«No creo que importe quién es el presidente de Estados Unidos para los inmigrantes. Siempre he sentido la indiferencia hacia nosotros», dijo el escritor Javier Zamora en un podcast grabado en vivo desde Nueva York. A final de cuentas, los latinos que construyen y limpian las casas de ese país, suelen verse afectados por políticas antimigratorias sin importar quién esté en la Casa Blanca. Así era cuando Zamora lo dijo hace cinco años y así parece que será ahora, sin importar quién gane esas elecciones estadounidenses.
Javier Zamora sabe bien de lo que habla. Ahora tiene 34 años, pero cuando tenía nueve, salió de su casa en La Herradura (La Paz), y cruzó el desierto de Sonora en México para reencontrarse con su mamá y papá en Estados Unidos. Estuvo indocumentado y no pudo volver a El Salvador hasta los 28 años.
Este noviembre serán las próximas elecciones presidenciales de los Estados Unidos. Por segunda vez en la historia, existe la posibilidad de que ese país tenga al fin una presidenta. En redes sociales no han faltado las opiniones de cómo Kamala Harris, la candidata demócrata, está «redefiniendo el feminismo». Claramente, en los últimos años ha existido un retroceso en los derechos de las mujeres y la mayor prueba de ello es la anulación de la sentencia del caso Roe contra Wade, que garantizaba el derecho al aborto de todas las estadounidenses. Pero, para redefinir el feminismo, como dicen por ese lado, no basta con ser mujer: es necesaria la interseccionalidad. Es decir, un feminismo que mire más allá de las disparidades de género y sexo y también se posicione contra el clasismo, la xenofobia y el racismo.
Para entender bien la historia de Estados Unidos, hay que comprender la vida de quienes lo conforman. En Solito, Javier Zamora cuenta cómo fue migrar con nueve años, pero no lo cuenta como adulto. El narrador es un niño chiquito que ama los colochos negros de su abuela, que aún no sabe amarrarse las cintas de los zapatos y que le tiene miedo a la oscuridad. Desde esa voz, escuchamos cómo lo trataron los coyotes, los dolores de pies, y las espinas que tuvo que sacarse de la piel para volver a ver a sus papás. Para quienes nacimos en los noventa, Solito es una novela que nos recuerda cómo nos fue narrado el sueño americano, pero también, recupera con cuidado las esquinas de una infancia tierna en un país que recién salía de la guerra.
Es un libro escrito con caliche, inocencia y, a veces, humor. Pero Solito es el libro más triste que he leído en mi vida, y el impacto que ha tenido en mí va más allá de identificarme como una niña de los noventa atravesada por la migración. Es una robusta pieza literaria que narra sin pretensiones las brutalidades y los cuidados que un niño recibe en el camino. En más de una ocasión, quienes alargan su sufrimiento son los border patrols, la patrulla fronteriza de los Estados Unidos.
Este libro no es solo importante por la historia humana que narra, sino también por sus implicaciones políticas. Por ejemplo, Jenna Bush Hager, hija del expresidente republicano George W. Bush, ha seguido la carrera de Javier y ha ayudado a que Solito se conozca entre un público de mujeres blancas cuyas vidas no suelen estar marcadas por la migración de niños centroamericanos. Este libro tiene la capacidad de conmover, enojar, hacer llorar y querer abrazar al niño Javier que nos cuenta su historia de vida. Pero un país como Estados Unidos puede estar conmovido profundamente y aún así seguir deseando duplicar sus números de armas, agentes migratorios y deportaciones.
Es ahí donde se vuelve interesante analizar la dicotomía de la campaña de Kamala Harris. Como vicepresidenta en el periodo de Joe Biden, estuvo encargada de abordar «las causas de raíz» de la migración centroamericana a través de México. En 2021, desde ciudad de Guatemala, advirtió, brava, a los migrantes del futuro: «No vengan. No vengan». Dos veces, por si a alguien le quedaba duda. Aún así, los republicanos la acusaron de ser muy suave.
Ahora, como candidata presidencial, habla de la necesidad de «arreglar el roto sistema de inmigración». Pero también da señales de cómo cree que se puede arreglar: aumentar recursos económicos para la policía fronteriza que separa familias, en su mayoría latinas.
Una señora brava diciendo «do not come» en idioma extranjero no detuvo a los niños centroamericanos de buscar reunirse con sus familias. Desde 2021, más de 100 mil niños migrantes han atravesado la frontera sur, solos, cada año. Como Javier, que salió de su casa en La Herradura en los noventas, todas las políticas antimigratorias no detienen a los niños y a sus padres de querer una vida lejos de la pobreza.
Ahora Javier Zamora es reconocido mundialmente. Tras obtener su permiso de residencia pudo viajar y contar su historia en un montón de periódicos, librerías y programas de televisión. En las entrevistas habla de las marcas que deja la migración y se encarga de dejar en claro que su historia no es una romantización del american dream. Estados Unidos ha dejado claro que ese sueño está reservado para aquellos a quienes la policía de la frontera nunca despertará con golpes y macanas mientras intentan cruzar.