
Mirna Perla se detiene frente al lugar donde, hace más de 37 años, asesinaron a su esposo, Herbert Anaya. Observa el sitio y, con una voz que mezcla su firmeza, pero que también se quiebra, relata cómo aquel día cambió su vida y la de su familia. En 1987, ambos tenían 33 años. Desde el inicio de su juventud, compartían un compromiso inquebrantable con la defensa de los derechos humanos. Mirna era jueza de paz; Herbert, estudiante de ciencias jurídicas en la Universidad de El salvador y presidente de la Comisión no Gubernamental de Derechos Humanos (CDHES). Tenían tres hijas y dos hijos.
El 26 de octubre de 1987, cuando el reloj marcaba las 6:45 de la mañana, Herbert salió de su casa en la residencial José Simeón Cañas en la Zacamil, Mejicanos. Caminó hacia el vehículo de la CDHES. Iba a llevar a sus hijos e hijas al colegio Externado San José antes de reunirse con el Comité de Madres para documentar testimonios de personas desaparecidas.
Gloria Anaya, su tercera hija, recuerda que algo fue distinto aquella mañana. Normalmente, ella y sus hermanos corrían delante de su padre para elegir el mejor asiento en el carro: junto a la ventana. Pero ese día, Herbert salió primero. Rosa, su hermana, caminaba a unos pasos detrás. “Esa era nuestra gran diversión. Ese día, bien raro que él salió adelante. Cuando él se metió [al carro], lo mataron y por suerte no vieron a mi hermana [Rosa]”. Gloria tenía 8 años; Rosa, 11; Miguel, 10; Rafael, 6; y, Edith, 5.
Horas después, escuchó que quienes le dispararon usaron armas con silenciadores. Que eran militares vestidos de civiles. La CDHES responsabilizó al Alto Mando de la Fuerza Armada del gobierno de Napoleón Duarte. Sin embargo, el crimen sigue en la impunidad, como muchos que ocurrieron de 1980 a 1992, durante los 12 años del conflicto armado; y, otros que siguen ocurriendo después de la firma de los Acuerdos de paz.
Un año antes del asesinato, también atestiguó el secuestro de su padre. Recuerda que estaban por subirse al vehículo cuando varios hombres armados descendieron de un carro, encañonaron a su mamá y se llevaron por la fuerza a su papá. “Empezamos a gritar: ¡Se roban a mi papi!», relata. Luego supieron que él alcanzó a escuchar sus vocecitas antes de que los captores cerraran la puerta. » Lo descubrimos cuando leímos su testimonio. Fue lo último que alcanzó a escuchar antes de que los secuestradores cerraran la puerta”.
Lo llevaron a las instalaciones de la extinta Policía de Hacienda. Allí lo torturaron física y psicológicamente. De acuerdo con su familia, el Gobierno de Napoleón Duarte, a través de su cúpula militar, intentó forzarlo a retractarse de las denuncias que presentaba sobre violaciones a los derechos humanos. Sus informes llegaban a organismos internacionales como Naciones Unidas.
Gloria ha contado esta historia en distintos espacios de memoria histórica. Pero lo que más repite es la frase que su padre dejó escrita después de su secuestro:
La agonía de no trabajar por la justicia es más fuerte que la posibilidad cierta de mi muerte, esto último no es más que un instante; lo otro constituye la totalidad de mi vida” : Herbert Anaya.
En el lugar donde lo asesinaron, aún permanece una cruz con su nombre. Un recordatorio de que, en octubre de 1987, a un defensor de derechos humanos le arrebataron la vida. La guerra civil dejó como saldo más de 75,000 personas asesinadas y más de 8,000 desaparecidas.

Pero, entonces yo los fui a dejar al Externado. Le pedí ahí al padre [Javier] Ibáñez que les apoyara porque acababan de matar al papá, y yo iba a ver ahí cómo lograba. Les había dicho que estaba herido. Ellos [estaban] asustados. «No, no», les dije, «está herido y vamos a ver si lo salvan». Claro, al llegar de regreso yo les tuve que decir. Parece que Rosa [hermana mayor] se puso a decirles a ellos que el papá estaba mejor. Obviamente al salir yo les dije: «Miren, ya su papá está muerto, pero igual va a seguir trabajando. Ya nadie le va a hacer nada, ya tranquilos»: Mirna Perla.
Los espacios sagrados de la familia

La familia de Herbert Anaya se aferra a su recuerdo para rehacer sus vidas y resistir. Evocan risas, amor, dolor, frases suyas, una colección de fotos, cartas y poemas, pero también, su entrega en la defensa de los derechos humanos y su lucha como estudiante en la Universidad de El Salvador; antes de hablar de su asesinato. Hablan de él en espacios íntimos y cotidianos, en actividades culturales, universitarias y en luchas territoriales. Y también hablan de ellas: hijas y esposa que siguen luchando contra las injusticias y la impunidad del régimen actual.
“Yo lo conocí como estudiante de derechos. Participamos en el movimiento estudiantil con el Frente Universitario Revolucionario Salvador Allende y en la Asociación de Estudiantes Becarios (SEBUS). Éramos compañeros de mil batallas”, recuerda Mirna Perla.
Ella sobrevivió a la masacre estudiantil del 30 de julio de 1975 y, en 1979, también sobrevivió a un intento de secuestro por sus denuncias contra las violaciones cometidas por el gobierno del coronel Carlos Humberto Romero.
“Nuestra labor era eminentemente arriesgada, peligrosa. Sin embargo, considerábamos un deber aportar donde se necesitara. Herbert y yo éramos conscientes del riesgo. Claro, nunca estás preparada para que maten a tu esposo, menos en la forma en que lo hicieron”.
Mirna, junto a sus hijas e hijos, ha reconstruido la memoria de Herbert como un símbolo de resistencia. La sala de su casa, donde ahora vive con su hija Gloria, parece un museo dedicado a su recuerdo. Títulos, afiches con su rostro, fotografías familiares de distintos tamaños y reconocimientos por su labor cubren paredes y muebles. Muestran a un Herbert activo y sonriente. Mirna los señala con orgullo y vuelve a ellos para explicar que es en la Universidad de El Salvador, en las calles, en sus conversaciones, en las organizaciones sociales y en su hogar donde más lo extraña.
“Aprendimos de él, y de tanta gente, la valentía y el hecho de que no podemos quedarnos sin pedir justicia. No podemos callarnos, porque hay personas que ni si quiera vamos a encontrar”.
Su voz se quiebra cuando habla de Herbert y de los detalles que rodearon su muerte. Después de más de 37 años, cree que no lo ha llorado lo suficiente. Ha priorizado la salud emocional de sus hijas e hijos, ha procurado mostrarse fuerte para ellas y ellos, y ha dedicado su vida a luchar para que el asesinato de su esposo no quede en la impunidad. “Lo que más me ayuda, a pesar de lo doloroso que es recordar eso [su asesinato], es hablarlo, poder denunciar. Incluso en Naciones Unidas me dieron espacio para hacerlo. Casi nunca me salen las lágrimas en público. En lo privado, es donde más me quiebro”.
La plaza Herbert Anaya

Gloria acompaña a su mamá, Mirna, a los espacios que han promovido como familia y junto a amistades para mantener vivo el legado de Herbert. Uno de ellos es la plaza Herbert Anaya, donde se erige su busto, ubicada en la colonia Zacamil de Mejicanos, en el área conocida la “Gran Manzana”. Inaugurada en 2002. Para la familia es un sitio de encuentro para rescatar la memoria histórica y denunciar las injusticias.
Suelen reunirse allí cada 10 de diciembre, en el Día Mundial de los Derechos Humanos, así como el 11 de junio, fecha de su nacimiento. También organizan eventos culturales para celebrar las conquistas que han logrado en su lucha por la justicia. “El propósito de este monumento es que la memoria se mantenga, que las nuevas generaciones sepan lo que ha costado. Como él decía, este es el precio que hemos pagado por la paz de nuestra nación”, explica Gloria.
Auditorio de Derechos Humanos Herbert Anaya
El auditorio de la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales de la Universidad de El Salvador lleva el nombre Herbert Anaya Sanabria desde 1988, gracias a la iniciativa de la Asociación de Estudiantes de la carrera de Derecho.
Con el tiempo, este espacio se ha convertido en un escenario clave para la divulgación de la memoria histórica, la reflexión crítica, la denuncia de injusticias y la promoción de la defensa de los derechos humanos, no solo dentro de la UES, sino también desde y para otros colectivos. Cada año, en el aniversario del asesinato de Herbert, su familia, compañeros de lucha y amistades organizan el Congreso de Derechos Humanos “Herbert Anaya”, un encuentro que difunde su pensamiento y reconoce a defensoras y defensores que continúan la lucha por la justicia en el presente.
En 2024, durante la edición del Congreso, el Colectivo Juvenil de Derechos Humanos Herbert Anaya otorgó el “Premio Nacional del Defensor de Derechos, Herbert Anaya” a la comunidad Santa Marta, en Cabañas, por su contribución a la memoria colectiva y su defensa del territorio frente a proyectos extractivistas como la minería. El mismo reconocimiento fue entregado al Movimiento de Víctimas del Régimen de Excepción (Movir) por su lucha en favor de los derechos humanos en contextos de represión.
Para Gloria, este auditorio se ha vuelto un lugar sagrado para la familia. Representa una semilla de esperanza, a pesar de los obstáculos que han enfrentado en los últimos tres años para acceder a las instalaciones de la Universidad de El Salvador.

La familia ha impulsado colectivos dedicados al rescate de la memoria histórica, a la autonomía económica de las mujeres y a la defensa de los derechos humanos como una forma de continuar la lucha por la justicia social que encabezó Herbert. Participan activamente en marchas y en diversas expresiones culturales. “No hay orden de descansar”, dice Mirna cuando habla de las múltiples actividades que realizan para mantener vivo el legado de Herbert.
Herbert Anaya Sanabria
Herbert era un defensor del pueblo. Denunciaba las violaciones a derechos humanos cometidas por el Ejército contra la población que exigía mejores condiciones de vida y el respeto a instituciones públicas como la Universidad de El Salvador. Tenía 29 años cuando asumió la presidencia de la Comisión de Derechos Humanos de El Salvador, tras el asesinato de su fundadora, Marianela García Villa. Ella era filósofa y abogada salvadoreña. El Batallón Atlacatl la capturó y asesinó en 1983.

Herbert alzaba la voz desde comunicados, informes y marchas. Caminaba por las calles principales de San Salvador para denunciar injusticias. Junto a figuras como Miguel Montenegro, hoy presidente de la CDHES elaboró el primer informe sobre las torturas que vivieron en el penal de Mariona. Ambos fueron prisioneros políticos durante la guerra. A pesar del encierro y el hostigamiento, Herbert no dejó de luchar. Quienes lo conocieron, lo recuerdan como un hombre alegre. Usaba el humor como una forma de resistencia. Era un hombre de izquierda. Escribía poemas, muchos de ellos durante su encierro en Mariona.
Benito Chicas, conocido como Sebastián Torogoz, lo define como un humanista. “Siempre admiré su calidad humana y su sensibilidad ante el dolor de las personas desposeídas del campo. De esa forma es que yo recuerdo al compañero Herbert Anaya, que aquí le decíamos Doroteo”, dice. Se conocieron entre 1984 y 1985, en El Mozote, Morazán. Herbert llegaba para recoger testimonios de personas sobrevivientes de la masacre de El Mozote, cometida por el Ejército. En 1984, entrevistó a Rufina Amaya, una de las sobrevivientes. Él denunció esta masacre, por lo que Gloria su hija, supone fue una de las causas para que lo secuestraran y torturaran en 1986.
Desde entonces, se volvieron amigos y compañeros en la Brigada Cultural Venceremos, a la que pertenecía el grupo musical Los Torogoces de Morazán. “Y se fue quedando, y al quedarse, formamos parte de la Brigada. Hacíamos obras de teatro, y con él trabajamos esa parte cultural”, recuerda Sebastián.
El grupo Los Torogoces de Morazán musicalizó uno de los poemas de Herbert. Lo tituló “Pequeña Guerrillera” y lo interpreta el propio Sebastián.
Pequeña Guerrillera
Pequeña guerrillera comes en la trinchera,
posta velando sueños.
Tal vez robaré un beso, que tus labios son dueños.
Ojos de niña bella,
juegas a las muñecas,
con tus pestañas negras, flor de lizos cabellos,
asomas a la puerta, porque quieres ser mujer.
Despierta ya despierta llegó el amanecer.
Despierta ya despierta llegó el amanecer.
Porque amás nuestra nación,
como el amor primero, te canto mi canción,
haz el amor primero
Toda hora, cada instante,
no desmayes,sé amante
No desmayes, sé amante
de la revolución
Cuando la historia no deja de repetirse
Aunque han pasado más de tres décadas desde su asesinato, el legado de Herbert Anaya sigue presente. Su historia refleja una realidad que aún enfrentan muchas personas defensoras de derechos humanos en El Salvador.
Según el informe, el modelo de Bukele: seguridad sin derechos humanos. El Salvador a dos años del régimen de excepción, elaborado por: Cristosal, Azul Originario, Centro de Estudios de la Diversidad Sexual y Genérica (AMATE), Fundación de Estudios para la Aplicación del Derecho (FESPAD), Instituto de Derechos Humanos de la UCA (Idhuca), Red Salvadoreña de Defensoras de Derechos Humanos y Servicio Social Pasionista (SSPAS), hasta abril de 2024 se habían registrado al menos 34 capturas de personas defensoras. La mayoría estaban vinculadas a la defensa de la tierra, el medio ambiente, los derechos laborales y las libertades fundamentales.
Juan Carlos Sánchez, de la Fundación para el Debido Proceso, sostiene que la criminalización persiste. “Solo han cambiado los nombres de los perpetradores y algunas formas de agresión. La persecución contra quienes defienden derechos continúa”, afirma.
Entre los casos documentados está el de Hever Chacón, sindicalista de la Terminal de Oriente, quien murió en prisión en marzo de 2024. También el de Fidel Zavala, detenido por segunda vez en febrero tras denunciar torturas en centros penales bajo el régimen de excepción.
El informe destaca una estrategia de desprestigio contra organizaciones y defensoras, especialmente mujeres. “Hemos documentado discursos de odio con alto contenido misógino hacia periodistas, ambientalistas y lideresas comunitarias”, señala Sánchez.
En enero de este año, durante el Examen Periódico Universal del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, 74 países expresaron su preocupación por la situación de derechos en El Salvador. Más de 30 organizaciones nacionales e internacionales presentaron informes sobre las violaciones cometidas en el contexto del régimen de excepción
Gabriela Santos, directora del Idhuca, afirma que este tipo de revisiones son espacios clave para denunciar el retroceso institucional. “El poder no tolera el control. Por eso quienes exigen derechos suelen ser vistos como enemigos”, dijo. Y agregó: “La historia se repite cuando no hay límites al poder”.

Mirna Perla cree que Herbert estaría hoy en primera línea, denunciando las violaciones a derechos humanos cometidas bajo el régimen de excepción. También alzaría la voz por los retrocesos en las libertades y la persecución contra líderes comunitarios.
Dice que también exigiría un presupuesto justo para la Universidad de El Salvador y la independencia de los poderes del Estado.
“Estaría ahí, a la par de toda lucha que estamos realizando, ahora demasiada tímida, porque nuestra universidad realmente tenga el presupuesto adecuado y se respete su autonomía, en lo académico, científico y proyección social”, expresó Mirna.
Herbert no dejó instrucciones. No imaginó que su historia seguiría contándose tantos años después. Pero su voz persiste. Vive en los poemas que escribió, en los testimonios que recogió y en las luchas que aún resisten. En cada jornada de memoria, en cada estudiante que se detiene a escuchar su nombre, para Mirna y su familia, Herbert vuelve.