Opinión

El hábito de leer: lo que la lectura nos dio

Amar la lectura y los libros se aprende. En la equipa de Alharaca hicimos el ejercicio de recordar ese momento clave de nuestra infancia o juventud que nos ató al hábito: un libro especial, una persona cercana o nuestra propia curiosidad. En sus fotografías e historias, nos cuentan cómo empezaron a leer, cuáles son sus lecturas predilectas y qué lugar tienen los libros en sus vidas.

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Foto por Marcela Trejo

«A los 4 años yo le pedí a mi mami que me enseñara a leer. Este silabario fue nuestro mejor amigo. Recuerdo que pasábamos tiradas las dos en la cama, revisando sílaba por sílaba. Yo me quedaba hipnotizada viendo los dibujitos que ilustraban cada letra. Cuando llegué al kínder, yo ya iba más avanzada que el resto de niñes al comenzar las lecciones de lectura y escritura y eso me daba chance para leer los libros que había en el salón. Ahora soy adicta a coleccionar y acumular libros físicos, ya no me caben en el cuarto». (M. T.)


«Mis primeros recuerdos con la lectura los comparto con maestras y bibliotecarias. Mi mamá trabajaba en una escuela, yo tenía 5 años. Cuando iba con ella, ellas veían que yo ya había aprendido a leer sola y que me gustaba, así que siempre me estaban prestando libros. Me metían a la biblioteca para que sacara lo que yo quisiera y me mantuviera entretenida. Disfruté mucho esa biblioteca, en una inundación se perdió. La obra que más recuerdo es Casa de muñecas de Ibsen. Estaba muy pequeña cuando lo leí, pero creo que de ahí fueron aflorando cuestionamientos importantes. Todos esos años me leía mis obras del colegio y las de mis hermanos, aparte de los que me prestaban y, a veces, hasta me regalaban. Fueron años muy bonitos en los que me di cuenta de que yo quería seguir leyendo y si podía, escribiendo también. A medias, se me ha ido cumplido». (L. G.)


«A mí me costó mucho aprender a leer. Me metieron a clases de refuerzo escolar a los 6 años y hasta entonces aprendí la maravilla de que las consonantes se pronuncian un poco como suenan, y también las vocales. De pequeña pedía que me leyeran el mismo libro todas las noches, uno de una familia de conejos. Me lo aprendí de memoria y lo recitaba sin saber leer». (P. T.)


«Pensar en la lectura me lleva a cuando tenía 13 años. Pasaba leyendo todo el día, todo tipo de libros. Comenzó a ser hasta un poco adictivo; era la mejor manera que tenía para salir un rato de mis preocupaciones del momento. Cualquier celebración significaba un libro envuelto en papel de regalo. Hasta ahora, me gusta mantener esa costumbre, pero ya llegó un punto donde son demasiados libros acumulados y por nostalgia no me deshago de ninguno». (D. M.)


Foto por Marcela Trejo

«Cuando tenía 3 años, mis abuelos me llevaron al Míster Donut y, al volver, le dijeron sorprendidos a mi mamá que les había leído el menú. Ella no les creyó, ni le dio importancia. Asumió que había asociado las fotos con los nombres. Otros familiares le habían dicho cosas similares, pero no les creía. Hasta que, unos días después, le pregunté qué estaba leyendo, y ella solo me enseñó la tapa, cuando empecé: A-N-T-I-G-U-A-V-I-D-A-M-I-A. (Era Antigua vida mía, de Marcela Serrano, dice). Le llamó a mis abuelos llorando, contando que yo sabía leer y que no sabía por qué, y ellos la regañaron por no creerles. Y desde entonces leo cualquier cosa que me pongan enfrente». (L. C.)


«No recuerdo qué edad tenía cuando comencé a leer, quizá cinco o seis; pero sí recuerdo el primer libro que leí entero, el que me hizo sentir la urgencia de leer. Fue un regalo que alguien le dio a mi hermano mayor por su primera comunión. Era un libro pesado, con pasta dura de color amarillo y con páginas de tamaño carta.

Cuando lo abrí encontré imágenes con muchos detalles, a todo color y tamaño que me maravillaron: un hombre y una mujer felices en un jardín con muchas plantas y animales salvajes. Ese mismo hombre y esa misma mujer tristes, llorando, yéndose del jardín. Un hombre que mató a otro y lo dejó tirado en un charco de sangre. Personas y animales debajo de una lluvia torrencial y ahogándose en un río gigante. Dos mujeres y un hombres huyendo de un fuego espantoso y detrás de ellos una estatua como de cera. Un hombre de pelo largo luchando con un león. Y las imagen que me traumaron: un hombre con el cuerpo lleno de llagas. Un hombre viejo con un cuchillo en la mano a punto de matar a un hombre joven semidesnudo tirado sobre una leñas. Un rey que le da la orden a un soldado de matar a un bebé. El soldado tiene con una mano sujetado al bebé de su pierna y de cabeza; con la otra mano tiene la espada lista. Frente a ellos dos mujeres, una llora, la otra está con los brazos cruzados. Las imágenes me dieron miedo y cerré el libro. Sobre la pasta amarilla decía: “Mi libro de historias bíblicas”. Pero fui más curiosa que miedosa y decidí que tenía que saber las historias de esas imágenes. Así conocí a Adán y Eva, Caín y Abel, el diluvio, Lot y su esposa de sal, Job, Sansón, Salomón…

Gracias a este libro tuve las primeras pesadillas de las que me acuerdo, pero también gracias a ese libro comencé a hacer preguntas y cuestionar lo que me enseñaban: ¿Los leones del edén solo comían plantas? Si Caín y Abel eran los únicos hijos de Adán y Eva, ¿cómo se multiplicó la humanidad? Los elefantes del diluvio son algo raros, parecen mamuts. ¿No es crueldad que Dios le pida alguien matar a su hijo?« (L. A.)


Foto por Laura Aguirre

«Suelo andar un libro en mi cartera. Para ir a mi pueblo desde la capital, tengo que viajar más de dos horas en bus, entonces, me gusta ir leyendo para sentir el viaje más corto. Lo mismo hago cuando estoy esperando a alguien o en un evento: mientras llega o inicia, me gusta leer. Lo que me gusta de leer es que puedo viajar a otros mundos o países a través de la lectura, o a imaginarlos. Me pasó con un libro que se llama Descubriendo al al general, de Graham Greene. Me hizo viajar e imaginar Panamá. Tengo familia ahí y, la próxima vez que vaya, quiero conocer las ciudades que menciona Graham en el libro». (V. L.)


«Mi relación con la lectura ha tenido bastantes altibajos. En el colegio, cuando los libros me interesaban, los leía en dos sentadas. Fue así como me fui animando a leer más libros por cuenta propia. El problema fuecuando quise leer cosas más de culto solo por ser, supuestamente, los must read before you die (lo que debés leer antes de morir). Se me hacía muy pesado leerlos, como si fueran tarea, y así me fui alejando de los libros. Pero poco a poco, cuando fui dejando la etapa de adolescente queriendo ser alternativa y fui aceptando mis propios intereses —aquellos que reprimí por cierta parte de mi vida para intentar ser hipster y culta—, me sinceré con los libros que quería leer y regresé a ellos. En mi experiencia, creo que es como ese dicho de maitro: si no te gusta leer es porque no has encontrado un libro que te interese. En mi caso, no me había sincerado sobre los libros que me gustaban leer». (M. B.)


«Mi encuentro con la lectura fue a los 18 años: no sabía que me gustaba leer porque todo lo que me hacían leer era aburrido. Hasta que un día, en un momento de crisis, andaba buscando algo que me hiciera pensar en otras cosas, otros mundos posibles, otras preocupaciones. Así que me fui a la biblioteca de la universidad y ahí encontré el primer libro que me hizo no querer despegarme de los libros —aquellos que no leo por obligación—». (G. B.)

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