Opinión

Las pruebas de una vida bisexual en un mundo heteronormativo

Pese a las constantes señales de que sentía atracción sexual y romántica hacia las mujeres, Johanna Fuchs asumió realmente que sus relaciones amorosas y la atracción sexual que siente no se limitan solamente a hombres hace apenas tres años. Desde que pasó por ese proceso, interpreta muchos momentos de su vida de forma diferente. ¿Por qué tantas personas bisexuales se demoran en reconocerse como tales?

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En Youtube existe una variedad de videos con nombres como: “Señales que indican que podrías ser bi”, “¿Como saber si soy bisexual?”, “Como darte cuenta de que eres pansexual”, y otros por el estilo. Quién sabe, tal vez si me hubiera llegado algo así en algún momento de mi juventud, habría reconocido las señales antes. Pero no fue así y, por varias razones, me demoré muchos años en darme cuenta de que mis sentimientos y relaciones podían ser interpretadas bajo una de esas etiquetas. 

Incluso hoy en día —y con frecuencia— sigo poniendo en duda la legitimidad de las ideas que me he hecho sobre mi propia sexualidad. Y me he dado cuenta de que no soy la única, que comparto la mayoría de mis dudas e inseguridades con muchas otras personas que sienten amor y atracción sin las limitaciones por género que nos propone la heterosexualidad —y, de hecho, también los ideas estándares de la homosexualidad—. 

Las ideas más comunes sobre orientación sexual en las sociedades occidentales plantean que la sexualidad es algo estable, que es biológicamente determinada y que se revela en la pubertad con el supuesto despertar sexual romántico. Si el primer amor de una persona tiene un género distinto al propio: bien, todo está como debe ser. Si los sentimientos son mutuos, será la primera pareja y nadie hará demasiadas preguntas. Si es del mismo género, lo más probable es que empezará un camino más complicado, con muchos secretos y angustia. En fin, la discriminación por parte de la sociedad, y muchas veces también directamente por la familia, generalmente no dejan disfrutar tanto de ese primer amor. 

Las películas clásicas de amor y drama heterosexual en el colegio las conocemos probablemente todxs. Además de esas, hoy en día existen ya también algunas películas que cuentan historias sobre jóvenes gays (y algunas pocas sobre chicas lesbianas) y su camino para salir del clóset. Muchas veces presentan historias muy cliché que tienen sus aspectos problemáticos, pero bueno, son un inicio. A pesar de esa ligera apertura en el cine y la televisión a lo queer, sigue siendo difícil encontrar a alguien no monosexual.



Como la orientación sexual es lo que define hacia quiénes se orientan nuestros deseos amorosos y sexuales, se entiende como una parte esencial de la identidad de cada persona. Ese núcleo de nuestra identidad se asume como algo fijo, invariable, que se repite performativamente al mantener relaciones con personas del mismo género siempre. Por lo tanto, se supone que el primer amor va a definir el género de los amores que siguen, lo cual deja muy poco espacio para la complejidad del género y de formas de vivir la sexualidad no monosexual, como la bisexualidad o la pansexualidad.

En un mundo violentamente homofóbico la sociedad empuja a todo el mundo al amor y a la atracción heterosexual. Lo hace desde las leyes y el discurso político, que promocionan de la forma más obvia el matrimonio y la familia heterosexual y nuclear; a la educación de lxs niñxs. ¿Quién no ha escuchado alguna vez a una persona adulta preguntando a su hijo rompecorazones —porque tiene muchas amigas en el kinder— con cuál de ellas se quiere casar cuando sea grande? 

Uno de los conceptos con los que se pueden describir esos fenómenos es el de la “heteronormatividad”: el hecho de que la norma promovida por el Estado y reproducida por la sociedad sea la heterosexualidad. Es la razón por la que se asume que todas las personas son heterosexuales si no se declaran de otra manera. Por esto, también es mucho más probable que, aunque una persona sea capaz de sentir amor y/o atracción sexual hacia personas de diferentes géneros, su primera relación amorosa sea heterosexual.

La combinación de la estructuración heteronormativa de la sociedad con la suposición de una identidad monosexual estática aporta a que muchas personas bisexuales asuman por bastante tiempo que son heterosexuales y no logren reconocer experiencias propias que indican otra cosa. Por esa razón, los trayectos de descubrimiento y exploración de la propia sexualidad y los caminos de “salir del closet” de las personas bisexuales con frecuencia difieren mucho de las de personas gays o lesbianas —que, por supuesto, también tienen diferencias entre sí—. 

Me demoré mucho en realmente darme cuenta de que lo que sentía en algunas relaciones con mujeres —que hasta entonces había interpretado únicamente como amistosas— no se diferenciaba tanto de lo que sentía cuando me enamoraba de hombres. Fue bastante confuso y me tomó tiempo expresarlo. Hoy en día ya no se me dificulta tanto darme cuenta de lo que siento, aunque el cambio en mi percepción sobre mi sexualidad también causó que las barreras entre amistad, amor y deseo se difuminaran un poco. Desde entonces he tenido muchísimas conversaciones conmovedoras y lindas hablando con amigxs sobre el tema y me he dado cuenta de que muchas más personas de lo que había asumido compartían mis experiencias. 



Por otro lado, como probablemente la mayoría de las personas, no tengo solamente gente feminista y LGBTIQ+ friendly en mi entorno e incluso dentro de círculos feministas me he topado con bastantes prejuicios. 

La homofobia dentro de las sociedades es enorme y el rechazo que viven personas gays y lesbianas por sus relaciones o por su expresión de género es uno de los síntomas más fuertes de la fuerza violenta del heteropatriarcado. También las personas bisexuales viven discriminación que, muchas veces, no se reconoce como tal, porque incluye mecanismos distintos a la discriminación contra personas gays o lesbianas. A quien ama a personas del género “equivocado” la sociedad le castiga con repudio; a la persona que “no se decide”, con incredulidad y con la negación de su existencia.

El prejuicio más común que existe contra la bisexualidad es que no existe, que en realidad es solo homosexualidad negada (en el caso de hombres) o heterosexualidad curiosa (en el caso de mujeres). Hasta dentro de espacios LGBTIQ+ hay recelo contra personas bisexuales y si unx mira el discurso en redes de algunas feministas lesbianas —no todas, por supuesto, incluso muchísimas también hacen trabajo activo contra el monosexismo—, no siempre encuentra mucho apoyo. 



Debemos gran parte de este legado a hombres blancos europeos del siglo XIX; en este caso, a la primera generación de sexólogos y psiquiatras que investigaban la sexualidad y a sus sucesores. Ellos formaron las bases “científicas” para patologizar la homosexualidad como una enfermedad y la bisexualidad como una sexualidad inmadura. En aquella época lo que se llamaba “bisexualidad” era entendido como un estado presexual que se superaba y desarrollaba hacia la heterosexualidad —asumida como lo “normal”— o hacia la homosexualidad —asumida como “anormal”—. 

La herencia de eso la podemos ver en las ideas que hoy en día se siguen sosteniendo en la sociedad sobre las personas que aman a personas del mismo género, pero también sobre la gente bisexual, a la cual se juzga como inestable, incapaz de mantener relaciones saludables y compulsivamente infiel. También se les juzga como traicionera a la causa o indecisa por algunas personas gays o lesbianas. Como resultado de esos prejuicios, muchas personas bisexuales no se sienten entendidas por la sociedad general, pero tampoco especialmente bienvenidas en espacios con otras personas queer. Para muchas, la ansiedad alrededor de la propia sexualidad termina siendo aumentada por el aislamiento y la invisibilización dentro de espacios de personas LGB(?)TIQ+. 

Todxs —también lxs feministxs, también la gente queer—  hemos aprendido, en este mundo tan lleno de violencia, a desconfiar, a examinarnos con recelo, a asumir siempre que la propia experiencia debe ser la más válida y a aguzar la mirada frente a experiencias de otrxs. En ocasiones, nos preocupamos más por obtener el pedazo más grande del pequeño espacio que nos adjudica el sistema que por luchar contra los sistemas que limitan ese espacio a disposición en primer lugar. 

Con esto no quiero abogar por una armonía falsa de sororidad incondicional, ni nada por el estilo. Al contrario, justamente pienso que es importante estar vigilante frente a posibles discriminaciones y exclusiones dentro de espacios y grupos que luchan por mundos más justos, lo cual aplica no solamente a conflictos entre diferentes partes de las disidencias sexuales, sino de las otras formas de discriminación también.  Así podríamos dar un paso hacía un trato más solidario entre nosotrxs, algo que siempre ayuda a mantenerse firme frente a las pruebas y tribulaciones de un mundo heteronormativo, contra el cual estamos luchando todxs. 

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