Michelle Recinos, periodista de investigación en MalaYerba y narradora de ficción, ha destacado en la literatura a sus 27 años con la antología «Flores que sonríen» (2021) y la colección de nueve cuentos cortos «Sustancia de Hígado» (2023). Su cuento «Barberos en Huelga», que critica el régimen de excepción en El Salvador, instaurado desde marzo de 2022, le valió el Premio Monteforte Toledo Cuento 2022. Sin embargo, este reconocimiento también atrajo la censura del Gobierno salvadoreño. A través de su embajada en Guatemala, exigió a la organización de la XX Feria Internacional del Libro en Guatemala (FILGUA) retirar el libro del programa, bajo la amenaza de cancelar su participación en el evento. Como cortesía diplomática y, dado que El Salvador era el país invitado de honor, FILGUA accedió a la solicitud, retirando la obra de su agenda.
En esta entrevista, Michelle Recinos revela las fuentes de inspiración detrás de los cuentos en su libro «Sustancia de Hígado»: casos reales que descubrió durante su labor periodística y experiencias personales de su tiempo en un call center. Sus relatos, dice, ofrecen una crítica social de cómo la violencia se ha normalizado en un país como El Salvador.
¿Los cuentos de Sustancia de Hígado ficcionan historias que has conocido durante tu trabajo como periodista y en algún call center?
Todas parten de experiencias de la vida real. Algunas son acercamientos a coberturas periodísticas que he tenido, historias que no cabían dentro del rigor periodístico, del espacio. Otras son experiencias un poquito más personales. Viene de una parte que no es ficticia.
¿El primer cuento de una niña obligada a maternar es una historia que reporteaste?
Para una cobertura, publiqué un reportaje de las uniones tempranas. Fue bien chocante ver a las niñas madres. Cuando ves a una niña de 13 años que te cuenta que su pareja es un hombre de 30, te impacta. A mí me marcó. En ese cuento, saqué un poquito de esas historias.
¿Qué querías retratar con estos nueve cuentos?
Las cosas que me molestan. Todo el libro es puro resentimiento contra las cosas sociales que están pasando. Con todo este contexto de dictadura en el que vivimos. Pero también creo que resentimiento en contra de este tipo de violencias que están un poquito más naturalizadas, que son horribles y que no nos hacen explotar; como el caso de las relaciones humanas que son bien complejas y desiguales.
¿Es decir, querías retratar la normalización de la violencia en El Salvador, tanto por parte de las autoridades policiales como de periodistas, personal de call center y, en general, de la sociedad salvadoreña?
Sí. Todo este montón de violencias que a veces quedan como en segundo plano, porque nos invade una plaga de violencia mucho mayor. Pienso que es normal que veamos estas cosas como más naturales o que uno dice: «Hay que acostumbrarse». Son ese tipo de violencias que pasan como más desapercibidas, pero que al final pues generan violencias mayores.
¿Comenzaste a escribir los cuentos a medida que conocías las historias?
Los iba escribiendo de cosas que me pasaban. Mi proceso creativo no es una cosa rígida de que me siento y espero que venga la iluminación, sino que veces estaba trabajando en alguna historia o me acordaba de algo que me había pasado. Entonces, son insumos que uno va agarrando y dice “esto puede servir para algo, veamos, a ver qué sale”.
Nueve cuentos están centrados en la violencia basada en género, abordando temas como embarazo infantil, la desaparición de personas, la trata de adolescentes con fines de explotación sexual, la violencia de pareja, la violencia estética, el racismo, la discriminación hacia las personas latinas y el régimen de excepción. A medida que ibas escribiendo, ¿ibas decidiendo hacer un cuento por tema?
Parte desde el mismo contexto en el que estamos tan sumergidos: el de las violencias. Algunas más naturalizadas, otras nos escandalizan todavía un poquito. No tenía en la cabeza: «Voy a escribir un libro de pura violencia». Son historias que fueron saliendo y al final me sorprendió, me impactó que el factor común era la violencia, no algo bonito. Es precisamente porque me he enfrentado, ya sea como espectadora o con alguna vivencia en primera persona, no sé si decir víctima.
¿Consideras que, con el régimen de excepción, en vigencia desde marzo de 2022, hay una normalización mayor de la violencia? Porque la gente está de acuerdo con el régimen y parece que no le afecta, que van más de 200 muertos en las cárceles.
En cierto punto se ha reducido ser víctima a un simple tuit. Uno está en Twitter (red social X) y le sale un tuit que dice: «Va la persona número 200 muerta». Al principio, parecía que sí nos indignaba, pero ahora parece que estamos hablando de: «Van 200 bolsas de basura que van sacando». Por el mismo contexto violento en el que vivimos tan inmersos, parece que ya nada nos sorprende, nos afecta y nos importa. En muchos casos no es una cuestión personal, de que la gente dice: «Soy bien mala y no me quiero que me importen lo demás». Como que nos nubla todo este montón de cosas que están pasando. Por eso el cuento de que mientras llegue mi «Encargo», no me importa de que estén matando a la gente.
¿Y a qué se debe que no hayas incluido un cuento sobre la violencia experimentada por personas LGBTIQA+?
Es un tema bien complejo… no sé si es un mal que me dejó el periodismo, pero para escribir [de un tema] uno tiene que saber, uno tiene que haber vivido. En ese sentido, soy un poquito más privilegiada porque no he vivido ese tipo de violencias, he vivido otras, obvio, pero no esas. No es un tema al que haya tenido un acercamiento puntual, todo serían percepciones. No estoy diciendo que no he visto cómo es la violencia hacia la población LGBT, pero no es una de las cosas a las que me he enfrentado para decir: «Tengo potestad».
¿Buscabas retratar cómo algunas personas y organizaciones se lucran o se benefician de la violencia a través de los cuentos «Casting», que aborda la indiferencia hacia una niña-madre; «Daysi Miller», que explora los feminicidios, la cosificación de la mujer, la hipersexualidad infantil, la situación de las desaparecidas, entre otras formas de violencia; y «Por motivos de control de calidad», que trata sobre el capitalismo en torno a la violencia estética, la indiferencia ante la violencia de pareja, y la falta de autonomía económica y patrimonial?
El resentimiento, odio y mala vibra que me producen ciertos sectores de la sociedad por cómo capitalizan con la violencia y con la experiencia de las víctimas. Desde mi experiencia como «excallcentera», puedo decir que, en cuestiones laborales, no hay un sitio tan violento como ese; y, de una u otra forma, buena parte de la sociedad joven lo ve como su único objetivo. Es el resentimiento en contra de todas estas élites, de las grandes empresas, de los gobiernos que permiten que estas grandes empresas vengan a hacer y deshacer con sus trabajadores.
Después de leer «Casting», «La reina de la noche», «Por motivos de control de calidad» y «Andrés 3000», parece que planteás la inexistencia de la sororidad entre las mujeres e incluso el aprovechamiento de las historias de las sobrevivientes de violencia por parte de otras mujeres, ¿es así?
Sí, específicamente por parte de otras mujeres. Hice esta analogía, porque es lo que me salió en el momento. Cómo nos aprovechamos del dolor, consciente e inconscientemente. A veces, creo que somos gente bien vulnerable y no sabemos qué estamos haciendo. Es más que nada una especie de crítica a todas. Como estos estandartes que, al final, terminan siendo una cosa bien vacía, porque realmente no estamos tomando en cuenta lo que siente la otra persona.
El de “Andrés 3000” es por cómo, hasta cierto punto, personas que pueden venderse como la salvación, pueden incluso estar capitalizando con el dolor y con lo que están sintiendo algunas víctimas.
Siempre habrá gente que dejará mal parada a personas que sí pueden tener una verdadera disposición. Es importante hablar de la doble moral porque pareciera que creemos que por lo que pensamos, por las cosas que defendemos, somos la mejor gente del mundo, pero al final, desde este tipo de comportamientos, estamos pareciéndonos a nuestros agresores.
¿Por qué crees que el Gobierno reaccionó con censura ante tu cuento «Barberos en huelga», y no ante «Encargo», que también retrata cómo el régimen de excepción tiene como principales víctimas a hombres jóvenes?
Tiene que ver porque Barberos en huelga ganó el Premio Monteforte Toledo [Cuento 2022]. Es decir porque tiene más visibilidad regional. El otro cuento solo viene en “Sustancia de Hígado”, quizás no lo conocen. [Barberos en huelga] no sé si lo habían leído. De una u otra forma, [el premio] le dio cierta visibilidad en Centroamérica. Algunas personas que lo han leído, me han dicho: «No sabía que estaban así en El Salvador». Otras personas me dijeron: «Cuando lo leí pensé que era de Nicaragua». Sirvió para que, en Guatemala, algunos sectores, pudieran saber que esto está pasando en El Salvador.
Probablemente la censura a tu cuento hizo que más gente lo leyera.
Al decirle a una organización que el invitado especial se va a retirar si presentan este libro es censura de una u otra forma. Creo que el morbo por esa censura hizo que la gente lo leyera, porque honestamente, no pensaba que se hiciera ese gran revuelo.
Con esta gran desidia cultural y artística que hay en El Salvador, uno piensa que la gente en el poder no lee los libros que son de aquí. Ni les importamos los autores y salen con ese gran relajo.
De quienes te comentaron que no sabían qué está sucediendo en El Salvador, ¿era porque consideraban que con el régimen de excepción nos va súper bien, que es el país más seguro o qué comentarios hicieron sobre cómo se imaginaban el rostro del régimen?
No se imaginaban que en El Salvador están pasando ese tipo de cosas. Era súper curioso. Hice una presentación en Islas Canarias, en España. Había gente que ni siquiera sabía que existía El Salvador y otra que decía: «Lo que nos han dicho o viene en la propaganda es que El Salvador es un país turístico bien precioso». «No puedo creer que esté pasando eso». Es un poquito más entendible, estamos hablando del Atlántico, pero que chapines me dijeran: «Había oído que este presidente llegó a darles una gran paz, que en El Salvador todo está bien»… ¡Pero si estamos como a no sé cuántos kilómetros más! Es sorprendente cómo toda esta maquinaria de propaganda está tan bien hecha, tan bien planeada para que la gente tenga una idea tan errónea de lo que está pasando con el vecino.
También hay que ser honestos, no es como que uno va a decir: «Hoy me voy a informar de qué está pasando en Honduras». Es bastante peligroso porque de una u otra forma solo están consumiendo ese contenido oficialista, entonces la percepción es totalmente alterada.
Tu relato constituye el primer incidente de censura a una obra literaria llevada a cabo por el Ejecutivo a través de relaciones exteriores del país. Como periodista, ¿cuál es tu interpretación de esta restricción a la libertad de expresión?
Me preocupa porque seguimos manejando este discurso de aquí hay libertad de expresión porque no han matado a ningún periodista. Que maten a un periodista es como la máxima expresión de violencia, obviamente, pero para que lleguemos a eso tienen que pasar otras cosas. Una cosa tan mínima que nos puede parecer como que no nos contesten solicitudes de acceso a la información, lo tenemos tan normalizado que ya sabemos que no nos van a contestar. Hasta en Guatemala que está aquí a la par, no te contestan, entonces es preocupante porque de una u otra forma están mandando un mensaje bien claro: «Podemos hacer lo que queramos y nadie nos va a decir nada».
Del lado de la producción artística, me genera una gran decepción y cólera este caprichito diplomático de “nos vamos a retirar”, requiere cierta planeación. ¿Por qué mejor no invierten esta energía en apoyar a autores y autoras? Porque hay mucha gente decente que está escribiendo. ¿Por qué no hacen talleres comunitarios de escritura?
A raíz de esa censura, te ha costado que compren el libro, traerlo al país. ¿Imprimirlo o eso no afectó finalmente tu planeación?
Hay un fenómeno que me llama bastante la atención: hay bastantes autores salvadoreños que no se pueden conseguir aquí en El Salvador. Por ejemplo, los libros de Claudia Hernández no se pueden conseguir en El Salvador. Honestamente no esperaba que ese fuera mi caso. Mi libro lo estoy distribuyendo yo.
Las editoriales independientes que tenemos se están echando el equipo al hombro. Hacen lo que pueden.
Al poder, actualmente, no le importa tener ciudadanos informados, su principal prioridad no es la formación de un criterio a partir de los consumos que uno tiene.
En tu experiencia como escritora, ¿crees que existe una desventaja para las mujeres con respecto a los hombres?
Sí. Empezando por el famoso síndrome del impostor. He aprendido que me tengo que creer que escribo tan bien como se creen estos bichos de algunos círculos literarios. Si esta gente se puede autodenominar escritora, ¿por qué yo no?
Para las mujeres este estigma, que estamos bien pendientes de lo que piensen, que no vayan a pensar que soy revoltosa… Desde la forma en la que nos crían, a nosotras nos enseñan que tenemos que ser más humildes, que no tenemos que darnos a conocer, desde ahí llevamos una desventaja. Estos espacios están controlados por hombres que, en su mayoría, no sirven. Ellos creen que son los que te hacen. Por ejemplo, teníamos un taller en la semana de la periodista y desdeñábamos algunos escritores de culto. Y las mismas cheras decían: «Esto (no lo podríamos decir en tal lugar porque si no nos tachan de estúpidas». Está tan impuesto que si no sos como tal autor, sos un estúpido, entonces no hay espacio para otro tipo de voces.
Leí, a través de tu cuenta de la red social X, que estabas invitando a clubes de lectura para adolescentes. Imagino que esto es parte como de los desafíos de ir animando y creando espacios seguros para que niñas, adolescentes, mujeres, jóvenes se animen a escribir que es parte de tu propósito.
Tengo una prima que estudia Profesorado en lenguaje, era parte de un proyecto en el que ella me pidió ayuda, porque ella no es de San Salvador, es de Sonsonate. Ella me decía: «Imagínate si para ustedes es bien difícil, para nosotros es imposible, es de que tengamos algún espacio en el que podamos intercambiar; decirnos: leí este libro y quiero que hablemos de este libro».
La verdad es que siento que hay bastante desdén hacia las mujeres y las mujeres jóvenes, empezando por el hecho de que una no puede ser una adolescente y decir abiertamente que le gustan las novelas de adolescentes porque ya le dicen que es estúpida. «Solo estupideces leen». No nací leyendo El Quijote, nunca he leído El Quijote: me parece bien aburrida. Si llegué hasta donde he llegado es porque empecé leyendo libros acordes a mi edad. ¿Qué me importaba que me dijeran que si yo era pasmada por lo que leía? A final leer es como cualquier otro tipo de actividad de consumo que a vos te haga sentir bien. No entiendo por qué vamos a hacer satanizar algunos consumos, me parece lo más tonto del mundo.