Mami:
Lo más difícil ha sido parecerme tanto a usted.
“A quien te parecés, ¿a tu mamá o tu papá?”
“¡Sos la fotocopia de tu mamá!”.
Parecerme a vos signifcó que no había espacio para ser alguien más, hasta que lo resignifqué –cuando me cansé de creer que yo no cabía en mi casa ni en ningún lado, no con mis gustos ni mis colores. Algo en mí está mal, creí desde pequeña. Tuve que desaprender a quedarme callada y a dividirme en dos o en tres, y dejar de ser una persona por un lado y Paty por otra. No sé, pero qué difícil es aprender a aceptarse a sí misma y a reconocer las heridas. Qué duro cuando las heridas no solo son tuyas, pero no tenés la capacidad de ver las de tu mamá tampoco.
Má, lo siento mucho si te juzgué por ignorar las manualidades que yo te hacía o las cartas de Hallmark en las que mis hermanos y yo te escribimos que “Aunque no parezca, Mami la queremos mucho.” No atendías mis búsquedas de abrazos, pero velaste por enseñarme en qué creías y buscaste maneras de darnos otro tipo de seguridad: clases, estudios, comida, y más clases. Creo que tus búsquedas y necesidad de espacio eran igual de válidas que las mías y que tenías que cuidarte para poder cuidarnos. Esas partes tuyas se impregnaron en los retratos en los que no se distingue si soy tu hija o si es una foto tuya de chiquita. “No todas las madres son buenas”, decía yo a los 19-20, convencida de que yo no quería tener hijos y que le haría más bien que daño al mundo al privarme de la maternidad. Perdóname por mis cercos: le temo a este nivel de complicidad, que viene con el nivel vulnerabilidad a la que vos y yo enfrentamos en nuestra relación, en la que siempre se aplaudió la independencia y la distancia.
Tuve que desaprender a dar abrazos-patadas, como para defenderme de a
quienes quiero tener cerca. La intimidad y la confianza, una amenaza. Me cuesta aún aflojar este nudo en el pecho, pero lo entiendo: no se va a aflojar si no empiezo a soltar. Y cuando me empiezo a abrir, para no acusarte de que no te importa algo que nunca te he dicho, me escuchás. Gracias por enseñarme que solo van a participar en mi vida quienes yo deje entrar y que cosecho lo que siembro.
Ahora encontré unos collares vintage que siempre te he robado. Uno azul y uno rojo. Me dan varias vueltas en la muñeca. Son mis pulseras. “El rojo es protección,” me dijeron hace poco. El azul, paz y tranquilidad. Me las dejé puestas porque en esta distancia marcada por las cosas que nos separan, te quiero y nos reconocemos, como iguales con recorridos distintos y con ese amor azul y rojo que nos calma y nos protege.
Nos vemos,
Paty T.
Patricia Trigueros (Tegucigalpa, 1987). Escritora freelance y editora de Papalota Negra. Creció en road trips por Honduras, Costa Rica, Guatemala, El Salvador, en conversaciones constantes con fronteras, puentes y colonias que se sentían ajenas. Como estudiante Lettres Modernes en la Universidad de
Bordeaux, fundó la revista literaria La V Magazine sobre intercambios culturales y trabajó en Éditions Plon. Volvió a San Salvador y estudió Comunicaciones Integradas de Marketing, interesada en aplicar herramientas de comunicación a proyectos culturales. Trabaja como consultora, buscando espacios de intersección entre literatura, arte y comunicación; y proyectos colaborativos como Alharaca.