Opinión

Invisibles, limitadas y no remuneradas: mujeres universitarias y trabajo de cuidados en pandemia

El confinamiento por las cuarentenas tuvo consecuencias en los espacios privados de las mujeres. El aumento de las tareas en el hogar hizo aparente la feminización del trabajo doméstico y de cuidados. En esta columna, Daniela Salamanca y Marcela Mae-lí Rudamas nos presentan los hallazgos de su investigación sobre las experiencias de estudiantes universitarias salvadoreñas durante las cuarentenas y el impacto de esta jornada aumentada en su salud mental.

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Por Daniela Salamanca y Marcela Mae-lí Rudamas



La crisis sanitaria por el Covid-19 ha detonado múltiples consecuencias sociales, económicas y políticas, visibles e invisibles a nivel mundial. La respuesta en casi todos los Estados ante la pandemia fue implementar una cuarentena domiciliar obligatoria. 

En El Salvador, no solo fue preocupante la saturación del sistema de salud, sino también los efectos del confinamiento en los espacios privados de las mujeres. El estudio, el trabajo doméstico y el rol de cuidados aumentaron en intensidad. Esto visibilizó la feminización del trabajo doméstico y de cuidados. 

Dada la coyuntura actual, decidimos hacer una investigación para conocer las experiencias de estudiantes universitarias entre tercero y quinto año de carreras humanísticas en distintas universidades del país, con respecto a la forma en que manejaron las jornadas de trabajo doméstico no remunerado, de cuidados y la universidad virtual. Nos interesó saber sobre la salud mental de estudiantes mujeres, ya que la universidad en línea demandó esfuerzos de adaptación a la virtualidad. Presentamos nuestro estudio en el Congreso Virtual de la Sociedad Interamericana de Psicología, que este año estuvo enfocado en los aportes ante el COVID-19.

Encontramos similitudes en sus vivencias. Por ejemplo: La distribución de las tareas domésticas, según expresaron, es sumamente inequitativa en sus hogares: ellas deben encargarse de la mayor parte de la limpieza; algunas deben hacer esta labor hasta tres veces por día, además de ocuparse de la alimentación de los miembros del hogar cuando sus madres no están presentes. Sus pares masculinos, específicamente sus hermanos, tienen pocas tareas asignadas y no reciben sanciones sociales por no realizarlas. Y cuando sí las hacen, los padres y las madres tienden a felicitarlos. 

Lo anterior se explica porque los estilos de crianza en El Salvador se caracterizan por ser machistas y normalizadoras de los estereotipos de género. Hombres y mujeres somos socializados diferentes y desiguales.   A  las niñas se les destinan aquellas actividades relacionadas con el hogar, servir y atender a otros; mientras que para los niños se reservan actividades de competencia. Estas son formas muy importante de ir delimitando las normas de comportamiento y dejando claras las expectativas sociales que se tienen de cada sexo. Por lo tanto, se espera que las mujeres hagan las labores culinarias y de limpieza de buena gana y con excelencia, sin interrumpir a los hombres en sus actividades cotidianas. 

El reconocimiento a voces hacia los hombres que realizan labores domésticas responde completamente a un pacto patriarcal en el que las mujeres también han sido subjetivadas: mientras que a los hombres se les reconoce que, además de ser fuertes, proveedores, racionales y liderar los espacios públicos, también tienen la capacidad altruista de colaborarle a la(s) mujer(es) del hogar para agilizar las tareas que le competen a ellas; se le admira porque aún con todo lo que sobrellevan en el espacio público, tienen tiempo para dedicarse a aquello que “no les compete”. 

Pero el pacto no es solo entre hombres, sino también entre mujeres. En la mayoría de las veces, son las mujeres las que se encargan de supervisar la ejecución de los roles asignados y mantener la feminización del trabajo doméstico. Un ejemplo de esto es que las madres de las participantes asignaban la carga de labores desigual a sus hijas, ya que consideran que es algo que deben hacer por naturaleza y sin cuestionarlo. Por eso, si una hija no cumple con un determinado número de tareas domésticas, no sólo recibe una sanción por sus pares masculinos, sino que también la madre la  sanciona por el incumplimiento de “su deber”. Mientras que a los hombres les felicitan y agradecen cuando han “ayudado” en el quehacer doméstico. 

Con respecto a la salud mental, las participantes expresaron que necesitaron reorganizar su tareas y su tiempo para cumplir con todas las responsabilidades. Aunque varias eran actividades que realizaban desde antes de la cuarentena, se incrementaron e intensificaron durante el confinamiento. Esto implicó una mayor carga emocional, estrés, menos tiempo de ocio, recreación limitada y dificultad para realizar estrategias de autocuidado. 

La pandemia y la cuarentena realmente no significaron una pausa para estas mujeres. La mayoría mencionó que si bien no se salía de la casa, las responsabilidades académicas y domésticas continuaron y aumentaron, aún en fines de semana. 

Como consecuencia de esta sobrecarga, las participantes expresaron sentimientos de culpa por la procrastinación o por negarse a realizar el trabajo doméstico, así como frustración por no poder evitarlo. También mencionaron mayor agotamiento físico y mental, ansiedad, episodios depresivos y la sensación de no tener tiempo para sí mismas, lo cual también interfirió en su ciclo académico. 

Pasar a la modalidad virtual fue algo repentino. Ni las instituciones educativas, ni lxs estudiantes estaban preparadxs. Es decir, que el ciclo universitario virtual también demandó que los y las estudiantes se adaptaran de manera brusca. La universidad en línea también significó una carga adicional con interacciones sociales y recreativas limitadas.  

Las mujeres también hablaron de soluciones. Propusieron una distribución más equitativa en la asignación de las actividades del hogar para cada miembro; que se creen horarios y se dialogue sobre las funciones que cada persona realizará en un calendario; que el  trabajo se haga en conjunto y no se sobrecargue a una persona, ni se naturalice la feminización de  las actividades domésticas. No hay que olvidar que detrás de toda la dinámica del trabajo doméstico no remunerado se encuentra una lógica dual capitalista y patriarcal que justifica la distribución desigual y la carga extenuante sobre las mujeres. A este aspecto también hay que remitirse para lograr un cambio significativo.

En ese sentido, se vuelve indispensable que se promueva la corresponsabilidad en el trabajo doméstico, la cual implicará que tanto hombres y mujeres reflexionen sobre los roles de género que tradicionalmente se han aprendido y asignado. También que cada uno reconozca la injusta distribución de trabajo que asumen la mayoría de mujeres en las familias. En el caso de las mujeres universitarias esto ayudaría a conciliar las responsabilidades del hogar y del cuidado con las actividades de estudio y/o laborales.




Daniela Elizabeth Marroquín Salamanca tiene 22 años. Es estudiante de quinto año de Licenciatura en Psicología en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). Feminista. Joven de la posguerra comprometida con la (re)construcción de una sociedad más justa y equitativa a través de la recuperación de la memoria histórica: no hay perdón ni olvido donde no hay justicia ni reparación. Apasionada por la filosofía, los feminismos, los estudios decoloniales y las investigaciones con perspectiva de género y enfoque en derechos humanos. 

Marcela Mae-lí Rudamas. Estudiante del último ciclo de la Licenciatura en Psicología en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). Se interesa por la Psicología Humanista y por la investigación en Psicología Social Comunitaria con enfoque de género y derechos humanos. Le gusta aprender, bailar y comprometerse con lo que quiere y cree.


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