Opinión

Monserrat y el derecho de las niñas a jugar

El 11 de octubre se celebra el Día Internacional de la Niña en todo el mundo. Pero a las niñas no se les permite ser niñas por mucho tiempo, opina la periodista Valeria Guzmán. Los mandatos de género, la violencia patriarcal y la ausencia del Estado las sacan a la fuerza de esta etapa maravillosa.

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La Monse nació en un lugar donde se cree que, en la noche, un brujo se convierte en mico y anda asustando a los vecinos del pueblo. Cuando las vecinas se levantan al baño de madrugada, el mico aprovecha para vigiarlas y darles un buen susto. Pero con lo que el mico no cuenta es que hay una niña a la que no va a poder asustar, porque Monserrat es la niña más valiente del pueblo. 

Con cinco años se subió en una moto por primera vez, la manejó, le gustó y empezó a entrenar en un circuito de motocross de Izalco. Cuando Monserrat se pone el casco, empieza a probar velocidades y afila la mirada. Ella salta, cruza charcos, esquiva obstáculos y se ríe. Este mayo ganó el primer lugar de la categoría de motocross infantil. Y mientras su papá se jalaba los pelos del susto, la Monse competía feliz y tranquila. Porque además, se sabe segura en su juego y su familia. 

Este 11 de octubre es el Día Internacional de la Niña y lo celebrarán en los colegios y escuelas. Ser niña es una etapa maravillosa que a ninguna menor le debería ser negada o cortada abruptamente. Pero la realidad es que un día, sin que una lo desee, llega la pubertad y no viene sola. La acompañan comentarios indeseados de todo lo que ya no se puede hacer: no se puede jugar en el lodo con las amigas, no hay que hacer deporte que nos haga ver muy masculinas, hay que cerrar las piernas y convertirse en señoritas.

Mientras los niños siguen jugando, a las niñas les recortamos abruptamente su mundo con tontos mandatos de género. Esta observación la hizo hace un montón de años Simone de Beauvoir en El segundo sexo y no deja de ser certera. La fiĺósofa feminista señalaba que, durante la infancia, tanto niños como niñas parecen experimentar la misma libertad de explorar el mundo a su alrededor. Pero pronto, las niñas descubren un hecho doloroso: «La esfera a la que pertenece está cerrada por todas partes, limitada, dominada por el universo masculino». 

Cuando las niñas entran en la pubertad empiezan a ser conscientes de muchas violencias. Nunca voy a olvidar la primera vez que un hombre me miró con deseo cuando yo tenía 15 años. No tuvo que decir nada para que sintiera con dolor cómo sus ojos se clavaban en mis nuevos pechos. Y la violencia que experimentan las niñas no viene solo de desconocidos, viene también de sus familias cuando las obligan a entrar en uniones tempranas. Estas relaciones truncan proyectos de vida y usualmente, suceden cuando hombres mayores llevan a niñas a convivir como pareja en sus casas.

El año pasado en El Salvador hubo 23 embarazos adolescentes por día. La cifra ha bajado en la última década, pero sigue siendo escandalosa. En algunos casos, las niñas dicen aceptar «libremente» estas uniones para poder salir adelante. Pero existen pruebas concretas de que las uniones tempranas provocan más pobreza y menos grados de escolaridad. Por eso es necesario que las niñas y adolescentes sean guiadas, cuidadas y protegidas por sus familias y el Estado. 

Pero el Estado salvadoreño no lo hace. Por más que existan leyes «con cariño», les negamos el acceso a educación sobre sus cuerpos e identidades. Les decimos que hay una sola manera de ser mujer y que esta es dulce, frágil, heterosexual y femenina. Que la perspectiva de género no tiene cabida en nuestro país. En lugar de guiarlas, las culpabilizamos y exhibimos públicamente cuando se escapan de casa, por ejemplo. Al cuidarlas y guiarlas, estaremos construyendo un país más justo para ellas. 

Con todo esto en contra, ejercer el derecho a jugar siendo niña es ser un poco rebelde. Conforme crecen, los hombres siguen jugando y las niñas poco a poco, dejan de hacerlo. ¿Cuántas de nosotras en nuestra adultez tenemos horas de juego semanales? Y, al contrario: ¿cuántos de los hombres con los que nos relacionamos tienen su equipo de fútbol con amigos o su momento intocable de jugar videojuegos? La sociedad machista nos impulsa a asumir pronto trabajos de cuidados. Y así olvidamos que nosotras también tenemos derecho a jugar, a imaginar y cuidar a la niña que fuimos. 

Pero de eso no te tenés que preocupar todavía, Monserrat. Vos tenés todo el tiempo del mundo para ser niña y jugar conmigo entre las olas de Los Cóbanos. Tenés además, una familia que se va a asegurar de que jugués, ganés trofeos y te subás de vuelta a la moto cuando te caés. Aunque a tu abuelita se le salga el corazón del pecho por los nervios. Pero lo más importante, Monserrat, tenés a tu mamá y papá cargando todos tus juguetes de un lado a otro para asegurarse de que nunca te falte nada para ser una niña feliz. 

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