Opinión

«Había una vez…»: Siemprevivas, mujeres extraordinarias en la historia de El Salvador

"Siemprevivas, mujeres extraordinarias en la historia de El Salvador" es el nuevo libro de la escritora e historiadora Elena Salamanca, bajo el sello de la editorial Kalina. En esta reseña, el historiador mexicano Saúl Iván Hernández Juárez, nos invita a conocer las vidas de un abanico de salvadoreñas que brillaron y siguen brillando con luz propia.

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Por Saúl Iván Hernández Juárez


Foto cortesía de Editorial Kalina.

Por definición, lo extraordinario es aquello «que es poco común, que sale fuera del orden o de la regla general, que sucede rara vez». Casi siempre, esta definición ha sido utilizada para definir a ciertos actores masculinos, los de las grandes gestas, héroes y dioses, pues ellos, históricamente fueron dueños de lo extraordinario. Pero hablar de mujeres extraordinarias en la historia es otro asunto, pues, para llegar a serlo, tuvieron que vencer múltiples adversidades en un mundo pensado por y para varones. Siemprevivas, mujeres extraordinarias en la historia de El Salvador, de la poeta e historiadora salvadoreña Elena Salamanca, es un libro que cuenta la historia de un grupo de niñas que se convirtieron en mujeres extraordinarias. A partir de la metáfora de las siemprevivas (Gomphrena globosa), acudimos a leer sobre un ramillete de niñas-flores-aves, que después metamorfosearon a mujeres en la ciencia, la poesía, las letras, la medicina, el trabajo alfarero, la pintura, el periodismo, todos espacios que se creían de hombres. Niñas amantes de las palabras, los colores, la observación, pero sobre todo, mujeres que buscaban la libertad. 

Siemprevivas, editado bajo el sello de Kalina, vio la luz por primera vez en noviembre de 2022. Y digo que vio la luz, pues Elena Salamanca, sale de los terrenos intelectuales de la poesía, y de las narraciones autobiográficas, de las catarsis personales, para buscarse de otra forma, revelando a otras mujeres, aquellas que fueron invisibles en el relato masculino. La poeta nos entrega también una extraordinaria obra, explorando el cuento dirigido a niñas, pero también a un público adulto interesado en conocer un grupo mujeres que surcaron su camino personal. 


Niñas/Flores/Aves 


Siemprevivas, mujeres extraordinarias en la historia de El Salvador está construido por las historias de 14 niñas, muchas veces olvidadas por la propia historia nacional. Sin embargo, desde las primeras líneas, Elena Salamanca «las florece» con los rastros y el abono de la historia que dejaron. La historiadora francesa Michelle Perrot, en los años noventa, apuntó que las mujeres, más que narradas, fueron representadas (2009:19). En la historia, la visión patriarcal/paternalista, representó a las mujeres generalmente en el espacio doméstico. Pero Elena Salamanca narra sus vidas, sus inquietudes y sus pasiones. Así, a excepción del primer y último cuento, inicia sus historias con la clásica fórmula de apertura utilizada en la narración oral, que nuestras propias abuelas y abuelos usaron para contarnos historias: «Había una vez…». 

Entonces, había una vez la historia de unas niñas que tuvo lugar en El Salvador, en diferentes tiempos y contextos, y que tienen un eje principal, el cual va apareciendo en casi todas las historias, el volcán Izalco, como ese «faro del Pacífico», que inspira y reta a las protagonistas a escupir fuego, a alzar la voz con palabras y acciones flameantes. Pero por peligrosa que pudieran ser su voz, se convierten en un jardín de flores heterogéneas, las cuales, a través de las propias historias, podemos oler y sentir esa variedad de experiencias.

Tenemos una primera historia que nos lleva al siglo XVIII para conocer a Francisca y las capitanas de la cofradía de San Lucas, Cuisnahuat, las que, en un tiempo hostil, la figura de la capitanía las dotó de esa fuerza simbólica que las colocó en un sitio de poder. Mujeres que, a temprana edad, desafiaron el espacio doméstico y el confinamiento religioso como su único espacio de acción. Por lo anterior, desde el inicio Salamanca dice a esas pequeñas lectoras: «Pero cuando una mujer o una niña rompe el silencio y se expresa, su voz hace un eco que llena de valentía a las demás a su alrededor, y sus voces suenan sin parar y cada vez más alto y con más fuerza, y esa fuerza las impulsa a romper las cadenas de la historia que, durante años, quizá siglos, las han mantenido atadas».

El libro continúa la historia de las poetas pérdidas en El Salvador del siglo XIX, mujeres consideradas como los ángeles del hogar. No obstante, se muestra cómo las letras femeninas expresaban otras ideas y necesidades distintas a las de los hombres; aquellas que no solo escribían sobre la patria, sino que mostraban sus propias emociones y experiencias, pues como dice Salamanca, ellas tejían la poesía como tejían guirnaldas, con flores de distinta belleza y color. 

Tenemos entonces, la vida de Antonia Navarro, la primera topógrafa y científica de El Salvador, de vida extraña, pero breve y luminosa; por el contrario, también nos cuenta sobre una longeva científica, la médica María Isabel Rodríguez. Una mujer que nos recuerda la importancia del matriarcado y las redes de apoyo femeninas, que desafió los mandatos masculinos, pero también los femeninos, la que irrumpió en «los espacios masculinos», siendo «la primera mujer en…». Sí, una científica que sigue sintiendo el latir de la historia. 



Sin seguir el orden de las historias, tenemos a Prudencia Ayala, otra mujer que tenía tantas ideas de libertad en la cabeza, que después fueron transfiguradas en aves que revoloteaban y que se convertirían en propuestas del pensamiento feminista salvadoreño. Una Prudencia que, afortunadamente, no le hacía honor a su nombre de pila, por el contrario, se mostró rebelde, heredera de una tradición de lucha femenina; una mujer que fue llamada loca por no hablar en el lenguaje de los hombres. Salamanca, también revela a otra gran defensora de la palabra en El Salvador, Mercedes Madriz, la que su motor de vida fueron la libertad de expresión y la resiliencia ante el acoso dictatorial. 

Extraordinariamente, las historias nos hablan de tránsitos, caminos y migración forzada, desplazamientos que quedan ilustrados con la empresaria y estratega comercial, Didine Poma, así como el camino propio de Janine Janowski, la que salió de laberintos bélicos para entrar a otros en Centroamérica, para después convertirse en una pionera de la gestión cultural. De ahí que, a partir de dos niñas «extranjeras», rescatamos la importancia de la memoria para reconstruir el presente, pues, como Salamanca dice: «las personas son del lugar donde deciden echar raíces». 

Por otra parte, son de gran relevancia las historias de las artistas, las mujeres que incursionaron en la poesía y en la pintura, con nombre propio y no bajo el oscuro velo de una autoridad o pseudónimo masculino. Claudia Lars, que nos enseña que las palabras y la poesía son destino de vida, lo mismo que Claribel Alegría, para quien ser poeta también era una marca de vida, la que a partir de las palabras denunciaría uno de los episodios más dolorosos de la historia salvadoreña. Lars y Alegría supieron descifrar volcanes, pues «las poetas nacen donde quieren”, son escritoras del mundo. 

En el libro, también encontramos la extraordinaria historia de Julia Díaz, una niña a la que no le alcanzaban los lápices, los colores y los cuadernos para expresarse; la que guardó los paisajes de su natal Cojutepeque en la memoria. La de Rosa Mena Valenzuela, la que pintaba a escondidas porque esa profesión «no era propia para mujeres»; la que, al igual que muchas niñas y mujeres del pasado, necesitaba la autorización masculina para desarrollar sus talentos. Rosa Mena Valenzuela, la que pintaba con la pulsión del corazón. 

Sin embargo, no son solo niñas que se volvieron mujeres de letras, también aquellas que, en otros campos como la alfarería, transgredieron los mandatos familiares y patriarcales sobre la ejecución de ciertas artes y oficios. Elena Salamanca cuenta cómo Dominga Herrera exploró con la alfarería la vida cotidiana pues, para ella, el mundo cabía en una bolita de barro. 

El libro finalmente cierra con una renovada lectura de la leyenda de Siguanaba pues, justo en este final, Elena Salamanca regresa a las primeras mujeres, aquellas que, a pesar de que vivían en un mundo que las tenía destinadas a cumplir un destino. Algunas pensaron en otros mundos, otros escenarios, rompieron reglas antiguas, mandatos sobre lo que significaba ser mujer y, pensar diferente, las orilló al destierro y al olvido.


Mundos femeninos posibles 


Siemprevivas es un libro que se vuelve indispensable por su estilo literario amable, alejado del mundo académico pues, como se advierte en las primeras líneas, lo «puedes estar leyendo bajo las ramas de un conacaste, en las faldas de un volcán o entre el bullicio de la ciudad». También es identificable el impecable diseño editorial y las maravillosas ilustraciones del talento de artistas salvadoreños, mujeres y hombres, que dejan su imaginación y marca personal en las historias.

Siemprevivas, mujeres extraordinarias en la historia de El Salvador es una lectura cercana, ya que Elena Salamanca cuenta al oído a sus lectoras, niñas o adultas, niños y hombres. Sus personajes son reales, tuvieron una vida y se convirtieron en mujeres que brillaron con luz propia, pues ser mujer no significó seguir un solo destino. Por el contrario, las historias son un abanico de mujeres que, consciente o inconscientemente, decidieron no ser borradas de la historia, venciendo adversidades, desigualdades y la marca que les dejaba ser mujer en su tiempo histórico. Es un libro que toda niña debe leer, que toda persona tiene que leer, y como dice su autora, las salvadoreñas han sido las que guardan la memoria, el esplendor, la ruina, la felicidad y la tristeza.


Referencia: Michelle Perrot, Mi historia de las mujeres, FCE, Argentina 2009.

Saúl I. Hernández es historiador, especialista en ciudadanía y extranjería femenina. Es profesor investigador de la Universidad Nacional Autónoma de San Luis Potosí, México.

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