Opinión

Ajena

La experiencia de migrar implica contradicciones profundas, dolores y alegrías complejas. La escritora salvadoreña, Tania Pleitez navega en este poema las contradicciones de sentirse ajena en su hogar europeo —amándolo, a veces, con gran dificultad; a veces, casi sin pensarlo—.

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Made in Italy
sintagma 
cápsula
que me marca como ajena.

Su belleza 
—arquitectura antigua
callejuelas empedradas
estatuas clásicas
altares y frescos—
me seduce.

Su exquisitez 
—vinos sabrosos
quesos espléndidos
hierbas aromáticas—
me alegra.

Pero mi cuerpo no se reconoce 
en su parafernalia.

Hay días en que me cuesta amar a este país
Me sé de memoria
al revés y al derecho 
el paisaje de mi soledad.

Ajena, esbozo otro paisaje.
El lago es mi hoja de papel.
Ahí me reescribo con tinta-bruma.
En mi lago-página 
toco el abismo con mis pies
y la leche del sol 
amamanta labios manos pupilas.

Patos pájaros cabras
me invitan a quedarme en el tiempo de las onomatopeyas
me ruegan olvidar el mundo humano.

[cuando quiero compartir, creen que pido dinero
cuando ven imágenes del sur, ensalzan la fortuna de haber nacido en Europa
cuando miran de reojo a inmigrantes, olvidan que este es país de emigrantes
cuando alardean de su posición en la G8, no recuerdan el pasado colonial]

Balbuceo.
Mi lengua se pasea en la materia ósea 
de palabras nuevas y extrañas.
Con timidez saluda a zetas y consonantes dobles.

Soy una niña 
que desarma significados y sonidos.

El lago es mi folio azul 
y el consuelo de mi cuerpo.

Ha muerto una amiga en el lugar que dejé.
Mi duelo escala arterias
y busca palabras en el mapa de mis lenguas
la nativa la aprendida la reciente.
Ninguna modela el esqueleto propio del dolor.

Migrar es no estar ahí para enterrar a tus muertos
ni conocer su tumba.
Es acostumbrar tu ánimo a su partida 
con un fragmento en tu mano que es viento sin punto cardinal.

Migrar es llorar a tus muertos en un paisaje intuido y vaciado.

Camino 
para estampar lo dolido en esta tierra
para hacerla mía.

Bajo un cielo nublado
en una banca
escucho la conversación 
de una mujer y un hombre.
Ambos tienen arrugas en la piel y la ropa.
Se lamentan del país y los políticos
y se giran a mirarme.
Sus ojos me interrogan.
No les cuento mis tristezas 
y en mi italiano de extranjera  
me quejo del cambio climático.
El tema los alumbra como dos velas en la gruta
y conmigo protestan
por la basura que asedia a la playa
por la sequía que fatiga al río
por el rumor de motores que altera al lago. 

Mi lago-libro me reescribe
me incrusta en frases de aprendiz 
me cincela en el mineral de las letras.

Hay días en que no me cuesta amar a este país.

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