares con la ropa que llevan puesta porque enfrentan amenazas directas de muerte. En algunos casos, el agresor es un agente policial, lo que incrementa el peligro. El nivel de riesgo para la víctima aumenta considerablemente, ya que puede ser rastreada con mayor facilidad. Muchas de ellas entran en resguardo por un tiempo, para posteriormente realizar la reubicación. Tenemos muy pocos casos de mujeres en el que su agresor tiene vínculos con las pandillas. 

Finalmente, en el contexto del régimen de excepción, hay mujeres que han huido por miedo a ser detenidas o porque sus hijos e hijas fueron capturados sin justificación. Muchas de ellas abandonan sus hogares por temor a ser criminalizadas sin pruebas. 

¿Cuáles son los efectos psicológicos más comunes en las personas que han sido desplazadas?

El estrés postraumático es una de las secuelas más frecuentes. Estas mujeres han vivido experiencias extremadamente traumáticas, y la incertidumbre de no tener un lugar seguro agrava su estado emocional. 

Además, muchas de ellas son madres, lo que significa que, además de lidiar con su propio trauma, deben cuidar a sus hijos e hijas, quienes también sufren ansiedad, depresión e incluso pensamientos suicidas. En el momento del desplazamiento, el sistema nervioso se mantiene en un estado de alerta constante, por lo que los síntomas pueden no ser evidentes de inmediato. Sin embargo, con el tiempo, comienzan a manifestarse a través de insomnio, problemas digestivos y dolores de cabeza persistentes.

¿Cómo afecta la incertidumbre de no tener un hogar seguro a nivel emocional y mental? 

La incertidumbre genera un duelo prolongado. Estas mujeres no solo pierden su hogar, sino también su comunidad y su rutina. No saben si podrán comer al día siguiente ni dónde dormirán, y esa angustia se intensifica cuando tienen hijos a su cargo.

A nivel psicológico, esto se traduce en síntomas de ansiedad, pensamientos catastróficos sobre el futuro y, en muchos casos, depresión. Además, la falta de apoyo institucional agrava la sensación de desesperanza, ya que muchas veces el Estado no brinda alternativas claras para su protección y resguardo.

¿Qué debería hacer el Estado para abordar estos casos de manera efectiva?

El Estado debería desarrollar un programa integral de protección que contemple refugios seguros, asistencia psicológica y mecanismos eficaces para garantizar la seguridad de las víctimas. De lo contrario, estas mujeres seguirán viviendo con el miedo constante de ser encontradas por sus agresores, sin una red de apoyo sólida. Actualmente, no existe un protocolo claro al que las mujeres puedan acudir para recibir ayuda inmediata. Muchas buscan apoyo en la Procuraduría [General de la República] o en la Fiscalía [General de la República], pero no obtienen respuestas concretas.

Incluso cuando tienen medidas de protección, hay casos en los que los agresores las han incumplido sin consecuencias, lo que deja a las mujeres en una situación de vulnerabilidad extrema. En muchos casos, las organizaciones de la sociedad civil son quienes realmente brindan apoyo, ya sea a través de refugios temporales, asistencia económica o reubicación.

Si el agresor es un policía o un soldado, se debería proceder de la misma forma que con cualquier otro agresor que no pertenezca a los cuerpos de seguridad. Pero, en la práctica, muchas mujeres no presentan la denuncia porque temen estar ubicadas, ya que el agresor tiene conexiones dentro de la institución. Esto hace que muchas prefieren irse con lo poco que pueden llevar y buscar apoyo en alguna organización que pueda garantizar su seguridad. El miedo a ser rastreadas es real, ya que los agresores tienen acceso a herramientas que facilitan su localización. Además, una de las amenazas más recurrentes es quitarles a sus hijos. Hemos atendido casos de mujeres que han pasado meses sin salir de su cuarto por el alto riesgo que corren; cualquier patrulla o sistema de vigilancia podría ubicarlas. Esto genera un enorme estrés postraumático y una incertidumbre constante. Así que, en muchos casos, las mujeres deciden no denunciar porque sienten que no servirán de nada. Ahí es donde se evidencia que el sistema no está funcionando como debería. 

¿Cuáles son las principales dificultades que enfrentan las mujeres desplazadas para reconstruir su vida en un nuevo lugar, y qué tipo de apoyo necesitan para lograrlo?

En mi experiencia, la mayoría de las mujeres no quieren regresar a su lugar de origen. Muchas dicen que les duele dejar sus pertenencias, pero saben que si vuelven, su vida podría correr peligro. Como ORMUSA, no contamos con recursos ni programas específicos para garantizar medios de vida o reubicación, pero trabajamos en alianza con otras entidades como el Consejo Noruego para Refugiados (NRC) y la Cruz Roja para brindar resguardo temporal a las mujeres mientras reciben atención psicosocial. Durante este proceso, se evalúa el riesgo de ideación suicida, se trabaja en fortalecer su autoestima y en reconocer los ciclos de violencia. Luego, se les apoya en la reubicación en un lugar seguro y en la búsqueda de medios de vida, ya sea a través de emprendimientos o empleo. También se les brinda asistencia para el pago del alquiler por un período determinado. Paralelamente, se ayuda a inscribir a sus hijos en nuevas escuelas y se elaboran planes de seguridad para evitar que sean rastreadas. Estos incluyen cambios en las rutas diarias y medidas de alerta en caso de riesgo.

¿Qué obstáculos encuentran las mujeres que han sido desplazadas para acceder a la atención psicológica?

Nosotras trabajamos en el área psicológica, donde encontramos muchos mitos que dificultan el acceso a la atención. Uno de ellos surge en torno a las organizaciones que trabajan exclusivamente con mujeres. Se dice, por ejemplo: «¿Para qué vas a ir ahí? Ahí te enseñan a odiar a los hombres», lo que representa una primera barrera. Sin embargo, cuando las mujeres logran superarla y buscan orientación o acceden a la atención psicológica, traen consigo otras creencias, como la idea de que solo las personas «locas» necesitan terapia.

Nosotras empezamos aclarando que todo el proceso es confidencial. Muchas llegan convencidas de que están «locas» porque su agresor se los repetía constantemente. Estas palabras se arraigan y afectan su percepción de sí mismas. En la terapia, trabajamos en generar un espacio de confianza, algo clave porque, en muchos casos, tampoco cuentan con el apoyo de su familia.

A lo largo del proceso, las mujeres fortalecen su autoestima, aprenden a identificar la violencia y empiezan a construir su propio proyecto de vida. No desde lo que «deberían ser», sino desde lo que realmente son y desean. Es un trabajo profundo, porque con frecuencia los proyectos de vida de las mujeres han estado moldeados por expectativas externas y no por su propio ser. Así es como acompañamos a quienes llegan hasta nosotras.

¿Qué enfoques han dado buenos resultados para el acompañamiento de las mujeres que han sido desplazadas? 

Dentro de nuestra atención psicosocial, además de la terapia psicológica individual, trabajamos con otros enfoques. Por ejemplo, realizamos sesiones grupales a través de talleres psicoeducativos, donde las mujeres pueden aprender sobre distintos temas, identificarse con las experiencias de otras y descubrir aspectos de su propia realidad que antes no reconocían. También contamos con grupos psicoterapéuticos, que son distintos a los talleres psicoeducativos, ya que funcionan como espacios cerrados en los que las participantes trabajan durante varias sesiones de manera continua. Esta estrategia ha sido clave en el acompañamiento de mujeres sobrevivientes de violencia.

Desde la sociedad civil, ¿cómo podemos acompañar a las personas sobrevivientes de desplazamiento forzado interno? 

En psicología, hablamos de psicoeducación, es decir, generar conciencia sobre el impacto emocional de estas experiencias. Algo fundamental es evitar el juicio y la crítica. Aunque suene sencillo, muchas veces las personas desplazadas enfrentan prejuicios que les impiden hablar abiertamente sobre su situación o incluso reconocerse como desplazadas.

Desde la psicología, el acompañamiento es esencial. No siempre es necesario decir algo; simplemente escuchar, respetar los silencios y brindar apoyo en función de nuestras posibilidades ya hace una gran diferencia. A veces, acompañar a una persona a una institución donde pueda recibir ayuda o proporcionarle información relevante puede marcar un cambio significativo en su proceso.

A nivel más amplio, también es urgente visibilizar el tema. Se habla poco de desplazamiento forzado en nuestro país, a pesar de su enorme impacto. No solo afecta directamente a quienes lo viven, sino que genera consecuencias en toda la sociedad. Conversaciones como esta son importantes para reconocerlo como una realidad que requiere atención y acción. 

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