«Pensé que nunca me pasaría a mí»: Sobre la cultura de la violación

Lauri García Dueñas | 29/06/2023

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La cultura de la violación está enquistada y normalizada en nuestras sociedades, considera la escritora Lauri García Dueñas. ¿Qué implica esta normalización de la violencia en la vida de las niñas y mujeres salvadoreñas? ¿Cómo lidiamos con este problema?



Carolina estudió en la universidad y, al cumplir los 30 años, creía que se había «salvado» de ser víctima de abuso sexual, hasta que una noche que había tomado unas copas y, mientras dormía en la casa de un amigo de infancia, una persona desconocida abusó sexualmente de ella. 

Como suele pasar por el adiestramiento cultural, social y religioso, ella se sintió culpable de lo que le había pasado y sólo pudo contárselo a una amiga, quien la consoló. Carolina no interpuso ninguna denuncia, luego, tardó diez años en poder aceptar que había sido víctima de una violación sexual. 

La cultura de la no denuncia también se ha establecido por la desconfianza en la revictimización que sucede en el ámbito policial y jurídico.

Al cumplir 40 años, Carolina creía que este doloroso suceso ya había quedado atrás cuando, embarazada de cuatro meses, tuvo que denunciar al abuelo paterno de su hijo de tres años por haberlo tocado en sus genitales. Su caso, lastimosamente, no es el único.

Un tribunal superior salvadoreño condenó en marzo de 2022  a diez años de prisión a un exmagistrado salvadoreño procesado por agredir sexualmente a una menor de edad.

El fallo se aplicó al exjuez de la Cámara Tercera de lo Civil, Jaime Eduardo Escalante Díaz.

De acuerdo con las investigaciones, el 18 de febrero de 2019, el entonces magistrado tocó en las partes íntimas a una niña de nueve años cuando jugaba con otros niños frente a su casa en un populoso barrio de un municipio al este de la capital del país. La niña le contó a su mamá lo que había sucedido y procedieron a la búsqueda del hombre (Voz de América, 2022).

La condena tardó en llegar, al principio hubo opacidad en el caso. Este es uno de los problemas que surgen en los casos de violación sexual: la complicidad de los pares masculinos o del Estado, representante del sistema mundo patriarcal. 

Una de cada cuatro mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual en algún momento de su vida, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), independientemente de su contexto o clase social y, si las mujeres eligen ser madres, viven con el fantasma de que sus hijas e hijos sean víctimas de este flagelo. 

La  OMS explica que la violencia sexual abarca actos que van desde el acoso verbal a la    penetración forzada y una variedad de tipos de coacción, desde la presión social y la intimidación a la fuerza física.

La violencia sexual incluye, pero no se limita, a lo siguiente: violación en el matrimonio o en citas amorosas; violación por desconocidos o conocidos; insinuaciones sexuales no deseadas o acoso sexual (en la escuela, el lugar de trabajo, etc.); violación sistemática, esclavitud sexual y otras formas de violencia particularmente comunes en situaciones de conflicto armado (por ejemplo, fecundación forzada); abuso sexual de personas física o mentalmente discapacitadas; violación y abuso sexual de menores de edad; y formas ‘tradicionales’ de violencia sexual, como matrimonio o cohabitación forzados y ‘herencia de viuda’ (OMS, 2013, p. 1).


El problema de la cultura


El término “cultura de la violación”, que denuncia la normalización de estas prácticas, fue acuñado en 1975 por las feministas estadounidenses de la segunda ola del feminismo. 

Algunas discusiones feministas han problematizado este término, al viabilizar que algunas veces el término “cultura” se puede usar para alimentar las xenofobia y estigmatizar  a grupos de poblaciones racializadas simplificando la violencia de género que ejercen como algo de “su cultura”. Por ejemplo, a los hombres latinos en Estados Unidos o a los africanos y árabes en Europa. 

La cultura de la violación, ese mandato de masculinidad convertida en la urgencia de demostrar capacidad y control sobre las mujeres, según la antropóloga argentina Rita Segato (2019), está enquistada y normalizada. 

En su investigación con hombres privados de libertad, acusados de violación en Brasil, concluyó que: 

La violación es un acto de moralización: “el violador siente y afirma que está castigando a la mujer por algún comportamiento que él entiende como un desvío, un desacato a una ley patriarcal”. Por ejemplo: vestirse como ella quiere, salir con sus amigas, viajar. 

El violador no está solo, explica, está en un proceso de diálogo con sus modelos de masculinidad, está demostrando inconscientemente “algo” a “alguien” que es otro hombre y al mundo, a través de la víctima. El problema no es el violador como un ser anómalo. En él, irrumpen determinados valores machistas y misóginos que están en toda la sociedad.

El violador es el sujeto más vulnerable, dice la especialista, el más castrado de todos, el que se rinde a un mandato de masculinidad que le “exige” un gesto extremo, la violación, un gesto aniquilador de otro ser humano (la mujer, otro hombre, un infante) para sentirse “hombre”.

Rita Segato explica, además, que la calle es “entrar en el espacio de la mirada del otro sobre mí, ofrecerse a la mirada pública”. Para las mujeres, desde que somos niñas, existe, al menos, una incomodidad, una violencia en ese espacio. El hombre, por su lado, se ve presionado socialmente y por su adiestramiento a violar con la mirada y con “piropos” incómodos.

El mandato de masculinidad enseña a los hombres a que necesitan apropiarse de “algo”, a ser dueños. La precarización de la posición masculina (su devaluación debido a la precarización de todas las personas por el sistema económico) pone en cuestión su potencia, su virilidad, su valor. Y por lo tanto “sólo” le queda la violencia —sexual, física, bélica— para restaurarse y reivindicarse en la posición masculina, apunta Segato.

En El Salvador, la cultura de la violación se demuestra, desde temprano, entre otros, en las bromas escolares de los niños y jóvenes que, con gestos soeces, lenguaje verbal agresivo y chasquidos, da a entender que el que abusa “gana” y el que es abusado “pierde”. O en la costumbre de los hombres de relatar a otros detalles privados del acto sexual como trofeos simbólicos de dominio. 


La guerra en el cuerpo de las mujeres


“Las violaciones en la guerra conllevan la aniquilación total de la mujer y, si las dejan embarazadas, mejor. Es como introducirles parte del enemigo en el vientre”, comentó la actriz Ariadna Gil en una entrevista para El País de España el pasado 23 de marzo de 2023.

“Siguen atrapadas en el miedo, preferirían no hablar de ello, pero las que cuentan su horror lo hacen para luchar contra el olvido. Otras siguen sin poder hacerlo. Fueron entre 25.000 y 50.000 las mujeres violadas durante la guerra de Bosnia (1992-1995), a lo que hay que sumar todos los hijos nacidos de esas violaciones”, relata. 

Ariadna Gil (Barcelona, 1969) es una de las protagonistas de “Hay alguien en el bosque”, una obra de teatro con testimonios reales que, dirigida por Joan Arqué con la dramaturgia de Ana María Ricart, estrenó en el Teatro de la Abadía en España el jueves 23 de marzo de 2023, después de su estreno y gira por Cataluña, además de tres representaciones en Sarajevo (Bosnia), Zagreb (Croacia) y Liubliana (Eslovenia). 

Gil pone voz a las palabras de Nevenka, una de las víctimas de ese crimen, que tenía lugar, paradójicamente, al mismo tiempo que en España se celebraban los Juegos Olímpicos de Barcelona (1992) y la Expo de Sevilla. 

«Las violaciones en Bosnia fueron un arma de guerra. Desde niñas de nueve años a mujeres de 80. Muchas estuvieron encerradas durante meses en hoteles y edificios y las llamaban con un número para violarlas. Fue algo intencionado, pensado, calculado y dirigido. La violación conlleva ese estigma, esa humillación. Estamos hablando de zonas rurales, donde luego muchas de esas mujeres fueron repudiadas por sus propias familias y sus maridos. Los agresores, los violadores lo saben perfectamente”, remata.

La cultura de la violación incluye el estigma de que una mujer vale por su virginidad o castidad y, si sufre una violación, es desechable, aún para su familia sanguínea, como ocurrió en Bosnia. 

Es alarmante, por ejemplo, los altos índices de suicidios o ideaciones suicidas de niñas que han sido abusadas y embarazadas por sus familiares en El Salvador donde está prohibida la interrupción del embarazo, aún en estos casos. Se trata pues de niñas obligadas a parir hijos producto de un incesto, abusadas y estigmatizadas por sus propias familias y totalmente desamparadas por el Estado y la sociedad salvadoreña.⁠

La terrible posibilidad de que a las niñas y mujeres tarde o temprano nos toque un número siniestro para ser víctimas de este problema social aparece en la película salvadoreña “Polvo de Gallo” de 2021, una mezcla de ficción y documental, donde las actrices cuentan de manera surrealista sus propias experiencias al respecto y cómo intentan huir de esta plaga social. Una de las víctimas no es capaz ni siquiera de contarle o pedir ayuda a su madre. Muchas veces las víctimas de violaciones no logran hablar o lo hacen muchos años después como Carolina. 

Las y los más afectados, como aparece en las estadísticas recabadas por la Organización de Mujeres Salvadoreñas por la Paz (ORMUSA, 2023), son las niñas y los niños. 

Freud detallaba, en sus primeras nueve conferencias de 1909 y 1910, que los tres tabús de la cultura occidental son el canibalismo, el asesinato y el incesto, pero, lastimosamente, no hemos podido, como tinglado social, acabar con el homicidio y tampoco con el  incesto y el estupro que deja secuelas físicas y psicológicas de por vida. 


Propuesta


Rita Segato propone que para solucionar este problema “hay que reducir el caldo de cultivo, revisar lo cotidiano, se tiene que combatir con un diálogo abierto en la sociedad, en todos los espacios, no solamente en las escuelas”.

En mi opinión, primero, hay que desnormalizar los actos de violencia machista, la cultura de la violación hasta el punto de ser considerada un chiste, un deber ser, desnormalizar también el incesto, las paternidades irresponsables, la conceptualización de las mujeres e infancias como “seres de segunda índole” (Beauvoir, 1949). 

Debemos exigir políticas públicas que acaben con este problema, leyes vinculantes, pero también instancias públicas de atención integral a las víctimas, las cuales se están desmantelando en la administración gubernamental actual. 

Se necesita de manera urgente atención legal, económica y psicológica para atender a las personas que han sido víctimas de abuso sexual, un trabajo de educación masiva para que la violación ya no sea una cultura, sino un delito erradicable por el bien de millones de personas. 

Todas y todos debemos renunciar al mandato de masculinidad y al pacto patriarcal. Se necesita también pues una crítica de cada uno de nosotros como sujetas y sujetos para observar de qué manera; verbal, actitudinal o culturalmente; reificamos la cultura patriarcal y de la violación que tanto daño nos hace a todas y todos. Tengo la esperanza de que la cuarta ola del feminismo permita erradicar este crimen de lesa humanidad. 


RECUADRO


Las cifras

Con respecto a la violencia sexual, es importante destacar que, en El Salvador, según estadísticas de la Fiscalía General de la República (FGR), analizadas por ORMUSA,  la mayor cantidad de delitos, el 92%, se comete en contra de las mujeres, principalmente niñas y adolescentes menores de 17 años. 

Lo cual se evidencia en los datos desagregados por sexo y registrados, que contabilizaron 3,567 denuncias en el año 2021. 

3,284 casos, equivalente al 92%, fueron contra niñas y mujeres.

Al comparar los datos del año 2020 y 2021; se evidencia un aumento de 23.2% de denuncias por violencia sexual en el año 2021.

En este registro; se incluyen cinco delitos: agresión sexual en menor e incapaz, estupro, otras agresiones sexuales, violación y violación en menor e incapaz. El delito más denunciado fue el estupro, con 1,020 casos. 




Referencias

Beauvoir, S. (1949) El segundo sexo. Gallimard. 

Freud, S. (1919). Nueve conferencias de introducción al psicoanálisis. Amorrortu editores.  

Gil, A. (2023). Nunca he visto una mirada más vacía que las de las mujeres violadas en Bosnia / Entrevistada por Rocío García. El País. https://elpais.com/cultura/2023-03-22/ariadna-gil-nunca-he-visto-una-mirada-mas-vacia-que-las-de-las-mujeres-violadas-en-bosnia.html

Organización Mundial para la Salud (OMS). (2013). Comprender y abordar la violencia contra las mujeres [Archivo PDF]. https://oig.cepal.org/sites/default/files/20184_violenciasexual.pdf

Segato, R. (2019). Por qué la masculinidad se transforma en violencia / Entrevistada por Josefina Edelstein. Diario Femenino. https://diariofemenino.com.ar/df/rita-segato-por-que-la-masculinidad-se-transforma-en-violencia/Voz de América (1 de marzo de 2022) El Salvador: prisión a exjuez por violación sexual a menor. https://www.vozdeamerica.com/amp/el-salvador-prision-para-exjuez-por-agresi%C3%B3n-sexual-a-menor/6486606.html

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