Opinión

10.04 – “Qué triste que alguien tan joven le tenga envidia a un par de viejos como nosotros”

¿Cómo ha afectado ese distanciamiento social prolongado, causado por la inseguridad y no una pandemia, el desarrollo de esos jóvenes en estas etapas tan formativas de sus vidas?

52
Ilustración por Natalia Franco

Colonia, Alemania

Viernes, 10 de abril de 2020

El duelo es un camino para aprender acerca de vivir y morir de forma entrelazada y compartida; los seres humanos debemos conllevar el duelo porque estamos en y somos parte de un tejido de destrucción. Sin memoria continua, no podemos aprender a vivir con fantasmas y, por lo tanto, no podemos pensar. Como los cuervos y con los cuervos, vivos y muertos “estamos en riesgo mutuo en compañía de cada unx” 

— Donna Harraway, Staying with the Trouble: Making Kin in the Chthulucene 

Día 29 de aislamiento social 

No he escrito desde hace varios días. El peso de esta situación me estaba agobiando. Cada vez que voy a la calle principal de mi barrio regreso con el ánimo decaído y cada vez me toma más tiempo recuperarlo.  

Estoy leyendo a Donna Harraway (Staying with the Trouble: Making Kin in the Chthulucene o Seguir con el problema: Generar parientes en el Chthuluceno”) Su texto habla, entre otras cosas, sobre la idea de reconsiderar cómo pensamos las situaciones que nos atañen como especie en un mundo tentacular. Tenemos que pensar-con, tomar respons-abilidad, y utilizar el conocimiento colectivo. Pensar-con implica no voltear la mirada, implica quedarse con el problema. 

Sus palabras me hacen saltar al libro de Avery Gordon, socióloga estadounidense, que utiliza la figura de los fantasmas y las apariciones fantasmagóricas para enfrentarse al pasado. Las apariciones fantasmagóricas de Gordon son una forma de “revivir los eventos en toda su vitalidad, originalidad, violencia para sobrellevar sus efectos que persisten y pulsan. Las apariciones son encuentros en los que puedes tocar los fantasmas y los asuntos fantasmagóricos: las ambigüedades, las complejidades del poder y de la condición de ser persona, la violencia y las esperanza, las actualidades inminentes y las que se repliegan, nuestras sombras y las sombras de nuestras sociedades”. 

Parece que estamos en un momento en el que podemos ver a un lado o decidir quedarnos con el problema, tomar respons-abilidad para la sobrevivencia colectiva, y enfrentar nuestros fantasmas. 

Hace un año, quizás dos, mi papá, quien es arquitecto y tiene 75 años, estaba platicando con el carpintero con quien trabaja seguido —y es más o menos de su misma edad— y un albañil joven, eb sus veinte quizá. El carpintero y mi papá entablaron una conversación que los llevó a recuerdos e historias de su juventud, de pasear por el centro histórico de San Salvador. Al final de la plática, el joven les dijo que les tenía envidia porque él no ha podido conocer la ciudad así. Él no puede andar por las calles así. 

—Qué triste que alguien tan joven le tenga envidia a un par de viejos como nosotros— me dijo mi papá cuando me contó esta historia. 

La empleada doméstica, que llegaba un par de veces por semana a casa de mis padres hace un par de años, tenía un hijo adolescente. Recuerdo que le contaba a mi madre que le tenía que prohibir a su hijo salir de la casa si no era para ir a la escuela. En una ocasión, él quería ir a una fiesta rosa. Pero era en la noche y era en otro barrio. La señora se sentía mal de no darle permiso. Pero tenía más miedo de dejarlo morir. Hizo una excepción y lo dejó ir, pero ella lo acompañó a la fiesta. 

Estas historias me han estado dando vueltas en la cabeza estos días. 

Con solo un mes de encierro en un país estable como Alemania, con la posibilidad de trabajar desde casa, ir al súper y hacer caminatas en el parque cuando lo necesito, he sentido los efectos que esta situación tiene sobre mi salud/estabilidad mental. 

Desde hace un tiempo me pregunto cómo el encierro obligatorio que (cientos de) miles (¿cuántos serán?) de jóvenes adolescentes se ven obligados a llevar debido a la inseguridad de El Salvador. El miedo a morir a manos de pandillas o de policías o de grupos de exterminio ha llevado a una gran parte de la población salvadoreña —que no tiene el privilegio de moverse en espacios seguros y que muchas veces equivalen a espacios privados— a mantener lo que ahora llamamos distanciamiento social. Pero ¿cómo ha afectado ese distanciamiento social prolongado, causado por la inseguridad y no una pandemia, el desarrollo de esos jóvenes en estas etapas tan formativas de sus vidas? 

No conozco ningún estudio que se pregunte cómo esta generación lidia con esa realidad. Pero seguro habrá muchos que investiguen los efectos psicoemocionales del encierro de COVID-19 en los países desarrollados. 

Ojalá que los salvadoreños sintamos un poco de empatía a la hora de reflexionar sobre nuestros propios encierros en esta pandemia y de cómo hemos volteado la cara al que muchas personas en El Salvador han tenido que sobrellevar en las últimas décadas. 

Esto no significa que nuestras emociones sobre este encierro no sean válidas, pero, quizás, nos den más solidaridad, más respsons-abilidad a la hora de pensar sobre las situaciones de otrxs. 

En momentos como este son en los que tenemos que quedarnos con el problema, y pensar-con de forma colectiva. 

Jimena

Artículos relacionados

Opinión

El neoliberalismo aumenta la violencia económica contra las mujeres

Las mujeres salvadoreñas viven diferentes formas de violencia económica en su cotidianidad....

Opinión

Las mujeres permanecemos inseguras en El Salvador

No se puede negar que la violencia homicida en El Salvador ha...

Opinión

Noche de víboras y estiércol

El libro "República del excremento / Repubblica dello sterco" recopila poemas de...

Opinión

Between Two Autocrats: Salvadoran Diaspora Grapples with Trump and Bukele

the support for President-Elect Donald Trump expressed by the so-called "Latino vote"...