Su pareja íntima la sujetó del cuello y la contraminó contra la pared. Para esta promotora de salud, ser parte de las estadísticas que ella misma recoge sobre violencia por parte de la pareja íntima, le hizo reflexionar sobre cómo en un instante se puede pasar a ser de la teoría a la práctica. No quiso denunciar porque aún se niega a considerarse una víctima más. En su reflexión nunca imaginó serlo. Otra mujer joven, profesional, también ha sobrevivido a lo que la doctora que conversó con ella denominó como “celopatía”. A raíz de esto, la profesional de la salud le ha aconsejado tener cuidado con su pareja porque teme un desenlace fatal. Un feminicidio.
Cuando me contaba estas historias, ella se preguntaba en voz alta por qué las mujeres también somos machistas y educamos sobre esta base. También sobre cómo las mujeres violentamos a otras mujeres con nuestras expresiones.
La explicación está en el sistema patriarcal. No en culpabilizarnos a nosotras mismas. Hemos sido educadas y adoctrinadas bajo un esquema de arquetipos y roles: las mujeres puras, castas y buenas. Virginales, casi perfectas. Y las mujeres malas. A esas que, incluso en nuestras familias, nos llaman “tóxicas, putas, grenchas y choleras” o nos asignan poderes mágicos (o de brujas) por no encajar en ese sistema de valores, promovido desde las crónicas de los libros religiosos. Por ejemplo, desde Eva; María, la madre de Jesús; María Magdalena, una prostituta redimida por Jesucristo, y reivindicada por la Iglesia Católica en 1969, nombrada formalmente “apóstol de los apóstoles” en 2016.; hasta las muy malas novelas mexicanas y series como Desperate housewives.
Hemos sido educadas para rivalizar, competir y desacreditarnos entre nosotras mismas. Para, por ejemplo, hurgar en la vida de las ancestras y de las madres de la mujer objeto de nuestra violencia y justificar así nuestras expresiones, en su mayoría clasistas, despectivas y que buscan denigrar. Porque ser infiel o ser puta es heredado, de acuerdo con los análisis simplistas que tradicionalmente se hacen para violentar a una mujer.
La violencia contra la mujer puede venir de toda persona, sea hombre o mujer. Es independiente de su orientación sexual, identidad y expresión de género porque todas las personas hemos construido nuestros sistemas de valores bajo el machismo. Las expresiones de violencia verbal, que son las más comunes y normalizadas, precisamente son la forma para intentar castigar a las mujeres -y no a los hombres- por cualquier decisión o acción que tomen en su vida personal. Y que también escala a la vida profesional.
Los informes de hechos de violencia contra la mujer evidencian que no hay lugar seguro para nosotras. Que el hogar y la familia, con énfasis en la pareja íntima, es donde más somos violentadas. Tanto hombres como mujeres jugamos un rol importante y somos responsables de no normalizar y mucho menos alimentar la violencia.
En distintas ocasiones me han preguntado qué hacer cuando las mujeres no denuncian o no quieren denunciar las violencias que experimentan. Las personas se frustran y cansan de escuchar a la sobreviviente. La culpabilizan por no reaccionar sin comprender el ciclo y circuito de la violencia. No denunciar no debe ser un motivo para violentar más a una mujer. La escucha atenta y empática es necesaria. La denuncia es una decisión personal. Distinto es guardar silencio cuando leemos y/o escuchamos expresiones de violencia contra la mujer porque estas alimentan la empresa predadora de la normalización de la violencia. Guardar silencio cuando escuchamos o leemos a una persona, sea o no de nuestra familia, de nuestro círculo cercano de amistades o de nuestro grupo laboral, etc., emplear términos para violentar a una mujer es violencia también. Ni se diga celebrarle estas palabras o ayudarle a hurgar la vida de quien está siendo victimizada. Guardar silencio ante cualquier tipo de acoso hacia una persona, hombre o mujer, también es violencia. El silencio no es una opción. Dejó de serlo. Culpabilizarnos a nosotras mismas y a nuestras ancestras tampoco es una opción. Hay que ser más feministas y menos machistas para no abonar a las pedagogías de la crueldad contra nosotras mismas. Hay que aprender a expresarnos desde el amor y no desde el odio.