La llamada

Lauri García Dueñas | 19/11/2019

¿En verdad, las madres podemos hablar, escribir y entender cosas que las demás mujeres no, sólo porque somos madres? ¿Eso no sería una peligrosa idea de superioridad moral, una trampa más del patriarcado?

Hace una semanas estaba trabajando en un café internet (sí, todavía existen, pocos, pero existen) intentando editar algo, cuando sonó mi teléfono celular. He de confesar que últimamente no soy adepta a recibir ni a hacer llamadas telefónicas. He contraído una especie sutil de misantropía, tal vez porque prefiero mandar y recibir mensajes de texto, en los que me expreso mejor, o porque entre las clases, la escritura y la crianza, realmente cuento con poco tiempo.

La llamada fue a media tarde, de mi amiga V. Ella, al contrario que yo, estaba en un estado de relajación envidiable frente a la playa después de unas cervezas, no estaba lidiando con el borrador de un poemario que intenta conseguir un premio o editor. Me confesaba que me quería y que nosotras, ambas, podemos hablar, escribir y entender cosas que las demás mujeres no, porque somos madres.

Al principio, desconfié de su hipótesis, pero le seguí la corriente y escuché su diálogo colmado de afecto. Colgó, no sin antes decirme, y le creo porque la conozco, que puedo contar con ella si necesito algo. Eso, en una ciudad donde, a veces, aún me siento recién llegada, es un tesoro. Alguien estará para mí si el infortunio me alcanza. Por breves segundos, me sentí culpable de no sentir alegría al inicio de la llamada y haber estado más preocupada por mi trabajo, pero luego, espanté la culpa judeocristiana y me quedé pensando.

¿En verdad, las madres podemos hablar, escribir y entender cosas que las demás mujeres no, sólo porque somos madres? ¿Eso no sería una peligrosa idea de superioridad moral, una trampa más del patriarcado? No creo, me respondí. Lo cierto, me dije, es que ser madre sí nos separa física y simbólicamente de las otras mujeres que no lo son. No somos más ni menos que las no madres, sólo somos diferentes, y claro, estamos más estresadas, sobre todo económica y logísticamente, y tenemos menos tiempo para nosotras mismas. Tal vez a las madres nos una, entre otras cosas, la renuncia que impone un sistema económico y social que no es amable con nosotras.

Con unas menos amables que con otras, porque, como ya lo he desarrollado antes, la maternidad también está atravesada por el capital económico, social, cultural y escolar. Como mujer de clase media en flexibilidad laboral, tengo que reconocerme privilegiada por sobre las mujeres que trabajan en las maquilas o son desempleadas. Son distintas las angustias, aunque a veces no tanto.

Cuando mi hijo era muy pequeño, me sentía frustrada porque no podía ir a cuanto evento cultural quisiera, como antes. Luego, después de darle muchas vueltas, abracé la idea de que es incómodo sostener el deseo de ser madres y que serlo implica una responsabilidad de la cual no hay vacaciones. Tardé muchos meses, años, en aceptarlo. Y a veces me lo repito como un mantra: “Debo ser responsable, un ser que no puede bastarse por sí mismo depende de mí”. Las madres cuidamos. Somos capaces de defender a los críos con uñas y dientes.

En El Salvador, el magistrado Eduardo Jaime Escalante está acusado de tocar a una niña de diez años, lo que ha movilizado física y virtualmente al país. El 4 de noviembre, la escritora Liza Onofre escribió en su FB: “Mi reconocimiento es para esa madre coraje, quien sabiendo que se enfrentaría a esa bestia misógina que es el sistema judicial salvadoreño, decidió seguir adelante con la acusación. Gracias a su valor, media sociedad está unida por una causa común. Porque en un país, acostumbrado a la inacción, sumisión y llanto digital, esta es una verdadera manifestación de inconformidad civil (…)”.

Una madre indignada de Altavista, Ilopango, El Salvador, versus un magistrado. En el terreno legal, la madre va rezagada pero, en el espacio simbólico, tiene todo el apoyo nacional e internacional. El caso de la madre que busca justicia para su hija de diez años, me hizo recordar a mi amiga V. y su llamada, a la posibilidad de que su hipótesis no sea desacertada y que ella, Liza, V., yo y las madres podamos entender ciertas cosas que otras personas no. Conmovernos de maneras distintas. La maternidad como defensa del otro, del más débil. La maternidad como comunidad frente al individualismo. Esa línea a veces tan difícil entre no poner en segundo plano nuestra existencia pero siempre estar para defender el bienestar de nuestras hijas e hijos en primera instancia.

Por otro lado, me gustaría pensar que las mujeres y hombres que no tienen ni tendrán hijos lo hacen por libre albedrío o previsión frente al deterioro ambiental. Pero me preocupa la posibilidad de que sea porque la autorrealización es el non plus ultra del semio y necrocapitalismo y que se está volviendo lugar común la idea de que las y los hijos son un obstáculo para dicha autorrealización que nos impone el sistema económico. Muchas personas que conozco desean tener hijos pero temen el hecho de que, aún sin familia, no llegan a fin de mes.

El filósofo surcoreando Byung Chul Han explica esta catástrofe actual: “Se ha pasado del deber de hacer una cosa al poder hacerla. Se vive con la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede, y si no se triunfa, es culpa suya. Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando; es la pérfida lógica del neoliberalismo que culmina en el síndrome del trabajador quemado. Y la consecuencia, peor: Ya no hay contra quien dirigir la revolución, no hay otros de donde provenga la represión. Es la alienación de uno mismo, que en lo físico se traduce en anorexias o en sobreingestas de comida o de productos de consumo u ocio”.

En medio de este panorama no tan prometedor que compartimos, desearía que algunas no madres y no padres dejen de vernos de menos o como unas descabelladas por habernos atrevido a tener hijos y cierren para nosotras espacios públicos. Aunque las madres y padres y los no padres y no madres tengamos diferentes visiones de mundo, nos une la debacle económica y ambiental. Desearía que todas las mujeres, seamos madres o no, tuviéramos siempre a quien llamar -en medio del atomizado tejido social posmoderno- cuando estamos inspiradas frente al mar como V. o en busca del sostén existencial, emocional y económico que solo las amigas pueden dar. Hoy llamé llorando a S. y me contuvo, de esa manera que solo una amiga puede hacerlo. Sea madre o no.

Etiquetas:Maternidad

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