Recorrido 1: Episodio 5 — La plaza vacía

20/06/2022

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Escuchá el episodio 5



Este proyecto fue diseñado originalmente como un recorrido en audio geolocalizado. Es decir, son audios que están pensados para que los escuchés en lugares específicos que están conectados a los eventos que narran.

Para hacerlo lo más accesible posible también lo estamos publicando como mapa virtual, como un podcast, y sus respectivas transcripciones.

Por ello, a veces los audios te darán indicaciones hacia dónde debes dirigir tu mirada. En esos momentos, si no estás en el centro histórico de San Salvador, observa las fotografías en el mapa, recuerda visitas pasadas o imagínate el lugar. Te recomendamos utilizar audífonos y buscar un lugar con pocos ruidos.



Leé la transcripción del episodio



Meybel Molina: Padre nuestro que estas en los cielos… ay, Padre mío, que no, no, ¡ay Padre nuestro!

¡Abran, abran!

Narradora: Meybel se acurrucó al lado de un inodoro en un baño público que estaba a un lado de la plaza. Las bombas y los disparos desencadenaron olas de gente que la arrastraron hasta ahí. Había personas tiradas y acostadas por todos lados. Alguien cerró con llave. Todavía ahora le impresiona que en aquel momento no sintió mal olor.

Meybel Molina: normalmente salían olores desagradables de ese baño hacia la plaza. Yo no recuerdo haber sentido ningún mal olor. Para nada.

Adentro rezaban. De afuera ya no llegaba sonido alguno, hasta que escucharon esos golpes.

Meybel Molina: “Somos los compas, abran, lo vamos a sacar”. Y la gente dice no, no, no, no abren, no, no abro y otro abrí, abrí. “No, no, no”. Había unos que no queríamos que se abriera la puerta porque no sabíamos con qué nos íbamos a encontrar.

Alguien abrió y sí eran los compas.

Meybel Molina: Vaya, váyanse, por qué salgan tanto, salgan tantos. Y así nos fueron desalojando de poco a poco.

Cuando salieron, la plaza estaba vacía de personas y llena de zapatos, carteras, gorritos y ramos que la estampida había dejado atrás.

Meybel Molina: Ya no era la misma plaza, la plaza estaba casi vacía.

Tenían que irse, pero había lugares que no eran seguros.

Meybel Molina: Después del ministro de Trabajo, que es la calle que pasa frente a la Alcaldía, ahí hay todo un batallón, están deteniendo, registrando a la gente. Por el lado de la Plaza Libertad también hay otro. Por todos lados habían batallones.

Ella caminó a este costado de la Catedral, sobre la segunda avenida sur, hacia el Teatro Nacional, que está al fondo de esta calle.

Meybel Molina: Donde estaba la moda parisiense antes, y que estaba Vigit.

Llegó hasta un semáforo en rojo y un carro paró a su lado. No sabe cómo se le ocurrió, pero no lo pensó dos veces:

Meybel Molina: La puerta estaba sin llave. Abrí, me subí inmediatamente. El motorista lógico reaccionó y me volteó a ver para atrás. —Señora, ¿qué está haciendo? 

No le podía decir la verdad. No sabía quién era este hombre.

Meybel Molina: Empecé a mentir y me inventé que había ido a hacer las compras del mercado y que se había armado. —¡Qué barbaridad!—me dijo— es que usted mire en el Estado que está. Y empezó a regañarme. Pero regañando, ¿verdad? Y yo me quedé calladita.

No la sacó del carro solo porque estaba embarazada. Arrancó y la dejó frente al Instituto Nacional. Ahí ella tomó un taxi hasta donde su cuñado. Le dieron agua, la tranquilizaron. Pero no había noticias de su esposo.

Meybel Molina: No sabía si uno de los que había caído era mi esposo.

Pasaron 40 minutos y apareció. Finalmente se fueron juntos a su casa.

Meybel Molina: Ya, pues se pudo respirar un poco mejor.

Narradora: No recuerdo la primera vez que escuché sobre Monseñor Romero. Sé que en algún momento de mi niñez, en pláticas en la mesa del comedor, mi papá y mi mamá empezaron a contarnos cómo las bombas los agarraron por separado en medio de una multitud, cómo mi mamá se escondió a la par de un inodoro. No son nuestros recuerdos. Pero tampoco los queremos olvidar.


“En nombre de Dios, pues, y el nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios, cese la represión”. —Monseñor Óscar Arnulfo Romero, 23 de marzo de 1980. 


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