Ayer fuimos con Vermut, mi pastor maya, al pañuelazo verde. Este fue su segundo plantón. El anterior fue siempre en el monumento a la Constitución, conocido como “la chulona”. En noviembre del año pasado, fuimos para recordar que tocar niñas sí es delito, cuando la normalidad era otra, pero la violencia contra nosotras era la misma o quizá hoy sea peor para niñas, adolescentes, jóvenes y mujeres quienes pasan más horas encerradas con sus agresores.
Me alegró ver tantas mujeres jóvenes. Las jóvenes no son el futuro, son el presente. Siempre he pensado en ello. Aplica igual para niñas y niños. En fin, fue alegre verlas manifestarse: cantar las consignas feministas, bailar y hacer sus performance. Mientras las veía pensaba en sus mamás y sus papás, en cómo sus familias respetan sus ideas, su feminismo, su búsqueda por la igualdad, equidad y justicia. En cómo respetan que sean la excepción a las reglas del patriarcado y de esta sociedad heteronormada.
Siempre he pensado que si yo tuviera hijas o hijos los llevaría a todas las marchas y plantones. Les hablaría de derechos humanos, quizá no de forma tan académica, pero sí con amor y con respeto para que desde pequeñites aprendieran a amar y respetar la diversidad porque tengo claro que somos personas diversas, únicas, diferentes. Si tuviera hijas tendría que enseñarles a defenderse y a que nadie puede tomar decisiones sobre su cuerpo ni sobre su vida. Nadie. Y que no tienen por qué seguir el guion establecido por el patriarcado ni por estas sociedades machistas. Si tuviera hijos les enseñaría a respetar a todas las personas, a que tengan claridad de que tenemos los mismos derechos y estoy segura de que serían aliados. No creo que los hombres puedan ser feministas, solo pueden ser aliados. También les enseñaría que son libres de tomar sus decisiones y uno de mis mantras para ellos y ellas sería que la maternidad será deseada o no será; y, que las niñas no se tocan. Ni las adolescentes, ni las jóvenes ni las mujeres. Nadie pues.
En mi mundo de privilegios, yo pude elegir la vida que estoy viviendo. Me la tracé a mis 13 años. Nunca he tenido claro si para mi mamá la maternidad fue deseada o impuesta. Lo que sí tengo claro es que nuestra infancia no fue tan precaria, pero que nos tocaba fiar en dos tiendas (sí, aparecíamos en los listados), le debíamos, además, a la señora del queso fresco y la crema. A veces, a mi mamá le prestaban para que pudiéramos irnos en bus al colegio. Hubo un tiempo que mi hermano y yo nos íbamos y regresábamos a pie del colegio. El dinero del pasaje lo ocupábamos para cenar pupusas o galguear. Dicen que por eso soy piernuda, jajajaja, caminábamos mucho.
Tuvimos dos padrastros, que realmente nunca se comportaron como un verdadero padre. O como esa idea romántica de la familia. A mi padre biológico con suerte lo conocí. Fue una persona ausente quien con suerte cumplía con la cuota mensual que se le asignó. Aparte era un monto pírrico, no tengo claridad de cuánto cubría de la canasta básica de los años 70 ni los 80 (lo averiguaré), pero 150 colones para dos personas era una burla.
A mí estas concentraciones y marchas me hacen pensar en todos esos onvres ausentes. En todas esas mujeres que no tuvieron otra opción que ser madres o que fueron obligadas por esos onvres a abortar porque de todo hay en la viña del señor. Me hace recordar a las que ya no están porque otras personas quieren decidir por ellas y sus cuerpos. Y siempre pienso en Las 17 y más, en todas esas mujeres burladas, timadas o violadas por onvres irresponsables, obligadas a una maternidad y criminalizadas porque esos embarazos no se concretaron. Pienso también en las niñas, adolescentes, jóvenes y mujeres que perdieron la vida por un embarazo no deseado o porque el Estado y las demás personas les han impuesto una decisión que es personal, individual y que les correspondía solo a ellas.
Tengo confianza en que esta nueva generación logrará el cambio que necesitamos, no sé si yo lo vea, tengo la ilusión de que así será. Y de que las nuevas generaciones y las viejas nos vamos a encontrar siempre en estas concentraciones y manifestaciones y que cuando sea necesario haremos arder este país para que se respeten los derechos de cada una. Para que nadie nos imponga nada.
Pero bueno, como no tengo hijos ni hijas, voy con mi perrito abortero. Si pudiera, llevara también a mis gatines, je je je. Una vez quise convencer a una de mis sobrinas para que fuera a una charla sobre acoso sexual y a la marcha del 8 de marzo, creo que se inventó que estaba enferma para no ir. Respeto las ideas diferentes, por eso para ella, para mi otra sobrina y para mi sobrino, yo seguiré asistiendo a estas actividades porque quiero un mundo mejor para ellos y para su descendencia si deciden tenerla. Quiero que sean sus decisiones, que nadie se las imponga.
Vermut portó el pañuelo verde porque no teníamos otro. Mi participación en el plantón fue más desde la contemplación (es que ya estoy maitra, jajaja). Además, porque mi pastor maya se altera con los ruidos y aún es poco sociable (en el fondo se me parece), por eso me toca estar más pendiente de él que de otra cosa cuando salimos. Me daba miedo que él mordiera a alguien, jajajaja, pero no fue así, recibió algunas caricias, él feliz. A su manera, él también bailó y fuimos parte de esta celebración mundial del #28S.
P.D.: mis dos gatos y mi perro están castrados. En casa felina y perruna somos responsables. La descendencia no se deja regada si no se puede asumir. Un exjefe decía que soy una mujer castrante, jajajaja, creo que soy una mujer preocupada por la vida y lo que ella implica.