Opinión

El país al que volví

El 4 de diciembre de 2020, volví a El Salvador después de vivir 15 años en el extranjero. Regresé huyendo de la violencia de género, pero lo que encontré aquí no ha sido fácil.

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«Anoche, tuve una terrible pesadilla. En ella, mis compañeros de primaria, conformaban la nueva dictadura»,

Alfonso Kijadurías.


El país al que volví ya no tiene independencia entre el poder Ejecutivo, Judicial y Legislativo. Y 43 de 44 alcaldías le pertenecen ya al partido del presidente Nayib Bukele, Nuevas Ideas (NI). 

El Instituto de Acceso a la Información Pública (IAIP) es leal al oficialismo y la mayoría de los gastos gubernamentales y datos estadísticos se mantienen en reserva. 

En el país al que volví, parece haber una sola voz cantante que se mantiene con un discurso distópico lleno de falacias.

Esa voz se autoproclamó líder por segunda vez en medio de un proceso electoral inconstitucional  lleno de irregularidades. Es más, el 29 de abril de 2024, los diputados oficialistas abrieron la puerta a reformar la Constitución a su antojo.

En el país al que volví, reina un régimen de excepción desde hace un poco más de dos años, donde el debido proceso, lastimosamente, es parte del pasado. 

Al menos 301 personas han fallecido bajo custodia del Estado y se acumulan las denuncias de tortura y vejaciones en los centros penales.


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En el país al que volví, se prometió que el bitcoin ayudaría a hacer despegar la economía, pero esa cruzada está prácticamente desaparecida. Pocos locales aceptan la moneda imaginaria y son las remesas las que nos siguen manteniendo a flote. El Banco Central de Reserva (BCR) las contabilizó en 8, 181.8 millones de dólares durante 2023.

Sin embargo, los dólares se evaporan por la inflación, los recursos naturales están mermados y la gentrificación es ya un problema. Tener una vivienda propia, un privilegio de las élites.

Aquí, más de la mitad de la población forma parte del mercado laboral informal. 

El salario mínimo mensual es de 360 USD, la canasta básica urbana cuesta 256.74 USD, pero las entradas para ver a Miss Universo y a Leonel Messi costaban 500 USD. 

La atención en las unidades de salud y el Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS) sigue siendo tardada y de baja calidad. Puedes tardar de seis meses a un año a la espera de una cita para un especialista. 


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El estadio Mágico González luce bien desde afuera, pero guardó durante casi dos años una piscina olímpica en ruinas. La analogía perfecta de este país. 

Los carros se estacionan en las aceras. Si eres peatona, estás en constante peligro. Aquí se hicieron pedazos hasta los pisos históricos del Palacio Nacional en aras de la “modernización”.  Y estos pedazos fueron arrojados al río Las Cañas, en un país donde no hay suficientes políticas públicas que protejan el medio ambiente. Y el ministro de esa área, Fernando Andrés López Larreynaga, ha sido cuestionado por otorgar permisos de construcción en zonas protegidas. 

Los autobuses siguen repletos y echando humo, cobrando hasta 0.35 USD en trayectos urbanos por calles descuidadas que parecen cráteres. 


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En el país al que volví, todavía se penalizan las emergencias obstétricas y la interrupción libre del embarazo está prohibida, incluso, bajo las cuatro causales  i) si el embarazo pone en riesgo la vida o salud de la mujer; ii) cuando el embarazo es médicamente inviable; iii) si el embarazo es producto de violación o trata de personas; y iv) ante un embarazo, producto de violación en menores de edad.

En mayo de 2024, se eliminó la Comisión de la Mujer y la Igualdad de Género de la Asamblea Legislativa.

Las personas LGTBIQA+ siguen esperando una ley que respete su identidad y les otorgue el derecho a autonombrarse. El presidente y el ministro de Educación, José Mauricio Pineda, han prohibido recientemente la “ideología de género contraria a la naturaleza, la familia y Dios” por ende la educación sexual, cuya falta provoca al menos 10,000 embarazos de niñas al año.

En el país al que volví, hubo 46 feminicidios en 2023, según la Organización de las Mujeres Salvadoreñas por la Paz (ORMUSA). 

En las escuelas públicas escasean la leche y productos para la higiene personal de las infancias. Los desayunos y almuerzos escolares completos (no sólo refrigerios) quedaron en el recuerdo de otros tiempos ya lejanos. 

Los Centros de Desarrollo Infantil (CDI) o Centros de Atención a la Primera Infancia (CAPI) son pocos para el total de la población y una política de conciliación para las mujeres que crían y cuidan es sólo un sueño. 

Las calles están llenas de policías y soldados, lo que ha producido varios casos de abusos a la integridad de mujeres y niñas. Y temor. 

Este no es un país para las mujeres, las identidades diversas y las infancias. Sin embargo, considero un derecho vivir en el país en el que nací. 

Frente a la desesperanza, lxs defensores de derechos humanos persisten. 

Muchas mujeres resistimos, confiando en la organización de la sociedad civil, haciendo memoria para no olvidar, escribiendo con el cuerpo nuestras historias cotidianas.  

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