«Nunca le dije a mi madre»: sobre la película salvadoreña «Polvo de gallo»

Lauri García Dueñas | 25/05/2022

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La película salvadoreña «Polvo de gallo» se atreve a hablar sobre abuso sexual en un país en el que esto todavía representa un tabú. Inspirada por esa disrupción de la cultura salvadoreña de silencio, la escritora y periodista Lauri García Dueñas nos cuenta la dura historia de C., quien vivió abuso pero no pudo contarlo por años. La autora llama en su columna a romper el silencio y generar espacios de confianza para compartir experiencias de abuso y poder denunciar.


C. tenía 30 años y salía con P., un amigo de infancia, pero no eran novios. Su amigo le gustaba mucho y estaban pasando días increíbles juntos. C. estaba de vacaciones en El Salvador porque no vivía en el país. Una noche, P. la invitó a la casa de un amigo de él, de nombre R., persona que ella no conocía, el anfitrión insistía en que C. llevara a una amiga, pero no llevó a nadie. «Yo no tengo por qué andar consiguiéndole citas a nadie ni exponiendo amigas», se dijo. 

Los tres tomaron unos tragos y luego el tal R. (que trabajaba para una empresa multinacional y que luego se supo que abusó al menos de otra mujer extranjera y huyó del país) insistió en que P. y C. se quedaran a dormir. A C. le pareció lógico para que P. no manejara tomado. R. les prestó el cuarto de invitados de su apartamento lujoso y, cuando P. se metió al baño y C. dormía profundamente, sintió las manos del tipo en sus partes íntimas. Como pudo, C. lo espantó con su mano y palabras adormecidas. Ella alcanzó a oír que el abusador dijo que, en su casa, no podía haber gente que tuviera relaciones sexuales y él no. Antes de que P. volviera del baño, el atacante ya había salido del cuarto. 

C. no reaccióno al principio. Estaba en shock. P. volvió del baño y no pudo decirle nada en ese momento. Lo abrazó. Al día siguiente, el atacante todavía les ofreció café. P. fue a dejar a C. a casa de sus padres y, sólo horas después del suceso, ella pudo contarle a P. lo que pasó. Este le creyó, le reclamó al tipo y amenazó con penquiarlo, luego cortó todo lazo de amistad. C. ni siquiera contempló la posibilidad de denunciar.

C. le contó solamente a una amiga quien la consoló y aconsejó. Pasaron diez años para que lo pudiera hablar con su psicoanalista y aceptar que había sido víctima de violación. Todavía no era feminista y tuvo que trabajar la culpa judeocristiana de haber estado dormida en la casa de un desconocido y haber tomado unos tragos con amigos. Pero ahora sabe que no fue su culpa, sino que el único abusador fue R.


***


Una de los personajes de la cinta «Polvo de gallo» (El Salvador/México, 2022) le dice a otra de las protagonistas que a todas las mujeres nos sucede un abuso sexual al menos una vez en la vida y, en una cafetería antigua, dice una frase desoladora: «Nunca le dije a mi madre». 

La protagonista principal está siendo llamada por el sistema para que uno de sus primos intente abusar de ella nuevamente y, aunque ella intenta hablar con su madre, no logra decirle lo que ocurre.

En El Salvador, ¿cuántas mujeres han sido víctimas de abuso sexual y cuántas serían capaces de contarle eso a sus madres o familiares? Cuando las mujeres sufren abuso sexual, ¿por qué inmediatamente se sienten culpables y pueden guardar el secreto de lo que pasó y la identidad del abusador durante años? La cultura salvadoreña hace sentir culpable a las víctimas no a los perpetradores.


Escena de la película «Polvo de gallo». Foto cortesía de Teatro del Azoro.

Agradezco a Julio López, Paola Miranda, Egly Larreynaga, Alicia Chong, Gabriela Novoa (con su inquietante dirección de arte), porque una cinta de ciencia ficción en blanco y negro le permitió decir a C. algo que pensó que nunca diría. Y porque estoy segura de que muchas niñas y mujeres, lastimosamente, se verán reflejadas en la cinta y algunas decidirán romper el silencio. 

Creo que cada vez más debemos quitar el tabú sobre el abuso sexual de mujeres, niñas, niños y hombres para sanar juntos como sociedad salvadoreña. Las madres tenemos que profundizar los lazos de confianza con nuestras hijas, hijos e hijes para que, si alguien toca su cuerpo sin su permiso, ellos tengan la confianza de decírnoslo y, ante todo, podamos creerles y, si así lo elegimos, denunciar al abusador. A los abusadores de toda índole, sépanlo, ya no tienen la complicidad de nuestro silencio. 

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