Por Gilda Murillo
Descubrí hace poco que he asumido que soy una «mujer difícil», y ahora lo entiendo, me veo reflejada en otras «mujeres difíciles» y también las entiendo a ellas. Saberme una mujer difícil todavía me saca las lágrimas, porque no es un proceso fácil, el sentir que no gustas, que no agradás, el sentirte siempre en contra, el sentir que siempre pedís más de lo que es posible, entre otras cosas.
¿Quiénes somos y a qué me refiero? Voy a responder sin ánimos de estandarizar y de acuerdo a lo que yo he aprendido con mi propia vivencia y cuerpo. Somos mujeres que hablamos, aún en momentos que se considera inapropiado. Nos quejamos, si algo no nos gusta, nos sentimos en la seguridad de decir que no nos gusta. Nos enojamos bastante, se nos nota y no nos molesta que se note, porque enojarse también es una emoción válida, pero no validada para las mujeres. A nosotras se nos pide que siempre mantengamos la compostura, no solo sentarnos con las piernas cerradas, sino todo cerrado, la boca y las emociones. No hay que incomodar, «calladitas nos vemos más bonitas».
Las mujeres difíciles somos inteligentes, analizamos el mundo a nuestro alrededor, las personas y las situaciones. Nos cuesta fingir que algo nos agrada, nos cuesta fingir que sabemos menos que las otras personas sentadas en la mesa, y si implica dejar en evidencia a los hombres de la mesa, eso es amenazante. Nos cuesta no opinar cuando sabemos que nuestra opinión es importante y puede cambiar una realidad. Un día me dijeron que las personas inteligentes se la pasan mal, porque siempre tienen muchas preguntas.
Somos esas mujeres que en las conversaciones hacemos caras cuando lo que se está diciendo es ofensivo para otras mujeres, las que se nos nota que no nos aguantamos por decir algo. Las mujeres difíciles somos mujeres que incomodamos, porque aunque a veces tememos, nos enfrentamos a los temores. Las mujeres difíciles mostramos nuestras vulnerabilidades y eso intimida, exige respuestas y nosotras también las exigimos.
Además, el patriarcado siempre crea dicotomías para las mujeres, porque tampoco una mujer «fácil» es agradable en la sociedad. La fácil es aquella que abiertamente vive su sexualidad y eso también intimida. En fin, si nos salimos de los patrones culturales establecidos, somos complicadas y de todas formas vamos a ser rechazadas. Así que la clave es rechazar nosotras, todo atisbo de complacencia y debemos establecer límites a todo lo que merme quienes hemos decidido ser.
Retomo lo que dice Margarita Pizano, si nos salimos de la feminidad aceptada y aprobada por la masculinidad hegemónica, atentamos contra el sistema y eso es hasta peligroso para el orden establecido. Las mujeres difíciles atentamos contra el orden de valores y «buenas» costumbres. De ahí deviene el rechazo hacia nosotras, por alejarnos del modelo femenino, que no tiene que ver solo con la apariencia, sino con atrevernos a pensar, y más peligroso aún, decir en voz alta lo que pensamos.
Mi reflexión de marzo es que asumamos ser mujeres difíciles. Eso nos ha salvado de familias violentas, de parejas violentas, de amistades que no aportan. Y nos ha llevado adentro de nosotras mismas, a saber qué no queremos. El siguiente paso es reconocernos con otras y acompañarnos en el camino de ser mujeres difíciles.
Gilda Murillo. Feminista, bailarina, estudiante de la maestría en Estudios de Género, licenciada en Relaciones Internacionales, empleada pública con formación y compromiso en temas de género y derechos humanos de las mujeres.