«Qué bueno que no te quedaste en la casa»

08/05/2021

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Buenas noches, madre. Últimamente he soñado con vos. Te vi en tus pijamas aguaditas colgando ropa en el garage. Te veo acostada de lado, dormida, en tu cama. Leyendo el periódico. Viendo la tele. La última vez que te vi en mis sueños estabas cerca de las ventanas de la sala. Cerca de las veraneras. Había sol.

Quizás te he pensado mucho porque en dos meses voy a parir. Así me pasó la primera vez que quedé embarazada. Tenía una gran necesidad de estar en paz con tu persona pero no sé si lo he logrado. Espero que sí. Ahora te siento más cerca de mí que cuando era adolescente.

Hay muchas cosas que no te he dicho pero al pensar que iba a decírtelas en esta carta, me ha entrado miedo. Porque muchas cosas de las que no te he dicho pueden dañarte y yo no quiero dañarte. Así que quizás no te voy a decir todo lo que no te he dicho, porque no tenés por qué cargar con todo eso. Las madres no tenemos por qué cargar con toda la basura emocional de los hijos.

Así que te voy a decir lo más importante. Pero no quiero que sean solo reclamos. A ver cómo me sale. Lo primero que voy a decirte es que todavía me cuesta sobreponerme a las golpizas e insultos que durante mi infancia me propinó mi hermana mayor. Tengo 40 años y seis en terapia. Siento que ya casi lo supero. Un día. He dejado de pensar que vos tuviste la culpa por dejarme con ella. Pero tenías que trabajar y estabas organizada. No podías estar las 24 horas conmigo. Cuando yo era niña y regresabas a la casa después del trabajo y oía tus tacones, me ponía muy contenta. Habías regresado. Yo quería decirte lo que me hacía mi hermana, quería explicarte cómo me sentía y pedirte ayuda, pero no podía, pude hacerlo hasta muchos años después y ya era un poco tarde. Yo quería decirte que te necesitaba. Todavía te necesito. Pero ya pasó, mamá. Ya voy de salida de ese inferno psíquico.

Lo segundo que quiero decirte es que tengo el fantasma de que querés más a mi hermano menor que a mí. Quizás porque sigue viviendo en tu casa a los 37 años. Y porque con él sos bien diferente que con tus otros hijos. Además, soy feminista y sospecho completamente de los privilegios que le has otorgado. Pero me alegra que me escribás de tu puño y letra o me digás en voz alta que no es cierto. Que nos querés igual a tus cinco hijos. Yo hago que te creo. Pero no te creo. Además, cuando te reclamo, me decís que, si así fuera, qué. Y pues sí, vos sos libre de querer a quien vos querrás.

El tercer reproche sería que nunca le hablaste mal a mi padre como me hablaste a mí. Nunca fuiste tan exigente o hiriente con él como conmigo. Pero eso sería demasiada especulación. Y es algo que como feminista no comparto pero puedo entender. Mi padre es tu debilidad y el catolicismo, la cultura patriarcal y el amor romántico así te lo inculcaron. No soy nadie para juzgarte.

Te admiro. Y soy bastante como vos. No me gusta tanto estar en la casa. Me encanta trabajar. Quiero ser una mujer importante como vos lo fuiste. Trabajaste en organismos internacionales, en la universidad, fuiste premiada porque sos una gran economista y criaste a cinco hijos. Si alguna vez te reproché que no estuvieras conmigo, me retracto. Qué bueno que no te quedaste en la casa. Te hubieras vuelto loca. Una se vuelve loca si pasa demasiado tiempo en la casa.

Qué bueno que viajaste mucho. Qué bueno que tenías ropa hermosa, elegante y multicolor y te pintabas los labios de rojo. Algunos de los recuerdos más chivos que tengo con vos es cuando íbamos a Kismet
o a Metrocentro, a vitrinear o a comprarnos algunas cosas, y nos invitabas a
comer y al Pops. Cuando te acompañaba al salón de belleza, a que te hicieras los pies, las manos, el pelo. Sos hermosa, siempre lo fuiste. O cuando los sábados, después de que salías de la universidad, nos llevabas donas de todos los sabores. Ir a la universidad con vos era un placer y un orgullo y así podía estar cerca, aunque estuvieras trabajando. Me gustaba que la gente te admiraba y te respetaba.

Ya eras decana de la facultad de Economía en 1986. Fuiste vicerrectora. Gerente. Catedrática. Sos presidenta de una fundación. Mucha gente te quiere y te admira. Entre ellas, yo.

Me acuerdo de una vez que me compraste una falda short morada con una camisa de uvas o aquel vestido precioso, corto de flores, con el que fui a una fiesta de 15 años y vi al bicho que me gustaba.

También pasamos malísimos momentos, llegamos a comer tres de tus hijos de un solo huevo, o no tenías para pagar el colegio y no nos entregaban las calificaciones, pero vos y mi padre iban resolviendo, haciendo malabares. Y aún en los peores momentos, te acordás, cuando comprabas la despensa con vales, nos regalabas un jugo miniatura de manzana, pera o melocotón cada quince días. Era un lujo. Hasta guardábamos los botes como juguetes.

Si vos no fueras tan inteligente y trabajadora, yo no hubiera estudiado en un de los mejores colegios y una de las mejores universidades del país. Siempre me acuerdo que me repetías que no me dejarías herencia porque mi herencia es mi educación. Y así lo siento. También me heredaste tu inteligencia. Puedo ser muchas cosas, pero tonta no soy.

Tuviste un montón de errores conmigo, pero también un montón de aciertos. Me regañabas bien feo, te desesperaba. A veces, pensaba que vos y mi papá no me querían, porque siempre me dieron permiso de todo desde los 13 años. Esa fue mi gran responsabilidad. No perderme entre tanta libertad. Pero aprendí. Creo.

También quería agradecerte porque te metiste conmigo al hoyo de mi depresión cuando cumplí 19 años. Nunca pude explicarte por qué estaba deprimida. Aún ahora no lo tengo muy claro. Pero estoy segura de que, si vos no hubieras estado a mi lado, tal vez estuviera ya en el otro mundo. Gracias por todas las veces que me has salvado el pellejo. Son muchas.

Si yo no los tuviera a ustedes como padres, como retaguardia material, intelectual y ética, no pudiera ser escritora. Me han apoyado de todas las formas que unos padres pueden apoyar a una hija. Sé que no estoy sola, que ustedes son mi estirpe, mi andamio. Nadie puede lastimarme, porque los tengo a ustedes. Su amor es mi protección. Gracias por todo, mamá, espero abrazarte pronto. Espero que te pongás la pijama que te regalé.

Feliz día.

Te ama mucho, tu hija.

L.


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