La violencia vicaria, la peor de todas las violencias contra las mujeres
Lauri García Dueñas | 21/06/2022
Cuando un progenitor utiliza a sus hijos o hijas para hacer daño a la mujer, se ejerce una violencia vicaria capaz de causar muerte. La escritora salvadoreña Lauri García Dueñas hace referencia a este término y lo ejemplifica en el caso concreto de la abogada Bertha María Deleón quien fue interceptada por la INTERPOL para retornar a El Salvador a pesar de su condición de refugiada tras un proceso judicial en su contra por su expareja.
El 4 de mayo pasado, la abogada y defensora de los derechos humanos Bertha María Deleón reportó a través de twitter:
Sin embargo, la jueza de ese país del norte decidió respetar la condición de refugiada que la abogada y su hija tienen en México. En El Salvador, su expareja la acusa de violencia intrafamiliar, pero ella no confía en el sistema judicial actual, pues se mantiene crítica al régimen y denuncia que su persecución es una alianza entre el gobierno de turno y el genitor de sus hijos. En entrevista con Alharaca, asegura que no sólo peligra su libertad sino su vida.
Según la Universidad Complutense de Madrid, «la violencia vicaria es aquella que tiene como objetivo dañar a la mujer a través de sus seres queridos y especialmente de sus hijas e hijos. El padre ejerce una violencia extrema contra sus criaturas, llegando incluso a causarles la muerte y utilizando recursos de particular crueldad para la eliminación de los cadáveres en muchas ocasiones. El ánimo de causar daño a su pareja o expareja a toda costa supera cualquier afecto que pueda sentir por ellas/os. El asesinato de las hijas o hijos es la parte más visible de esta forma de violencia extrema que destruye a la mujer para siempre; pero es habitual la manipulación de hijas o hijos para que se pongan en contra de la madre o incluso la agredan. Esas hijas e hijos sufren un daño irreparable y son también víctimas de violencia de género. El objetivo es el control y el dominio sobre la mujer, en un alarde máximo de posesión en una relación de poder que se sustenta en la desigualdad».
La feminista y escritora Karina Vergara Sánchez denunció en uno de sus textos que también es violencia la separación de las madres de sus hijas e hijos: «Las madres dejan de ver a sus hijas e hijos por horas, por días, por meses o por años». Un caso emblemático en México fue el de la cantautora Leticia Servín que movilizó el sistema de justicia mexicano para volver a ver a su hijo Dante.
En España y en Estados Unidos, hay muchos casos recientes de padres que, en venganza de sus exparejas, han terminado con la vida de sus propios hijos e hijas, algunos se han quitado la vida después. Sin embargo, para esta columna, no he querido dar detalles de estos crímenes porque realmente pueden quitarle el sueño y la paz a cualquiera que lea. Las autoridades españolas están alarmadas ante el aumento de este tipo de casos.
En otra columna, reflexionaré sobre el sonado enfrentamiento jurídico entre los actores estadounidenses Johnny Depp y Amber Heard que han proporcionado a los mass media y a la opinión pública planetaria detalles escabrosos de todo lo que puede ocurrir en una relación de pareja tomada por la violencia.
Independientemente de los colores partidistas y opiniones particulares de cada quien, propongo que como sociedades debemos renunciar a la violencia que parece estar enquistada en los individuos y en la familia como institución social. No es posible que la violencia de género lleve a los sujetos a quitarle la vida a sus propios hijos o a manipularlos con el fin de hacerle daño a la madre. Debe haber un resquicio para que, aunque las parejas ya no deseen seguir juntas, puedan dialogar con un sólo objetivo en común: el bienestar físico, mental e integral de las y los hijos concebidos. Esa debe ser la prioridad.