Soluciones comunitarias

Levantar pesas y a la comunidad

En medio del Distrito Italia y la colonia Libertad, en Tonacatepeque, el deporte de fuerza logró unir a un grupo de mujeres. Allí combaten el estigma de la violencia que rodea a sus comunidades, los estereotipos de belleza y la depresión, mientras aprenden a valorar sus cuerpos y descubren todo lo que son capaces de hacer.

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Son pasadas las tres de la tarde cuando Aracely sale de su negocio, una librería ubicada en la calle principal del Distrito Italia. Se dirige al gimnasio Elba y Celina, una iniciativa comunitaria que permite a las personas del distrito acercarse al ejercicio sensible al trauma, una práctica física que reconoce las desigualdades y cómo estas cambian la forma en la que las personas se habitan.   

Aracely, como entrenadora y encargada del gimnasio, asegura que la actividad física es una forma de reconciliar mente y cuerpo, al mismo tiempo que se reconoce al entorno como un espacio seguro.   

En su bolso de gimnasio lleva agua, equipo, documentos, su certificado de antecedentes penales y su solvencia de la Policía Nacional Civil (PNC), además de las cartas que las organizaciones con las que trabaja le han proporcionado para validar su labor como entrenadora en el gimnasio. 

Siempre carga esos documentos porque, desde que comenzó el régimen de excepción hace ya más de un año, lo considera necesario. En ese momento, el gimnasio cerró temporalmente, pero cuando surgió la oportunidad para que las mujeres recibieran un taller de defensa personal con entrenadoras australianas, se comunicaron con las autoridades de sguridad de la zona; querían que ellas pudieran ejercitarse sin sentir temor. Para evitar riesgos y prevenir que cayeran presas del régimen, que suspende libertades constitucionales, incluida la libertad de asociación, el taller se limitó a 20 mujeres y Aracely realizó los avisos correspondientes. 

«Si una de ellas resulta tener vínculos con pandillas, también la vamos a llevar’, me dijeron. O sea, si ellos venían y encontraban a alguien entrenando que tuviera alguna relación, también me iban a llevar por el régimen», relata Aracely. 

Pese a esa amenaza, y a ser consciente del contexto de las comunidades donde residen las mujeres, que a lo largo de los años han sido conocidas por una fuerte predominancia de pandillas, lo aceptó. 

En el Distrito Italia, el régimen de excepción comenzó un día antes, según cuentan las integrantes de la clase de Aracely. A nivel nacional, el 27 de marzo de 2022 fue marcado por el miedo y la incertidumbre que conlleva la suspensión de garantías constitucionales a la población, pero en esa comunidad la tensión ya se sentía desde la noche anterior. Todo estalló cuando el propio ministro de Seguridad se hizo presente, tal como lo anunciaron los canales oficiales. 

Caminando por la calle que separa al Distrito Italia de la amurallada comunidad Monseñor Romero, con el sol en lo alto, Aracely explica que ese compromiso es difícil. Muchas veces, personas relacionadas con las pandillas fueron compañeros de escuela, vecinos, gente que vive en la comunidad. En su realidad, «es difícil, si no imposible, no haber tenido ningún contacto con ellos», expone. 

Al entrar por el portón de la comunidad Monseñor Romero, saluda a algunas personas. Ya es conocida como la dueña del gimnasio que se ubica al final del camino de polvo, junto al parque. Ya hay gente esperando que abra las puertas del gimnasio para comenzar la rutina de ejercicios.  

Aracely es la entrenadora del Gimnasio «Pesar y poder» desde hace más de 3 años. Foto: Kellys Portillo

Pesas y Poder


Fachada del gimnasio «Pesas y Poder» en el Distrito Italia. Foto: Kellys Portillo

En el portón de reja cuelga un cartel que reza «Pesas y Poder», el proyecto que dio paso al gimnasio Elba y Celina. Esos son los nombres de las dos mujeres, madre e hija, que fueron asesinadas por militares el 16 de noviembre de 1989 en la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas» (UCA) junto a seis sacerdotes jesuitas.

«(Nos) llamó la atención cómo Elba quiso proteger a su hija, Celina, con su propio cuerpo para impedir las balas la alcanzarán», explica Aracely sobre el significado del nombre para el gimnasio comunitario. Así, un hecho que marcó la historia del país continúa tocando a las comunidades.  

El esfuerzo que realizaron fue una iniciativa de Noelle Brigden, académica estadounidense que llegó a la zona para investigar la violencia pandillera, pero en su lugar vio la oportunidad de apoyar en otras áreas. Algunas personas, dentro de la comunidad Monseñor Romero estaban interesadas en el levantamiento de pesas y ella también, y como «de violencia ya hablan todos», decidió conseguir herramientas para que se creara ese espacio, con una visión decolonial, comunitaria y de amor al cuerpo. 

Así, durante la emergencia sanitaria por el covid-19 ella creo el proyecto Pesas y poder, contactó con el Centro de Intercambio y Solidaridad (CIS) que por años ha trabajado con la Comunidad Monseñor Romero y se creo que alianaza con los líderes de la comunidad. De esa forma, las dos organizaciones consigueron finaciar la construcción del gimnasio al aire libre, en el espacio dado por la comundad para que todas todos pudieran usarlo.  

Según Noelle, las imágenes que se reciben sobre ejercicio de países como Estados Unidos son una forma de colonialismo porque perpetúan un ideal sobre la practica física y los cuerpos que no son propios de nuestra región.  

«(Las) imágenes que vienen de los Estados Unidos son una forma de colonialismo, imágenes de los medios sociales que están llenas de racismo, sexismo, capacitismo y clasismo, que son una forma de violencia simbólica”, explica, pero señala también que “en el día a día la gente también usa el ejercicio como una forma de resistencia en contra de la desigualdad, en contra de las normas de género».  

Así, en las prácticas físicas que se realizan en el gimnasio Elba y Celina se prioriza el entrenamiento de resistencia, literal y figurativamente.  

«Resistencia’ es una palabra técnica adentro del gimnasio, pero al mismo tiempo, cuando nos estamos moviendo, podemos resistir a la injusticia, a la disciplina que otra persona quiere imponer en nuestro cuerpo», reflexiona Noelle, y es explica que, por esto, en el gimnasio comunitario, hacen una práctica del ejercicio a partir de punto decolonial y sensibilidad al trauma.   

Desde su propia historia, Noelle utiliza el deporte de levantamiento de pesas para sanar su trauma. «No es por belleza, ni siquiera por salud, es porque al levantar algo pesado me siento poderosa y reafirmo mi capacidad como mujer fuerte. Mucho se habla de la mujer como fuente de belleza, pero no como fuente de poder y de fuerza, y de celebrar su cuerpo en lugar de intentar transformarlo», comenta. 

Noelle recalca que esta visión también desafía la idea hegemónica del por qué ejercitarse. Llevar esta idea al corazón de una comunidad como el Distrito Italia, que atraviesa estigmas y violencias. Pero la gente se apoderó de la idea y son quienes a su manera la mantienen viva 

Por esto, ella ha motivado a Aracely a formarse en entrenamiento físico, imagen corporal e inclusión, que considera fundamentales en un gimnasio comunitario. 

Al entrar, se encuentra la galera, el espacio en el que entrenan. A la derecha están las máquinas y una bodega donde guardan parte del equipo que ahora tienen, así como una cafetera, porque el café con pan no puede faltar después del entrenamiento.  



Más de 30 mujeres asisten al gimnasio, realizan una rutina en conjunto y se apoyan entre sí durante el circuito de ejercicios. Foto: Kellys Portillo


«A veces nos juntamos después del ejercicio para hablar y tomamos café, por eso es importante tener la cafetera», aclara Aracely riéndose. 

Las máquinas son donaciones de gimnasios comerciales, y todos colaboran para mantenerlas en funcionamiento. 

El gimnasio no es exclusivo para mujeres, pero sí son la mayoría y las que van realizando cada rutina juntas. Se dividen en dos grupos, uno que inicia su ejercicio a las 4:00 y otro a las 5:30 de la tarde. Pero los usuarios ya la esperan.  


Los niños corren 


«¡Mirá, mirá cómo nos agarramos!», gritan dos niñas de entre 5 y 7 años que juegan por todo el gimnasio. En ese momento, el saco de boxeo ha capturado su atención. Ambas saltan y se cuelgan del equipo entre risas, mientras el primer grupo de mujeres comienza a llegar y a preparar su rutina de ejercicios. 

Llegan con lo que tienen: estrés laboral, trabajo del hogar, deberes de la escuela, hijos. En un gimnasio comunitario no importa tener los tenis más modernos o el mejor equipo, lo que realmente importa es la constancia y la colaboración para que todas puedan participar. 

«Aquí todas nos ayudamos. Mientras algunas hacen el ejercicio, otras tal vez hacen otras cosas», explica Aracely. Y es algo que se ve, pues al llegar, antes de la rutina, todas las personas participan en la limpieza. Sin rechistar, quien puede toma la escoba, el trapeador o el desinfectante. Tanto hombres como mujeres han incorporado la limpieza a su rutina al llegar al gimnasio. 

Normalmente, los hombres que asisten al gimnasio se concentran en las máquinas, y también realizan ejercicios entre ellos, pero hay un acuerdo de respeto y ayuda que no se suele ver en espacios de ejercicio comerciales. 

Con una madre amamantando en la esquina del gimnasio, una mujer llegando con el uniforme de trabajo, Aracely comienza a contar a las personas que están listas para su rutina y determinar el número de ejercicios que podrán hacer. Es decir, si llegan 12 mujeres, harán una serie de 12 ejercicios que se irán rotando, todo con las risas y gritos de los niños de fondo, porque ellos también son bienvenidos. 

Y una vez al mes, con un acuerdo con la unidad de salud de la zona, personas adultas mayores se toman el gimnasio. «Que los adultos mayores hagan actividad física es importante», recalca Aracely, quien lidera esta iniciativa con el fin de mostrar que a cualquier edad se puede hacer ejercicio y que de hecho, la actividad física es parte de una vejez con dignidad.   

En medio de todo esto, el ruido de una moto atraviesa la comunidad. Es un padre que llega al gimnasio para dejar a dos niñas, aún con el uniforme del jardín de infantes, con su mamá que realizará la rutina. El resto de las mujeres se encargará de echarles un ojo. 

El número de niños varía cada día, pero su presencia es frecuente. Allí han encontrado un lugar en el que pueden formar amistades,  jugar  y escuchar un mensaje distinto sobre los cuerpos. 

«A veces también hacen algunos ejercicios, los más grandecitos, pero igual, aquí es un lugar seguro y es importante que ellas se sientan seguras de traer a sus hijos. Es que, muchas veces, el no tener quién les cuide a los hijos es lo que evita que se acerquen y tengan este espacio para salir de la rutina de la casa», explica Aracely.  

Los roles de género están aún muy arraigados en la comunidad, pero poco a poco van cambiando, trabajando con lo que pueden y tienen. Al igual que han desafiado la idea de que el ejercicio solo es para la belleza, están desmontando la noción de que la mujer solo pertenece al hogar. 


De gris a morado 


En el gimnasio Elba y Celina, todas tienen una historia y una razón para estar allí. Para Aracely, como ella misma lo describe, fue un regalo encontrar y ayudar a formar ese espacio. Porque, al igual que la historia de Noelle, ella también encontró en el deporte de peso un alivio al dolor de su historia personal. 

Aracely comenzó en el deporte hace seis años y, durante ese tiempo, ha aprendido mucho. Pero inició en ello como una forma de terapia. 

Según cuenta, ella quería formar una familia con su esposo, pero luego descubrió que no podía tener hijos. Tras numerosos tratamientos, remedios y críticas de personas externas, la depresión la alcanzó. 

«Cuando estaba así, una amiga me llevó a un gimnasio comercial y me ayudó. Pero cuando comencé a levantar pesas fue otra cosa, saber que mi cuerpo podía llegar a hacer eso. Había algo también en no sentir nada más que el peso, que duele pero que puedo soportarlo, me sacó de eso». Fue allí que entró de lleno con el deporte y eventualmente llegó a la comunidad Monseñor Romero, conoció a Noelle y el proyecto cobró vida.  

Massielle Belloso, de 33 años, llegó al gimnasio, como ella dice, como una persona completamente diferente. Tras la ruptura de su relación de casi 20 años, entró en depresión. Tras varios meses en terapia psicológica, medicación y la recomendación del médico de hacer ejercicio, fue al gimnasio.  

Al principio, ella llegó con un grupo numeroso de mujeres, pero de ellas ya solo quedan ella y Teresa de Jesús Solís, de 58 años. Y, como su amiga describe, el cambio ha sido drástico.  

Massielle es una mujer de complexión pequeña y muy sonriente, pero antes de llegar a ese lugar, era callada, tímida. «Yo era gris», dice.  

Y Aracely recuerda como, al principio Massielle incluso quería hacer los ejercicios sola, en la bodega, donde no la vieran. Pero poco a poco fue cambiando.  

«Cuando estaba en la casa me sentía mal, la melancolía y todo eso, pero cuando ya se iba a hacer la hora de venir (al gimnasio) me comenzaba a animar, ya venía yo, platicaba con otras jovencitas y me sentía mejor de mi ánimo y de mi cuerpo», dice y con orgullo cuenta como comenzó a ayudar a otras mujeres que recién se acercaban al gimnasio.  

Esa evolución que ha tenido no solo ha sido percibida por sus compañeras de entrenamiento, su familia también lo ha notado y eso es un motivo de alegría para ella. Tere dice, medio en broma, medio en serio, que en los casi 15 años de conocerla —porque se congregan en la misma iglesia —, no la había oído hablar. 

«Yo ahora soy (color) morado», se describe, porque el cambio ha sido visible en cada aspecto de su vida.  


Massielle ha encontrado un espacio que le ha permitido encontrar seguridad y amigas. Foto: Kellys Portillo

Ayuda entre todas  



Foto: Kellys Portillo

A la hora de comenzar la rutina, Aracely indica los ejercicios y el orden, pero ya hay algunas chicas, entre ellas Massielle, que guían a las demás.  

«Usted pasa para allá, levanta doce veces y luego va la derecha. Hay que esperar a que termine la que está allí, pero así vamos», les indica, mientras un niño atraviesa corriendo el espacio para dejar sus zapatitos frente a la barra que su mamá va a levantar en peso muerto y se va otra vez corriendo.  

Tere, para los amigos, comienza a levantar en otra parte del ejercicio. Ella inició porque, al entrar en la menopausia, el doctor le recomendó hacer ejercicio y ella salía a caminar a las canchas del Distrito Italia. De casualidad un día se acercó a la librería de Aracely y ella la invitó al gimnasio. Decidió ir, y ahora, ella es la que más anima a las demás a seguir con el ejercicio y mantenerse en el gimnasio.  

«Es que esto nos ha ayudado a todas», asegura. Porque, de hecho, de Elba y Celina han surgido emprendimientos de venta informal de ropa de segunda mano. Tienen un grupo en redes donde van publicando, y así tienen un ingreso extra que solo es de ellas y para ellas. Esto les ha dado un poco de libertad financiera en sus hogares.  

Pero también les ha ayudado en su salud y en su vida. Tere y su médico han visto la mejoría. 

«Y mire, le voy a contar, una vez yo venía del centro, de comprar la ropa para la venta, y el micro venía bien lleno. Yo, como pude, me subí y me agarré el fardo así arriba en el hombro y así me lo traje. Hasta mi hijo me dijo que, si yo no viniera aquí a hacer esto, yo no hubiera podido traerme eso y es verdad», cuenta la anécdota con realización antes de integrarse a la rutina.  


Tere inició en el gimnasio con rutinas de boxeo. Posteriormente su unió con sus compañeras al circuito de ejercicios asignada por Aracely, la entrenadora. Foto: Kellys Portillo

Con sol o con lluvia hay gimnasio  


Al terminar ese primer grupo, vuelven a hacer limpieza para que el segundo encuentre todo ordenado. Aracely vuelve a contar a las mujeres y según eso hace la rutina. Para todas esto ya es parte de su día a día, pase lo que pase esperan que haya gimnasio.  

«Yo a veces, para que no solo estén aquí encerradas me invento de salir a correr, de hacer algo en el parque, en especial cuando vienen muchas y el espacio tal vez no es suficiente», dice y cuenta en algunas ocasiones les ha llovido con el inicio de la temporada, pero aun así allí siguen.  

Al terminar el segundo grupo y cuando todas se han ido, y han vuelto a limpiar, Aracely y otros amigos con más experiencia en gimnasio se quedan. Ese es el momento de hacer su rutina. «Es mejor hacerla cuando está vacío porque a veces, si una se pone a la par, pueden que tratando de seguir el ritmo puedan lastimarse. Y, es que yo ya tengo años haciendo esto y mi rutina es diferente. Así que mejor la hacemos solos».  

Hasta pasadas las 8 Aracely cierra otra vez el portón del gimnasio, sale de la comunidad y camina a su casa.   

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